viernes, 9 de agosto de 2024

Mar eterno

 

Soy desde mucho antes de que el primer hombre pisara la faz del planeta. He precedido a vuestros pensamientos y sueños. Y os he dado la vida.

Cuántas generaciones he visto pasear, a lo largo de los años, por mis extremos, por mis playas. Yo no he cambiado. Vosotros tampoco lo habéis hecho.

Y la pregunta que os hago es ésta: ¿Por qué no aprendéis de mí?

Tenéis que daros cuenta de que reducir la vida a lo superficial os está impidiendo conocer la realidad. Yo no soy solamente las olas que veis venir hacia vosotros mientras me estáis mirando de frente. Ni tampoco soy la enorme superficie azul inabarcable en el horizonte. Esa es mi apariencia para vosotros. Pero debajo de ella hay un mundo entero. No lo conocéis.

Cuando me observáis en calma os confiáis. Os transmito sensaciones de tranquilidad y quietud. Pero eso no quiere decir que en mi interior no albergue otros pensamientos. Mi calma puede ser formal, y en verdad estar a punto de desencadenar la mayor de las tempestades.

No hagáis del momento, eternidad.

Pensad que participáis de mi esencia, y, por lo tanto, quizá no somos tan diferentes.

 

“Entre la oscuridad del cielo y de la tierra, ardía con ferocidad sobre un disco de mar purpura iluminado por el fuego rojo sangre de los destellos, sobre un disco de agua brillante y siniestro. Una llama alta y clara, una llama inmensa y solitaria ascendía desde el océano, y desde su cumbre el humo negro se elevaba continuamente hacia el cielo. Ardía furiosamente, lúgubre e imponente como una pira funeraria prendida en la noche, rodeada por el mar, observada por las estrellas.”

                                                                                                             Joseph Conrad



Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación 


jueves, 1 de agosto de 2024

Simone de Beauvoir: tiempos modernos de libertad jurídica

 

Se considera, de forma muy generalizada, que una de las filósofas más representativas del feminismo es Simone de Beauvoir (1908-1986), mujer dotada de una gran inteligencia y pareja (a su manera) de Jean-Paul Sartre, con quien mantuvo siempre una relación basada en la más profunda admiración, si bien la libertad, como concepto filosófico, que tanto caracterizó sus planteamientos, se hizo extensivo, coherentemente, a su vida personal.

La conexión con Sartre se materializó en la adscripción al movimiento existencialista, esto es: en la consideración del ser humano como principio y fin en sí mismo (el “ser para sí”) y como responsable de su propia realización o autoconstrucción, en un entorno social repleto de dificultades para hacer posible ese propósito de perfeccionamiento y en buena medida también hostil hacia quien pretende diferenciarse del resto y crecer como ser, abocando hacia una inexorable rebeldía (y por lo tanto, a la confrontación) para llevar a cabo ese fin personalísimo.

Simone de Beauvoir fundó la revista filosófica Tiempos Modernos y fue la autora de varias obras relevantes, destacando entre ellas El segundo sexo, que ha conllevado a considerar, desde una posición reduccionista, que la filósofa es, esencial y básicamente, un referente del feminismo. Sin negar la importancia de su pensamiento para los derechos de la mujer, su iusmoralismo es mucho más amplio y relevante.

Es cierto que, si se examina la consideración de Beauvoir sobre la cuestión jurídica, su reflexión apunta a la calificación del Derecho como un mito. Y ello, por cuanto los valores esenciales que desde un punto de vista moral defiende la filósofa (la libertad y la igualdad) no dejan de ser una entelequia en los que son el armazón histórico de los sistemas jurídicos occidentales, pues, como es sabido, la subordinación de la mujer al hombre principia en el derecho de la antigüedad, atraviesa el medievo y se adentra hasta fechas en absoluto remotas. De tal modo que, en coherencia con la tesis de un pensador iusmoralista, todos los ordenamientos jurídicos que se separan de esos valores humanos residenciados en el plano de la ética y desde el momento en el que no positivicen la igualdad jurídica entre hombre y mujer se considerarán legales, pero no serán legítimos: en efecto, constituyen un mito, por cuanto que se separan de la realidad para intentar dar una explicación (o una solución) paralela e incierta a los efectos materiales que se derivan de esa realidad.

Pero limitar este planteamiento a la cuestión femenina no deja de ser una visión muy fragmentaria de esta línea de pensamiento.

La ética asentada en la radical libertad del ser humano como principio supremo trasciende a la cuestión del género, que no deja de ser una manifestación o especificación de un planteamiento mucho más importante y general, que supone la lucha contra la opresión del poder en todas sus dimensiones. La pensadora, en este campo, tuvo como punto de partida una consideración individualista del ser humano, propia del existencialismo, pero desde ella evolucionó hacia una perspectiva social, no circunscribiendo la libertad al individuo, sino extendiéndola al colectivo humano, frente a las imposiciones injustas, en tanto que no respetuosas con esa moral o ética pública, provenientes de quienes detentan el poder y se sirven no solo de la fuerza, sino de la ley a la que instrumentalizan para sus fines particulares.

Simone de Beauvoir postulaba, efectivamente, una emancipación, pero no solo ni exclusivamente de la mujer, sino de todos, de la sociedad en su conjunto, para hacer material y auténtica su libertad e igualdad en y ante la ley. La libertad individual -con la consideración de que frente a ella está el deber de respeto a la libertad del otro sujeto- no resulta práctica, realista ni viable si la sociedad completa no la hace efectiva resistiéndose frente a los abusos del poder, incluso aunque nominativa o formalmente éstos se presenten como ejemplos de igualitarismo y sus artífices como simulados adalides de una libertad que no es tal, pues en la práctica los hechos y sus efectos o no cambian, son los mismos, o incluso empeoran. Aquellos integrantes de la sociedad que no asuman una posición proactiva en defensa de sus derechos esenciales frente a un poder autoritario (evidente o encubierto) serán sus cómplices y corresponsables de que en la sociedad los valores de la ética pública, del Derecho Natural, no cristalicen en la vida diaria; por ello, nos encontramos ante una muy peculiar existencialista que terminó enlazando a sus tesis el concepto de fraternidad humana.

En consecuencia, el desarrollo pleno de los derechos más esenciales del ser humano (y entre ellos, pero no solo, el de la igualdad entre hombre y mujer) implica que, desde la individualidad, y para conseguir un pleno desarrollo y perfeccionamiento personales, resulta imprescindible asumir una posición beligerante y no acomodaticia frente a normas o mandatos que en modo alguno conllevan a la verdadera igualdad. Existió, desde luego, feminismo en Simone de Beauvoir, pero, como es de ver, su aportación a la materia moral y jurídica es mucho más amplia, general e importante, no debiendo reconducir estas tesis a una sola parte de ellas, ni hacerlo de manera desvirtuada o radicalizada, ya sea por desconocimiento, o con intención; pues qué duda cabe que el conocimiento es poder, y muy probablemente el saber auténtico lleve a la rebeldía, necesaria para la lucha constante por los derechos de todos, siendo cuestionable que al poder ésto le interese.

“El oprimido no puede realizar su libertad de hombre más que en la rebelión, puesto que lo propio de la situación contra la cual se rebela reside precisamente en impedirle todo desarrollo positivo. Solo en la lucha social y política su trascendencia se proyecta al infinito.”

“Al hombre corresponde hacer triunfar el reino de la libertad en el seno del mundo establecido; para alcanzar esta suprema victoria es necesario, entre otras cosas que, por encima de sus diferencias naturales, hombres y mujeres afirmen sin equívocos su fraternidad.”

“Que nada nos defina, que nada nos sujete: que sea la libertad nuestra propia sustancia.”

“La principal plaga de la humanidad no es la ignorancia, sino el rechazo del conocimiento.”



Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación