miércoles, 4 de enero de 2023

Lope de Vega: la consecuencia de la injusticia

 

Félix Lope de Vega Carpio (1562-1635) fue uno de los más relevantes escritores españoles del Siglo de Oro, emblema de las letras hispanas, junto con Miguel de Cervantes, Luis de Góngora o Francisco de Quevedo. Tuvo una vida, como también caracterizó a los escritores de su tiempo, en sí misma constitutiva de novela, en la que es posible encontrar todo tipo de episodios. Tales vivencias incuestionablemente contribuyeron a forjar una producción literaria tan rica cuantitativa como cualitativamente, uniéndose a su innato ingenio literario una trayectoria vital definible, al menos, como variopinta, materializando, de forma ejemplar, el grado que supone la experiencia.

Como escritor polifacético, son de su autoría auténticos referentes en la poesía, el teatro o la novela. Me quiero referir en concreto a una de sus obras como dramaturgo, Fuenteovejuna. Publicada en Madrid en 1619, deja entrever, con bastante claridad, el pensamiento de Lope de Vega sobre el proceder de los dirigentes políticos y la reacción que tal forma de actuar lleva aparejada, concluyendo que no en pocas ocasiones aquellos comportamientos del poder, aparte de alejados de la visión de Estado, o de la debida atención al bien común, no resultan especialmente inteligentes, ni siquiera para aquellos que los llevan a cabo, pues terminan dándose la vuelta. Hay, además, una importante moraleja jurídica que, con el devenir de la historia, ha tenido momentos de realidad, aparte de plasmar aquello que, precisamente, trata de evitar el Derecho: la venganza.

En Fuenteovejuna, el comendador Fernán Gómez actúa como un auténtico tirano en la villa del mismo nombre, saciando, a costa de los habitantes del pueblo, todas sus apetencias y vicios, sin límites. La paciencia de los lugareños se acaba y un día entran todos en su vivienda y lo matan, colocando su cabeza en una picota. Tras el crimen, los Reyes Católicos envían a un instructor o pesquisidor para saber quién, de entre los habitantes del pueblo, había matado al comendador, no pudiendo averiguarlo, porque todos los ciudadanos se respaldaron entre ellos y nadie acusó a nadie, sino que afirmaron que la muerte fue obra de todos, de Fuente Ovejuna. Finalmente, se consideró que el hecho había sido fruto de un acto de justicia, natural y espontáneo, emanado del propio pueblo.

Pues bien, la visión de Lope sobre ejercicio del poder es claramente de crítica feroz, algo muy propio en la literatura de entonces, en algunas obras de una forma más sutil que en otras, pero desde luego en el caso de Fuenteovejuna el reproche es abierto. Hasta tal punto el autor rechaza al dirigente que lo presenta como un auténtico monstruo, quien además actúa bajo el paraguas de una supuesta legitimidad que no se corresponde con la falta completa de moral en su conducta. En este aspecto, brilla una de las cuestiones más importantes de la filosofía jurídica, que no es sino la evidente diferencia entre lo legal y lo legítimo: entre la forma, la mera apariencia, y el fondo, la ética de quien dirige el destino de una sociedad, procediendo con esa finalidad e impulsando los procesos legislativos y la actuación administrativa con esa misma orientación. Precisamente, si el poder recibe las potestades administrativas de dirección, actuación y ejecución ello es debido a que se presupone que su comportamiento se basa y orienta hacia un fin justo, y por ende, ético siempre, cual es la visión global de procurar el bien común. En el momento en el que esa razón de ser, de naturaleza estrictamente ética, desaparece y el poder actúa de forma desviada, con el fin de procurarse su propio beneficio, o el de terceros a los que interese tener satisfechos, la razón misma de la existencia del dirigente se hace añicos, no estando justificada su continuidad, tratándose en consecuencia de un poder ilegítimo, sin el sustento del pilar de la moral, aun cuando aparezca revestido de legalidad formal en su nombramiento, en el devenir del ejercicio de sus atribuciones o aunque emplee el propio instrumento de la ley, modificándola a su antojo, para justificar sus tropelías. Los efectos de sus actos son los propios de la perversión, esto es: todas y cada una de sus decisiones son injustas, y así las percibe el pueblo, a pesar de que sean obligatorias. Esto también tiene una consecuencia de especial gravedad, a la que a continuación me refiero.

En Fuenteovejuna el pueblo que percibe y siente la injusticia acaba haciendo su propia justicia, que posteriormente, además, resulta avalada por los reyes. Es decir: los actos arbitrarios del poder han dado lugar a su propia aniquilación, pero también a revelar la cara más atroz de una sociedad agotada, que se termina alzando contra aquel poder ilegítimo de una forma violenta e imparable. Esto supone, de forma literal, el retorno a la autotutela, a la venganza, como único recurso para reestablecer una situación de convivencia pacífica de la que el poder privó al pueblo. Aunque la obra teatral concluye con una exaltación a la justicia popular, y una oda a la solidaridad, también es una derrota social, pues la desunión del Derecho con la ética en la forma de actuar del poder supone que todo un modelo de convivencia pacífica, que es el que fundamenta los ordenamientos jurídicos modernos nacidos con el objetivo de evitar tener que acudir a las revoluciones para lograr e incluso mantener lo ya ganado, salte por los aires para volver a estados sociales anteriores a aquello que entendemos, sencilla y llanamente, por civilización.

Conclusiones cuya aplicación práctica –tristemente- va más allá de la época en la que Lope vivió, que permiten ver el carácter atemporal de la obra, y ratifican que un Derecho desprovisto de los principios de la ética, que ha de estar ubicada tanto en los cimientos del sistema jurídico como en la propia mente de quienes, de forma transitoria, detenten posiciones de poder, no es sino una mera cobertura para la injusticia, y con ello, el vehículo para acabar, llegado el momento, con logros de siglos. 

Pleitos, a vuestros dioses procesales

confieso humilde la ignorancia mía;

¿cuándo será de vuestro fin el día?

Que sois, como las almas, inmortales.

 

Hasta lo judicial, perjudiciales;

hacéis de la esperanza notomía:

que no vale razón contra porfía

donde sufre la ley trampas legales.

 

¡Oh monte de papel y de invenciones!

Si pluma te hace y pluma te atropella,

¿qué importan Dinos, Baldos y Jasones?

 

¡Oh justicia, oh verdad, oh virgen bella!,

¿cómo entre tantas manos y opiniones

puedes llegar al tálamo doncella?



   Enlace al artículo publicado en la revista literaria "Oceanum":

   https://www.revistaoceanum.com/revista/Numero6_1.pdf#page=30




Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación 




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