Soy desde mucho antes de que el primer
hombre pisara la faz del planeta. He precedido a vuestros pensamientos y
sueños. Y os he dado la vida.
Cuántas generaciones he visto pasear, a lo
largo de los años, por mis extremos, por mis playas. Yo no he cambiado.
Vosotros tampoco lo habéis hecho.
Y la pregunta que os hago es ésta: ¿Por qué
no aprendéis de mí?
Tenéis que daros cuenta de que reducir la
vida a lo superficial os está impidiendo conocer la realidad. Yo no soy
solamente las olas que veis venir hacia vosotros mientras me estáis mirando de
frente. Ni tampoco soy la enorme superficie azul inabarcable en el horizonte.
Esa es mi apariencia para vosotros. Pero debajo de ella hay un mundo entero. No
lo conocéis.
Cuando me observáis en calma os confiáis. Os
transmito sensaciones de tranquilidad y quietud. Pero eso no quiere decir que
en mi interior no albergue otros pensamientos. Mi calma puede ser formal, y en
verdad estar a punto de desencadenar la mayor de las tempestades.
No hagáis del momento, eternidad.
Pensad que participáis de mi esencia, y, por lo tanto, quizá no somos tan diferentes.
“Entre la oscuridad
del cielo y de la tierra, ardía con ferocidad sobre un disco de mar purpura
iluminado por el fuego rojo sangre de los destellos, sobre un disco de agua
brillante y siniestro. Una llama alta y clara, una llama inmensa y solitaria
ascendía desde el océano, y desde su cumbre el humo negro se elevaba
continuamente hacia el cielo. Ardía furiosamente, lúgubre e imponente como una
pira funeraria prendida en la noche, rodeada por el mar, observada por las
estrellas.”
Joseph Conrad
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