José Luis Sampedro (1917-2013) fue un economista
español que realizó importantísimas aportaciones al respecto de la situación
social actual y su evolución. Desde el pensamiento económico (que, como todas
las ramas del saber, se asienta sobre premisas filosóficas) sus tesis se
extienden hacia todas las dimensiones de la vida, confiriéndoles, de este modo,
un alcance polifacético, propio de un humanista contemporáneo.
Catedrático de Estructura Económica de la Universidad
Complutense de Madrid, Académico de la Real Academia Española, escritor y
Premio Nacional de la Letras, José Luis Sampedro significó en múltiples entrevistas
un planteamiento crítico sobre la deriva actual de la sociedad, que arranca a
partir de una inversión de ciertos principios de la Economía, para, conjugada
con la crisis educativa, dar lugar a una sociedad dirigida, acrítica y en buena
medida encadenada por miedos infundidos desde el poder. Lógicamente, el
Derecho, como ciencia social, refleja esta línea de pensamiento, toda vez que
la sujeción a la ley no lo es tanto porque ésta sea entendida como justa, sino
por el miedo a las consecuencias de no someterse a ella.
Los valores éticos, que son los que,
efectivamente, definen a la humanidad, han resultado postergados por dos
conceptos: el mercantilismo y el miedo. Todo se construye sobre la necesidad de
generar riqueza, primando la producción sobre las necesidades (invirtiendo de
este modo la concatenación lógica de la Economía: ante la necesidad, surge la
producción, y no a la inversa) de modo que, en realidad, el poder fomenta la
producción de bienes, el movimiento de dinero, y a continuación genera en la
sociedad la necesidad imperiosa de consumir lo que se produce, al margen de que
dicha necesidad sea auténtica y de cuál sea la calidad de lo producido. Las
normas jurídicas no son ajenas a esta situación, y se ponen al servicio del
mercado en los términos descritos, anteponiendo la cobertura de la satisfacción
de estas “necesidades” al respeto de los valores humanos, generando con ello
una degradación generalizada del sistema, en el que la educación, el respeto,
la consideración debida a la persona por el solo hecho de ser persona y
detentar unos derechos subjetivos fundamentales queda absolutamente marginada,
dado que todo esto (que verdaderamente es lo importante) no genera dinero. De
hecho, el fenómeno de la corrupción, aunque se presente de las formas más
alambicadas posibles, en su fuente, es muy sencillo de entender: la sustitución
de la Ética por el dinero, la puesta de un precio al ser humano.
Al tiempo, los sistemas educativos no fomentan el
libre pensamiento, sino que contribuyen al encorsetamiento social sobre la base
de la asimilación de datos desprovistos de una reflexión filosófica que lleve a
negar hechos que se presentan como irrefutables y que alientan el mecanicismo
del sistema, que, en definitiva, a lo que lleva es a la destrucción del ser
humano, a despojarle de personalidad y convertirle en una masa cuyo movimiento
a través de los acontecimientos históricos y de los hechos cotidianos en modo
alguno es libre (aunque se piense lo contrario) sino dirigido de una forma
intencionada hacia el materialismo más cruel. Es por ello que José Luis
Sampedro siempre clamó por que la juventud (y por extensión toda la sociedad) se
rebelase, que pusiera un freno de cara al futuro para hacer que la crisis
indiscutible del presente, la ruptura inexorable del modelo social actual,
llevara a un mundo en el que volvieran a prevalecer los principios de la Ética.
En el pensamiento de José Luis Sampedro,
completamente acertado desde mi punto de vista, confluyen los planteamientos
filosóficos de grandes autores de la historia de la humanidad: desde Marco
Aurelio, para quien la educación era el más importante servicio público, hasta
José Ortega y Gasset, con su concepto de masa social, pasando por Bertrand
Russell y la defensa a ultranza de los derechos humanos, llamando a la
revolución social frente a aquellos mandatos que, aun presentándose de otra
manera, suponen un abierto atentado a la Ética.
Jurídicamente, qué duda cabe que esos principios
de la Ética deben configurar a la norma positiva. Son los postulados del
Derecho Natural, los valores esenciales de la humanidad, los que deben
legitimar a los ordenamientos jurídicos y justificar la obligatoriedad de las
normas. Pensemos, por lo tanto, en lo siguiente: ¿qué nos motiva a cumplir la
ley: nuestra convicción de que esa ley es respetuosa con nuestros derechos, es
buena para con nosotros, o por el contrario, la cumplimos por el miedo a la
sanción derivada de no acatarla, aunque francamente sepamos que dicha norma no
nos procura algo favorable? La respuesta a esta cuestión es la que marca la
deriva de la humanidad y la que ofrece una solución de futuro.
“Nuestro tiempo es
para mí, esencialmente, un tiempo de barbarie. Y no me refiero solo a la
violencia, sino a una civilización que ha degradado los valores que integraban
su naturaleza. Un valor era la Justicia.”
“Hay una cosa que
me preocupa: hasta qué punto se están destruyendo valores básicos. No hablo ya
de derechos humanos, sino de la Justicia, la libertad, la dignidad, que son
constitutivas de la civilización.”
“Gobernar a base de
miedo es muy eficaz. Si usted amenaza a la gente diciendo que les va a degollar
y luego no lo hace, entonces les puede explotar y azotar. Y la gente dice
“bueno, no es tan grave”. El miedo hace que no se reaccione. El miedo hace que
no se siga adelante. El miedo es, desgraciadamente, más fuerte que el
altruismo, que la verdad, más fuerte que el amor. Y el miedo nos lo están dando
todos los días en los periódicos y en la televisión.”
“La humanidad ha
progresado técnicamente de una manera fabulosa, pero nos seguimos matando con
una codicia y una falta de solidaridad escandalosas. No hemos aprendido a vivir
juntos y en paz.”
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