miércoles, 1 de febrero de 2023

José Saramago: una ceguera impuesta por el poder

 

José Saramago (1922-2010) fue un escritor portugués, Premio Nobel de Literatura, Doctor Honoris Causa por múltiples universidades, prolífico autor en los diversos ámbitos de las letras, desde el ensayo a la novela, la poesía o el teatro. De origen familiar humilde, fue objeto de censura por la dictadura de Salazar, siendo algunas de sus obras más relevantes Todos los hombres, El Evangelio según Jesucristo, La caverna o Caín.

Una de las novelas de Saramago que genera en la actualidad un especial impacto por lo próximo de lo que en ella se expone y por las consecuencias sociales que desprende su narrativa, haciendo de ella, en cierta forma, un vaticinio de futuro, es Ensayo sobre la ceguera, a la que me quiero referir especialmente.

Una terrible enfermedad pandémica, la ceguera blanca, comienza a extenderse por las ciudades, de modo que progresivamente todas las personas empiezan a perder la vista de una forma radical. El terror y el caos se apoderan de la sociedad, desapareciendo la noción de orden y transformando al mundo en una auténtica locura. La ceguera lleva a la depravación, a la pérdida del sentido de la moral, a una suciedad y abandono que avanzan desde lo estético hacia la  profundidad del ser humano, ennegreciendo su propia definición; situación que el poder aprovecha para producir confinamientos de los primeros infectados con la finalidad de evitar que trascienda la gravedad de lo que ocurre y progresivamente comienza a configurar unas reglas jurídicas que restringen los derechos de los ciudadanos hasta límites impensables, dando lugar a un Estado opresor y dictatorial, en el que solo algunas camarillas consiguen enriquecerse a costa de las necesidades básicas de la población, haciendo del delito su campo habitual de desarrollo, en una situación de completa impunidad. La única persona que sorprendentemente no ha perdido la vista tiene que simular que es ciega y trata de ayudar al resto de los primeros confinados cuando abandonan su reclusión y empiezan a moverse por una ciudad devastada por el crimen y la perversión, hasta un punto en el que ya no puede más, y al borde de sucumbir, la pandemia empieza a ceder y con ello la pesadilla en la que se había sumido la humanidad.

Se ha querido ver en Ensayo sobre la ceguera un paralelismo con el mito de la caverna platónica, en el sentido de mostrar al lector la realidad en la que se mueve estando con los ojos cerrados, siendo su vida una pura creación artificial, una obra teatral dirigida desde el poder, que impide a los ciudadanos ser conscientes (esto es, recuperar la vista) de la auténtica y plena existencia, pues tal descubrimiento y toma de conciencia supondría la desintegración del mismo poder, que se encarga de aprovechar (e incluso crear) las situaciones de miedo y caos generalizadas con el fin de erigirse en un ser necesario, imprescindible para sobrevivir, siendo verdaderamente el responsable de la degradación y pérdida paulatina de los derechos, beneficiándose, por el contrario, él mismo y, gracias a su proceder, ciertos sujetos o minorías, a costa de la desgracia ajena, generando incluso espacios amnistiados, libres de cualquier tipo de reproche, en los que la sombra, el peor lado del ser humano, campea libre.

Si se piensa en el relato de Ensayo sobre la ceguera desde una perspectiva filosófica y jurídica, creo que resulta indudable que el sentido de la vista al que se refiere la novela, y que se pierde de forma escalonada y absoluta por la sociedad, a consecuencia de una denominada “enfermedad”, es una metáfora de la ética, de los principios morales. Qué duda cabe que el abandono progresivo de la moralidad en la vida social conlleva a la perdición absoluta. Y tal estado de cosas hace surgir a hipotéticos salvadores que se autolegitiman en el poder como si fueran la última esperanza para encauzar a una sociedad desbocada.

Considero que la pandemia de ceguera que presenta la obra tiene, como toda patología vírica, un proceso de incubación.

Se llega a esta situación de una forma intencionada, con su origen en la falta de adopción de los debidos cuidados o de la puesta de cortafuegos que eviten la explosión definitiva del caos. Desde un primer momento, incidiendo en los sistemas educativos, con la supresión de ciertas materias o la tergiversación de su contenido, el poder impide que la sociedad pueda tener los ojos bien abiertos, y se encarga de dibujar una realidad configurada a su gusto, rechazando todo aquello que no se amolda a sus propios intereses, a su particularísimo concepto de “realidad”. Así surge la dictadura del relativismo, aun cuando, en apariencia, los gobiernos se presenten como esencialmente democráticos y, con una impostada intensidad, “tolerantes”: el hecho es que no se admite otra perspectiva de las cosas que no sea la del poder. Y la sociedad, ciega, carente de medios intelectuales para defenderse, sin principios éticos, pues han sido eliminados desde su raíz, no es siquiera capaz de darse cuenta de la manipulación, hasta el punto de emprender el camino hacia su propio fin, bajo la dirección de un poder al que solo le preocupa mantenerse en el sitio. Incluso aquellas pocas personas que conservan la visión de lo auténtico (en la novela hay un ejemplo paradigmático de ello), quienes retienen crítica y moral, deben ocultarse, es decir, hacerse los ciegos, simular que no ven, evitar destacar, para impedir que la masa acrítica y dirigida acabe con ellos.

Lógicamente, el “Derecho” que pueda emanar desde el poder en esta situación sólo tendrá de norma jurídica y de Justicia el revestimiento formal. Tales preceptos legales, cuya promulgación es presentada como un bien para la sociedad, en verdad se separan de cualquier atisbo de ética y suponen genuinas imposiciones que, lejos de colaborar a que los seres humanos abran los ojos y comprendan cuáles son sus verdaderos derechos y libertades, los limitan terriblemente, bajo la aquiescencia social de quienes creen –ello, con gran pesar- que están siendo defendidos cuando en realidad están recibiendo recortes y limitaciones continuadas en sus vidas, bienes y derechos, sin ser conscientes de que lo único que motiva al poder es su propia continuidad, su mantenimiento, a toda costa y sin que se le cuestione, para lo cual es necesario que la sociedad esté cegada y en la perenne creencia tanto de que todo ocurre por azar como de que el gobierno será quien les salve.

Y resulta que todo es al revés: ni los acontecimientos surgen de la nada ni el gobierno les salvará. Pero para verlo, es necesario crítica, cultura, ética, una verdadera Justicia, no truncada por intereses espurios. En definitiva: no estar ciegos.

Creo que no nos quedamos ciegos; creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven.”

“La hora de las verdades terminó. Vivimos en el momento de la mentira universal. Nunca se mintió tanto. Vivimos una mentira todos los días.”

“Para que los hombres se ciñan a la verdad, primero tendrán que conocer el error.”

“Estamos llegando al fin de una civilización, sin tiempo para reflexionar, en la que se ha impuesto una especie de impudor que nos ha llegado a convencer de que la privacidad no existe.”




Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación