viernes, 1 de julio de 2022

Philipp Mainländer: Derecho y redención

 

Philipp Batz (1841-1876) fue un filósofo alemán, que posteriormente adoptó el seudónimo de Philipp Mainländer, ciertamente desconocido más allá de ámbitos académicos y muy especializados, pero su aportación para la historia del pensamiento, pese a ser tan oculta como oscura, no lo es en detrimento de su importancia, pues refleja una nueva percepción de la existencia humana y de los fundamentos de la misma que pueden no ser compartidos, pero supone una adicional perspectiva de la metafísica.

Mainländer vivió en un momento de tránsito entre Schopenhauer y Nietzsche, siendo aquél su principal referente, y él mismo influyó sobre el autor de El Anticristo, Humano, demasiado humano o Así habló Zaratustra. Para Mainländer, autor de la obra titulada Filosofía de la redención, el origen de la existencia tiene una naturaleza fatalista, pues toda vida se proyecta desde el principio en el camino que le corresponde: la desaparición, la nada. La vida es entendida como el devenir hacia la muerte, hacia el no-ser metafísico, de modo que la existencia no puede concebirse sin su inevitable desenlace, porque a ello se dirige esencialmente. Así, la moralidad del ser humano durante su existencia está dotada del carácter del sufrimiento, del dolor, al conocer el destino que tendrá y ante ello, o bien se encorseta para hacer posible la misma vida del individuo, y con ello la convivencia social, o bien se silencia esta realidad no pensando en ella, o finalmente se desboca y se materializa, con la desaparición del individuo. Esta última posibilidad llevaría a la redención del hombre, a su liberación de la desazón existencial, a no posponer la llegada a una nada que le está llamando al formar parte de su propia naturaleza.

A diferencia de Schopenhauer, al que consideró su maestro, quien entendía, pese a formar parte de la misma línea de pensamiento pesimista, que en el ser humano prevalecía una voluntad de vivir, de perdurar, y ello le otorgaba la fuerza necesaria, una tímida esperanza, para continuar con su existencia pese al conocimiento de su destino, Mainländer parte de que la nada está inserta en la existencia desde su mismo origen, y que toda vida sabe de su fin, por lo que el tiempo hasta que este llegue es una verdadera mortificación, siendo así que la ética en cierta forma vendría a amainar, a atemperar ese dolor existencial, conteniendo la destrucción del individuo y por extensión la propia desaparición de la sociedad, hasta que el destino inexorable se cumpla y con ello se produzca la liberación del sufrimiento, la redención.

Mainländer se quitó la vida a los treinta y cuatro años, aplicándose sus propias tesis filosóficas.

Desde un prima iusfilosófico, el conocimiento del pensamiento de Mainländer lleva a ciertas reflexiones sobre la naturaleza del Derecho, de nuevo atendiendo a su doble dimensión, positiva y metajurídica.

Del mismo modo que ya planteó su maestro, la realidad ha de entenderse como una pura representación, pues la auténtica está residenciada en un plano diferente, que no es el material. Esta realidad puede ser un reflejo, más o menos fiel, de la auténtica. Lógicamente este pensamiento filosófico se sustenta en buena medida en que la aparente realidad, en tanto que poco virtuosa, con sus muchos defectos, cuando no perversiones, más fiel es en el reflejo de la que está más allá de la apariencia, que apunta hacia el vacío, hacia la nada, cuando no es la propia nada, desde la perspectiva de Mainländer.

Así pues, nos encontramos nuevamente con la circunstancia de que la norma positiva que rige el devenir social y las relaciones interpersonales ha de participar del carácter del plano al que pertenece, y por lo tanto se trata de algo limitado, no autofundamentado, y una consecuencia, un reflejo, de aspectos que se ubican en un plano ontológico distinto.

El Derecho Positivo es el instrumento imprescindible para articular la vida social, pues implementa las reglas de la convivencia entre seres que tienden, por su propia naturaleza, al vacío. Por lo tanto, tal fatalismo o desesperación, aunque cada individuo prefiera no pensar sobre ello, al incardinarse en la propia esencia humana, si no cuenta con algunas normas para evitar la autodestrucción, llevará a la desaparición de la propia sociedad, a una redención anticipada, en los términos del pensamiento de Mainländer.

Las normas jurídico-positivas son, de este modo, las reglas autoimpuestas por la sociedad para evitar su inexorable fin. Y sobre ellas, como fundamento de las mismas, podrá entenderse que existe una realidad, un prius metajurídico o filosófico que explica el por qué de la existencia misma del Derecho. En este plano se ubican aquellos principios inmutables, permanentes, invariables, con independencia de que las normas positivas, en cada momento histórico, los reconozcan o no por motivos transitorios, y son, en efecto, estos principios los que basan la vigencia y aplicabilidad de las normas. En este plano, el ser humano ha construido una ética, unos fundamentos morales, para hacer frente al fatalismo de su propia existencia, y servir también como contención a su tendencia destructiva, a su fatal destino. Por lo tanto, el denominado Derecho Natural, aun pudiéndolo concebir como una creación humana, tiene un sentido y una importancia esencial: llevar al ámbito jurídico unos principios éticos que posibiliten la vida social de seres abocados a su desaparición, y por ello necesitados de reglas que impidan el caos al que tienden, la mutua destrucción: la redención.

Así también podremos entender, con los ojos de un filósofo considerado oscuro, la verdadera naturaleza y razón de ser del Derecho.

“Esta unidad simple (Dios) ha existido, pero ya no existe. Se ha hecho añicos, transformando su esencia completa y enteramente en el mundo de la pluralidad. Dios ha muerto y su muerte fue la vida del mundo. Además, nosotros ya no estamos en Dios, pues la unidad simple se ha destruido y ha muerto. Por eso estamos en el mundo de la pluralidad, cuyos individuos están enlazados por una firme unidad colectiva.”

“He mostrado que cada cosa del mundo es voluntad de morir inconsciente. Esta voluntad de morir está oculta, especialmente en el hombre, por la voluntad de vivir, porque la vida es un medio para la muerte, algo que se expone incluso ante el más obtuso: morimos incesantemente, nuestra vida es una lenta lucha con la muerte, en la que diariamente la muerte gana poder frente a cualquier ser humano, hasta que apaga la luz de la vida en cada uno de nosotros.”

“Las lágrimas que derrama el hombre en el sepulcro de su esperanza,

¿son rocío por el esplendor juvenil? ¿Son bendiciones

para que el hombre arraigue? ¿O son las gotas de sabia

que el árbol reseca, cuando su médula

está herida de muerte?

Como nubes que en la noche otoñal en el cielo restallan,

así persiguen mi alma pensamientos de muerte.

Por tí contendré el dolor; pero, dirás, tú también lo sientes.”





Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación