martes, 1 de agosto de 2023

Luis Vives: humanismo en el Derecho, humanidad con los pobres

 

Juan Luis Vives (1492-1540) fue un gran sabio español. Valenciano de nacimiento, su vida estuvo marcada por eventos personales y sociales que le llevaron a conformar una personalidad profundamente humanista, al conjugar la sensibilidad -y la bondad- con un enorme desarrollo intelectual. De ascendencia judía, Vives comenzó desde su juventud un periplo europeo que le hizo adquirir una formación enciclopédica y coincidir con Erasmo de Róterdam y Santo Tomas Moro, forjándose entre los tres una sólida amistad, basada en la admiración. De Vives alababan sobre todo su perseverancia, su constante hambre de conocimiento y su infatigable capacidad para el trabajo, el estudio y la producción literaria. Su travesía desde Valencia hacia París, Lovaina, Brujas (donde encontró a su futura esposa, Margarita Valldaura, hija de mercaderes valencianos también exiliados, a quien ya había conocido años antes, pues se le encargó su instrucción) y Oxford vino propiciada por la persecución de la Inquisición sobre su familia. El padre de Vives decidió que su hijo estudiase fuera de España, en Francia, con la finalidad de que él sí pudiera escapar de la presión a la que estaban siendo sometidos, por su judaísmo, aunque lo profesaban en secreto. Por desgracia, su padre no pudo irse con él, fue quemado vivo en la hoguera, y su madre, que ya había fallecido por la peste, desenterrada y sus huesos también quemados, condenados ambos por herejía y quedando su memoria anatemizada para siempre. Luis Vives no lo pudo soportar; quería muchísimo a su madre, por encima de todo y de todos, y se sumió en una depresión que realmente nunca superó. No volvió jamás a pisar España. Solo escribir, recordando las lecciones de su madre cuando él era niño, le llevaba a una cierta calma, a un sosiego intelectual reflejado en sus Diálogos sobre la educación.   

La obra de Vives es de una pureza y refinamiento en el uso del latín incontestables. Su pensamiento abarcó múltiples campos de la Filosofía, de la Filología Clásica (reivindicando el estudio del latín y del griego para obtener no ya solo conocimientos sobre unas sociedades matrices de la actual, sino una forma mentis, esto es, orden mental, claridad de ideas, organización en el pensamiento y la palabra, cuestiones con las que yo no puedo estar más de acuerdo), de la Pedagogía (con tratados que son un auténtico manual para profesores), de la Psicología, de la Diplomacia y del Derecho, cuestión a la que me quiero referir específicamente.

Luis Vives, como exponente del humanismo, fue un claro defensor de los principios esenciales que caracterizan a una aplicación justa del Derecho. Es decir: tras las normas jurídicas que emanan del poder, los valores primigenios del hombre, enmarcados en su dignidad, deben siempre brillar y prevalecer, so pena de, en caso contrario, hacer de aquel Derecho una mera cobertura formal de la arbitrariedad del dirigente de turno.

El humanista valenciano, dentro de esta línea intelectual, y tal vez como consecuencia de su bondad personal, se volcó, sobre todo, con los sectores más desfavorecidos de la sociedad, con los pobres. Una de sus principales obras es, precisamente, el Tratado del socorro de los pobres (De subventione pauperum. Sive de humanis necessitatibus libri II) publicado en Brujas en 1526. Si la humanidad ostenta, como un derecho natural inamovible, la dignidad, concepto éste que engloba, a su vez, otros derechos esenciales ubicados más allá de cualquier ley escrita, existen ciertos ámbitos sociales que necesitan, no solo ya de una producción normativa que, como mínimo, respete esta dignidad, o al menos no la perturbe (lo que, de llegar a ocurrir, necesariamente determina el cuestionamiento de la legitimidad de esas normas positivas) sino que, proactivamente, vele por la efectividad de estos derechos de los más desfavorecidos, de modo que no solo sean respetados, sino que sean llevados a una plasmación práctica, que sean reales, tangibles. Vives, por lo tanto, conduce al Derecho Natural, desde su ámbito ontológico, no solo hasta el plano de la ley positiva, sino también a sus últimas consecuencias prácticas: al mismo proceder material del poder ejecutivo, disponiendo el deber ético de los gobiernos de emprender actuaciones, y de estructurar a la propia Administración, teniendo siempre en cuenta las necesidades de aquellos sectores más desvalidos. En definitiva: puede afirmarse con orgullo que Luis Vives fue el impulsor de los servicios sociales, de una Administración que, a través de sus áreas y organismos, cuida a los menores desamparados, a los mayores necesitados, y protege, por lo tanto, con medidas jurídicas y económicas, a todos aquellos ciudadanos que lo necesitan, en lo que no es sino una obligación de Derecho Natural del poder que tiene que materializar tanto por escrito como, en especial, ejecutivamente. De este modo, la deslegitimación ética de los gobiernos vendrá dada no solo por la promulgación de leyes que no velen por la dignidad de toda la sociedad, incluyendo a sus sectores más desfavorecidos, sino también por la pasividad, la dejadez o la negativa a la puesta en funcionamiento de servicios administrativos que presten atención de toda índole (jurídica, económica, habitacional, socio-sanitaria) a los ámbitos empobrecidos de la sociedad.

En unos tiempos tan contradictorios como son los actuales, en los que se habla de la salvaguarda del indefenso, y a la vez la aporofobia no deja de estar presente; tiempos en los que se legisla grandilocuentemente atendiendo a la nominativa protección de ciertos derechos y sectores, pero dejando orillados los bienes jurídicos, por ejemplo, de las víctimas de delitos, por tanto, despreciando a la parte débil y al derecho natural al respeto de su elemental dignidad, es necesario alzarse sobre la hipocresía y el cinismo imperantes en el poder y recordar el pensamiento de un buen y sabio hombre. 

“Desterrada la justicia que es vínculo de las sociedades humanas, muere también la libertad que está unida a ella y vive por ella.”

 “No hay ley alguna tan recta, que no trate el hombre de torcerla para satisfacer sus apetitos.”

“Deben ser las leyes benignas para el débil, enérgicas para el fuerte, implacables para el contumaz, según exigen las dotes de un eximio gobernante.”

“Aunque la virtud no se saque a la luz, no deja en la oscuridad de ser luminosa.”




Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación 




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