sábado, 25 de diciembre de 2021

Blancanieves: la condición humana, razón y trasfondo del uso del Derecho

 

Blancanieves es uno de los cuentos más conocidos del mundo. Ahora bien; las versiones que se han dado del mismo han sido sumamente dulcificadas al efecto de obtener la mayor difusión posible de este relato, en buena medida espoleadas dichas versiones en aras a la obtención de unos beneficios económicos que de otra manera quizá no se lograrían, a través, en especial, de la industria cinematográfica. Desde la realidad de la historia original narrada en el cuento, se puede advertir una muy pronunciada oscuridad, con manifestaciones de la constante tensión entre los mundos de la Ética y del Derecho, que, lejos de aparecer de una manera armoniosa entre ellos, se enfrentan entre sí y en esa pugna no resulta precisamente un vencedor claro. En verdad, esta ambivalencia es fiel reflejo de la condición humana.

La historia original narra como una reina tuvo una hija de piel blanca como la nieve, labios rojos como la sangre y pelo negro como el ébano. La reina murió, y el rey, padre de Blancanieves, se casó en segundas nupcias con una mujer de notable belleza, pero de muy malos sentimientos, crecientes al no poder soportar que hubiera alguien más hermoso que ella, como lo era su hijastra Blancanieves. Desde este punto de partida, el cuento se transforma en la descripción de un auténtico plan criminal de la madrastra de Blancanieves para acabar con ella: desde el recurso al crimen de sicarios (encomendando a un cazador para que la persiga y mate, aparte de traerle pruebas físicas del cadáver) hasta el uso y abuso de la agravante de disfraz para conseguir consumar el homicidio, haciéndose pasar la propia madrastra por otras personas con la finalidad de conseguir que aquellos objetos que le ofrecía a Blancanieves produjeran el fin pretendido, su muerte; cosa que prácticamente se consigue con la famosa manzana envenenada.

Este iter criminis, esta cristalización progresiva de los delitos hasta su consumación, precedida de varias tentativas tanto idóneas como inidóneas, unas frustradas por la intervención de terceros en el curso causal (el cazador, a quien sus principios éticos le impiden dar cumplimiento al mandato de la reina y no mata a Blancanieves; o los siete enanitos, que la custodian y protegen de los reiterados intentos de acabar con su vida) y otras incompatibles con la posibilidad objetiva de lograr per se el resultado pretendido (como el empleo de un peine o de unas cintas para el cuello con esa finalidad), tiene un simple y elemental móvil: la perversión ética, la degradación de los valores morales del sujeto activo de los delitos, en este caso la reina madrastra, corrompida por el mal, tan humano, de la envidia. Con ello quiero significar que en la base de la aparición del conjunto normativo que constituye el Derecho Penal, se encuentra la cara más perversa de la condición humana, que debe ser objeto de regulación. Pero dicha normativa no puede evitar que el desvío de los principios de la Ética se produzca. Su misión es contener al monstruo, responder con la pena a los daños que produce. Pero el mal es un hecho; el monstruo existe. Un mayor nivel de moralidad en la sociedad implica la caída de las ratios de la comisión de ilícitos penales y por lo tanto una menor (y deseable) aplicabilidad de una rama del Derecho que nació como último recurso, hoy convertida en el primer mecanismo jurídico. La solución no está en el Derecho, sino en la Ética, siendo una muestra de esperanza la decisión del cazador de incumplir la ley dictada por la reina malvada. Desacata la orden asumiendo las consecuencias, porque sabe que hay otra norma superior que se lo impide: los valores de la moral, el siempre presente Derecho Natural, que legitima la desobediencia a aquellas normas que, sólo formalmente, tienen carácter y naturaleza de ley, y cuyo trasfondo auténtico está presidido por el mal.

No solo esta moraleja se extrae del cuento; su giro final es también muy significativo. Una vez que el príncipe observa la belleza de Blancanieves, quien se encontraba ya en el sueño de la muerte atragantada por la manzana, al ser trasportada al castillo del príncipe, como consecuencia del traspiés de uno de los portadores del ataúd, el pedazo de manzana que Blancanieves tenía en la garganta salió y revivió, casándose con el príncipe. Una vez que el nuevo matrimonio supo que la malvada madrastra fue la responsable de aquellos hechos y que incluso, movida por la enfermiza envidia, había estado presente en la boda, el ya rey ordenó su detención y le aplicó un castigo brutal: la fabricación de unos zapatos de hierro, que serían calentados para estar al rojo vivo, con los que la madrasta habría de bailar desnuda, delante de ellos, hasta morir.

La aplicación de esta justicia nos devuelve a los claroscuros del ser humano: quienes se presentan a priori o de cara a la galería como los paradigmas y emblemas de la rectitud, de la moralidad y del respeto, no son, en absoluto, ejemplo de nada ni están legitimados para dar lecciones de Ética, pues su perversión (aquí cristalizada en la sanguinaria venganza) es igual o superior a la propia de los demás. Sólo es la forma lo que cambia, y a ello apunta el cuento de Blancanieves: el mundo de las apariencias, como el mundo de la legalidad positiva, en múltiples ocasiones parece compatible con la Justicia, pero su trasfondo se encuentra corrompido desde el plano de la Ética, y es sólo ésta la que hace posible un mundo verdaderamente elevado y, de verdad, justo.

“Cuando rompa la tierna cáscara, para saborear la manzana en mi mano, su respiración se calmará, su sangre se congelará, ¡Entonces seré la más bella en la tierra!”.

“Tan hermosa era aún muerta, que los enanos no tuvieron corazón para enterrarla. Confeccionaron un ataúd de cristal y de oro, y estuvieron a su lado eternamente”.



Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación 


miércoles, 1 de diciembre de 2021

José Luis Sampedro: los valores éticos, por encima de todo

 

José Luis Sampedro (1917-2013) fue un economista español que realizó importantísimas aportaciones al respecto de la situación social actual y su evolución. Desde el pensamiento económico (que, como todas las ramas del saber, se asienta sobre premisas filosóficas) sus tesis se extienden hacia todas las dimensiones de la vida, confiriéndoles, de este modo, un alcance polifacético, propio de un humanista contemporáneo.

Catedrático de Estructura Económica de la Universidad Complutense de Madrid, Académico de la Real Academia Española, escritor y Premio Nacional de la Letras, José Luis Sampedro significó en múltiples entrevistas un planteamiento crítico sobre la deriva actual de la sociedad, que arranca a partir de una inversión de ciertos principios de la Economía, para, conjugada con la crisis educativa, dar lugar a una sociedad dirigida, acrítica y en buena medida encadenada por miedos infundidos desde el poder. Lógicamente, el Derecho, como ciencia social, refleja esta línea de pensamiento, toda vez que la sujeción a la ley no lo es tanto porque ésta sea entendida como justa, sino por el miedo a las consecuencias de no someterse a ella.

Los valores éticos, que son los que, efectivamente, definen a la humanidad, han resultado postergados por dos conceptos: el mercantilismo y el miedo. Todo se construye sobre la necesidad de generar riqueza, primando la producción sobre las necesidades (invirtiendo de este modo la concatenación lógica de la Economía: ante la necesidad, surge la producción, y no a la inversa) de modo que, en realidad, el poder fomenta la producción de bienes, el movimiento de dinero, y a continuación genera en la sociedad la necesidad imperiosa de consumir lo que se produce, al margen de que dicha necesidad sea auténtica y de cuál sea la calidad de lo producido. Las normas jurídicas no son ajenas a esta situación, y se ponen al servicio del mercado en los términos descritos, anteponiendo la cobertura de la satisfacción de estas “necesidades” al respeto de los valores humanos, generando con ello una degradación generalizada del sistema, en el que la educación, el respeto, la consideración debida a la persona por el solo hecho de ser persona y detentar unos derechos subjetivos fundamentales queda absolutamente marginada, dado que todo esto (que verdaderamente es lo importante) no genera dinero. De hecho, el fenómeno de la corrupción, aunque se presente de las formas más alambicadas posibles, en su fuente, es muy sencillo de entender: la sustitución de la Ética por el dinero, la puesta de un precio al ser humano.

Al tiempo, los sistemas educativos no fomentan el libre pensamiento, sino que contribuyen al encorsetamiento social sobre la base de la asimilación de datos desprovistos de una reflexión filosófica que lleve a negar hechos que se presentan como irrefutables y que alientan el mecanicismo del sistema, que, en definitiva, a lo que lleva es a la destrucción del ser humano, a despojarle de personalidad y convertirle en una masa cuyo movimiento a través de los acontecimientos históricos y de los hechos cotidianos en modo alguno es libre (aunque se piense lo contrario) sino dirigido de una forma intencionada hacia el materialismo más cruel. Es por ello que José Luis Sampedro siempre clamó por que la juventud (y por extensión toda la sociedad) se rebelase, que pusiera un freno de cara al futuro para hacer que la crisis indiscutible del presente, la ruptura inexorable del modelo social actual, llevara a un mundo en el que volvieran a prevalecer los principios de la Ética.

En el pensamiento de José Luis Sampedro, completamente acertado desde mi punto de vista, confluyen los planteamientos filosóficos de grandes autores de la historia de la humanidad: desde Marco Aurelio, para quien la educación era el más importante servicio público, hasta José Ortega y Gasset, con su concepto de masa social, pasando por Bertrand Russell y la defensa a ultranza de los derechos humanos, llamando a la revolución social frente a aquellos mandatos que, aun presentándose de otra manera, suponen un abierto atentado a la Ética.

Jurídicamente, qué duda cabe que esos principios de la Ética deben configurar a la norma positiva. Son los postulados del Derecho Natural, los valores esenciales de la humanidad, los que deben legitimar a los ordenamientos jurídicos y justificar la obligatoriedad de las normas. Pensemos, por lo tanto, en lo siguiente: ¿qué nos motiva a cumplir la ley: nuestra convicción de que esa ley es respetuosa con nuestros derechos, es buena para con nosotros, o por el contrario, la cumplimos por el miedo a la sanción derivada de no acatarla, aunque francamente sepamos que dicha norma no nos procura algo favorable? La respuesta a esta cuestión es la que marca la deriva de la humanidad y la que ofrece una solución de futuro.

“Nuestro tiempo es para mí, esencialmente, un tiempo de barbarie. Y no me refiero solo a la violencia, sino a una civilización que ha degradado los valores que integraban su naturaleza. Un valor era la Justicia.”

“Hay una cosa que me preocupa: hasta qué punto se están destruyendo valores básicos. No hablo ya de derechos humanos, sino de la Justicia, la libertad, la dignidad, que son constitutivas de la civilización.”

“Gobernar a base de miedo es muy eficaz. Si usted amenaza a la gente diciendo que les va a degollar y luego no lo hace, entonces les puede explotar y azotar. Y la gente dice “bueno, no es tan grave”. El miedo hace que no se reaccione. El miedo hace que no se siga adelante. El miedo es, desgraciadamente, más fuerte que el altruismo, que la verdad, más fuerte que el amor. Y el miedo nos lo están dando todos los días en los periódicos y en la televisión.”

“La humanidad ha progresado técnicamente de una manera fabulosa, pero nos seguimos matando con una codicia y una falta de solidaridad escandalosas. No hemos aprendido a vivir juntos y en paz.”



Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación