sábado, 16 de febrero de 2013

Once de febrero

-"Estoy en el límite de mis fuerzas. La incapacidad para regir correctamente este barco conlleva mi renuncia a la Sede de Pedro en beneficio de aquél que el Colegio Cardenalicio estime más idóneo."

La resonancia de estas palabras, emitidas en lengua clásica, produjo una gran inquietud a nivel planetario. La renuncia de un Papa era un acontecimiento inesperado, infrecuente; desde Celestino V no se había producido una decisión de semejante trascendencia. Frente a quienes apelaban a la sensatez y humanidad del Santo Padre, un intelectual que pasó a la historia como el "Papa Filósofo", otros levantaban grandes suspicacias en orden a las causas de la renuncia. Las sospechas sobre un mal inserto en la misma raíz del Vaticano comenzaron a proliferar, alimentadas por las consabidas visiones de futuro de San Malaquías y por las propias sentencias del Pontífice en los últimos días de su mandato, en las que aludía a múltiples tensiones internas, luchas de poder y propuestas extrañas de candidatos a la Sede, próxima a quedar vacante. Un estado que resultaba ingobernable y auguraba un oscuro devenir para la Institución.

No fueron pocos los que manifestaron que la llamada renuncia Papal no era sino un artificio, promovido por el propio Papa y sus más fieles cardenales en orden a evitar que el procedimiento canónico de elección del nuevo sucesor de Pedro tuviera lugar por los cauces ordinarios, al fallecimiento del Papa. Si el Cónclave tenía lugar en ese tiempo, y se celebraba conforme a las reglas tradicionales, el fruto de la selección, la persona elegida, según todas las consultas que en secreto se habían llevado tanto por los cardenales más fieles como por el propio Santo Padre, no sería un representante de la Santidad. Las claras disensiones, pugnas, luchas, traiciones que azotaban desde hace años el Vaticano y que habían conllevado a un manifiesto descrédito social de la Institución, producirían un resultado perverso. El tablero para el nombramiento de la sombra estaba preparado.Sería el último Papa, un ser profetizado como maligno y destructor del Mensaje.

La intención verdadera del propio Santo Padre era no esperar a su fallecimiento, sino anticipar la elección para con ello producir una alteración del procedimiento ordinario previsto en el Código de Derecho Canónico, sabedor que era del infame destino que a la humanidad aguardaría si los cardenales se reunían en  esas condiciones y surgía un candidato. La propuesta de los leales al Papa, que a día de hoy se ha sabido que integraron un grupo llamado la Hermandad de la Luz, compuesto por varios cardenales y fieles, era proceder a designar como Papa a un simple cristiano, un fiel desconocido de un país y residencia insospechadas que asumiera el rol del sucesor de Pedro, y así eludir la infamia que se cernía sobre la Institución y sobre la humanidad.

Los posibles candidatos debían haber nacido un once de febrero. La fecha de la renuncia Papal no era fortuita; los estudios que en secreto se habían llevado a cabo imponían la necesidad de instituir Papa a un varón nacido en esa fecha. Aunque las razones de fondo no han trascendido en orden a la simbología del día once del segundo mes del año, es un hecho que la Hermandad contactó con varias personas cristianas de todo el mundo, en una carrera contrarreloj para evitar la reunión ordinaria del cuerpo cardenalicio. Tras una búsqueda desesperada, la decisión se tomó: el nuevo Papa habría de ser un español, oriundo de una tierra de reyes y en su forma, piadoso. Habría de permanecer oculto hasta el momento de ser nombrado Pontífice.
         
Para evitar cualquier tipo de filtración, los representantes laicos de la Hermandad se presentaron en el domicilio del elegido, con el que previamente habían contactado. Esa persona asumió la carga que se le ofrecía, aún a pesar de su inexperiencia, en aras a cumplir una auténtica tarea de salvación. Fue preguntado por el nombre que quisiera adoptar, que los libros de historia recogieron para siempre: Petrus Clodoveo I Legionensis.

Una vez que el Papa, aún en la Sede por cuanto todavía no había llegado la fecha por él fijada para abandonar su cargo, tuvo noticia del nombre adoptado por su sucesor, se postró de rodillas en la Basílica de San Pedro y se santiguó. Sobre el altar, un facsímil de las profecías de San Malaquías con un nombre subrayado: Pedro. El último Papa se llamaría Pedro.

Al mismo tiempo que en España un joven y piadoso cristiano esbozaba una sonrisa, un rayo cruzó los cielos italianos impactando en la cúpula de la Basílica de San Pedro.

Era el 11 de febrero de 2013. Un día para la historia.


Tormenta sobre el Vaticano. 11 de febrero de 2013.