Blancanieves es uno de los cuentos más conocidos
del mundo. Ahora bien; las versiones que se han dado del mismo han sido
sumamente dulcificadas al efecto de obtener la mayor difusión posible de este
relato, en buena medida espoleadas dichas versiones en aras a la obtención de
unos beneficios económicos que de otra manera quizá no se lograrían, a través, en especial, de la industria cinematográfica. Desde la realidad de la
historia original narrada en el cuento, se puede advertir una muy pronunciada
oscuridad, con manifestaciones de la constante tensión entre los mundos de la
Ética y del Derecho, que, lejos de aparecer de una manera armoniosa entre
ellos, se enfrentan entre sí y en esa pugna no resulta precisamente un vencedor
claro. En verdad, esta ambivalencia es fiel reflejo de la condición humana.
La historia original narra como una reina tuvo
una hija de piel blanca como la nieve, labios rojos como la sangre y pelo negro
como el ébano. La reina murió, y el rey, padre de Blancanieves, se casó en
segundas nupcias con una mujer de notable belleza, pero de muy malos
sentimientos, crecientes al no poder soportar que hubiera alguien más hermoso
que ella, como lo era su hijastra Blancanieves. Desde este punto de partida, el
cuento se transforma en la descripción de un auténtico plan criminal de la
madrastra de Blancanieves para acabar con ella: desde el recurso al crimen de
sicarios (encomendando a un cazador para que la persiga y mate, aparte de traerle
pruebas físicas del cadáver) hasta el uso y abuso de la agravante de disfraz
para conseguir consumar el homicidio, haciéndose pasar la propia madrastra por
otras personas con la finalidad de conseguir que aquellos objetos que le
ofrecía a Blancanieves produjeran el fin pretendido, su muerte; cosa que
prácticamente se consigue con la famosa manzana envenenada.
Este iter
criminis, esta cristalización progresiva de los delitos hasta su
consumación, precedida de varias tentativas tanto idóneas como inidóneas, unas
frustradas por la intervención de terceros en el curso causal (el cazador, a
quien sus principios éticos le impiden dar cumplimiento al mandato de la reina
y no mata a Blancanieves; o los siete enanitos, que la custodian y protegen de
los reiterados intentos de acabar con su vida) y otras incompatibles con la
posibilidad objetiva de lograr per se
el resultado pretendido (como el empleo de un peine o de unas cintas para el
cuello con esa finalidad), tiene un simple y elemental móvil: la perversión ética,
la degradación de los valores morales del sujeto activo de los delitos, en este
caso la reina madrastra, corrompida por el mal, tan humano, de la envidia. Con
ello quiero significar que en la base de la aparición del conjunto normativo
que constituye el Derecho Penal, se encuentra la cara más perversa de la
condición humana, que debe ser objeto de regulación. Pero dicha normativa no
puede evitar que el desvío de los principios de la Ética se produzca. Su misión
es contener al monstruo, responder con la pena a los daños que produce. Pero el
mal es un hecho; el monstruo existe. Un mayor nivel de moralidad en la sociedad
implica la caída de las ratios de la comisión de ilícitos penales y por lo
tanto una menor (y deseable) aplicabilidad de una rama del Derecho que nació
como último recurso, hoy convertida en el primer mecanismo jurídico. La
solución no está en el Derecho, sino en la Ética, siendo una muestra de
esperanza la decisión del cazador de incumplir la ley dictada por la reina
malvada. Desacata la orden asumiendo las consecuencias, porque sabe que hay
otra norma superior que se lo impide: los valores de la moral, el siempre
presente Derecho Natural, que legitima la desobediencia a aquellas normas que,
sólo formalmente, tienen carácter y naturaleza de ley, y cuyo trasfondo
auténtico está presidido por el mal.
No solo esta moraleja se extrae del cuento; su
giro final es también muy significativo. Una vez que el príncipe observa la
belleza de Blancanieves, quien se encontraba ya en el sueño de la muerte
atragantada por la manzana, al ser trasportada al castillo del príncipe, como
consecuencia del traspiés de uno de los portadores del ataúd, el pedazo de
manzana que Blancanieves tenía en la garganta salió y revivió, casándose con el
príncipe. Una vez que el nuevo matrimonio supo que la malvada madrastra fue la
responsable de aquellos hechos y que incluso, movida por la enfermiza envidia,
había estado presente en la boda, el ya rey ordenó su detención y le aplicó un
castigo brutal: la fabricación de unos zapatos de hierro, que serían calentados
para estar al rojo vivo, con los que la madrasta habría de bailar desnuda,
delante de ellos, hasta morir.
La aplicación de esta justicia nos devuelve a los
claroscuros del ser humano: quienes se presentan a priori o de cara a la galería como los paradigmas y emblemas de
la rectitud, de la moralidad y del respeto, no son, en absoluto, ejemplo de
nada ni están legitimados para dar lecciones de Ética, pues su perversión (aquí
cristalizada en la sanguinaria venganza) es igual o superior a la propia de los
demás. Sólo es la forma lo que cambia, y a ello apunta el cuento de Blancanieves:
el mundo de las apariencias, como el mundo de la legalidad positiva, en
múltiples ocasiones parece compatible con la Justicia, pero su trasfondo se
encuentra corrompido desde el plano de la Ética, y es sólo ésta la que hace
posible un mundo verdaderamente elevado y, de verdad, justo.
“Cuando rompa la
tierna cáscara, para saborear la manzana en mi mano, su respiración se calmará,
su sangre se congelará, ¡Entonces seré la más bella en la tierra!”.
“Tan hermosa era aún
muerta, que los enanos no tuvieron corazón para enterrarla. Confeccionaron un
ataúd de cristal y de oro, y estuvieron a su lado eternamente”.
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