Philipp Batz (1841-1876) fue un filósofo alemán,
que posteriormente adoptó el seudónimo de Philipp Mainländer, ciertamente
desconocido más allá de ámbitos académicos y muy especializados, pero su
aportación para la historia del pensamiento, pese a ser tan oculta como oscura,
no lo es en detrimento de su importancia, pues refleja una nueva percepción de
la existencia humana y de los fundamentos de la misma que pueden no ser
compartidos, pero supone una adicional perspectiva de la metafísica.
Mainländer vivió en un momento de tránsito entre
Schopenhauer y Nietzsche, siendo aquél su principal referente, y él mismo influyó sobre el autor de El
Anticristo, Humano, demasiado humano o Así
habló Zaratustra. Para Mainländer, autor de la obra titulada Filosofía de la redención, el origen de
la existencia tiene una naturaleza fatalista, pues toda vida se proyecta
desde el principio en el camino que le corresponde: la desaparición, la nada.
La vida es entendida como el devenir hacia la muerte, hacia el no-ser
metafísico, de modo que la existencia no puede concebirse sin su inevitable
desenlace, porque a ello se dirige esencialmente. Así, la moralidad
del ser humano durante su existencia está dotada del carácter del sufrimiento,
del dolor, al conocer el destino que tendrá y ante ello, o bien se encorseta
para hacer posible la misma vida del individuo, y con ello la convivencia
social, o bien se silencia esta realidad no pensando en ella, o finalmente se
desboca y se materializa, con la desaparición del individuo. Esta última
posibilidad llevaría a la redención
del hombre, a su liberación de la desazón existencial, a no posponer la llegada
a una nada que le está llamando al formar parte de su propia naturaleza.
A diferencia de Schopenhauer, al que consideró su
maestro, quien entendía, pese a formar parte de la misma línea de pensamiento
pesimista, que en el ser humano prevalecía una voluntad de vivir, de perdurar,
y ello le otorgaba la fuerza necesaria, una tímida esperanza, para continuar
con su existencia pese al conocimiento de su destino, Mainländer parte de que
la nada está inserta en la existencia desde su mismo origen, y que toda vida sabe
de su fin, por lo que el tiempo hasta que este llegue es una verdadera
mortificación, siendo así que la ética en cierta forma vendría a amainar, a atemperar
ese dolor existencial, conteniendo la destrucción del individuo y por extensión
la propia desaparición de la sociedad, hasta que el destino inexorable se
cumpla y con ello se produzca la liberación del sufrimiento, la redención.
Mainländer se quitó la vida a los treinta y
cuatro años, aplicándose sus propias tesis filosóficas.
Desde un prima iusfilosófico, el conocimiento del
pensamiento de Mainländer lleva a ciertas reflexiones sobre la naturaleza del
Derecho, de nuevo atendiendo a su doble dimensión, positiva y metajurídica.
Del mismo modo que ya planteó su maestro, la
realidad ha de entenderse como una pura representación, pues la auténtica está
residenciada en un plano diferente, que no es el material. Esta realidad puede
ser un reflejo, más o menos fiel, de la auténtica. Lógicamente este pensamiento
filosófico se sustenta en buena medida en que la aparente realidad, en tanto
que poco virtuosa, con sus muchos defectos, cuando no perversiones, más fiel es
en el reflejo de la que está más allá de la apariencia, que apunta hacia el
vacío, hacia la nada, cuando no es la propia nada, desde la perspectiva de
Mainländer.
Así pues, nos encontramos nuevamente con la
circunstancia de que la norma positiva que rige el devenir social y las
relaciones interpersonales ha de participar del carácter del plano al que
pertenece, y por lo tanto se trata de algo limitado, no autofundamentado, y una
consecuencia, un reflejo, de aspectos que se ubican en un plano ontológico
distinto.
El Derecho Positivo es el instrumento imprescindible
para articular la vida social, pues implementa las reglas de la convivencia
entre seres que tienden, por su propia naturaleza, al vacío. Por lo tanto, tal
fatalismo o desesperación, aunque cada individuo prefiera no pensar sobre ello,
al incardinarse en la propia esencia humana, si no cuenta con algunas normas
para evitar la autodestrucción, llevará a la desaparición de la propia
sociedad, a una redención anticipada,
en los términos del pensamiento de Mainländer.
Las normas jurídico-positivas son, de este modo,
las reglas autoimpuestas por la sociedad para evitar su inexorable fin. Y sobre
ellas, como fundamento de las mismas, podrá entenderse que existe una realidad,
un prius metajurídico o filosófico
que explica el por qué de la existencia misma del Derecho. En este plano se
ubican aquellos principios inmutables, permanentes, invariables, con
independencia de que las normas positivas, en cada momento histórico, los
reconozcan o no por motivos transitorios, y son, en efecto, estos principios
los que basan la vigencia y aplicabilidad de las normas. En este plano, el ser
humano ha construido una ética, unos fundamentos morales, para hacer frente al
fatalismo de su propia existencia, y servir también como contención a su
tendencia destructiva, a su fatal destino. Por lo tanto, el denominado Derecho
Natural, aun pudiéndolo concebir como una creación humana, tiene un sentido y
una importancia esencial: llevar al ámbito jurídico unos principios éticos que
posibiliten la vida social de seres abocados a su desaparición, y por ello
necesitados de reglas que impidan el caos al que tienden, la mutua destrucción:
la redención.
Así también podremos entender, con los ojos de un
filósofo considerado oscuro, la verdadera naturaleza y razón de ser del
Derecho.
“Esta unidad
simple (Dios) ha existido,
pero ya no existe. Se ha
hecho añicos, transformando su esencia completa y enteramente en el mundo de la pluralidad. Dios ha muerto y su muerte fue la vida del
mundo. Además, nosotros ya
no estamos en Dios, pues la unidad simple se ha destruido y ha muerto.
Por eso estamos en el mundo de la pluralidad, cuyos individuos están enlazados
por una firme unidad colectiva.”
“He mostrado que
cada cosa del mundo es voluntad
de morir inconsciente. Esta voluntad de morir está oculta, especialmente
en el hombre, por la voluntad de vivir, porque la vida es un medio para la muerte, algo que se
expone incluso ante el más obtuso: morimos incesantemente, nuestra vida es una
lenta lucha con la muerte, en la que diariamente la muerte gana poder frente a
cualquier ser humano, hasta que apaga la luz de la vida en cada uno de
nosotros.”
“Las lágrimas que derrama el hombre en el sepulcro de su esperanza,
¿son rocío por el esplendor juvenil? ¿Son bendiciones
para que el hombre arraigue? ¿O son las gotas de sabia
que el árbol reseca, cuando su médula
está herida de muerte?
Como nubes que en la noche otoñal en el cielo restallan,
así persiguen mi alma pensamientos de muerte.
Por tí contendré el dolor; pero, dirás,
tú también lo sientes.”
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