viernes, 25 de julio de 2025

Hulk Hogan: recuerdos de la infancia, icono pop inmortal

 

Terry Gene Bolea, cuyo nombre artístico fue Hulk Hogan, nació en Augusta, Georgia, Estados Unidos, en 1953 y falleció el día 24 de julio de 2025. Quizá el más famoso luchador de wrestling de todos los tiempos, tuvo una carrera profesional brillante, compaginando el deporte-espectáculo con el cine y la televisión. Ganador de múltiples campeonatos mundiales en la WWF y WCW, tras su retiro se vio envuelto en una serie de polémicas mediáticas y jurídicas (de las que salió finalmente victorioso) que contribuyeron a mantener a contrario su popularidad. Miembro del Salón de la Fama de la WWE, su muerte tuvo lugar como consecuencia de un paro cardiaco, causa que suele ser habitual en estos deportistas.

 

La figura de Hulk Hogan, para muchos de nuestra generación, siempre será vista con los ojos de un niño. Esto es: idealizada, como la de un superhéroe. Solo la madurez, el devenir de los años, nos hace comprobar que la inmortalidad, al menos en este mundo, no existe y que todos nos igualamos en el destino.

 

Pero más allá de esta consideración, la imagen del luchador hace que me retrotraiga a un tiempo feliz, acogedor, familiar, en el que los problemas no existían. Ciertamente, las oscuridades también le alcanzaban a nuestro luchador, como ser humano que era, y es posible que técnicamente, atendiendo al avance que ha tenido la lucha libre con los años, no fuera muy depurado, pero todo lo compensaba con una gran puesta en escena (al fin y al cabo el wrestling bebe mucho de la imagen y de la actuación) y con una presencia muy bien fabricada, con un carisma notable.

 

Su personaje fue configurado (al menos en los años de mi niñez, finales de la década de los 80 y principios de los 90) como un ser benefactor, un patriota amigo de los niños y de la justicia, que al final obtenía siempre éxito, de una manera u otra, y sus victorias eran como si fueran nuestras. Incluso aparecía para ayudar a otros luchadores e imponer el orden en situaciones de abuso o, en definitiva, de injusticia.

 

Brindó momentos estelares, que siempre tendré en el recuerdo, como sus luchas contra los también recordados André El Gigante, el Último Guerrero y “Macho Man” Randy Savage.

 

En sus actuaciones en el ring, en un momento determinado de los combates, normalmente al estar a punto de acabar, y tras haber recibido un “castigo” importante, solía tener una especie de “resucitación” (que el ingenioso reportero Héctor del Mar llamó “baile de San Vito” pero que realmente en los guiones de estos combates se denomina “comeback”) por la que el luchador volvía en sí como si nada hubiera pasado, ante la “sorpresa” de su rival, se ponía en pie, le señalaba con el dedo y acababa con él.

 

Desde los ojos del niño esto llamaba mucho la atención; es cierto que ponía en evidencia la realidad de lo que pasaba en el ring (una simulación, sin dejar de reconocer que para hacer todo aquello necesariamente se requería y se requiere ser un gran atleta) y que como adulto puede ocasionar incluso una sonrisa, pero tenía un mensaje: el levantarse siempre, el no darse nunca jamás por vencido, y hasta el último aliento, pelear. Esta moraleja por supuesto es muy importante para la vida: se nos venía a decir, como niños, que la justicia requiere luchar, enfrentarse al mal, y poner todo de nuestra parte para conseguir que el bien prevalezca. Es cierto, lo puedo atestiguar.

 

A ese mensaje, que yo extraje de ver a Hulk Hogan en mi infancia, se une, como ya expresé anteriormente, el que en aquel entonces era yo un niño, y mis recuerdos son luminosos, de estar en un entorno de cariño y de bondad.

 

Hulk Hogan, aunque se haya ido, es ciertamente inmortal, como él mismo se hacía llamar, porque en muchos niños de entonces, ahora ya mayores, se ha convertido en un bonito recuerdo, y además no cabe duda de  que su imagen se inserta en un periodo de tiempo que hace de ella un icono de su época, muy reconocible, como también lo son relevantes músicos, actores o deportistas.

