Negan Smith es un personaje de ficción, quizá el
antagonista más relevante de la exitosa serie televisiva The Walking Dead, interpretado por el actor norteamericano Jeffrey
Dean Morgan, quien supo dotarle de una profundidad y aristas psicológicas muy
interesantes, de tal modo que lo acercó a un concepto de
personalidad comprensible, con sus ambivalencias o claroscuros; un carácter
siempre fuerte, en absoluto perfecto, pero al mismo tiempo en evolución, en un
dinamismo desde la brutalidad hasta una especie de redención o prevalencia
final de la razón, todo ello determinado por la presencia, al principio
ciertamente difusa pero al final cristalina, de una ética personal e incluso
pública que concluyó definiendo la conducta de Negan.
Nuestro personaje es el líder de un grupo
denominado “Los salvadores”, que, en el marco de un mundo postapocalíptico,
dominado por la trasformación de la humanidad en muertos vivientes, se ha
erigido en garante de la seguridad de las comunidades humanas frente al
asedio de dichos muertos vivientes (los caminantes) y de los propios grupos de no infectados ante los ataques recíprocos entre ellos. El motivo por el que Negan adquiere esta
posición de líder procede de un acontecimiento personal que supuso una
inflexión importante en su vida: su esposa Lucille, a la que quería pese a sus
devaneos e infidelidades, enfermó de cáncer y a partir de ese momento él se
dedicó a su cuidado. Al acudir a por medicación para ella, fue asaltado, y posteriormente,
cuando llegó de vuelta a su casa, se encontró con su mujer ya transformada en
zombi y con un mensaje escrito de que acabase con ella, cosa que hizo. Desde
entonces, armado con un bate de béisbol recubierto de espinos, al que bautizó
con el nombre de su mujer, configuró un grupo que se dedicó a extorsionar a
otros colectivos humanos, exigiendo diezmos (ciertamente, la mitad de sus recursos, una práctica confiscación) por su protección, y
cobrándose tributos, incluso de sangre, a cambio de garantizarse la lealtad de
esas comunidades.
Negan estableció, sin duda, un auténtico sistema
normativo configurado por él mismo, como un dictador, con el culto a
su persona como pilar maestro, del que dimanaban las normas, justificadas en un
pretendido bien colectivo, pero a costa de una supervivencia siempre vinculada
a su deificación. Con el paso de los acontecimientos, la brutalidad que Negan
desarrollaba para imponer su ordenamiento de salvación sobre las comunidades
fue dando lugar a ciertas resistencias en aquellos grupos y por lo tanto a
enfrentamientos entre sus líderes, que concluyeron de una manera muy poco
favorable, no solo para el propio Negan, quien termina encerrado por el líder
de otra comunidad, sino para las personas que se encontraban en el medio de
tales enfrentamientos por el liderazgo. Todo este devenir da lugar a que Negan
se plantee internamente si esa forma de proceder, basada en el miedo, es correcta
desde un punto de vista ético. Si bien siempre contó con ciertas pinceladas de
principios morales, como las máximas de la protección del colectivo, del
respeto a la jerarquía o una idea de justicia –aunque un tanto desvirtuada,
pues se trataba de su propia justicia, a modo de justiciero- fue a partir de su
caída cuando aquella reflexión se materializa en un cambio real, en el que el
personaje entiende que, sin renegar de la necesidad de ser fuerte y de su
carácter determinado, debe encauzar los medios por un camino mejor, más
inteligente y que suponga un menor daño para aquellos que ciertamente quiere
proteger.
La historia de Negan tiene esta profundidad e
interés por su perspectiva filosófica y también jurídica. Nos encontramos con
una transformación del ser humano a través de la vía de la ética personal.
Negan Smith es un personaje con principios, no nos encontramos ante un completo
inmoral, pero sí ante alguien en el fondo muy dolido por razones personales, en
cierta forma rabioso, decepcionado, iracundo, lo que le hace enfocar esos
buenos principios a través de unas formas inadecuadas. Estamos ante la viva
manifestación de cómo unos concretos medios no justifican el fin que se
pretende. Y es más: aparte de la patente brutalidad de los mecanismos
empleados, la inadecuación para el fin pretendido es también objetiva, por
cuanto los resultados no son positivos, ya que llevan al enfrentamiento entre
comunidades y al sufrimiento humano. A todo ello hay que añadir, especialmente,
que esta forma de entender la moralidad pivota sobre el propio líder, nace de
él mismo esa forma de actuar, la impone al resto de afines so pena de matarles e,
incuestionablemente, deriva de su propia idealización. De modo que en realidad,
ese mal entendido sentir de protección hacia la comunidad no es sino un sistema
de pedestalización de su propia persona, con consecuencias negativas evidentes,
no solo para los colectivos humanos, sino para él mismo, pues resulta
derrocado.
Por lo tanto, desde un prisma filosófico, tenemos
que no solo resulta importante contar con principios éticos a título personal
-y público en el caso de quien gobierne-, sino también saber ejecutarlos
debidamente. Ha de existir una moral efectiva, tanto interna como en la forma
de manifestarse, de modo que, aun en presencia de ciertos principios éticos, si en
el momento de materializarlos, o de llevarlos a la práctica, aquello que predomina es el egoísmo, representado
en la conservación del poder a costa de todo, esto es, en la gloria personal,
el resultado va a ser destructivo, pero para todos: para la sociedad y para el
propio líder, porque su forma de proceder lleva a la confrontación, a la
generación de facciones, y de dicha pugna el líder no va a salir indemne, por
más que él crea otra cosa.
Abordando estas consideraciones desde la
perspectiva jurídica, es de ver que las leyes que dimanen de un poder que actúe
de forma egoísta, sin ética o, en el mejor de los casos, con un mal
entendimiento de cómo llevar a efecto el interés general que dice pretender, lo
que van a ocasionar es tensión social, desunión y confrontación, es decir: un
daño. Y tales normas positivas –que se acatan en cuanto que obligatorias y solo
por miedo a sanciones, presiones o persecuciones-, en tanto que contrarias a la
ética pública, no serán legítimas. La ilegitimidad de tales leyes cristalizará
en el exterior en forma de conflicto social constante, que en modo alguno se
produciría si las leyes corrieran parejas con la verdadera defensa del interés general.
El problema de que el poder genere dicha tensión constante a nivel social es
que su progresión es impredecible y puede terminar de la peor manera,
arrastrando al propio poder, causante y víctima del mal ajeno y del suyo propio. Negan tuvo un arrebato final de lucidez, y pudo
reflexionar sobre su forma de actuar, como hombre cabal que era; en el fondo,
de verdaderos principios, y supo reconducirse, tratando de ajustar los medios
hacia el buen fin.
Ojalá de la ficción se pasara a la realidad, y
aquellos que dirigen el destino social supieran orientar su acción
verdaderamente hacia el bien común y no hacia su único y personal beneficio. Pero para ello,
lo primero, es contar con una ética personal que lleve implícito el concepto de
interés general y, en definitiva, el de saber estar y comportarse dignamente, sin cinismo y con
altura de miras, cuando en las manos de uno está el futuro de todos.
"Si alguien se mueve o dice algo, sacadle al chico el otro ojo y
hacédselo tragar a su padre, luego seguimos"
"Por si no te has dado cuenta, te he metido a Lucille hasta la
garganta y tú me has dado las gracias"
"¿Conoces ese chiste sobre un gilipollas llamado Rick, que creía
saberlo todo y no sabía nada y consiguió que mataran a toda la gente que iba
con él? Ese eres tú"