jueves, 1 de febrero de 2024

Friedrich von Schiller: hacia la Justicia por el camino de la estética

 

Friedrich von Schiller (1759-1805) fue un intelectual alemán, muy querido en su tierra e influyente en múltiples ámbitos de la cultura; dotado de un carácter polifacético, destacó como dramaturgo, poeta y filósofo. Gran amigo de Goethe, conformó con él un auténtico movimiento, el Clasicismo de Weimar, que propició una concepción de lo literario, y de la vida, desde un prisma estético, teniendo en cuenta este último concepto como una rama de la filosofía.

Schiller fue un hombre de su tiempo, y quiso ofrecer una posible respuesta a los problemas sociales y políticos. La suya fue una época convulsa. Y lo hizo desde una perspectiva original, pues lo común consistía en residenciar las soluciones en el estricto ámbito de la moralidad, o de la ética, abandonada o desviada en su plasmación material cotidiana en las relaciones intersubjetivas, razón por las que éstas no alcanzaban lo virtuoso. Nuestro autor fue lector y seguidor de Kant, pero discrepó de él en aspectos relevantes. Muy especialmente en la concepción que Kant tenía de la estética, como un nexo entre razón y sentimiento, pero de naturaleza eminentemente subjetiva. Esto es: cada individuo tiene un concepto distinto de la belleza, de la gracia. Sin embargo, Schiller se separó de esta tesis y aportó algo novedoso para la estética, que expresó en obras como De la gracia y la dignidad, Cartas sobre la educación estética del hombre y Kallias: su objetividad. La verdadera estética, que se aprecia por toda la sociedad, partiendo del individuo, se obtiene fuera de lo subjetivo, mediante la abstracción de lo personal y la conversión del ser humano en un espectador del mundo. Si aquello que se observa por todos genera una respuesta intelectual, de modo que introduce en los individuos un sentimiento común de agrado, inmediatamente por esa vía estética del sentimiento se pasará a la razón, y se considerará que aquello que tiene gracia, que es bello, armonioso en sus formas, será, a priori, también bueno, éticamente correcto.

La objetividad de la estética y el enlace que propicia entre la forma y el fondo, entre lo bello y lo ético, me lleva a pensar en la perfecta viabilidad de aplicar esta tesis al campo del Derecho.

Es habitual que en los planteamientos filosóficos de la materia jurídica se estime que las reglas morales, los principios éticos, anteceden a las normas jurídicas, esto es, al Derecho Positivo. El plano de la norma moral es distinto al de la norma positiva. Su naturaleza es otra. Y viene a considerarse (para quienes sostienen una posición iusmoralista del Derecho) que desde la ética, como base primordial para la vida social, se atribuyen a las leyes y demás normas positivas sus fundamentos para considerar a éstas como razonables o justas. En otros términos: la ética insufla a la ley su valor de Justicia, su legitimidad.

Pero, si seguimos a Schiller, no existe inconveniente alguno en transitar un camino inverso para apreciar también la Justicia de la ley, partiendo de la ley positiva y no de la ética. Y es aquí donde este concepto de estética objetiva resulta de una extrema utilidad.

Si nos posicionamos como observadores de la forma de proceder de un gobierno, y de las leyes que a su impulso entran en vigor, a través de los cauces que considera oportunos, es incuestionable que esa visión nos genera una reacción sensitiva, del mismo tipo que cuando tenemos delante nuestro una obra de arte, una pintura, una persona agraciada, o cualquier otra manifestación material. Pues bien, este primer impulso estético nos va a llevar a razonar si lo que estamos viendo está bien o no lo está, si nos conviene como sociedad o si tiene que ser cambiado de inmediato. Encontrándonos con prácticas objetivamente atentatorias al respeto de ciertos colectivos sociales, cuando no a la inteligencia de todos; con normas jurídicas mal confeccionadas, que aprovechan vías de extraordinaria y urgente necesidad haciendo de la excepción la regla; con una sintaxis, un uso del lenguaje, absolutamente incomprensible, que motivado por la impericia de quien redacta, cuando no por una voluntad malévola para tratar de ocultar en una telaraña de disposiciones adicionales, transitorias y finales los verdaderos móviles que llevan a la redacción de ese texto, sin duda nos encontramos todos con la misma reacción: esa norma es horrible, incomprensible, un disparate ininteligible, lo que posteriormente se confirma, por desgracia, con la necesidad de rectificaciones, modificaciones, derogaciones, interpretaciones, y, sobre todo, unos efectos en la realidad completamente negativos, unas consecuencias sociales nefastas.

Pues bien, la conclusión de que dicha ley está completamente separada de la ética y es ajena a la Justicia la obtenemos gracias a la estética. De aquí su gran importancia, pues desde la norma positiva podremos alcanzar la convicción de su injusticia sin tener que remontarnos a cuestiones de moralidad desde el principio, sino atendiendo solo a la sensación que nos causa lo que cierto gobierno o cierto legislador produce. Y no deja de ser un referente de gran importancia y precisión, porque se basa en un elemento objetivo: la percepción sensorial.

Cuando al poder no le interesa que una sociedad tenga unos sólidos principios éticos, una formación cultural que le permita ser crítica con lo que hace, y por esa vía se produzca un cambio, siempre quedará esta notable teoría de Schiller, sobre el objetivismo estético, que tal vez sea lo que, llegado el momento, alerte definitivamente a la sociedad de las intenciones de los gobiernos cuando éstos no persiguen el bien común sino el suyo propio. Porque ese poder puede incidir en la formación cultural, incluso en la moral, y así, en definitiva, en el sentido crítico, para intentar anularlo por completo; pero en aquello que se manifiesta externamente con mala calidad y una apariencia desfavorable (efecto necesario de una causa de iguales caracteres) generando un sentimiento común de rechazo, uniéndonos a todos en una verdadera fraternidad (fin al que Schiller aspiraba) nunca podrá influir. Será el origen de la ansiada libertad social.

“Una necesidad externa determina nuestro estado, nuestra existencia en el tiempo, por medio de las impresiones sensibles. Esta necesidad es involuntaria, y tal como actúe sobre nosotros tenemos que sufrirla.”

“El hombre en su primer estado psíquico se limita a recibir pasivamente las impresiones del mundo natural, a sentir, de modo que está todavía completamente identificado con éste, y no precisamente porque él no esté en el mundo, y no haya aún un mundo para él. Es solamente cuando, dentro de su estado estético, él lo pone fuera de donde lo contempla.”

“La voz de la mayoría no es prueba de justicia.”

“¿Qué es la mayoría? La mayoría es un absurdo: la inteligencia ha sido siempre de los pocos.”

“Que tu sabiduría sea la sabiduría de las canas, pero que tu corazón sea el corazón de la infancia candorosa.”



Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid 
y Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación