martes, 1 de marzo de 2022

León Tolstói: conciencia, bondad y Derecho

 

El autor de Guerra y Paz y Anna Karenina, uno de los más grandes escritores rusos de la historia, León Tolstói (1828-1910) fue un hombre especial, cuyas experiencias le llevaron a tomar una posición ante la existencia que debiera dar lugar a una profunda reflexión en los tiempos actuales. Más allá de su excepcional calidad literaria, sus avatares, su decisión final acerca cómo llevar la vida (esto es, sobre cómo vivir) y sus opiniones sobre la cuestión jurídica y política bien merecen, desde mi punto de vista, dedicarle unas líneas.

Tolstói nació en el seno de una familia noble; su enrolamiento militar y participación en la Guerra de Crimea fueron para él un momento determinante que supuso un acontecimiento parecido a la conversión de San Pablo: en la guerra pudo observar la maldad y la simpleza del género humano, que él achacó, esencialmente, a la falta de conciencia.

Una persona de bien encuentra el principal límite para las actuaciones (propias o de terceros), cuando éstas se desvían del camino de la bondad y de la rectitud, en su propia ética, en su conciencia. Es el individuo quien, por sí mismo, debe negarse a actuar o a participar en actos intrínsecamente malvados y desviados, de los que nada bueno puede obtenerse, siendo la guerra el paradigma de este tipo de situaciones. Tolstói, desde ese momento, adquirió un concepto de la sociedad bastante negativo y prácticamente se transformó en un anacoreta, se fue a vivir al campo, a cultivar la tierra y a dedicarse a escribir sus grandes obras, renegando de la guerra y de la política y convirtiéndose en uno de los referentes del denominado anarcopacificismo. Para Tolstói sólo la lucha interior del ser humano contra su propia desviación del camino de la bondad, esto es, la forja del hombre puliendo sus defectos y vicios, en definitiva, la construcción de su conciencia, salvaría a la sociedad de su completo declive, y además implicaría la pérdida de la dependencia del poder político, esto es, de los gobiernos que, conocedores de la debilidad de la sociedad, se conformarían como imprescindibles para llevar a la masa humana por el camino que estimaran oportuno, habitualmente no el mejor al no fundamentarse en el interés general, sino en el de los integrantes del propio gobierno, en un ejercicio de egoísmo y engaño.

El traslado de estos postulados filosóficos al Derecho resulta evidente: frente a aquellas normas jurídico-positivas que aparezcan desarropadas de cualquier fundamento ético, la sociedad deberá responder, haciendo valer los principios más esenciales del Derecho Natural, que residen en el ámbito de lo que Tolstói denominó conciencia y que no es sino el sustrato verdadero de lo que ha de ser la humanidad. La respuesta social, mediante la resistencia ética, pacífica (que fue la inspiración para Ghandi en India) implicará que la humanidad ha crecido desde un punto de vista interior, al haber construido una ética inquebrantable, edificada tras la lucha contra sus debilidades. Nos encontramos, en definitiva, con el vivo ejemplo de un iusnaturalismo racionalista, extraído desde el interior de la persona, al encontrarse en la propia esencia del hombre y de la sociedad. En la pugna entre la norma positiva injusta, o los actos del poder cubiertos por ella, y la norma moral de la sociedad, ésta deberá siempre prevalecer, con independencia de las consecuencias que se deriven de este conflicto: el único decisivo para la humanidad y el único que debería existir.

El paralelismo con la consideración más decepcionante del aforismo ubi socitas, ibi ius, al estimar la existencia del Derecho Positivo como la triste consecuencia de la incapacidad humana para resolver los problemas de una forma directa y ética, sin el recurso a terceros, o con la resistencia pacífica ante la injusticia y el poder que tantos otros pensadores enarbolaron con el devenir de los siglos, es evidente. Tolstói renegó de guerras y de gobiernos, abogó por un crecimiento del hombre (y por extensión, de la sociedad) sobre la base de su construcción interior; un despertar de la conciencia social que hiciera posible la liberación completa de la misma y el descubrimiento de su verdadero ser, despojado del yugo del poder. En definitiva, un eterno retorno del Derecho Natural, tan presente en la historia de la humanidad y tan opacado al mismo tiempo por quienes no tienen interés alguno en que la humanidad emprenda el camino que le corresponde: el del bien.

“Resulta evidente que el poder, para ser bien ejecutado, debería estar en las manos de los mejores hombres. Sin embargo, la propia naturaleza del poder crea rechazo en éstos y hace que se encuentre siempre en las manos de los peores. Es así que siempre ha suscitado, y siempre lo hará, las causas principales de los males de la humanidad.”

“Establecer la relación con los demás basándose en la ley “no hagas a los demás lo que no quieras que los demás te hagan a ti”, reprimir las malas pasiones, no ser ni amo ni esclavo de nadie, no fingir, no mentir ni por temor ni por lucro, no eludir las exigencias de la ley suprema de la conciencia. Todo esto exige esfuerzo. Sin embargo, imaginar que determinada forma de gobierno conducirá por una vía mística a todos los hombres a la equidad y a la virtud y para ello repetir lo que dicen los hombres de un partido, discutir, fingir, insultar y batirse, se hace por sí mismo y sin necesidad de esfuerzo. Es así como surge la teoría según la cual será esta segunda opción la que mejore la vida de los hombres.”

“Considero al gobierno como una institución consagrada por la tradición y la costumbre para cometer impunemente la violencia y los crímenes más espantosos; la promoción del alcoholismo, el embrutecimiento, la depravación, la explotación de la gente por los ricos y poderosos…Por esa razón pienso que los esfuerzos que desean mejorar la vida social deben tender a librar a los hombres de los gobiernos. Este objeto, según mi entender, se consigue por un solo medio: el perfeccionamiento interior, religioso y moral de los individuos. Cuanto más superiores sean los hombres bajo este punto de vista, mejores serán las formas sociales bajo las cuales se agruparán y menos necesaria será la figura del gobierno. Al contrario, cuanto más inferiores sean los hombres mayor será el poder del gobierno y mayor el mal que cometa. De manera que el mal causado a los hombres por el gobierno será proporcional al estado moral y religioso de la sociedad.”

 “La práctica de la violencia no es compatible con el amor como la ley fundamental de vida.”




Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación