Jürgen Habermas, filósofo alemán nacido en la
localidad de Düsseldorf en el año 1929, es un pensador contemporáneo muy
relevante; sin duda, uno de los referentes de la Filosofía en la actualidad y
cuyas tesis, que examinan conceptos clásicos bajo la premisa del mundo en el
que vivimos hoy y en el marco de la sociedad que conformamos (con sus grandes
sombras) harán de él un paradigma de nuestra época para la Historia de la
Filosofía. Sus planteamientos sobre la ética, la comunicación y la justicia
parten de una serie de precedentes ilustres, como Rousseau o Kant, con el
contrato social y la crítica como fundamentos, si bien los integra en la
humanidad presente, para posicionarlos dentro del fenómeno de la comunicación
intersubjetiva, del diálogo como forma de viabilizar la convivencia.
El término “acción”
es básico en Filosofía, pues define todo aquello que supone la puesta en
marcha, la proactividad subjetiva para conseguir el fin pretendido. Es la
voluntad materializada en el movimiento que tiene un sentido final: la
obtención del resultado al que aspiramos. Desde Aristóteles el fundamento de la
construcción de la realidad está en la acción. Y a partir de las acciones de
todos surge la necesidad de convivir, pues nuestras acciones en el marco del
grupo social pueden colisionar entre ellas si no respetan un cierto orden. Esta
organización de las acciones, necesaria para la vida colectiva, se puede basar
en el acuerdo, en la tolerancia, en el establecimiento, consideración y
comprensión de límites consensuados, determinados ética y jurídicamente, de
donde se derivan los sistemas políticos y de gobierno más teóricamente
perfeccionados, como son la democracia y el Estado de Derecho.
Ahora bien, importante es para Habermas un
concepto de acción actualizado y que ha denominado “acción comunicativa”. La vida social es posible porque entre los
individuos que la integramos existe una comunicación expresa que pone de
manifiesto, a título particular, las necesidades de todos y la conclusión de
que, para llegar a obtener la plasmación material de la satisfacción de esas
necesidades, resulta preciso manifestarlas, expresarlas, comunicarlas. Y, así,
surgen, por ejemplo, las necesidades económicas, la demanda y la oferta en el
mercado, la reclamación de derechos fundamentales como la sanidad, la vivienda
o la educación y la búsqueda de su efectividad. Independientemente del nivel
ontológico en el que éstos se encuentran (ético) es, a consecuencia de la
acción comunicativa, de la reclamación individual y social de tales derechos,
como estos resultan eficaces, ya sea directamente a través del voto o de forma
indirecta a través de las decisiones legislativas sustentadas en la
representatividad. La acción comunicativa es el vehículo responsable de
conducir una aspiración individual y social desde el plano de los principios
éticos al plano de lo jurídico, determinando así su eficacia material, y el
contexto idóneo para ello es la democracia.
No obstante, existe, dentro de esta modalidad de
acción, algo que Habermas tiene muy en cuenta y que puede suponer un uso
perverso de la comunicación, esencialmente a través de la manipulación de la “opinión pública”, que es el segundo
concepto más relevante de esta línea de su pensamiento.
Sabemos que los denominados “medios de comunicación” pueden no solo recoger de forma general esa
genuina acción comunicativa o clamor social, sino que perfectamente también tienen
capacidad para hacer pasar por necesidad motivadora de la acción social un
deseo particular de ciertos grupos o personas, tratando de imponerse, bajo la
fachada de información veraz y libre, e infiltrarse en la opinión pública a
modo de un parásito, de tal forma que aun creyendo que nuestra opinión es
voluntaria y libre (de acuerdo con su naturaleza conceptual, con lo que le
corresponde ser por definición) en verdad está completamente manipulada, para
que nuestras acciones materialicen aquello que solo algunos individuos buscan. De
ahí la necesidad de volver al sentido crítico, esto es, al criticismo kantiano.
Estas son mis palabras, mi forma de entender y
exponer lo que el filósofo explica, y que él, muy gráficamente, define como “la colonización del mundo de la vida por
parte del sistema.”
En íntima relación con los anterior, es
importante no perder de vista que la acción comunicativa, que expresamos para
obtener aquello que queremos, como indica Habermas, podemos manifestarla de una
forma abierta o bien con un sentido estratégico, es decir: no siempre los
individuos son transparentes con aquello que persiguen ni revelan sus objetivos
con sinceridad. Esto es propio de la condición humana y un sistema filosófico
completo, como es el presente, lo tiene en cuenta, dado que la estrategia
comunicativa ostenta, sin discusión, una preponderancia absoluta en el mundo
que ahora habitamos.
Si esta realidad irrefutable se traslada del
individuo a la sociedad, habrá manifestaciones sociales claras en lo que se
pretende, y podrán materializarse en normas jurídicas, en leyes, dotadas de
honestidad, éticas, en definitiva; pero en muchos otros supuestos existen
dentro de la sociedad sectores, grupos, organizaciones cuya acción comunicativa
no es abierta, sino ciertamente estratégica. No dirán lo que en el fondo
pretenden, y presentarán como beneficioso para todos lo que solo beneficia a
algunos, concretamente a ellos, quienes pueden controlar los medios de
comunicación (en particular o en su totalidad) y así manipular a la opinión
pública (que es el auténtico detentador del poder genuino) máxime cuando ésta
no tiene las herramientas culturales necesarias para criticar desde la razón
aquello que se presenta como bien común, justo y legítimo sin serlo en absoluto.
Este es un hecho habitual y, por cierto, muy frustrante.
Habermas ha dado en la diana de los problemas de
la sociedad de nuestro tiempo. Y entiende que norma legal y norma moral son
diferentes, porque su naturaleza lo es, pero no son opuestas, sino un reflejo:
de forma tal que la norma positiva solo será verdaderamente justa y legítima si
se basa en los principios y valores de la ética.
Un pensador, por lo tanto, actual, que ha sabido localizar
brillantemente la clave de los males de nuestros días, y que une esta
contemporaneidad con los postulados más clásicos de la filosofía jurídica, lo
que implica que, dada la armonía intelectual entre pasado y presente, la razón le
asiste a tal vínculo entre ética y ley, y que precisamente en este nexo pervive
la solución a un horizonte futuro que se tiñe de negro.
“El positivismo significa el fin de la “teoría del conocimiento”, que
pasa a ser sustituida por una “teoría de las ciencias.”
“Si bien se exigen objetivamente mayores demandas a esta autoridad, opera
menos como una opinión pública que da una base racional al ejercicio de la
autoridad política y social, cuanto más se genera con el propósito de un voto
abstracto que no es más que un acto de aclamación dentro de una esfera pública
fabricada temporalmente para exhibición o manipulación.”
“El universalismo igualitario, del cual surgieron las ideas de libertad y
solidaridad social, de una conducta autónoma de la vida y la emancipación, de
la moral individual de la conciencia, los derechos humanos y la democracia, es
el heredero directo de la ética judaica de la justicia y la ética cristiana de
amor. Este legado, sustancialmente sin cambios, ha sido objeto de continua
apropiación crítica y reinterpretación. Hasta el día de hoy, no hay
alternativa.”
“La moralidad tiene que ver, sin duda, con la justicia y con el bienestar
de los otros, incluso con la promoción del bienestar general.”
“Avergüénzate de morir hasta que no hayas conseguido una victoria para la
humanidad.”
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