miércoles, 1 de octubre de 2025

Demócrito: la sonrisa de quien sabe la verdad

 

Demócrito, filósofo griego, nació en el año 460 antes de Cristo en Abdera. Y este hecho supuso la llegada al mundo de un revolucionario. Así fue no solo por las tesis que durante su vida elaboró y difundió, sino por el cuestionamiento -por no decir rechazo- que generó entre algunos pensadores de su tiempo y posteriores a él. Es propio de la brillantez el generar este tipo de choques entre frentes a favor y en contra de alguien, si bien en múltiples ocasiones no tanto por propiciar un genuino y enriquecedor debate de ideas sobre lo físico y lo metafísico sino, tal vez, por razones más mundanas, como el evitar que un pastel ya cortado y repartido entre varios tuviera que racionarse todavía más o que porciones importantes del mismo salieran del plato de los de siempre. En cualquier caso, Demócrito explicó la realidad de una forma novedosa, siguiendo las enseñanzas de su maestro Leucipo, dejando atrás cuestiones más propias de las ensoñaciones y los mitos que de la ciencia y la sensatez.

Demócrito de Abdera es famoso por la incorporación del concepto de átomo en la configuración de la realidad. Sin recurrir a intervenciones ajenas a la propia materia, explicó que, detrás de todo lo que existe, hay unos elementos que la configuran, y que tales elementos, los átomos, tienen una naturaleza inmutable, preexistente, eterna, y que, en su movimiento, generan lo perceptible. Cuestión distinta es la opinión o el criterio que cada persona pueda tener de esa realidad creada por los átomos, que no implica que existan tantas realidades como sujetos, sino que la realidad es una, al margen de las opiniones o interpretaciones de cada uno, que, por cierto, parten de un subjetivismo que también se construye a través de átomos que conforman la mente y el cuerpo de cada ser humano. Estos átomos se mueven constantemente en el vacío y como consecuencia de sus configuraciones crean o modifican la realidad, ocurriendo así en la naturaleza, en el universo y en cada persona, pues su libre voluntad es fruto de los átomos que la han dotado de vida.

El pensador abarcó una gran cantidad de campos de estudio, pero todos ellos estaban fundamentados en el atomismo, en la creación de la vida a través de partículas eternas, que son el fundamento de todo. El conflicto que generó con el pensamiento de entonces fue severo, con grandes detractores (esencialmente aquellos cuya filosofía se basaba en el idealismo y la metafísica) e importantes defensores, que sostuvieron la tesis de los átomos y añadieron matices a la misma, siendo el más importante el tratar de explicar que el movimiento de los átomos en el vacío (entendido éste como aquel espacio en el que no existen átomos hasta que concurren allí en su movimiento; un concepto abstracto de necesaria creación para justificar la no-realidad en ausencia del movimiento atómico) no era aleatorio, sino que respondía a razones elevadas, a las propias necesidades de la vida. No es un movimiento caótico, sino razonable, pues lo creado y perceptible por los sentidos, si así lo es, es porque está dotado de una cierta coherencia.

Esta teoría, llevada al campo del Derecho, permite concluir que, como parte de la realidad que es, también se constituye por elementos configuradores que justifican su misma existencia y razón de ser. Las normas jurídicas tienen puntos de partida que, bien sea desde una visión positivista o iusmoralista del Derecho, explican el devenir de las leyes y su buen fin. Podrá considerarse que la justicia de la ley proviene del respeto a unos derechos fundamentales que normas de rango superior disponen y que, atendiendo a su posición jerárquica en el sistema, determinan que todas las demás normas han de observarlos para proclamarse válidas; o también podrá afirmarse que esa validez de las leyes proviene de principios que incluso están mucho más allá de constituciones y tratados internacionales, formando parte de la misma conciencia de la especie humana, que la ha convertido en una civilización, separándola del mundo salvaje, residenciando en la ética personal y pública el fundamento de los ordenamientos jurídicos.

Despojar al Derecho de sus átomos -siguiendo a Demócrito- supone negar su existencia. Sin tales valores suprajurídicos (eternos, inmanentes, y en un movimiento constante marcado por el devenir de la historia y su evolución) ya sea implementados en normas positivas o bien ubicados en el plano de la ética, el Derecho no alcanza su fin y ni tan siquiera el determinismo al que lleva la teoría atómica justifica la realidad de aquello que en su ausencia pueda hacerse pasar por Derecho sin serlo, al producir efectos necesariamente perversos, en sí mismos o por ser únicamente favorable para ciertos sujetos que se encuentran detrás de la anulación del sentido de la justicia al que las leyes deben su existencia.

Esta argumentación sirve, por lo tanto, también para desenmascarar lo que es Derecho auténtico de lo que no lo es. Demócrito, se dice, vivió muchos años, fue muy longevo, y hubo un rasgo en él que siempre lo caracterizó: la sonrisa. Este hombre siempre sonreía. Y era por algo: se reía de quienes, crecidos, pensaban que lo sabían todo, cuando verdaderamente su conocimiento de la realidad era limitado; y se reía también de los que simulaban llevar a cabo acciones justas y nobles y a los cuatro vientos lo proclamaban, cuando, hipócritamente, solo buscaban su propio beneficio; y él todo esto sí lo sabía, porque la razón primaba sobre la falsa apariencia, pues la realidad subyacente, en la que creía, es otra. Un pensador, en definitiva, atinado e irónico, al que intentar parecerse. A lo mejor hay más de un discípulo de Demócrito que, hoy en día, musita una sonrisa a escondidas ante el mundo, la sociedad y las personas que lo rodean…

“Todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa.”

“Toda la tierra está al alcance del sabio, ya que la patria de un alma elevada es el universo.”

“La vida es un tránsito; el mundo es una sala de espectáculos; el hombre entra en ella, mira y sale.”

“Quien procede injustamente es más desgraciado que la víctima de su injusticia.”

“Es arrogancia hablar de todo y no querer oír nada.”

“Nada existe excepto átomos y espacio vacío; todo lo demás son opiniones.”




Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación