Demócrito, filósofo griego, nació en el año 460
antes de Cristo en Abdera. Y este hecho supuso la llegada al mundo de un
revolucionario. Así fue no solo por las tesis que durante su vida elaboró y
difundió, sino por el cuestionamiento -por no decir rechazo- que generó entre
algunos pensadores de su tiempo y posteriores a él. Es propio de la brillantez
el generar este tipo de choques entre frentes a favor y en contra de alguien, si
bien en múltiples ocasiones no tanto por propiciar un genuino y enriquecedor
debate de ideas sobre lo físico y lo metafísico sino, tal vez, por razones más
mundanas, como el evitar que un pastel ya cortado y repartido entre varios
tuviera que racionarse todavía más o que porciones importantes del mismo
salieran del plato de los de siempre. En cualquier caso, Demócrito explicó la
realidad de una forma novedosa, siguiendo las enseñanzas de su maestro Leucipo,
dejando atrás cuestiones más propias de las ensoñaciones y los mitos que de la
ciencia y la sensatez.
Demócrito de Abdera es famoso por la
incorporación del concepto de átomo en la configuración de la realidad. Sin
recurrir a intervenciones ajenas a la propia materia, explicó que, detrás de
todo lo que existe, hay unos elementos que la configuran, y que tales
elementos, los átomos, tienen una naturaleza inmutable, preexistente, eterna, y
que, en su movimiento, generan lo perceptible. Cuestión distinta es la opinión
o el criterio que cada persona pueda tener de esa realidad creada por los
átomos, que no implica que existan tantas realidades como sujetos, sino que la
realidad es una, al margen de las opiniones o interpretaciones de cada uno,
que, por cierto, parten de un subjetivismo que también se construye a través de
átomos que conforman la mente y el cuerpo de cada ser humano. Estos átomos se
mueven constantemente en el vacío y como consecuencia de sus configuraciones
crean o modifican la realidad, ocurriendo así en la naturaleza, en el universo
y en cada persona, pues su libre voluntad es fruto de los átomos que la han
dotado de vida.
El pensador abarcó una gran cantidad de campos
de estudio, pero todos ellos estaban fundamentados en el atomismo, en la
creación de la vida a través de partículas eternas, que son el fundamento de
todo. El conflicto que generó con el pensamiento de entonces fue severo, con
grandes detractores (esencialmente aquellos cuya filosofía se basaba en el
idealismo y la metafísica) e importantes defensores, que sostuvieron la tesis
de los átomos y añadieron matices a la misma, siendo el más importante el
tratar de explicar que el movimiento de los átomos en el vacío (entendido éste
como aquel espacio en el que no existen átomos hasta que concurren allí en su
movimiento; un concepto abstracto de necesaria creación para justificar la
no-realidad en ausencia del movimiento atómico) no era aleatorio, sino que
respondía a razones elevadas, a las propias necesidades de la vida. No es un
movimiento caótico, sino razonable, pues lo creado y perceptible por los
sentidos, si así lo es, es porque está dotado de una cierta coherencia.
Esta teoría, llevada al campo del Derecho, permite
concluir que, como parte de la realidad que es, también se constituye por
elementos configuradores que justifican su misma existencia y razón de ser. Las
normas jurídicas tienen puntos de partida que, bien sea desde una visión
positivista o iusmoralista del Derecho, explican el devenir de las leyes y su
buen fin. Podrá considerarse que la justicia de la ley proviene del respeto a
unos derechos fundamentales que normas de rango superior disponen y que,
atendiendo a su posición jerárquica en el sistema, determinan que todas las
demás normas han de observarlos para proclamarse válidas; o también podrá
afirmarse que esa validez de las leyes proviene de principios que incluso están
mucho más allá de constituciones y tratados internacionales, formando parte de
la misma conciencia de la especie humana, que la ha convertido en una
civilización, separándola del mundo salvaje, residenciando en la ética personal
y pública el fundamento de los ordenamientos jurídicos.
Despojar al Derecho de sus átomos -siguiendo a
Demócrito- supone negar su existencia. Sin tales valores suprajurídicos (eternos,
inmanentes, y en un movimiento constante marcado por el devenir de la historia
y su evolución) ya sea implementados en normas positivas o bien ubicados en el
plano de la ética, el Derecho no alcanza su fin y ni tan siquiera el
determinismo al que lleva la teoría atómica justifica la realidad de aquello
que en su ausencia pueda hacerse pasar por Derecho sin serlo, al producir
efectos necesariamente perversos, en sí mismos o por ser únicamente favorable
para ciertos sujetos que se encuentran detrás de la anulación del sentido de la
justicia al que las leyes deben su existencia.
Esta argumentación sirve, por lo tanto, también
para desenmascarar lo que es Derecho auténtico de lo que no lo es. Demócrito,
se dice, vivió muchos años, fue muy longevo, y hubo un rasgo en él que siempre
lo caracterizó: la sonrisa. Este hombre siempre sonreía. Y era por algo: se
reía de quienes, crecidos, pensaban que lo sabían todo, cuando verdaderamente
su conocimiento de la realidad era limitado; y se reía también de los que
simulaban llevar a cabo acciones justas y nobles y a los cuatro vientos lo
proclamaban, cuando, hipócritamente, solo buscaban su propio beneficio; y él todo
esto sí lo sabía, porque la razón primaba sobre la falsa apariencia, pues la
realidad subyacente, en la que creía, es otra. Un pensador, en definitiva, atinado
e irónico, al que intentar parecerse. A lo mejor hay más de un discípulo de
Demócrito que, hoy en día, musita una sonrisa a escondidas ante el mundo, la
sociedad y las personas que lo rodean…
“Todo está perdido cuando los malos sirven de
ejemplo y los buenos de mofa.”
“Toda la tierra está al alcance del sabio, ya que
la patria de un alma elevada es el universo.”
“La vida es un tránsito; el mundo es una sala de
espectáculos; el hombre entra en ella, mira y sale.”
“Quien procede injustamente es más desgraciado
que la víctima de su injusticia.”
“Es arrogancia hablar de todo y no querer oír
nada.”
“Nada existe excepto átomos y espacio vacío; todo
lo demás son opiniones.”