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El Señor de León |
El Viernes Santo de León desprende una impronta especial desde el amanecer. El relato de una historia decisiva, que constituye el fundamento de múltiples acontecimientos posteriores en la humanidad, cobra vida en su solemne devenir por las angostas vías de la antigua ciudad.
En efecto, no puede sino
afirmarse que la sensación, como mero espectador o bien como componente activo
de la Procesión de los Pasos es que ahí, en esa representación escénica, se
trasciende lo inmaterial y se manifiesta vida. La belleza artística de las
imágenes, la sublime decoración floral de cada paso, el aroma del incienso, la
impecable organización y la sensibilidad de los hermanos, vinculados al acto tanto
por afecto personal a lo que en él se
representa como por el arraigo familiar con el mismo, consiguen dotar de vida a
todo el cortejo, de principio a fin. La canalización de estas emociones insufla
alma a la procesión y la dota de esencia propia, en definitiva, le otorga
existencia. Creo que mejor tributo no puede darse a Quien, con sus hechos,
infundió esperanza en la eternidad, por cuanto la mencionada eternidad se
vislumbra cada Vienes Santo.
Las palabras, y más tratándose de
asuntos de atañen a la emoción y a los sentimientos, son un reflejo muy difuso de lo que se pretende manifestar. En la Procesión
de los Pasos no hay palabras, pero qué duda cabe que son innecesarias. Por éso,
es la imagen el elemento que debe plasmar todo lo que se expresa y siente en
esta Procesión, que para mí es un camino de inicial penumbra pero con un
trasfondo grandioso, un iter de la
oscuridad al color.
Los Pasos (Fotografías y vídeo: Diego García Paz)
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