 

Es el sino de los tiempos: las personas poco a poco se van marchando, incluso aquellos que casi pensábamos que no lo harían, pero si su mensaje queda, la muerte será solo una palabra, dentro de una historia y un legado para siempre.

 

“Entonces, hermanos, cuando las cosas se ponen difíciles, ¡recuerden siempre que los héroes nunca se rinden!”

 

“El éxito no es solo ganar, es levantarse cada vez que te caes.”

 

“La única forma de tener éxito en la vida es creer en ti mismo y luchar por tus sueños.”

 

“La vida siempre te dará pruebas, pero solo tú decides si quieres ser una víctima o un campeón.”




Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación 


 

martes, 1 de julio de 2025

Jürgen Habermas: una acción comunicativa encubierta

 

Jürgen Habermas, filósofo alemán nacido en la localidad de Düsseldorf en el año 1929, es un pensador contemporáneo muy relevante; sin duda, uno de los referentes de la Filosofía en la actualidad y cuyas tesis, que examinan conceptos clásicos bajo la premisa del mundo en el que vivimos hoy y en el marco de la sociedad que conformamos (con sus grandes sombras) harán de él un paradigma de nuestra época para la Historia de la Filosofía. Sus planteamientos sobre la ética, la comunicación y la justicia parten de una serie de precedentes ilustres, como Rousseau o Kant, con el contrato social y la crítica como fundamentos, si bien los integra en la humanidad presente, para posicionarlos dentro del fenómeno de la comunicación intersubjetiva, del diálogo como forma de viabilizar la convivencia.

 

El término “acción” es básico en Filosofía, pues define todo aquello que supone la puesta en marcha, la proactividad subjetiva para conseguir el fin pretendido. Es la voluntad materializada en el movimiento que tiene un sentido final: la obtención del resultado al que aspiramos. Desde Aristóteles el fundamento de la construcción de la realidad está en la acción. Y a partir de las acciones de todos surge la necesidad de convivir, pues nuestras acciones en el marco del grupo social pueden colisionar entre ellas si no respetan un cierto orden. Esta organización de las acciones, necesaria para la vida colectiva, se puede basar en el acuerdo, en la tolerancia, en el establecimiento, consideración y comprensión de límites consensuados, determinados ética y jurídicamente, de donde se derivan los sistemas políticos y de gobierno más teóricamente perfeccionados, como son la democracia y el Estado de Derecho.

 

Ahora bien, importante es para Habermas un concepto de acción actualizado y que ha denominado “acción comunicativa”. La vida social es posible porque entre los individuos que la integramos existe una comunicación expresa que pone de manifiesto, a título particular, las necesidades de todos y la conclusión de que, para llegar a obtener la plasmación material de la satisfacción de esas necesidades, resulta preciso manifestarlas, expresarlas, comunicarlas. Y, así, surgen, por ejemplo, las necesidades económicas, la demanda y la oferta en el mercado, la reclamación de derechos fundamentales como la sanidad, la vivienda o la educación y la búsqueda de su efectividad. Independientemente del nivel ontológico en el que éstos se encuentran (ético) es, a consecuencia de la acción comunicativa, de la reclamación individual y social de tales derechos, como estos resultan eficaces, ya sea directamente a través del voto o de forma indirecta a través de las decisiones legislativas sustentadas en la representatividad. La acción comunicativa es el vehículo responsable de conducir una aspiración individual y social desde el plano de los principios éticos al plano de lo jurídico, determinando así su eficacia material, y el contexto idóneo para ello es la democracia.

 

No obstante, existe, dentro de esta modalidad de acción, algo que Habermas tiene muy en cuenta y que puede suponer un uso perverso de la comunicación, esencialmente a través de la manipulación de la “opinión pública”, que es el segundo concepto más relevante de esta línea de su pensamiento.  

 

Sabemos que los denominados “medios de comunicación” pueden no solo recoger de forma general esa genuina acción comunicativa o clamor social, sino que perfectamente también tienen capacidad para hacer pasar por necesidad motivadora de la acción social un deseo particular de ciertos grupos o personas, tratando de imponerse, bajo la fachada de información veraz y libre, e infiltrarse en la opinión pública a modo de un parásito, de tal forma que aun creyendo que nuestra opinión es voluntaria y libre (de acuerdo con su naturaleza conceptual, con lo que le corresponde ser por definición) en verdad está completamente manipulada, para que nuestras acciones materialicen aquello que solo algunos individuos buscan. De ahí la necesidad de volver al sentido crítico, esto es, al criticismo kantiano.

 

Estas son mis palabras, mi forma de entender y exponer lo que el filósofo explica, y que él, muy gráficamente, define como “la colonización del mundo de la vida por parte del sistema.”

 

En íntima relación con los anterior, es importante no perder de vista que la acción comunicativa, que expresamos para obtener aquello que queremos, como indica Habermas, podemos manifestarla de una forma abierta o bien con un sentido estratégico, es decir: no siempre los individuos son transparentes con aquello que persiguen ni revelan sus objetivos con sinceridad. Esto es propio de la condición humana y un sistema filosófico completo, como es el presente, lo tiene en cuenta, dado que la estrategia comunicativa ostenta, sin discusión, una preponderancia absoluta en el mundo que ahora habitamos.

 

Si esta realidad irrefutable se traslada del individuo a la sociedad, habrá manifestaciones sociales claras en lo que se pretende, y podrán materializarse en normas jurídicas, en leyes, dotadas de honestidad, éticas, en definitiva; pero en muchos otros supuestos existen dentro de la sociedad sectores, grupos, organizaciones cuya acción comunicativa no es abierta, sino ciertamente estratégica. No dirán lo que en el fondo pretenden, y presentarán como beneficioso para todos lo que solo beneficia a algunos, concretamente a ellos, quienes pueden controlar los medios de comunicación (en particular o en su totalidad) y así manipular a la opinión pública (que es el auténtico detentador del poder genuino) máxime cuando ésta no tiene las herramientas culturales necesarias para criticar desde la razón aquello que se presenta como bien común, justo y legítimo sin serlo en absoluto. Este es un hecho habitual y, por cierto, muy frustrante.


Habermas ha dado en la diana de los problemas de la sociedad de nuestro tiempo. Y entiende que norma legal y norma moral son diferentes, porque su naturaleza lo es, pero no son opuestas, sino un reflejo: de forma tal que la norma positiva solo será verdaderamente justa y legítima si se basa en los principios y valores de la ética.

 

Un pensador, por lo tanto, actual, que ha sabido localizar brillantemente la clave de los males de nuestros días, y que une esta contemporaneidad con los postulados más clásicos de la filosofía jurídica, lo que implica que, dada la armonía intelectual entre pasado y presente, la razón le asiste a tal vínculo entre ética y ley, y que precisamente en este nexo pervive la solución a un horizonte futuro que se tiñe de negro.

 

“El positivismo significa el fin de la “teoría del conocimiento”, que pasa a ser sustituida por una “teoría de las ciencias.”

 

“Si bien se exigen objetivamente mayores demandas a esta autoridad, opera menos como una opinión pública que da una base racional al ejercicio de la autoridad política y social, cuanto más se genera con el propósito de un voto abstracto que no es más que un acto de aclamación dentro de una esfera pública fabricada temporalmente para exhibición o manipulación.”

 

“El universalismo igualitario, del cual surgieron las ideas de libertad y solidaridad social, de una conducta autónoma de la vida y la emancipación, de la moral individual de la conciencia, los derechos humanos y la democracia, es el heredero directo de la ética judaica de la justicia y la ética cristiana de amor. Este legado, sustancialmente sin cambios, ha sido objeto de continua apropiación crítica y reinterpretación. Hasta el día de hoy, no hay alternativa.”

 

“La moralidad tiene que ver, sin duda, con la justicia y con el bienestar de los otros, incluso con la promoción del bienestar general.”

 

“Avergüénzate de morir hasta que no hayas conseguido una victoria para la humanidad.”




Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación