Amenofis IV
(1372 a.C. – 1336 a.C.) es uno de los faraones del antiguo Egipto más
singulares del ya en sí mismo excepcional reino del Nilo. Como ha ocurrido con
algunos gobernantes en el devenir de la humanidad, se trata de una figura que
supuso la integración del poder político con una sensibilidad hasta ese momento
desconocida, cuestión que determinó tanto la grandeza de su reinado como la
causa de su propio fin, unido a una serie de acontecimientos exógenos que
propiciaron la desaparición de sus iniciativas aunque no de su legado, y ello a
pesar del borrado de la historia que sus detractores pretendieron, sobre la
base de infundios y tergiversaciones, sobrevolando la sospecha de que su muerte
no fue objeto de una causa natural, sino de la objetiva molestia de ciertos
núcleos de poder, no tan en la sombra, que se habían visto privados de sus
prerrogativas de forma inmediata.
Egipto contaba con un Derecho consolidado, tanto
desde la perspectiva privada (con un régimen contractual y matrimonial sorprendentemente
moderno, aunando la formalidad con el consensualismo) como pública
(estableciendo una estructura de enjuiciamiento penal en la que existía la posibilidad
de llevar a niveles superiores las decisiones condenatorias, siendo el juez
supremo el propio faraón, erigiéndose así en última instancia). Ahora bien, en
esta época en ningún momento se produce la separación entre el Derecho y la
religión, de modo que la autoridad de quienes ejercían funciones
jurisdiccionales procedía de su condición de sacerdotes, y la justicia terrenal
era una manifestación de la justicia de los dioses, un anticipo de la prueba
que el dios Anubis realizaría en el más allá pesando el corazón del difunto para
comprobar su pureza respecto de la pluma que servía de contrapeso en la
balanza. No se puede, por lo tanto, hablar en este momento de un Derecho
Natural como fuente de legitimidad de las normas, sino de una religión
politeísta que condicionaba absolutamente la virtualidad jurídica de los
mandatos, hasta el punto de que las penas que se imponían en vida continuaban
tras la muerte.
Este sistema cambia de modo radical con Amenofis
IV, pues la llegada de su reinado supuso la desaparición de cientos de deidades
y su sustitución exclusivamente por una: Atón, el disco solar. El faraón adoptó
el nombre de Akenatón y se consideró el intermediario entre los mortales y el
dios sol. El establecimiento del monoteísmo en Egipto, obra de este faraón, supuso
una revolución de una envergadura y consecuencias inauditas, que dieron lugar a
un desapoderamiento instantáneo de las más altas esferas de la sociedad, los
sacerdotes que ejercían la justicia en nombre de unos dioses que habían dejado
de existir, y lógicamente, opusieron resistencia a la reforma, por lo que a
ellos convenía. Akenatón se presentaba además como un rey familiar, próximo a
sus hijos y esposa, Nefertiti, dejando de ello constancia en los grabados, por
lo que el arte también se modificó; y el faraón incluso expresó su sensibilidad
poética a través de un himno dedicado al dios Atón que se transformó en la oda
de Egipto durante su reinado. Todo ello dio lugar a una lógica revolución en el
Derecho, pues al estar fundamentado en la religión, la desautorización de todos
los sacerdotes/jueces conllevó que éstos perdieran un poder y control sobre la
sociedad absolutamente pleno hasta entonces, por lo que, en cierto modo, la justicia
comenzó indirectamente a adquirir una nueva forma, no desligada de la religión,
pero sí ajena a otro tipo de poder atomizado en los sacerdotes y condicionante
de su imparcialidad, al no ser ya posible ejercer una actividad jurisdiccional
con fines conminativos, intimidatorios, o en definitiva, con intereses espurios,
más fundamentados en la conservación de cuotas de influencia, en el control
social o el sometimiento proyectado desde un plano divino y basado en el temor,
que en la impartición de justicia, aunque ésta siguiera teniendo una raíz
sobrenatural.
Akenatón fue un idealista y un revisor de toda la
estructura de poder existente, cuestiones que no fueron del agrado de todos.
Aparte del referido desapoderamiento, sometió a cargas tributarias a los
poderosos, derogó el sistema de propiedad existente para comenzar a construir
un concepto nuevo de la misma, y dictaminó medidas básicas de higiene para la
vida doméstica del pueblo, tales como que las personas vivieran separadas del
ganado o que existiera un aseo todas en las casas.
Sin embargo, esta forma de gobernar se volvió
inasumible ante la sublevación de los desautorizados, que fomentaron el ánimo
para una guerra civil; el mantenimiento por la sociedad, de facto, del culto a
las anteriores deidades; y el alzamiento de algunos territorios, que
consideraron como debilidad la forma de gobernar de Akenatón. No siendo
bastante con ello, su reinado tuvo que convivir con una pandemia, que se llevó
la vida de varios miembros de la familia real y diezmó al pueblo egipcio, lo
que los sacerdotes se encargaron con avidez de instrumentalizar y retorcer para imputarle
la desgracia al faraón, dado que fue él quien había considerado meros ídolos a
los dioses que ahora les estaban castigando.
Con su muerte, la sucesión de su hijo Tutankamon
supuso el restablecimiento de todo aquello que Akenatón sustituyó, y hubieron
de pasar muchos siglos y avatares históricos para que el legado de este faraón
saliera a luz y otros sistemas normativos y políticos comenzaran a implantar
formas ya ideadas en su momento, quedado con ello la incertidumbre acerca de si
la historia de la humanidad y del Derecho sería la misma a día de hoy de haber
prevalecido aquella forma de gobernar, o incluso si ciertos hechos posteriores
se hubieran adelantado a su tiempo, sin perjuicio de la lección que siempre
podrá extraerse de esos acontecimientos.
"El reino de
lo eterno no tiene sitio dentro de los límites de lo terreno. Todo será como
era antes. El terror, el odio y la injusticia volverán a gobernar el mundo y
los hombres tendrán que volver a sufrirlo. Hubiera sido mejor para mí no haber
nacido nunca, pues así no hubiera visto cuánta maldad hay en la tierra".
Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación
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