domingo, 5 de mayo de 2024

Paul Auster: una idea de Justicia

 

“Si la justicia existe, tiene que ser para todos; nadie puede quedar excluido, de lo contrario ya no sería justicia.”

Esta cita de Paul Auster (1947-2024) debe resonar en el mundo actual. Cuánta razón en pocas palabras. Fiel a su estilo conciso, el autor norteamericano ha conseguido ofrecer un concepto de justicia atinado, exacto. Una definición de la justicia que aglutina siglos de pensamiento y evolución, superando la barbarie de la venganza privada y civilizando la resolución de conflictos.

De especial importancia es el que esta tan acertada definición del término proceda de un autor de la relevancia de Auster, quien, en su literatura, se asienta en las vicisitudes del ser humano contemporáneo, en sus complejidades, en un devenir vital que, lejos de cualquier trascendencia o metafísica, se desarrolla en un surgir azaroso de los acontecimientos, en unas decisiones sobre ese destino marcado por las circunstancias sobrevenidas, en un marco existencialista de la vida humana.

Pero, pese a ello, siempre debe existir un elemento que permanezca invariable en el constante fluir de los acontecimientos inesperados. Este elemento aporta orden en el caos inexorable; es la única brújula que permite contar con un norte que oriente la toma de las decisiones a las que el ser humano se ve abocado en su día a día.

El autor de la Trilogía de Nueva York, Premio Príncipe de Asturias de las Letras, nos transmite una idea de justicia como componente vertebrador de la realidad cambiante, de las circunstancias inevitables que hemos de afrontar en lo cotidiano, como así hacen sus personajes.

Siglos de racionalismo, de ilustración, de luz intelectual, en definitiva, cristalizados en una definición plena de la justicia. En efecto: la igualdad en la aplicación de la ley, la primacía del Derecho sobre el poder, la exclusión de ámbitos de impunidad, nos (debería) hermanar a todos. Iguales en la justicia, como iguales en la muerte.

Y si el concepto de justicia es luz de guía de una vida sujeta a la incertidumbre, no cabe duda de que, tras ella, una ética sólida hace posible que las decisiones sean ponderadas, equilibradas. Por ello el sentimiento de culpa, de responsabilidad interna, es tan propio de los personajes que transitan las obras de Auster. No puede haber tal sentimiento si no existe un principio de moralidad, de ética. Hablar de justicia igual para todos es referir uno de los valores o principios esenciales que hacen del Derecho el instrumento de la justicia verdadera, ubicados en un plano superior a lo meramente escrito. Incluso en un mundo sujeto a una deriva imprevisible, algunos pilares lo mantienen en pie: la ética y la justicia que se fundamenta, verdaderamente, en aquélla.

Puede entenderse que, desde esta perspectiva intelectual, no sean admisibles sistemas políticos y jurídicos meramente semánticos: democracias que funcionan como disfraces de dictaduras encubiertas, pues en estos sistemas la justicia no es, en la práctica, igual para todos, pese a nombres y fórmulas que expresen lo contrario. Y la base inicial para llegar a esta situación está en la carencia de principios éticos, desde lo privado a lo público, manifestados en la cobertura y defensa de intereses particulares como si fueran colectivos.

Esta es una sucinta reflexión (también a modo de homenaje) que me ofrece el concepto de justicia de uno de los más importantes escritores de la actualidad. Él se ha ido, pero su obra y pensamiento se quedan, como esa misma luz de guía que antes referí, participando de la naturaleza eterna de aquello que es esencial para el buen desarrollo de la vida humana; pese a los cambios, pese al azar, pese a lo imprevisto.

“Me he lanzado, me he desmandado, me he remontado a las alturas, y por muchas veces que me haya estrellado contra el suelo, siempre me he puesto en pie para volverlo a intentar (...) Esto es lo que siempre he soñado (…) mejorar el mundo. Llevar un poco de belleza a los grises y monótonos rincones del alma. Se puede hacer con un tostador, con un poema, y se puede hacer tendiendo la mano a un desconocido. Da igual cómo se haga. Dejar el mundo un poco mejor de cómo lo has encontrado. Eso es lo máximo a que puede aspirar un hombre.”

“Un libro no acabará con la guerra, ni podrá alimentar a cien personas, pero puede alimentar las mentes, y a veces cambiarlas.”



Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación 




miércoles, 1 de mayo de 2024

Avicena: inteligencia y Derecho

 

Avicena es el nombre latinizado de Ibn Sina (980-1037), gran intelectual persa, que, como ocurrió con otros eminentes pensadores de la humanidad a lo largo de la historia, no se circunscribió a una sola faceta del saber, sino que entendió el conocimiento como la suma de todas las disciplinas: astronomía, ciencia, medicina…hasta así conformar, en plenitud, una tesis filosófica completa. Avicena fue lo que hoy llamaríamos un niño de altas capacidades o superdotado: con catorce años, poseedor de una memoria prodigiosa, recitaba el Corán en su integridad y estudiaba de forma autodidacta. Hasta tal punto fue Avicena avanzado que, siendo un adolescente, ya tenía fama como médico y había salvado la vida de un emir. Escribió más de 300 libros, entre ellos su Canon de Medicina. Trabajador incansable, por las mañanas se dedicaba a sus labores profesionales y por las noches a la ciencia. Una vida tan intensa y llena de actividad que le llevó a un agotamiento físico y mental y a su fallecimiento a los cincuenta y seis años.

Como he referido, Avicena se dedicó a prácticamente todas las actividades intelectuales posibles, con una especial preponderancia en la medicina. Pero si atendemos a sus tesis filosóficas podemos extraer conclusiones muy relevantes para su aplicación a la materia jurídica.

Nuestro autor recibió la influencia esencial de Aristóteles y la conjugó con las tendencias neoplatónicas, para construir una nueva concepción de la metafísica y explicar el concepto del ser. Bien es cierto que tuvo que estudiar muy profundamente la metafísica aristotélica, que consideró compleja, hasta llegar a entenderla como deseaba y debía. Para Avicena, en primer lugar, la realidad se compone de esencia y ente. La primera, abstracta y el segundo, concreto. La primera, necesaria y el segundo, contingente. La conformación de la realidad se produce cuando sobre el ente, cuya existencia es meramente una posibilidad, actúa la esencia universal y abstracta a modo de causa. Así, el ser humano (ente) existe porque sobre él actúa la causa esencial (Alá, como primer motor divino) que lo dota del componente espiritual. De modo que el ente (transitorio) no puede existir sin intervención de la esencia (eterna). Ente y esencia conforman al ser. Y en segundo lugar, del análisis del propio ser humano, concluye la confluencia en él de dos modalidades de inteligencia: el intelecto activo o agente y el intelecto pasivo o paciente. Este último actuaría como un verdadero receptor de las señales de la inteligencia activa, procedente de un ámbito superior, que dota a ese receptor de su individualidad, criterio y personalidad propia. Sin la actuación de la inteligencia activa superior, la pasiva es una mera potencia, no llega a materializar una sustantividad.

Como puede comprobarse, toda realidad en Avicena es, en cierto modo, una composición de dos elementos: el material y el espiritual, el empírico y el metafísico, indisolubles para que aquello que estimamos real efectivamente así lo sea.

Por lo tanto, si estas tesis explican toda realidad, su traslado al Derecho es evidente: el Derecho Positivo -las normas jurídicas escritas- que no tenga un fundamento primero que lo legitime, que lo justifique esencialmente, queda en una mera potencia de lo que debe ser, como instrumento para llegar a la Justicia. Sobre este Derecho debe incidir un componente superior, ubicado en otro plano, que lo dote de fundamento, de legitimidad. En definitiva: que motive racionalmente la necesidad y pertinencia de esas normas jurídicas. De nuevo, todos aquellos postulados metajurídicos propios de la ética, particular y pública, el acervo de principios y valores ubicados en un ámbito filosófico y racional, aquello que tantos autores denominaron Derecho Natural, desde sus diversas perspectivas y tesis, dota de vida y razón de ser a las normas jurídico-positivas. Estas normas no pueden existir (considerando la existencia como un acto filosófico de necesidad) si en ellas no concurre una causa primera, una inteligencia activa o agente. Con el devenir de los tiempos, y sobre todo con el racionalismo y el posicionamiento del discernimiento humano por encima de los dogmas y de las atribuciones divinas, esta esencialidad del Derecho vino determinada por la razón, de la que emanaron los derechos humanos y los valores primordiales. Es algo patente que cuando en la actualidad nos encontramos con leyes que producen unos resultados prácticos incomprensibles e incluso perjudiciales, vemos que la Justicia no se hace presente en su aplicación, y ello es así porque esas leyes carecen de razón auténtica que las justifique, estando desprovistas de aquel elemento trascendente (esto es, de su esencia) que determina que sean un acto de necesidad, y por lo tanto podemos comprender que, en verdad, no existen como verdaderas leyes, sino que se manifiestan como algo meramente potencial, en tanto que incompleto y por ende imperfecto: una forma, un mero revestimiento, una apariencia de aquello que no son verdaderamente y cuyo nombre adoptan, cuya plasmación material, su efecto práctico, no es otro que la injusticia, lo que también revela cuál es su naturaleza genuina, alejada del fundamento del auténtico Derecho, que es la suma de ética y de norma positiva. 

Avicena fue un adelantado a su tiempo, una mente preclara; creó su propia tesis y fue el catalizador del saber griego hacia el pensamiento posterior, influyendo en el gran Averroes, en la escolástica, y anticipando, con su planteamiento de la inteligencia y su vinculación con el ser, un postulado filosófico que marcó, siglos después, un hito para la humanidad: cogito ergo sum, pienso luego existo.

“Un médico ignorante es el ayudante de campo de la muerte.”

“El primer paso para la ignorancia es la arrogancia.”

“El conocimiento de cualquier cosa, dado que todas las cosas tienen causas, no es adquirido o completo a menos que sea conocido por sus causas.”

“El candil o lámpara, representa la inteligencia adquirida, ya que la luz es una perfección para lo transparente, y deposita en la inteligencia material a la inteligencia adquirida convirtiéndola en un reflejo de sí misma.”

“La vida es como un viaje, y cada experiencia es un paso más hacia la sabiduría.”

“La verdad es la base de la Justicia y la equidad.”



Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación