jueves, 1 de junio de 2023

Leónidas: disciplina espartana y Derecho

 

Leónidas I (540-480 a.C.) es una figura histórica elevada en la actualidad a la categoría de mito, ejemplo de valentía, coraje y entrega abnegada a una causa superior. A esta idealización ha contribuido indiscutiblemente el cine, a través de la película 300, del director Zack Snyder. El rey Leónidas lo fue de Esparta, en un momento en el que convivieron dos monarcas, procedentes de estirpes distintas. Nuestro protagonista recibió la formación propia de un guerrero, pero potenciada hasta límites que en la actualidad son imposibles de entender. Precisamente por ello él mismo se puso al frente de la batalla principal tras la que se decidiría el futuro de Esparta y de Grecia en su conjunto. La situación no era favorable, pues el adversario ardía en cólera. Se trataba del imperio persa, una auténtica máquina de guerra y conquista cuya expansión hacia occidente ya había superado el ámbito de la amenaza. El ejército persa era muy numeroso, casi multitudinario, y como he anticipado, venía de una derrota precedente sufrida en la batalla de Maratón, cuestión que el rey Jerjes no dejaba de tener muy viva en su cabeza; de modo que a lo aplastante de la fuerza persa se le unía la voluntad de venganza.

Leónidas reclutó a un escueto ejército, de 300 hombres, y contaba solo con ellos, pues el resto de tropas griegas no estaban disponibles para ayudarles, entre otras razones al celebrarse la fiesta religiosa de los Juegos Olímpicos. De modo que, a priori, la estrategia militar sería clave para, al menos, desgastar al enemigo y, de este modo, se planeó que los persas no tuvieran más remedio que adentrarse en Esparta a través de un desfiladero, lo que fue el origen de la célebre batalla del estrecho de las Termópilas. Aunque la idea era buena, los persas no se caracterizaban por la ingenuidad y supieron contrarrestar esta iniciativa espartana recurriendo a la traición de uno de los suyos, que les reveló la pretensión, y aparentaron entrar con todas sus fuerzas por el estrecho mientras otra parte del ejército lo rodeaba para así atacar envolviendo a Leónidas por todos los frentes, sin escapatoria.

Llegados a ese punto, el rey y sus hoplitas afrontaron, en sólida unidad, la estampida de los persas, siendo aniquilados por ellos, cayendo Leónidas dignamente en batalla, asaetado por las lanzas del enemigo, quien ni tan siquiera respetó después su cadáver, pues la inquina de Jerjes llevó a que fuera despedazado, ya sin ninguno de los 300 en pie para que pudiera proteger sus restos, y su cabeza puesta en una picota.

Estos hechos me conducen a una serie de reflexiones de corte filosófico y jurídico. Considero que, desde un punto de vista exclusivamente formal, o si se prefiere, de Derecho Positivo, los 300 de las Termópilas actuaban bajo un principio de unidad, fundamentado en la idea de patria, tan propio de la Grecia clásica, iniciado en las ciudades-estado, y que les confirió el motivo fuerte y necesario para dar su vida por Esparta. Eran leales a un concepto técnico-jurídico de nación espartana, como pueblo con sus propias reglas, costumbres, creencias e idiosincrasia, y sobre todo unido ante el enemigo, unificado ante la adversidad. Este principio jurídico-público de unidad del Estado, que posteriormente fue consagrado en textos constitucionales modernos y contemporáneos, ya entonces se manifestó en la entrega de los espartanos dirigidos por Leónidas, defendiendo, todos, su hogar. Cómo me gustaría poder afirmar que, en la actualidad, esta misma noción de patria unida, como definición jurídica del propio Estado, materializada en la defensa unívoca de la nación, fuera una realidad. Las diferencias que se han creado dentro de los estados entre los diversos territorios que los componen, a veces abismales, e incluso de confrontación con el principio supremo de la unidad, espoleado todo ello por el transitorio poder, merced a intereses espurios en cuanto que personalistas, hace que yo tenga por cierto que tal principio se respetó más hace dos mil años que hoy día. De la unión espartana nació posteriormente el vínculo entre todas las polis griegas, los lazos inseparables de una Grecia contra el imperio persa, que cayó finalmente derrotado en la batalla naval de Salamina, para la que Leónidas, con su resistencia en las Termópilas, antes había dado tiempo al efecto de que todos los griegos se aliasen contra el enemigo, mientras él se sacrificaba en el estrecho.

Y desde una perspectiva ética, o de Derecho Natural, es muy conocida la moral de los espartanos, y lo es por su crudeza, por su exigencia. La llamada agogé, la educación espartana, austera, obligatoria y de la mano del Estado, imponía una militarización de la vida, curtiendo a los niños desde su práctico nacimiento para que fueran duros, íntegros, dignos, luchadores. Sin duda se llegaba a extremos de crueldad, pues se aplicaba la eugenesia a los recién nacidos que se consideraban no aptos para tal tipo de educación y se sometía a los infantes a la intemperie, al hambre, la suciedad y la competición entre ellos para ser los mejores de entre los mejores, para poner su vida al servicio de la defensa de Esparta.

No queriendo trasladar de forma literal un modelo como el expuesto a la actualidad, pues es hijo de su tiempo, cierto es que aquella disciplina espartana, que hoy podría muy bien traducirse en una formación en la integridad, en la seriedad, en el trabajo constante, en la valentía ante la adversidad, en el tesón, en la búsqueda de un conocimiento lo más amplio posible y sin tergiversaciones, contribuiría a conformar una sociedad tan sólida como crítica, con individuos intelectualmente fuertes, y con ello estoy convencido de que muchas vicisitudes de la política actual serían imposibles de ver en la realidad, por tan evidentes como insoportables, y lo mismo ocurriría con tantas leyes que se separan del bien común de una forma clamorosa. Para los espartanos su moral era la ley: “Caminante, ve a Esparta y di a los espartanos que aquí yacemos por obedecer sus leyes”, rezaba el epitafio de los 300 en el paso de las Termópilas. ¿Será ésta la razón por la que el poder impide que los sistemas educativos actuales revistan esas características, incidiendo en ellos para evitar que la sociedad perciba los móviles auténticos de sus actuaciones, y propiciando, en su lugar, una mayor debilidad e ignorancia que faciliten el control de la humanidad a todos los niveles? La respuesta a esta cuestión nos llevará a saber en dónde se residencian los problemas que azotan a nuestra sociedad del siglo XXI.

- Cuando al rey espartano le preguntaron por qué Esparta no tiene murallas, señaló a sus soldados y dijo: "Ésta es la muralla de Esparta".

- Cuando le preguntaron hasta donde llegaban los dominios de Esparta, alzó su lanza y dijo: "Hasta donde ésta pueda llegar".

- Cuando a un soldado espartano le preguntaron por qué luchaban con espadas tan cortas dijo: "Porque así podemos estar más cerca del enemigo".

- Cuando un mensajero pidió tierra y agua como símbolo de sumisión, el rey espartano Leónidas lo lanzó a un pozo para que pudiera él mismo recoger el agua y la tierra.

- Cuando a una mujer espartana le preguntaron por qué los hombres espartanos permitían tanta libertad a sus mujeres, ella respondió: "Porque solo las mujeres espartanas traemos al mundo a hombres de verdad".

- Al describir la mentalidad espartana, Plutarco dijo: "Los espartanos no preguntan cuántos son los enemigos, sino dónde están".

- Cuando el rey persa Jerjes pidió a los espartanos que se rindieran y entregaran sus armas, ellos respondieron: "Venid a por ellas".




Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación