lunes, 30 de junio de 2025

Jürgen Habermas: una acción comunicativa encubierta

 

Jürgen Habermas, filósofo alemán nacido en la localidad de Düsseldorf en el año 1929, es un pensador contemporáneo muy relevante; sin duda, uno de los referentes de la Filosofía en la actualidad y cuyas tesis, que examinan conceptos clásicos bajo la premisa del mundo en el que vivimos hoy y en el marco de la sociedad que conformamos (con sus grandes sombras) harán de él un paradigma de nuestra época para la Historia de la Filosofía. Sus planteamientos sobre la ética, la comunicación y la justicia parten de una serie de precedentes ilustres, como Rousseau o Kant, con el contrato social y la crítica como fundamentos, si bien los integra en la humanidad presente, para posicionarlos dentro del fenómeno de la comunicación intersubjetiva, del diálogo como forma de viabilizar la convivencia.

 

El término “acción” es básico en Filosofía, pues define todo aquello que supone la puesta en marcha, la proactividad subjetiva para conseguir el fin pretendido. Es la voluntad materializada en el movimiento que tiene un sentido final: la obtención del resultado al que aspiramos. Desde Aristóteles el fundamento de la construcción de la realidad está en la acción. Y a partir de las acciones de todos surge la necesidad de convivir, pues nuestras acciones en el marco del grupo social pueden colisionar entre ellas si no respetan un cierto orden. Esta organización de las acciones, necesaria para la vida colectiva, se puede basar en el acuerdo, en la tolerancia, en el establecimiento, consideración y comprensión de límites consensuados, determinados ética y jurídicamente, de donde se derivan los sistemas políticos y de gobierno más teóricamente perfeccionados, como son la democracia y el Estado de Derecho.

 

Ahora bien, importante es para Habermas un concepto de acción actualizado y que ha denominado “acción comunicativa”. La vida social es posible porque entre los individuos que la integramos existe una comunicación expresa que pone de manifiesto, a título particular, las necesidades de todos y la conclusión de que, para llegar a obtener la plasmación material de la satisfacción de esas necesidades, resulta preciso manifestarlas, expresarlas, comunicarlas. Y, así, surgen, por ejemplo, las necesidades económicas, la demanda y la oferta en el mercado, la reclamación de derechos fundamentales como la sanidad, la vivienda o la educación y la búsqueda de su efectividad. Independientemente del nivel ontológico en el que éstos se encuentran (ético) es, a consecuencia de la acción comunicativa, de la reclamación individual y social de tales derechos, como estos resultan eficaces, ya sea directamente a través del voto o de forma indirecta a través de las decisiones legislativas sustentadas en la representatividad. La acción comunicativa es el vehículo responsable de conducir una aspiración individual y social desde el plano de los principios éticos al plano de lo jurídico, determinando así su eficacia material, y el contexto idóneo para ello es la democracia.

 

No obstante, existe, dentro de esta modalidad de acción, algo que Habermas tiene muy en cuenta y que puede suponer un uso perverso de la comunicación, esencialmente a través de la manipulación de la “opinión pública”, que es el segundo concepto más relevante de esta línea de su pensamiento.  

 

Sabemos que los denominados “medios de comunicación” pueden no solo recoger de forma general esa genuina acción comunicativa o clamor social, sino que perfectamente también tienen capacidad para hacer pasar por necesidad motivadora de la acción social un deseo particular de ciertos grupos o personas, tratando de imponerse, bajo la fachada de información veraz y libre, e infiltrarse en la opinión pública a modo de un parásito, de tal forma que aun creyendo que nuestra opinión es voluntaria y libre (de acuerdo con su naturaleza conceptual, con lo que le corresponde ser por definición) en verdad está completamente manipulada, para que nuestras acciones materialicen aquello que solo algunos individuos buscan. De ahí la necesidad de volver al sentido crítico, esto es, al criticismo kantiano.

 

Estas son mis palabras, mi forma de entender y exponer lo que el filósofo explica, y que él, muy gráficamente, define como “la colonización del mundo de la vida por parte del sistema.”

 

En íntima relación con los anterior, es importante no perder de vista que la acción comunicativa, que expresamos para obtener aquello que queremos, como indica Habermas, podemos manifestarla de una forma abierta o bien con un sentido estratégico, es decir: no siempre los individuos son transparentes con aquello que persiguen ni revelan sus objetivos con sinceridad. Esto es propio de la condición humana y un sistema filosófico completo, como es el presente, lo tiene en cuenta, dado que la estrategia comunicativa ostenta, sin discusión, una preponderancia absoluta en el mundo que ahora habitamos.

 

Si esta realidad irrefutable se traslada del individuo a la sociedad, habrá manifestaciones sociales claras en lo que se pretende, y podrán materializarse en normas jurídicas, en leyes, dotadas de honestidad, éticas, en definitiva; pero en muchos otros supuestos existen dentro de la sociedad sectores, grupos, organizaciones cuya acción comunicativa no es abierta, sino ciertamente estratégica. No dirán lo que en el fondo pretenden, y presentarán como beneficioso para todos lo que solo beneficia a algunos, concretamente a ellos, quienes pueden controlar los medios de comunicación (en particular o en su totalidad) y así manipular a la opinión pública (que es el auténtico detentador del poder genuino) máxime cuando ésta no tiene las herramientas culturales necesarias para criticar desde la razón aquello que se presenta como bien común, justo y legítimo sin serlo en absoluto. Este es un hecho habitual y, por cierto, muy frustrante.


Habermas ha dado en la diana de los problemas de la sociedad de nuestro tiempo. Y entiende que norma legal y norma moral son diferentes, porque su naturaleza lo es, pero no son opuestas, sino un reflejo: de forma tal que la norma positiva solo será verdaderamente justa y legítima si se basa en los principios y valores de la ética.

 

Un pensador, por lo tanto, actual, que ha sabido localizar brillantemente la clave de los males de nuestros días, y que une esta contemporaneidad con los postulados más clásicos de la filosofía jurídica, lo que implica que, dada la armonía intelectual entre pasado y presente, la razón le asiste a tal vínculo entre ética y ley, y que precisamente en este nexo pervive la solución a un horizonte futuro que se tiñe de negro.

 

“El positivismo significa el fin de la “teoría del conocimiento”, que pasa a ser sustituida por una “teoría de las ciencias.”

 

“Si bien se exigen objetivamente mayores demandas a esta autoridad, opera menos como una opinión pública que da una base racional al ejercicio de la autoridad política y social, cuanto más se genera con el propósito de un voto abstracto que no es más que un acto de aclamación dentro de una esfera pública fabricada temporalmente para exhibición o manipulación.”

 

“El universalismo igualitario, del cual surgieron las ideas de libertad y solidaridad social, de una conducta autónoma de la vida y la emancipación, de la moral individual de la conciencia, los derechos humanos y la democracia, es el heredero directo de la ética judaica de la justicia y la ética cristiana de amor. Este legado, sustancialmente sin cambios, ha sido objeto de continua apropiación crítica y reinterpretación. Hasta el día de hoy, no hay alternativa.”

 

“La moralidad tiene que ver, sin duda, con la justicia y con el bienestar de los otros, incluso con la promoción del bienestar general.”

 

“Avergüénzate de morir hasta que no hayas conseguido una victoria para la humanidad.”




Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación 




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