jueves, 28 de diciembre de 2023

Negan Smith: la ley del miedo

 

Negan Smith es un personaje de ficción, quizá el antagonista más relevante de la exitosa serie televisiva The Walking Dead, interpretado por el actor norteamericano Jeffrey Dean Morgan, quien supo dotarle de una profundidad y aristas psicológicas muy interesantes, de tal modo que lo acercó a un concepto de personalidad comprensible, con sus ambivalencias o claroscuros; un carácter siempre fuerte, en absoluto perfecto, pero al mismo tiempo en evolución, en un dinamismo desde la brutalidad hasta una especie de redención o prevalencia final de la razón, todo ello determinado por la presencia, al principio ciertamente difusa pero al final cristalina, de una ética personal e incluso pública que concluyó definiendo la conducta de Negan.

Nuestro personaje es el líder de un grupo denominado “Los salvadores”, que, en el marco de un mundo postapocalíptico, dominado por la trasformación de la humanidad en muertos vivientes, se ha erigido en garante de la seguridad de las comunidades humanas frente al asedio de dichos muertos vivientes (los caminantes) y de los propios grupos de no infectados ante los ataques recíprocos entre ellos. El motivo por el que Negan adquiere esta posición de líder procede de un acontecimiento personal que supuso una inflexión importante en su vida: su esposa Lucille, a la que quería pese a sus devaneos e infidelidades, enfermó de cáncer y a partir de ese momento él se dedicó a su cuidado. Al acudir a por medicación para ella, fue asaltado, y posteriormente, cuando llegó de vuelta a su casa, se encontró con su mujer ya transformada en zombi y con un mensaje escrito de que acabase con ella, cosa que hizo. Desde entonces, armado con un bate de béisbol recubierto de espinos, al que bautizó con el nombre de su mujer, configuró un grupo que se dedicó a extorsionar a otros colectivos humanos, exigiendo diezmos (ciertamente, la mitad de sus recursos, una práctica confiscación) por su protección, y cobrándose tributos, incluso de sangre, a cambio de garantizarse la lealtad de esas comunidades.

Negan estableció, sin duda, un auténtico sistema normativo configurado por él mismo, como un dictador, con el culto a su persona como pilar maestro, del que dimanaban las normas, justificadas en un pretendido bien colectivo, pero a costa de una supervivencia siempre vinculada a su deificación. Con el paso de los acontecimientos, la brutalidad que Negan desarrollaba para imponer su ordenamiento de salvación sobre las comunidades fue dando lugar a ciertas resistencias en aquellos grupos y por lo tanto a enfrentamientos entre sus líderes, que concluyeron de una manera muy poco favorable, no solo para el propio Negan, quien termina encerrado por el líder de otra comunidad, sino para las personas que se encontraban en el medio de tales enfrentamientos por el liderazgo. Todo este devenir da lugar a que Negan se plantee internamente si esa forma de proceder, basada en el miedo, es correcta desde un punto de vista ético. Si bien siempre contó con ciertas pinceladas de principios morales, como las máximas de la protección del colectivo, del respeto a la jerarquía o una idea de justicia –aunque un tanto desvirtuada, pues se trataba de su propia justicia, a modo de justiciero- fue a partir de su caída cuando aquella reflexión se materializa en un cambio real, en el que el personaje entiende que, sin renegar de la necesidad de ser fuerte y de su carácter determinado, debe encauzar los medios por un camino mejor, más inteligente y que suponga un menor daño para aquellos que ciertamente quiere proteger.

La historia de Negan tiene esta profundidad e interés por su perspectiva filosófica y también jurídica. Nos encontramos con una transformación del ser humano a través de la vía de la ética personal. Negan Smith es un personaje con principios, no nos encontramos ante un completo inmoral, pero sí ante alguien en el fondo muy dolido por razones personales, en cierta forma rabioso, decepcionado, iracundo, lo que le hace enfocar esos buenos principios a través de unas formas inadecuadas. Estamos ante la viva manifestación de cómo unos concretos medios no justifican el fin que se pretende. Y es más: aparte de la patente brutalidad de los mecanismos empleados, la inadecuación para el fin pretendido es también objetiva, por cuanto los resultados no son positivos, ya que llevan al enfrentamiento entre comunidades y al sufrimiento humano. A todo ello hay que añadir, especialmente, que esta forma de entender la moralidad pivota sobre el propio líder, nace de él mismo esa forma de actuar, la impone al resto de afines so pena de matarles e, incuestionablemente, deriva de su propia idealización. De modo que en realidad, ese mal entendido sentir de protección hacia la comunidad no es sino un sistema de pedestalización de su propia persona, con consecuencias negativas evidentes, no solo para los colectivos humanos, sino para él mismo, pues resulta derrocado.

Por lo tanto, desde un prisma filosófico, tenemos que no solo resulta importante contar con principios éticos a título personal -y público en el caso de quien gobierne-, sino también saber ejecutarlos debidamente. Ha de existir una moral efectiva, tanto interna como en la forma de manifestarse, de modo que, aun en presencia de ciertos principios éticos, si en el momento de materializarlos, o de llevarlos a la práctica, aquello que predomina es el egoísmo, representado en la conservación del poder a costa de todo, esto es, en la gloria personal, el resultado va a ser destructivo, pero para todos: para la sociedad y para el propio líder, porque su forma de proceder lleva a la confrontación, a la generación de facciones, y de dicha pugna el líder no va a salir indemne, por más que él crea otra cosa.

Abordando estas consideraciones desde la perspectiva jurídica, es de ver que las leyes que dimanen de un poder que actúe de forma egoísta, sin ética o, en el mejor de los casos, con un mal entendimiento de cómo llevar a efecto el interés general que dice pretender, lo que van a ocasionar es tensión social, desunión y confrontación, es decir: un daño. Y tales normas positivas –que se acatan en cuanto que obligatorias y solo por miedo a sanciones, presiones o persecuciones-, en tanto que contrarias a la ética pública, no serán legítimas. La ilegitimidad de tales leyes cristalizará en el exterior en forma de conflicto social constante, que en modo alguno se produciría si las leyes corrieran parejas con la verdadera defensa del interés general. El problema de que el poder genere dicha tensión constante a nivel social es que su progresión es impredecible y puede terminar de la peor manera, arrastrando al propio poder, causante y víctima del mal ajeno y del suyo propio. Negan tuvo un arrebato final de lucidez, y pudo reflexionar sobre su forma de actuar, como hombre cabal que era; en el fondo, de verdaderos principios, y supo reconducirse, tratando de ajustar los medios hacia el buen fin.

Ojalá de la ficción se pasara a la realidad, y aquellos que dirigen el destino social supieran orientar su acción verdaderamente hacia el bien común y no hacia su único y personal beneficio. Pero para ello, lo primero, es contar con una ética personal que lleve implícito el concepto de interés general y, en definitiva, el de saber estar y comportarse dignamente, sin cinismo y con altura de miras, cuando en las manos de uno está el futuro de todos.   

"Si alguien se mueve o dice algo, sacadle al chico el otro ojo y hacédselo tragar a su padre, luego seguimos"

"Por si no te has dado cuenta, te he metido a Lucille hasta la garganta y tú me has dado las gracias"

"¿Conoces ese chiste sobre un gilipollas llamado Rick, que creía saberlo todo y no sabía nada y consiguió que mataran a toda la gente que iba con él? Ese eres tú"




Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid 
y Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación 


viernes, 1 de diciembre de 2023

Alicia "en el país de las maravillas": un cuento que no lo es

 

Lewis Carroll (1832-1898) fue un matemático, fotógrafo y escritor inglés, cuya faceta literaria, iniciada a través de la publicación de cuentos breves en algunas revistas, despuntó con uno en especial, Alicia en el país de las maravillas, al que le siguió Alicia a través del espejo.

Mucho se ha escrito y estudiado sobre estas obras, y la conclusión a la que se llega es que ambos relatos están más allá de ser libros infantiles; se trata de una narrativa de notable profundidad, dotada de un gran simbolismo, con un tinte crítico encubierto que, a través de la visión del adulto experimentado, se manifiesta claramente hacia el exterior. Y a ello ha de añadirse que resulta sorprendente su proximidad, haciendo de Carroll un escritor inteligente, pues supo exponer de forma metafórica la naturaleza de la sociedad, del poder e incluso de la forma de proceder en Derecho, presentando una peculiar acción de la justicia, que, como digo, a la luz del día de hoy se entiende perfectamente.

Se ha encuadrado el cuento de Alicia dentro de lo que ciertos expertos consideran un tipo de literatura surrealista. Discrepo de esta catalogación. Sí creo que se trata de un relato metafórico, que lleva a una moraleja, pero no lo estimo con un nivel de alteración de la realidad de tal calibre que suponga una deformación de la misma para generar un mundo desconectado totalmente con el real, o constitutivo de un contexto fantástico alternativo. En modo alguno. Los escritores, en ocasiones por ser así su estilo y en otras –no escasas- para evitar la censura –instaurada o no, pero igualmente existente, dejando las apariencias de lo contrario atrás- recurren (recurrimos) a la metáfora y a otras figuras literarias para realizar una crítica, incluso feroz, a la realidad que tenemos y a los evidentes causantes de los males que nos afectan. Pero esto no quiere decir que se inventen mundos gratuitamente, surrealistas por injustificados, o que esos mundos se separen de aquél en el que el autor está viviendo. En toda obra su autor está, y muy presente, porque es parte de él. Hay que saber leer, y sobre todo saber leer entre líneas. Otro problema muy distinto es el no ser capaces de hacerlo, una tristeza (cosa que al poder le interesa intensamente, y trabaja en ello con ahínco) o que el lector simule que no entiende lo que el autor le está queriendo decir de una forma velada. Esta última posición se manifiesta muy ilustrativamente con el silencio: leer y callar, o mirar y callar. No pronunciarse. No hemos visto nada. Falso: el interés (o el ánimo, más que intelectual –ojalá fuera-, escudriñador – bien provistos de visillo y catalejo-) es absoluto, pero unas veces nada se dice porque fastidia, y otras porque hay que protegerse -no alineándose con lo leído o visto- de lo que mora ahí fuera, en ocasiones manifiesto por salvaje, y otras tan escondido, por cierto, como el propio mensaje auténtico de los relatos; pero es que aquello es cinismo, y ésto, literatura. Sutil diferencia.

Alicia es una niña que un buen día, estando en el campo, ve pasar a un conejo blanco a gran velocidad, y le persigue hasta su madriguera, cayendo a través de ella -que resulta ser un agujero cuasi infinito- a un mundo absurdo donde los objetos y los animales hablan y la personalidad y carácter de Alicia parecen diluirse en un ritmo frenético de acontecimientos, hasta llegar a conocer a la reina de corazones, una tirana en toda regla que tiene por la principal de sus aficiones condenar a que le corten la cabeza a todo aquel pobre infeliz que no sea de su misma opinión, y asistir a un juicio como testigo. Un variado periplo, que concluye con el despertar de Alicia, descubriendo que se había quedado dormida.

La representación del personaje del conejo blanco es evidentemente la plasmación del elemento tiempo en la vida del ser humano. Un componente esencial en la existencia, y en efecto, nada hay más veloz y fugaz que la propia vida. Como para desperdiciarlo. En paralelo, este personaje también sirve de catalizador entre realidades, pues conduce a Alicia de un plano a otro. Desde luego, el autor ha querido representar al factor tiempo como aquello que nos va a trasladar a ese mundo ilógico en el que ahora vivimos. Es el tiempo el que lleva a la sociedad, a través de la historia, hasta momentos respecto de los que nadie puede discutir que no son de una especial brillantez en el devenir humano, al punto de colocar a la sociedad en una situación de ultimatum. También es ilustrativo que Alicia cae a través de un agujero sin fin; por lo tanto, el tránsito hacia esa época oscura es negro y en descenso. Y al llegar a ese nuevo mundo, lo que se encuentra Alicia es el completo caos lógico, lo que no es lo mismo que la irrealidad. Es entendible que existen momentos históricos y sociales (no hace falta remontarse muy lejos) que son una realidad y al mismo tiempo una completa locura.

Ya en ese plano, hay seres fantásticos que hacen cuestionar a Alicia su propia naturaleza, su mismo carácter, en definitiva, jugar con ella para que asuma obligatoriamente lo que estos personajes quieren que sea ahí. Y cuando Alicia se ratifica en quien es, sin asumir la imposición ni las órdenes de nadie, lo que genera es un profundo enfado. Estamos ante la manipulación del individuo: la necesidad de los detentadores del poder y de sus acólitos de no ser cuestionados, incluso negando lo objetivo, repitiendo hasta el hartazgo absolutas falsedades e incidiendo en la educación para que el ciudadano achante con su dogma, interiorizándolo sin crítica y fundiéndose con él, colonizando su mente, parasitando su personalidad. El imperio de la mentira.

El juicio que se celebra en el relato es un ejemplo absolutamente contundente de todos los males derivados de la infiltración del poder en la justicia y de la ruptura del principio de separación de poderes. El juez es la propia reina de corazones, por lo tanto, nos encontramos ante el poder ejecutivo actuando como poder judicial, directamente, sin ningún tipo de cortapisa, con desfachatez; el rey, sentado al lado de la reina, es menospreciado y presentado como alguien que se preocupa por cuestiones secundarias a ese juicio, siendo así la viva representación del sometimiento total al poder ejecutivo y a sus decisiones, aunque sean atroces y en ejercicio de atribuciones que no son las suyas. Y finalmente, aunque en ese juicio, que se sigue por el robo de unas tartas, las pruebas no indican que el acusado sea su responsable (los testigos desconocen los hechos), y, es más, aquellas tartas habían vuelto a la mesa (razón sobrada para retirar la acusación) la reina, completamente frustrada, ordena que al acusado le corten la cabeza igualmente. Por lo tanto, aquí son indiferentes la moral, la justicia y el Derecho: lo único que importa es la voluntad del poder, que se reviste de unas facultades que no tiene, porque son de otros, y de unas apariencias y formalidades solemnes, para actuar de forma viciosa y siempre arbitraria, condenado -o perdonando, o amnistiando, o suavizando los castigos…- según le viene en gana, siendo ese poder el verdaderamente inmoral y el jurídicamente responsable de todo lo que pasa.

Por lo tanto, coincidiremos en que las aventuras de Alicia, siendo nuestra protagonista la representante atemporal de una persona como cada uno de nosotros que vive los acontecimientos a los que le lleva un poder desbocado, están muy lejos de quedarse en un simple cuento para niños, y que su “país de las maravillas” es “nuestra tierra del caos”.

“¿Quién decide lo que es apropiado? Y si decidieran ponerse un salmón en la cabeza, ¿tú lo usarías?”

“Solo unos pocos encuentran el camino, otros no lo reconocen cuando lo encuentran, otros ni siquiera quieren encontrarlo.”

“Si yo hiciera mi mundo todo sería un disparate. Porque todo sería lo que no es. Y entonces al revés, lo que es, no sería y lo que no podría ser sí sería.”

“En un mundo de locos, tener sentido no tiene sentido.”

“De modo que ella, sentada con los ojos cerrados, casi se creía en el país de las maravillas, aunque sabía que solo tenía que abrirlos para que todo se transformara en obtusa realidad.”



Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación