Edith Stein (1891-1942) fue una mujer ejemplar. No
solo por su forma de ver la vida, las dolorosas circunstancias que tuvo que
afrontar o su brillantez intelectual. Con total humildad y verdadera sabiduría
(entendiendo que no todo lo visible constituye la realidad, y que, cuanto más
reflexionaba filosóficamente más se daba cuenta de ello) transitó por un camino
que le llevó a lo trascedente, y lo hizo desde lo racional, desde el
pensamiento estrictamente filosófico.
Nació en la ciudad alemana de Breslavia (hoy
Wroclaw, Polonia) en el seno de una familia judía y desde niña manifestó
grandes inquietudes, siendo avanzada en los estudios, e interesada especialmente
en la filosofía y la psicología. Su carrera universitaria hizo posible que
coincidiera con Husserl, uno de los máximos exponentes de la fenomenología y, a
través de esta corriente de pensamiento, Edith llegó a una convicción
religiosa, lo que no deja de ser algo ciertamente singular, pues materializa la
tesis según la cual a través de la razón se puede llegar a lo trascendente. Es
cierto que la fenomenología es un campo proclive a la consideración de lo
intangible como presupuesto, pues su base está en que la realidad se aprehende
y percibe no tanto desde lo externo hacia el interior (empirismo), sino por
medio de la conciencia personal que asimila la realidad y desde ahí hace
posible percibir el hecho externo, el fenómeno. No se trata de entender la
fenomenología como un mero subjetivismo, en el sentido de tener tantas
realidades como valoraciones o conciencias que las perciban, sino que, ciertos elementos de un mismo hecho, de forma común, son entendidos por todas las
conciencias, y a través de la comunicación entre ellas, separando aquellos
extremos estrictamente fruto de la opinión, se llega a un fenómeno común y
único. No sorprende, por lo tanto, que la filósofa, desde esta línea de
pensamiento, al tiempo que profundizaba en la lectura de Santa Teresa y de
Santo Tomás de Aquino, realizara una tesis doctoral sobre la empatía como forma
auténtica de entender la realidad intersubjetiva y, a la vez, se diera cuenta
de que existe un trasfondo inicial, de una relevancia extrema, que permite a la
propia conciencia comprender los hechos, otorgando a ésta una chispa de
entendimiento que va más allá de las limitaciones humanas.
Edith Stein se convirtió al cristianismo, ingresó
en la Orden del Carmelo en Colonia y adoptó el nombre de Teresa Benedicta de la
Cruz. Ello no fue óbice para que el régimen nazi, sabedor de su origen judío, diera
con ella y, junto con su hermana, fueran ambas arrestadas por la Gestapo y
llevadas a diversos campos de concentración, siendo finalmente asesinadas en Auschwitz
mediante la inhalación de gas venenoso.
El papa San Juan Pablo II la canonizó en 1998 y fue proclamada copatrona de Europa, por encarnar grandes valores, así una profunda intelectualidad y religiosidad.
La vida y el pensamiento de la mártir Santa
Teresa Benedicta de la Cruz, su viaje desde la razón a la trascendencia, me
lleva a pensar en el Derecho, que es obra humana, y participa, por lo tanto, de
su misma naturaleza. Trasladando la fenomenología a la disciplina jurídica, es
posible advertir que la realidad percibida de las normas jurídicas por quienes
tienen que cumplirlas y aplicarlas resulta determinante para averiguar la bondad
o maldad de sus fines. Quien ha de cumplirlas, la sociedad en su conjunto, si
está dotada de elementos de crítica, podrá, desde su interior, desde su
conciencia, percibir las intenciones del legislador, y en el caso de llegar a
la convicción, determinante de una realidad objetiva, de que sus pretensiones
se separan del bien común, podrá actuar en consecuencia, adoptando los
mecanismos necesarios para cambiar a quien dicta esas leyes. Y en el caso de
quienes han de aplicar las normas, asimismo, podrán también adoptar las medidas
jurídicas y técnicas necesarias para paliar los efectos nocivos de normas que
saben perversas en su fondo.
Pero este planteamiento no se limita a la
perspectiva de los destinatarios de las normas, sino que es igualmente
aplicable al propio sistema normativo en su conjunto y de raíz. Cualquier
ordenamiento jurídico que se proyecte como medio de protección y garantía de
derechos y libertades individuales y sociales debe estar inspirado y construido
desde valores y principios inmanentes, éticos. El fenómeno de la ley, para ser
percibido en conciencia como tal, debe conjugar ética y norma positiva. Si lo
que se presenta formalmente como Derecho está en su fondo desprovisto de tal
componente ético, en el sentido de ética pública, de defensa del bien común, la
percepción de ese fenómeno -nominativamente jurídico- llevará de plano a
descartar tal realidad como auténtico Derecho, y por una sola razón netamente
objetiva y no discutible: ser generador de injusticias.
La misma reflexión filosófica que llevó a Edith
Stein hacia la trascendencia debe hacernos valorar, en el marco de nuestro
tiempo, y en la historia, si el Derecho que hoy tenemos y que pueda producirse el
día de mañana responde a su razón de ser verdadera; si es genuina su naturaleza
o si, por el contrario, son otras motivaciones las que lo han llevado a surgir
y a aplicarse. En ello reside la capacidad de reacción frente a la injusticia.
“La verdadera libertad consiste en ser fiel a uno
mismo y a las voces interiores de nuestra conciencia.”
“La sabiduría consiste en reconocer la
realidad tal como es, sin juicios ni prejuicios.”
“La verdad es la luz que ilumina nuestro camino
y nos guía hacia la verdadera libertad.”
“La verdadera educación consiste en enseñar a
los demás a pensar por sí mismos y a cuestionar la realidad.”
“La experiencia de esta mujer, que afrontó los
desafíos de un siglo atormentado como el nuestro, es un ejemplo para nosotros: el
mundo moderno muestra la puerta atractiva del permisivismo, ignorando la puerta
estrecha del discernimiento y de la renuncia. Me dirijo especialmente a
vosotros, jóvenes cristianos, en particular a los numerosos monaguillos que han
venido estos días a Roma: evitar concebir vuestra vida como una puerta abierta
a todas las opciones. Escuchad la voz de vuestro corazón. No os quedéis en la
superficie, id al fondo de las cosas (…) Santa Teresa Benedicta de la Cruz nos
dice a todos: “No aceptéis como verdad nada que carezca de amor. Y no aceptéis
como amor nada que carezca de verdad.” El uno sin la otra se convierte en una
mentira destructora.” (San Juan Pablo II, homilía de la misa de canonización de Edith Stein)