William Shakespeare (1563-1616) es, sin duda, uno de los más grandes
escritores de la historia de la humanidad. Nacido en la localidad inglesa de
Stratford-upon-Avon, su legado en la literatura es inmenso. Si bien comenzó
siendo, esencialmente, un dramaturgo, toda su obra tiene tal cantidad de
facetas y de posibilidades de abordaje y estudio que hacen de Shakespeare un
sabio. No se trata de un autor que tenga por objetivo tanto el adoctrinar o
lanzar mensajes moralizantes como el exponer la naturaleza humana, con todas
sus luces y sus sombras, con sus contradicciones, a nivel ético e incluso
jurídico. Su producción, por ello, también tiene un corte genuinamente filosófico,
pues permite al lector abrir una puerta hacia el pensamiento y llegar a su
propia conclusión acerca del buen o mal hacer de los personajes, tomar posición
en ese debate moral, y ver también cómo la injusticia está presente en las
preocupaciones del autor, pues el Derecho no deja de ser una emanación del ser
humano, y por ende va a participar de su propia condición, aunque a las normas
jurídicas se las pretenda dotar de un carácter aséptico u objetivo: así es en
apariencia, pero no podemos discutir el que la realidad de la razón de ser de
las leyes -y cada vez con una mayor y más patente constancia- no siempre responde
a un interés o bien general, sino a uno muy particular, con efectos que, por su
perversidad, así lo ponen de manifiesto.
Debe tenerse en cuenta que el contexto de la vida y obra de Shakespeare es
el del tránsito hacia el Estado Moderno, con una auténtica revolución
intelectual que tiene sus muestras en el arranque de la idea de la separación
entre el poder civil y el eclesiástico, en medio de tensiones lógicas para que
esto tuviera efectivamente lugar, con una Inquisición que seguía operando; un
giro intelectual progresivo hacia el hombre y no tanto hacia lo divino,
surgiendo un concepto de ética y de derecho natural ubicado en la razón, y
causa matriz del contrato social para llevar a cabo la convivencia de los
pueblos; el nacimiento de un Derecho Internacional Público precisamente
inspirado en estos derechos primigenios de base ética, filosófica; y la entrada
de un ánimo revolucionario ante la ley injusta por no obedecer, de base, a la
motivación de ética pública que la debe inspirar. En definitiva: son tiempos en
los que el empuje de la razón se abre paso entre las penumbras del dogma, con las
consabidas resistencias del poder, y las obras de Shakespeare así lo reflejan,
también, desde luego, en lo que hace a la cuestión de la justicia, algo de
especial relevancia para el autor; prácticamente en todas ellas hay un reflejo
de la aplicación de la ley y de sus consecuencias, atendiendo a la intención
del legislador más allá de las apariencias de objetividad y conjugado con la
aplicación de esa norma al caso, que produce resultados que chirrían desde un
punto de vista ético, dejando aparte las ambigüedades de los personajes. El
paradigma de ello son obras como El
mercader de Venecia o Hamlet,
pero este asunto de la injusticia subyace como uno de los grandes temas en toda
su producción, siendo en este punto coincidente con los genios Miguel de
Cervantes o Lope de Vega, en España.
Si hay una cuestión de especial relevancia en lo que hace a lo jurídico en el autor inglés es la concerniente a la equidad. No es una nueva idea, pues
la aequitas tiene su origen en el
Derecho Romano, pero si Shakespeare lo trae a colación es debido a la necesidad
de buscar un elemento que impida que, bien la aplicación de la ley a un caso, o
bien la interpretación que de la misma se pueda hacer en particular, lleve a unos
efectos manifiestamente injustos, con condenas que incluso puedan suponer la
muerte física o civil del justiciable. La equidad es aquí un concepto ético,
que debe ser aplicado en el Derecho, y ello por razones no tanto jurídicas como
humanas, pues la condición del ser humano tiene sus ambivalencias y sus escalas
de grises; no todo es blanco o negro, y según cada supuesto, la ley
debe adecuarse y su aplicador debe ponderar todos los derechos existentes y
valorar los hechos desde una perspectiva individualizada y adecuada. La
justicia no trata de dar a todos lo mismo, sino de dar a cada uno lo que le
corresponde. Y esto, si no se atiende a la equidad, puede no tener lugar en el
caso de una aplicación en sentido estricto de la ley.
En el juicio de El Mercader de
Venecia, o en la historia de Hamlet,
Shakespeare nos llama a ver los hechos desde una perspectiva abierta, no
limitada a lo estrictamente jurídico, y a entender desde lo humano las razones
que, por ejemplo, llevan a Hamlet a tener el sentimiento de venganza por el
asesinato de su padre a manos de su tío para hacerse con el poder, y a dudar de
lo que es correcto o no lo es, incluso valorando su propio suicidio, teniendo
en cuenta la inadecuación y desproporción de los medios en uno y en otro caso
para conseguir un fin; o a valorar el reclamo de Shylock a Antonio
por prestarle 3.000 ducados y no devolvérselos (una libra de su propia carne,
cercana al corazón), que más tarde se vuelve de cumplimiento imposible al no
poder derramar la sangre del prestatario y en virtud de ciertas argucias darse
la vuelta completamente la situación, en un claro ejemplo de contrato leonino
(si empleamos la terminología que nuestra veterana Ley Azcárate, muy
atinadamente, estableció y a día de hoy pervive) y por ende injusto.
La visión filosófica y crítica de la ley es, por lo tanto, la única vía
auténtica para poder alcanzar la verdadera justicia, y solo con la ética, a
través de la equidad aplicada a cada caso, podremos obtener resultados que
puedan llamarse justos, lo que lleva a concluir que no todo lo legal es
legítimo y que el bien común en muchas ocasiones precisa de la intervención de
una ponderación sensata y sana de las circunstancias propias de cada caso, no
pudiendo desligar la Filosofía de la teoría y la práctica del Derecho.
"No debemos hacer de la ley uno de esos espantajos que se plantan en tierra para asustar a las aves de rapiña; ni dejarla siempre en la misma actitud inmóvil, o el hábito acabará por hacer de ella su percha y no el objeto de su terror."
“En extrema justicia ninguno de nosotros
encontrará salvación.”
"El
cetro puede mostrar
bien la fuerza
del poder temporal,
el atributo de
la majestad, y
del respeto que
hace temblar y temer a
los reyes. Pero
la clemencia está
por encima de
esa autoridad del
cetro; tiene su
trono en los
corazones de los
reyes; es un
atributo de Dios
mismo, y el
poder terrestre
se aproxima tanto
como es posible
al poder de
Dios cuando la
clemencia atempera la
justicia".
“El mismo diablo citará las sagradas escrituras
si viene bien a sus propósitos.”
“Toda noche, por larga y sombría que parezca,
tiene su amanecer.”