miércoles, 1 de noviembre de 2023

Fausto: cuando Mefistófeles atraviesa las letras y quiebra el Derecho

 

Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) fue uno de los más grandes escritores alemanes. Sus obras abarcaron, con maestría, prácticamente todos los géneros literarios, y han sido examinadas desde prismas muy diversos, advirtiendo una innegable calidad estilística y relevante profundidad, de modo que ninguna de ellas puede ser contemplada solo desde un punto de vista superficial, al ofrecer capas y metasignificados que entroncan con cuestiones filosóficas de primera importancia.

En esta ocasión no me centro en la personalidad del autor, sino en uno de sus personajes, que en verdad se originó en una tradición precedente. Personaje que pareciera que lo tenemos hoy día a nuestro lado, o aún peor, con capacidad para tomar decisiones que nos afectan a todos.

Tampoco he querido dedicar este artículo abiertamente al que voy a llamar “socio” de Fausto. No he de negar que me tienta, desde hace bastante tiempo, examinar jurídica y filosóficamente al diablo, a Satanás, y hacerle protagonista de un texto.

Pero como yo no deseo, en modo alguno, ser un Fausto más en la vida (porque con los que tenemos ya hay bastantes) que caiga en esa tentación –aún simplemente literaria-, ni tampoco me apetece darle protagonismo a quien no se lo merece y que siempre está y estará a la sombra del Bien, por más que le pese, pues no le llega a la suela de los zapatos y todo lo que hace en este mundo es bajo permiso, control y yugo de la Bondad Suprema, que le venció y le vencerá eternamente, sí creo oportuno utilizarle para algo positivo, como la tradición literaria y el propio Goethe, en su versión del mito fáustico, también hicieron. Por lo tanto este será un artículo dedicado a poner de manifiesto, desde lo ético, las consecuencias de la debilidad humana, de la perversión del poder, e indirectamente aquí estará presente esa figura diabólica, que influye sobre el ser humano, porque él mismo lo busca y le hace caer, dañando en su despropósito a la sociedad entera.

La historia clásica de Fausto es la de un hombre culto, científico, que por desgracia adolece de una inmensa ambición y de debilidades. No está conforme con lo que tiene ni con lo que sabe – que no es poco - y desea acaparar todavía más: más sabiduría, más poder, más juventud, más placer. Con ese fin, en un momento determinado de su vida invoca al diablo, que se le aparece en la figura de Mefistófeles, y hace un pacto de sangre con él. Renuncia al conocimiento superior por otro más mundano, dando su alma a cambio del placer, del poder y de una juventud que le aporte fortaleza hasta que el maligno, en el día de su muerte, se cobre el precio pactado. Entre Fausto y Mefistófeles se genera una sociedad, convirtiéndose ambos en un par de compañeros de viaje; desde mi punto de vista más que de una asociación hablamos de una simbiosis, en la que es el diablo quien está controlando a Fausto, se divierte con él y disfruta porque ve como un hombre culto cae en la depravación, arrastra en su deriva a muchas personas a las que hace daño, y tiene garantizado que se va a cobrar una suculenta alma para el infierno. Sin embargo, Fausto, como consecuencia de ese pacto, ha perdido lucidez y se ha transformado en un ser bastante simple, naíf en cierta forma, que piensa que todo lo que siente y le ocurre redunda en su beneficio y es porque él lo ha querido así, cuando realmente es una marioneta manejada por el maligno. En la versión de Goethe, es el amor hacia una mujer, Margarita, quien hace que Fausto despierte y reconduzca sus acciones hacia el lado del bien, librándose del pacto. Pero antes de ello, el diablo había intervenido en la muerte de Margarita, y había hecho de Fausto un personaje corrupto y deseoso de infiltrarse en ámbitos de poder político, haciéndose en ellos el imprescindible, al tiempo que su moralidad se diluía en el goce de placeres de muy poca altura.

No creo que sea preciso decir que este “mito” no lo es tanto.

Dejando al margen las figuras literarias del bien y del mal, y la disyuntiva de Fausto entre ambas, en las que pareciera que Mefistófeles es quien gana, pero por la poca solidez de Fausto, hasta que en un momento crucial él mismo orienta sus actos hacia el lado opuesto, la obra nos trae al día presente el debate moral, la necesidad de la prevalencia de la ética en la toma de decisiones públicas sobre el beneficio personal.

Nos movemos en unos tiempos en los que somos conscientes de que aquél que detenta o pretende detentar el poder sobre la sociedad tiene que pactar con otros. La cuestión es cuál haya de ser el límite para ese pacto. Hasta la fecha, el que quiere alzarse con el poder, aunque lo diga con un tono tan grave como pomposo, no siendo sus palabras de fiar, pues sus hechos no se corresponden con ellas, no pone límite alguno, ya que lo que anhela, ante todo y sobre todos, es el poder, y ello aunque su alianza implique para él tomar una decisión que destruya al estado. Aquí tenemos a nuestros Fausto y Mefistófeles del día de hoy. La situación es idéntica: el que pacta, el que acude a “socios” para llegar al mando, no es quien ejercerá el poder sobre la sociedad, sino que será su simbionte quien lo haga, poniendo de rodillas a una población completa y a las instituciones que la rigen. El Derecho, desprovisto de un valor firme ético, de un respeto por los pilares básicos, por los valores de Derecho Natural, que disponen tanto el armazón de la propia configuración histórica del estado, sustentado en su unidad, como el reconocimiento de nuestros derechos subjetivos más esenciales, será manipulado hasta niveles increíbles, haciendo de lo blanco, negro; sacralizando esa afrenta hasta lo institucional, y con ello los únicos perjudicados seremos nosotros. Ni al Derecho Penal, ni al Derecho Constitucional, ni a ninguna otra rama jurídica las reconoceremos; serán instrumentalizadas, y bien derogadas, modificadas o interpretadas para consagrar el pacto y en pro de sus artífices, beneficiando al simbionte y alegrando, sin más, al que piensa que resulta favorecido por el acuerdo, cuando no es sino un pobre títere altanero, carente de cualquier tipo de ética personal que le permita cortar las cuerdas que lo dirigen.

Y mientras no lo haga, todos nosotros bailaremos forzosamente con él, al tiempo que las carcajadas de Mefistófeles resonarán de una forma ensordecedora. A menos que alguien lo impida…

Yo soy una parte de aquella parte que al principio era todo; una parte de las tinieblas, de las cuales nació la luz, la orgullosa luz que ahora disputa su antiguo lugar, el espacio a su madre la noche.”

“Suplicas jadeante por verme, por oír mi voz, mi rostro contemplar; me inclina la poderosa súplica de tu alma. ¡Aquí estoy! ¿Qué lastimero espanto se apodera, superhombre, de ti? ¿Dónde está el grito del alma? ¿Dónde está el pecho que un mundo en sí creó, y lo llevó y lo cobijó, y que, temblando de alegría, se hinchó, alzándose, hasta igualarse con nosotros, los espíritus? ¿Dónde estás Fausto, de cuya voz oí el sonido, ese que, con todas sus fuerzas, se afanaba por llegar a mí? ¿Eres tú ese que, animado por mi hálito, hasta en lo más recóndito de su alma tiembla, un medroso gusano retorcido?”

“El hombre se extravía siempre que, no satisfecho de lo que tiene, busca su felicidad fuera de los límites de lo posible.”




Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación 




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