viernes, 1 de diciembre de 2023

Alicia "en el país de las maravillas": un cuento que no lo es

 

Lewis Carroll (1832-1898) fue un matemático, fotógrafo y escritor inglés, cuya faceta literaria, iniciada a través de la publicación de cuentos breves en algunas revistas, despuntó con uno en especial, Alicia en el país de las maravillas, al que le siguió Alicia a través del espejo.

Mucho se ha escrito y estudiado sobre estas obras, y la conclusión a la que se llega es que ambos relatos están más allá de ser libros infantiles; se trata de una narrativa de notable profundidad, dotada de un gran simbolismo, con un tinte crítico encubierto que, a través de la visión del adulto experimentado, se manifiesta claramente hacia el exterior. Y a ello ha de añadirse que resulta sorprendente su proximidad, haciendo de Carroll un escritor inteligente, pues supo exponer de forma metafórica la naturaleza de la sociedad, del poder e incluso de la forma de proceder en Derecho, presentando una peculiar acción de la justicia, que, como digo, a la luz del día de hoy se entiende perfectamente.

Se ha encuadrado el cuento de Alicia dentro de lo que ciertos expertos consideran un tipo de literatura surrealista. Discrepo de esta catalogación. Sí creo que se trata de un relato metafórico, que lleva a una moraleja, pero no lo estimo con un nivel de alteración de la realidad de tal calibre que suponga una deformación de la misma para generar un mundo desconectado totalmente con el real, o constitutivo de un contexto fantástico alternativo. En modo alguno. Los escritores, en ocasiones por ser así su estilo y en otras –no escasas- para evitar la censura –instaurada o no, pero igualmente existente, dejando las apariencias de lo contrario atrás- recurren (recurrimos) a la metáfora y a otras figuras literarias para realizar una crítica, incluso feroz, a la realidad que tenemos y a los evidentes causantes de los males que nos afectan. Pero esto no quiere decir que se inventen mundos gratuitamente, surrealistas por injustificados, o que esos mundos se separen de aquél en el que el autor está viviendo. En toda obra su autor está, y muy presente, porque es parte de él. Hay que saber leer, y sobre todo saber leer entre líneas. Otro problema muy distinto es el no ser capaces de hacerlo, una tristeza (cosa que al poder le interesa intensamente, y trabaja en ello con ahínco) o que el lector simule que no entiende lo que el autor le está queriendo decir de una forma velada. Esta última posición se manifiesta muy ilustrativamente con el silencio: leer y callar, o mirar y callar. No pronunciarse. No hemos visto nada. Falso: el interés (o el ánimo, más que intelectual –ojalá fuera-, escudriñador – bien provistos de visillo y catalejo-) es absoluto, pero unas veces nada se dice porque fastidia, y otras porque hay que protegerse -no alineándose con lo leído o visto- de lo que mora ahí fuera, en ocasiones manifiesto por salvaje, y otras tan escondido, por cierto, como el propio mensaje auténtico de los relatos; pero es que aquello es cinismo, y ésto, literatura. Sutil diferencia.

Alicia es una niña que un buen día, estando en el campo, ve pasar a un conejo blanco a gran velocidad, y le persigue hasta su madriguera, cayendo a través de ella -que resulta ser un agujero cuasi infinito- a un mundo absurdo donde los objetos y los animales hablan y la personalidad y carácter de Alicia parecen diluirse en un ritmo frenético de acontecimientos, hasta llegar a conocer a la reina de corazones, una tirana en toda regla que tiene por la principal de sus aficiones condenar a que le corten la cabeza a todo aquel pobre infeliz que no sea de su misma opinión, y asistir a un juicio como testigo. Un variado periplo, que concluye con el despertar de Alicia, descubriendo que se había quedado dormida.

La representación del personaje del conejo blanco es evidentemente la plasmación del elemento tiempo en la vida del ser humano. Un componente esencial en la existencia, y en efecto, nada hay más veloz y fugaz que la propia vida. Como para desperdiciarlo. En paralelo, este personaje también sirve de catalizador entre realidades, pues conduce a Alicia de un plano a otro. Desde luego, el autor ha querido representar al factor tiempo como aquello que nos va a trasladar a ese mundo ilógico en el que ahora vivimos. Es el tiempo el que lleva a la sociedad, a través de la historia, hasta momentos respecto de los que nadie puede discutir que no son de una especial brillantez en el devenir humano, al punto de colocar a la sociedad en una situación de ultimatum. También es ilustrativo que Alicia cae a través de un agujero sin fin; por lo tanto, el tránsito hacia esa época oscura es negro y en descenso. Y al llegar a ese nuevo mundo, lo que se encuentra Alicia es el completo caos lógico, lo que no es lo mismo que la irrealidad. Es entendible que existen momentos históricos y sociales (no hace falta remontarse muy lejos) que son una realidad y al mismo tiempo una completa locura.

Ya en ese plano, hay seres fantásticos que hacen cuestionar a Alicia su propia naturaleza, su mismo carácter, en definitiva, jugar con ella para que asuma obligatoriamente lo que estos personajes quieren que sea ahí. Y cuando Alicia se ratifica en quien es, sin asumir la imposición ni las órdenes de nadie, lo que genera es un profundo enfado. Estamos ante la manipulación del individuo: la necesidad de los detentadores del poder y de sus acólitos de no ser cuestionados, incluso negando lo objetivo, repitiendo hasta el hartazgo absolutas falsedades e incidiendo en la educación para que el ciudadano achante con su dogma, interiorizándolo sin crítica y fundiéndose con él, colonizando su mente, parasitando su personalidad. El imperio de la mentira.

El juicio que se celebra en el relato es un ejemplo absolutamente contundente de todos los males derivados de la infiltración del poder en la justicia y de la ruptura del principio de separación de poderes. El juez es la propia reina de corazones, por lo tanto, nos encontramos ante el poder ejecutivo actuando como poder judicial, directamente, sin ningún tipo de cortapisa, con desfachatez; el rey, sentado al lado de la reina, es menospreciado y presentado como alguien que se preocupa por cuestiones secundarias a ese juicio, siendo así la viva representación del sometimiento total al poder ejecutivo y a sus decisiones, aunque sean atroces y en ejercicio de atribuciones que no son las suyas. Y finalmente, aunque en ese juicio, que se sigue por el robo de unas tartas, las pruebas no indican que el acusado sea su responsable (los testigos desconocen los hechos), y, es más, aquellas tartas habían vuelto a la mesa (razón sobrada para retirar la acusación) la reina, completamente frustrada, ordena que al acusado le corten la cabeza igualmente. Por lo tanto, aquí son indiferentes la moral, la justicia y el Derecho: lo único que importa es la voluntad del poder, que se reviste de unas facultades que no tiene, porque son de otros, y de unas apariencias y formalidades solemnes, para actuar de forma viciosa y siempre arbitraria, condenado -o perdonando, o amnistiando, o suavizando los castigos…- según le viene en gana, siendo ese poder el verdaderamente inmoral y el jurídicamente responsable de todo lo que pasa.

Por lo tanto, coincidiremos en que las aventuras de Alicia, siendo nuestra protagonista la representante atemporal de una persona como cada uno de nosotros que vive los acontecimientos a los que le lleva un poder desbocado, están muy lejos de quedarse en un simple cuento para niños, y que su “país de las maravillas” es “nuestra tierra del caos”.

“¿Quién decide lo que es apropiado? Y si decidieran ponerse un salmón en la cabeza, ¿tú lo usarías?”

“Solo unos pocos encuentran el camino, otros no lo reconocen cuando lo encuentran, otros ni siquiera quieren encontrarlo.”

“Si yo hiciera mi mundo todo sería un disparate. Porque todo sería lo que no es. Y entonces al revés, lo que es, no sería y lo que no podría ser sí sería.”

“En un mundo de locos, tener sentido no tiene sentido.”

“De modo que ella, sentada con los ojos cerrados, casi se creía en el país de las maravillas, aunque sabía que solo tenía que abrirlos para que todo se transformara en obtusa realidad.”



Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación 



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