lunes, 1 de mayo de 2023

Voltaire: la rebeldía filosófica llevada al Derecho

 

Si ha existido un pensador influyente, a escala universal, ubicado en el periodo de la luz por excelencia, la Ilustración, ha sido François-Marie Arouet (1694-1798), conocido como Voltaire. Fue un hombre dotado de una inteligencia brillante, y por ello muy incómodo para ciertos ámbitos de poder. Con una vida personal inquieta y llena de vaivenes, la conjugación de ciencia, filosofía, literatura y opinión jurídica han hecho de Voltaire el modelo de intelectual, para quien los postulados de Isaac Newton desde lo científico y de John Locke desde lo legal integraron las premisas de sus particulares conclusiones. Ácido, crítico e irónico como pocos en su tiempo, fue por igual admirado en los círculos culturales y rechazado desde algunos sectores afectados por su incisiva prosa, dando lugar, incluso, a la prohibición de ciertos textos suyos.

El avanzado intelecto de Voltaire rápido le hizo reaccionar ante un hecho social del que era testigo directo: la profunda desigualdad jurídica existente entre las personas que integraban la sociedad de sus días. Era consciente de que las diferencias de clase o estamentales, aún teóricamente difuminadas entonces, en la práctica seguían dándose, y los privilegios de clase, por un lado, así como el menosprecio a los derechos de otros colectivos, por otra parte, eran extremos patentes en la vida ordinaria. Voltaire era un hombre práctico, no tanto un filósofo de las ideas, sino una persona interesada en que sus tesis tuvieran un reflejo real en la vida. Por ello no guardaba una relación muy positiva con idealistas (a los que consideraba, realmente, ingenuos), metafísicos o, en general, pensadores que partieran de la premisa de una bondad universal de la especie humana. Para el gran intelectual francés que nos ocupa, el denominado Derecho Natural era un tanto indefendible, pues a escala práctica, aquellos valores inherentes, superiores y ubicados en un hipotético plano superior poco podían significar si su traducción a la vida social era escasa o ninguna.

Por ello, desde la perspectiva del Derecho, considero a Voltaire un positivista, pero con un añadido esencial, dentro de lo que yo podría denominar un positivismo crítico o racio-positivismo.

Del mismo modo que Voltaire no era religioso conforme a los cánones de la Iglesia Católica, pero sí tenia un concepto de causa primera de lo que entendemos por real, ubicada en un plano ontológico distinto al del efecto que produce (nuestra realidad sensible), al tiempo que era marcadamente crítico con el proceder de la estructura terrenal eclesiástica, desde lo atinente al Derecho, el insigne pensador francés era consciente de que las leyes de su época, nominativamente igualitaristas, en la práctica no lo eran en absoluto, y de que la Justicia derivada de su aplicación no contribuía a una igualdad real en derechos y obligaciones de todos los individuos. En definitiva: Voltaire abogó por una igualdad práctica derivada de la corrección de la técnica legislativa y de la actividad judicial. De nada sirve, desde su punto de vista, que una idealización de la Justicia, o de los valores superiores, permanezca en ese plano indefinible si quienes se encargan de redactar las leyes, o de aplicarlas, actúan completamente al margen de aquellos principios y conforme a sus intereses o los de algunos grupos. Esto es: la verdadera igualdad social, la Justicia efectiva, se tiene que obtener con pragmatismo, sin apelar a estratos metafísicos. Responsabilidad del poder, por lo tanto: la desigualdad de la sociedad es fruto de un legislador que no actúa movido por el interés general, poniendo a la ley y a la Justicia intencionadamente al servicio de algunos, no de todos.

Voltaire era partidario de la autoconstrucción del ser humano, es decir: la iniciativa para mejorar como individuo parte del propio sujeto, de su esfuerzo personal, y desde él se deriva a toda la sociedad. La tolerancia, término que fue el paradigma de su filosofía jurídica, empieza a título individual, siendo cada persona quien ha de ser respetuosa con los derechos de los demás, y de este modo, recíprocamente, cada uno con el resto, dando lugar a un estado de verdadera convivencia basada en la consideración a los derechos individuales. Esta es la vía de la auténtica igualdad jurídica. Procederá del esfuerzo humano, de la proactividad de cada uno para poder conseguirlo, sin acudir a una concepción cándida y buenista de nuestra especie o dejarlo en las manos de entidades residentes en planos ignotos.

No es de extrañar que Voltaire llamara a revolverse contra aquellas leyes que, en el fondo, aparte del revestimiento formal, nada tuvieran de justas en el sentido de iguales para todos, pues tal revolución lo sería contra aquellos que siendo responsables de hacer esas normas jurídicas, no habrían, en modo alguno, asumido el deber moral de tolerancia y respeto hacia los demás que debe fundamentar su quehacer.

Un pensamiento, pues, tan práctico como crítico; una revolución intelectual que atraviesa la Filosofía para entrar en lo pragmático, en el Derecho, y así cumplir el fin propio de la Justicia: dar a cada uno su derecho, sin distinciones.

“El ultimo grado de perversidad es hacer servir las leyes para la injusticia.”

“Las discusiones metafísicas se parecen a los globos llenos de aire; cuando revientan las vejigas, se observa cómo sale el aire y no queda nada.”

“La tolerancia no ha provocado nunca ninguna guerra; la intolerancia ha cubierto la tierra de matanza.”

 “Los pueblos a quienes no se hace justicia se la toman por sí mismos más tarde o más pronto.”

“La política es el camino para que los hombres sin principios puedan dirigir a los hombres sin memoria.”

Enlace al artículo publicado en la revista literaria Oceanum: 
https://www.revistaoceanum.com/revista/Numero6_6.pdf#page=24




Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid 
y Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación