jueves, 1 de septiembre de 2022

George Orwell: de 1984 a la eternidad


George Orwell, pseudónimo de Eric Arthur Blair (1903-1950) fue un novelista británico, nacido en India siendo ésta colonia inglesa. Se trata de un escritor muy destacado no solo como, en cierta forma, cronista de los hechos que pudo ver y en los que participó en vida, sino especialmente por su anticipación a lo que, años después, ocurriría en el mundo. Aparte de ser testigo de las dos grandes guerras, intervino activa y voluntariamente en la Guerra Civil Española. Contrario a cualquier tipo de tiranía, aun cuando esta se escondiera tras un aparente Estado de Derecho, una de sus obras, titulada 1984, puede considerarse el ejemplo reciente de narración visionaria.

Escrita entre los años 1947 y 1948, los hechos tienen lugar en una ciudad enmarcada en un inmenso continente, en el que la vida cotidiana discurre de forma calmada (aunque existen conflictos y tensiones internacionales) y el poder mantiene a una gran parte de la población en un estado de letargo, por medio de diversas maniobras, especialmente a través de la economía, el lenguaje y la desinformación, que consiguen que el pueblo, verdaderamente en una situación precaria, considere que desarrolla su existencia de una forma razonablemente buena.  

Desde el poder se actúa asegurando a la población que es libre y que cuenta con derechos plenamente reconocidos; se acude a un neo-lenguaje, creado por el gobierno, en el que se incluyen términos que, aunque incorrectos desde lo gramatical, son contemporizadores y acríticos; la denominada prensa actúa totalmente al dictado de los ministerios existentes, con el fin de presentar la realidad de forma distinta a la cierta (uno de los ministerios, llamado “de la verdad” actúa como un censor e incluso manipula la historia, creando una memoria ad hoc) y al mismo tiempo, el gobierno interviene en la vida de los ciudadanos, controlando sus movimientos, sus recursos, su mente. Actúa sobre todos los campos para que la población asuma que vive en el mejor de los mundos, que ese modo de vida se lo debe al gobierno y así se procura que no haya crítica alguna, al eliminar la posibilidad de que nazca cualquier tipo de ánimo revolucionario al operar desde la misma base del sistema educativo e inocular de forma sistemática la idea de que todo lo que sea crítico es ofensivo. La libertad de pensamiento y de expresión son ficticias aunque se encuentren en normas. El Estado se encarga de minusvalorar, excluir y finalmente destruir al elemento discordante, previo control de cualquier movimiento sospechoso. El protagonista de la novela se rebela contra esta situación, que conoce de primera mano al haber trabajado en el ministerio de la verdad; sufre una persecución, siendo tratado como un rebelde, y castigado de forma atroz, hasta el punto de emplear medios directos de lavado de cerebro para despersonalizarle por completo y convertirle en un número más de los tantos que forman parte de un pueblo completamente dormido y soñando que vive en una sociedad idílica.

Los paralelismos con la actualidad no precisan explicitarse. Sí merece ser tenida en cuenta la gran diferencia entre el concepto de Estado que estableció Tomás Moro en su Utopía y el que se presenta en 1984 de Orwell. Ambos modelos de Estado coinciden en que, si éste tiene que aparecer para regir la convivencia, así será como consecuencia de que la sociedad, por sí misma, no ha sido capaz de organizarse de forma ética. La Utopía de Moro surge del hecho de que aquella sociedad tenía capacidad suficiente por sí misma para articular su convivencia, sin encomendar a terceros el poder de compartimentar u organizar la existencia. El Estado y el Derecho nacen ante el fracaso de un desenvolvimiento exclusivamente ético de la vida de la sociedad, que ha de acudir a otros para no implosionar. El Estado orweliano parte de esa misma imposibilidad de la vida social al margen de un poder que organice, pero avanza algo más: una vez que el Estado ya se ha implantado y un poder político dirige la vida de todos, o este poder se asienta en los principios de la Ética, y tanto su forma de proceder como las normas que dicta se inspiran, verdaderamente, en aquellos principios esenciales, o de lo contrario, bajo una mera apariencia de garante del bien de la sociedad, impondrá su criterio y buscará las fórmulas para mantenerse de esa manera de forma indefinida. No debe olvidarse que desde el plano teórico, existe un tipo de norma constitucional denominada “semántica”, esto es, que existe como norma, pero sirve exclusivamente para poder afirmar que cierto Estado es constitucional, pues en la realidad práctica, el poder actúa al margen de ella y además se encarga, ora de no establecer los mecanismos jurídicos para que los preceptos de esa constitución sean eficaces, ora de implantar esos órganos y sistemas, pero tenerlos controlados también, para procurarse decisiones que no perturben su dinámica constante.

La conclusión, por lo tanto, de la novela de Orwell, desde una perspectiva jurídica, es que si el Estado, como sistema de organización social, debe existir, ya que su ausencia aboca a una situación de anarquía en la que la sociedad, por sí misma, no sería capaz de funcionar, dicha estructura, empezando por quienes la integran y siguiendo por sus frutos, esto es, la normativa dimanante de su competencia legislativa, en modo alguno puede separase de la Ética pública y de aquellos principios que configuran al ser humano como un ser digno, lo que conlleva a un eterno retorno del Derecho Natural como medio imprescindible para la convivencia. A ello habrá de añadirse que tampoco será factible que ningún poder se apropie de aquellos principios e incluya los que a él le convengan dentro de ese acervo superior, o simule un respeto a los valores esenciales a través de la mentira, de eufemismos, del recurso a un lenguaje impropio o de normas meramente semánticas, que postulen el reconocimiento de derechos fundamentales siendo en la práctica una mera entelequia. Si esta situación llega a perpetuarse y afianzarse, el fin del ser humano, entendido como sujeto y titular de derechos, estará llamando a la puerta.

“Si el líder dice de tal evento esto no ocurrió, pues no ocurrió. Si dice que dos y dos son cinco, pues dos y dos son cinco. Esta perspectiva me preocupa mucho más que las bombas.”

“En tiempos de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario.”

“Hemos caído tan bajo que la reformulación de lo obvio es la primera obligación de un hombre inteligente.”

“Cuanto más se desvíe una sociedad de la verdad, más odiará a aquellos que la proclaman.”

“Si quieres hacerte una idea de cómo será el futuro, imagina una bota aplastando un rostro humano incesantemente.”




          Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid 
          y Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación