lunes, 21 de agosto de 2023

Virginia Woolf: un destino encorsetado por la ley

 

Virginia Woolf (1882-1941) fue una escritora británica, relevante y prestigiosa en la literatura universal, cuya vida familiar determinó que sus obras contaran con un componente filosófico de gran profundidad. Su personalidad estuvo marcada por la tragedia. Mujer de gran cultura y sensibilidad, el fallecimiento de su madre la sumió en una depresión que generó en ella un poso melancólico incrementado con la posterior desaparición de su padre. Tuvo por ello fuertes crisis nerviosas que propiciaron el desarrollo de un trastorno bipolar, a cuyo inicio muy probablemente también contribuyeron los abusos que sufrió en la infancia. Experiencias desdichadas, que, no obstante, dotaron a su producción literaria de una belleza y originalidad apreciables, desmarcándose de las tendencias de aquel momento. Tuvo una vida intelectual muy activa, dentro del denominado “Círculo de Bloomsbury”; se casó con uno de sus integrantes, Leonard Woolf, al que quiso enormemente. Comenzó a ser públicamente reconocida a través de obras como La señora Dalloway, Al faro, Orlando o Las olas. Pero el alma de Virginia estaba muy herida. En 1941 se suicidó arrojándose al río Ouse.

Virginia Woolf es, desde un punto de vista literario, una autora rompedora, una gran innovadora al introducir en sus novelas elementos poéticos y técnicas narrativas muy similares a la plasmación implícita de un monólogo interior que se desarrolla en el devenir de la historia de los personajes. Desde el prisma filosófico, considero a Virginia Woolf una existencialista, con una marcada tendencia hacia el fatalismo. Sus obras tienen un componente autobiográfico muy significativo, con especial énfasis en las vivencias de la niñez.

Se ha querido centrar la faceta filosófica de su obra en su condición de mujer y en la reivindicación del feminismo, máxime teniendo en cuenta cuáles fueron sus tiempos. No obstante, quisiera ofrecer otro punto de vista, centrado en la cuestión jurídica y en una cierta reflexión en torno a la imperatividad de la ley.

La novela Al faro, claramente referida a su vida, contiene pasajes en los que, metafóricamente, se hace referencia al determinismo de la vida a través de la ley. Dividida en tres partes, el factor tiempo entre ellas es de una gran importancia, pues la negativa inicial a realizar un viaje, tras una década, se convierte en una realidad práctica, habiendo pasado entre tanto muchos avatares. Los Ramsay, familia compuesta por un matrimonio y dos hijos, se encuentran en su casa de verano y frente a ellos tienen un faro. La señora Ramsay quiere ir allí, junto con sus hijos, pero el marido se niega, expresando que el clima no va a permitirles cruzar y de ese modo la travesía se trunca. Diez años después, habiendo fallecido la señora Ramsey, la familia, integrada por el padre y los dos hijos, emprenden el viaje hacia el faro, dejando la hija realizado un cuadro de aquella construcción que cuando fue niña no pudo hacer.

Tras este simplificado argumento, con múltiples lecturas, e influenciado por autores como Joyce, se deja entrever cierto asunto jurídico, enlazado también, aunque no principalmente, con la desigualdad. Puede comprobarse que la decisión inicial de no ir al faro viene dada por una imposición, por un mandato asumido por la familia y procedente del padre. Fue él quien, de forma unilateral, decidió no ir allí, implicando en las consecuencias de no ir (entre ellas, el que su esposa nunca conocería el faro) a todos los demás. Se trata de un recurso literario con diversas interpretaciones: por una parte, sobre la limitación del desarrollo de una existencia por las decisiones de terceros, no propias, que impiden ganar experiencias personales y aprender de ellas, cercenando, incluso, auténticos proyectos de vida; y por otra, quizá la más evidente, la procedencia de esa orden, desde lo masculino, extremo que ha llevado a considerar esta novela como un canto feminista. 

Pero, adicionalmente, aquí hay una dimensión jurídica, imbricada con el elemento tiempo. Aquella primera ley dictada por el padre de la familia supuso una evidente restricción a los derechos de su mujer e hijos, evitando un viaje que sí podía haberse realizado. Esa norma jurídica no contó con el respaldo de nadie más que el de la propia fuente que la dictó, por lo que se trató de una genuina imposición. La ley, sin mayor razón fáctica que una mera hipótesis, limitó la vida de sus destinatarios. Tenemos, por lo tanto, una manifiesta crítica hacia el poder, que ya en su momento se revela como arbitrario y perjudica a los demás, extremos que quedan evidenciados con el paso de los años: cuando las circunstancias cambian, cuando la realidad de las personas ya es otra, entonces también se cambia la decisión y se adopta la contraria. Lo que ocurre es que, en el entreacto, hay personas que han sufrido las nefastas consecuencias de los cambios de criterio de un poder que actúa como una veleta, hasta el punto de haber impedido que, en vida, se pudiera disfrutar de un entorno o desarrollar una faceta de la personalidad.  

Es por ello que no debe dejar de afirmarse que cualquier poder debe ser cabal, coherente y valorar las consecuencias de sus decisiones, máxime cuando van a afectar a sociedades enteras, porque la orientación que impongan al devenir tendrá consecuencias no solo de forma inmediata, sino también a largo plazo. La correcta visión de Estado, plasmada en el ámbito jurídico, precisa tener una perspectiva general y de futuro, jamás centrada en el cortoplacismo ni en el interés exclusivo de quien dicta las leyes, pues en tal caso las consecuencias no solo serán patentes en la posteridad y revelarán la naturaleza de quien fue su autor, sino que, lo que es más grave, producirán efectos en las vidas que nunca se podrán remediar.

Inevitablemente consideramos a la sociedad, tan amable con usted, tan dura con nosotros, como una forma inadecuada que distorsiona la verdad; deforma la mente; encadena la voluntad.”

“El único consejo que una persona puede darle a otra acerca de la lectura es no seguir ningún consejo, seguir sus propios instintos, usar su propia razón, sacar sus propias conclusiones.”

“Los ojos de los demás, nuestras prisiones; sus pensamientos, nuestras jaulas.”

“Los seres humanos no tienen ni bondad, ni fe, ni caridad más allá de lo que sirve para aumentar el placer del momento.”

“Puedes bloquear tus bibliotecas si lo deseas; pero no hay puerta, ni cerradura, ni cerrojo que puedas poner sobre la libertad de mi mente.”


Enlace al artículo publicado en la revista literaria independiente Oceanum: 
https://www.revistaoceanum.com/revista/Numero6_10.pdf#page=9




Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación 


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