domingo, 1 de diciembre de 2024

Apio Claudio "El Ciego": tienes aquello que te mereces

 

Apio Claudio, apodado “El Ciego” (340 a.C. – 243 a.C.) por haber perdido la vista en su vejez, o “El Censor” por uno de los cargos que más representativamente asumió, fue un político, escritor y orador romano de la época de la República. En muchos aspectos fue un pionero, tal vez un tanto soterrado en la historia por la sucesión posterior de insignes figuras que adquirieron una mayor fama con los años y los siglos, si bien su nombre y obra a través incluso de quienes le siguieron en el devenir de los tiempos fue puesta en valor.

Apio Claudio tuvo una carrera meteórica en el ámbito político romano, atravesando el cursus honorum prácticamente en su integridad (edil, senador, cónsul, dictador, interrex, y por supuesto, censor). Su idea fue integrar en el Senado a las clases que se consideraban inferiores, entre ellas a los libertos, y a través de su cargo de censor, al confeccionar las listas al Senado, obtener la vía de acceso al mismo de estas clases, lo que generó cierto escándalo entre los patricios, esto es, el estatus nobiliario, dando muestras Apio Claudio de fuerte personalidad al no doblegarse ante las presiones políticas para que dimitiera. Al contrario, su plan era que las clases sociales a las que él les abría las puertas le alzasen en su carrera, cosa que consiguió.

Esta inteligencia política también la trasladó al ámbito militar, obteniendo éxitos notables, y en materia de obras públicas, acometió la construcción de importantes infraestructuras, como la Vía Appia, o el primer acueducto de Roma.

Gran orador, cuyas palabras fueron ensalzadas por Cicerón, en la materia jurídica sus contribuciones fueron esenciales. A un nivel teórico, Apio Claudio es el autor del que puede considerarse uno de los primeros tratados de Derecho, despojando de su exclusividad a quienes hasta entonces en Roma manejaban los asuntos jurídicos, los pontifex. Así, escribió una obra sobre la interrupción de la prescripción adquisitiva o usucapión, titulada De usurpationibus, y redactó las Legis Actiones, esto es, las normas procesales de la época, en su afán de hacer los asuntos jurídicos más próximos al pueblo, para que se pudiera contar con algún tipo de manual que diera las pautas para saber cómo dirigirse al poder impetrando la acción de la justicia. En este afán de aproximación de la justicia a todos, Apio Claudio creó un calendario de “días hábiles” para conocer cuándo, qué días concretos, se administraba justicia. En fin, estamos ante la semilla de lo que hoy llamamos seguridad jurídica.

Hay una faceta de su personalidad a la que me quiero referir en especial. Como ocurre con los grandes intelectuales, su genialidad no estaba limitada a un solo plano del conocimiento, sino que nos encontramos ante un hombre polifacético, pues, más allá de lo político, lo jurídico o lo militar, Apio Claudio fue también escritor y moralista, siendo así un nuevo ejemplo de jurista pleno: aquel que no puede entender el Derecho al margen de la ética, al formar un todo unitario.

Escribió, en formato de aforismos, una serie de sententiae en las que trasladaba brevemente sus pensamientos sobre la vida, la libertad y la responsabilidad. Entre ellos para mí tiene una significativa importancia el siguiente: “faber est suae quisque fortunae”, es decir: “cada uno hace su propia fortuna”.

Es importante que Apio Claudio ya refiera en su época, como realidad irrefutable, que, según como cada uno actúe y se comporte en la vida, así tendrá los resultados que merezca. No dependerá de los hados ni de los dioses, sino del proceder y de la actitud personales. La pérdida de oportunidades, el alejamiento definitivo de personas, serán la consecuencia de los actos o de las omisiones propias, de la pasividad o del silencio voluntarios.

Para el Derecho, esta primacía de la voluntad y no de lo aleatorio es esencial, pues de aquí se derivan la culpabilidad en el ámbito penal o los efectos en los negocios y relaciones jurídicas en lo civil; siendo de estricta justicia el que cada uno reciba lo suyo, conforme a lo que merezca y haya hecho, como Ulpiano estableció dando lugar a una de las máximas nucleares de la ciencia jurídica.

Desde la Filosofía, la capacidad para hacerse responsable de los propios actos ha sido uno de los pilares maestros para alcanzar una concepción verdadera del ser humano, independiente de fuerzas superiores a las que atribuirles las negativas consecuencias de su mal hacer. El reconocimiento de los efectos de los propios actos define al superhombre, asumiendo que la libertad implica responsabilidad y consecuencias en la propia vida, en el entorno y también genera una lógica respuesta en el semejante.

Una relevante tesis de Apio Claudio que ha tenido su eco incluso en la literatura universal, pues Miguel de Cervantes llevó esta enseñanza al Quijote: Alonso Quijano replicó a Sancho, cuando éste le decía que la fortuna era una mujer que, se comentaba, tenia un proceder muy caprichoso y que, por motivos desconocidos e incontrolables, actuaba de una forma diferente dependiendo de la situación, que eso no era así, que no se equivocase, pues cada uno de nosotros, según se comporte, forja su propia suerte, su propio destino, su propia aventura vital.

"Apio, irguiéndose de inmediato, dijo: Hasta aquí romanos, soportaba penosamente la suerte de mis ojos, pero ahora me duele no ser sordo además de ciego y escuchar en cambio vuestros vergonzosos decretos y resoluciones que demuelen la gloria de Roma. ¿Dónde está pues aquel renombre vuestro, susurrado constantemente a todos los hombres?”

 


Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación