domingo, 1 de mayo de 2022

Ana Frank: víctima de la perversión del Derecho Natural

 

Ana Frank (1929-1945) es una de las personalidades más conocidas por su triste relación con la monstruosidad del régimen nazi instaurado por el Tercer Reich alemán, que determinó una vida de persecución, escondite y miedo, pese a lo cual sus palabras, recogidas en su famoso Diario, no pierden la ternura e inocencia que le eran propias. Niña alemana de ascendencia judía, hubo de escapar con su familia a Ámsterdam, en pleno fulgor expansivo de Hitler, cuyas hordas comenzaban a materializar su afán imperialista, invadiendo países y arrasando vidas y bienes, amparándose en unas leyes generadas al efecto y sustentadas en su propia y abyecta comprensión de la moralidad.

El padre de Ana consiguió obtener un lugar donde poder esconderse, la llamada “casa de atrás”, de cincuenta metros cuadrados, en el edificio de la empresa en la que trabajaba, cuyo acceso estaba oculto tras una estantería. Allí Ana leyó y estudió mucho, durante años, al tiempo que escribía en el diario sus vivencias, pensamientos, esperanzas y sentimientos…hasta que el escondite fue descubierto por la policía nazi; por su edad, Ana no fue enviada a la cámara de gas, como sí lo fueron muchos niños judíos menores de quince años, pero, previo el correspondiente tatuaje con el número de identificación en su brazo, el ignominioso rapado de pelo y desinfección, fue llevada a un campo de concentración, donde la vida de Ana se apagó a consecuencia del tifus con la edad de dieciséis años.

La experiencia vital de Ana Frank me lleva a reflexionar sobre la base moral de la ley. Quien escribe estas líneas tiene la firme convicción de que los mundos de la ley y de la ética no pueden considerarse compartimentos estancos, so pena de hacer de la ley una cáscara hueca y de la ética una utópica declaración de intenciones. Ambos planos deben imbricarse para hacer de la ley la materialización de un valor ético, como es la Justicia, y de la ética una realidad vinculante en las relaciones humanas. La ley, el Derecho Positivo en su conjunto, ha de estar sólo al servicio de la ética, ser su instrumento; y la ética fundamentar aquello que se denomina Derecho Natural, los valores más elevados, eternos e inmutables sobre los que se sustenta el carácter civilizado que se presume tiene el ser humano.  

Ahora bien, partiendo de que el Derecho Natural ha de ser la base filosófica de la legalidad positiva, la pregunta es cuál haya de ser la procedencia del propio Derecho Natural. No es una cuestión ésta meramente teórica, sino de una importancia esencial, porque en la respuesta está la consecuencia de que el Derecho cumpla su verdadero fin.

El Derecho Natural, la ética llevada al campo jurídico, no puede venir definida por ningún poder ejecutivo. De ser así, y a salvo que el dirigente sea una persona de bien, cuyas miras trasciendan a sus propios intereses y piense sólo en lo que beneficie a la sociedad y no a él mismo, se produce un muy elevado riesgo de que se impongan como valores morales lo que no son sino auténticas atrocidades, basadas en el egoísmo y en la retención del poder a costa de los bienes jurídicos ajenos; en definitiva: la elevación a principio ético (una muy particular ética, cuyo enlace con la verdadera ni siquiera alcanza a lo nominativo) de las aspiraciones personalistas del poder. Ningún individuo ni dirigente está legitimado para crear una moral ad hoc, ni para erigirse, él mismo, en parámetro de la moralidad ni en moralista, máxime cuando el mero intento de presentarse así dirá de él todo lo contrario, y lo reflejará la historia, trascendiendo cualquier silencio o coacción por él impuesta en sus tiempos.

No podemos olvidar que todo acto de corrupción o acometimiento bélico pretende esconder su verdadera naturaleza monstruosa presentándose a priori como nacido de unos fundamentos, bien legítimos, al aparecer amparados por la norma escrita, o bien sustentados en una pretendida reivindicación ética, cuando lo que en verdad se produce es un uso perverso de la ley o un desvirtuado concepto de la moral para conseguir o conservar el poder, así como otros beneficios exclusivamente personales. El nazismo inoculó unos principios metajurídicos (erigiéndose como única y verdadera fuente de la moral, sustituyendo, en su propia dimensión, a la verdadera ética) que sirvieron para fundamentar el que luego sería un conjunto normativo que legitimó el holocausto. Estamos hablando, por lo tanto, de otra de las facetas del mal: la mentira, la suplantación de los intereses generales por los propios, por medio del uso de la ley y de la ética. Podemos llevar este ejemplo a múltiples acontecimientos del presente, a escala interna e internacional, no siendo preciso detallarlos al ser sobradamente conocidos.

La conclusión es evidente: el poder puede moverse y actuar en varios planos, o dimensiones, y llegar a pervertir al mismo Derecho Natural para sustituirlo por sus propias intenciones, presentándolas como el paradigma de lo virtuoso, y, de este modo, justificar a continuación la promulgación de unas leyes que le sirvan de instrumento ejecutivo a sus solos efectos.

Ante ello, el único Derecho Natural en el que verdaderamente puede descansar la ley positiva es aquél que deriva, no de una persona o conjunto de personas, o de un poder ejecutivo, sino, sólo y exclusivamente, de la razón humana: el denominando iusnaturalismo racionalista, procedente de la inferencia, desde los más elementales y comunes bienes e intereses de la sociedad, de aquellos valores y principios que, per se, no son atribuibles a un solo individuo, sino a todos: la Justicia, la igualdad, la libertad. Frente a los intereses del poder, y como ya supieron ver los grandes filósofos que a lo largo de la historia se han sucedido, desde el Renacimiento hasta la Ilustración, solo acudiendo a la razón, con dejación de lo propio para velar por lo colectivo, se obtendrá una verdadera ética social, que, revestida como el único Derecho Natural posible, hará de la ley positiva el instrumento de la Justicia.

Esta es una reflexión a la que la vida de Ana Frank debe llevar, desde un prisma filosófico y jurídico, con la esperanza de que imprima en la humanidad la luz precisa para poder reconocer, y con ello evitar, un devenir de la historia que parece no tener fin.

“Escribir un diario es una experiencia muy extraña para alguien como yo. No solo porque yo nunca he escrito nada antes, también porque me parece que más adelante ni yo ni nadie estará interesado en las reflexiones de una niña de trece años de edad…”



Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación