Félix Lope de Vega Carpio (1562-1635) fue uno de
los más relevantes escritores españoles del Siglo de Oro, emblema de las letras
hispanas, junto con Miguel de Cervantes, Luis de Góngora o Francisco de
Quevedo. Tuvo una vida, como también caracterizó a los escritores de su tiempo,
en sí misma constitutiva de novela, en la que es posible encontrar todo tipo de
episodios. Tales vivencias incuestionablemente contribuyeron a forjar una
producción literaria tan rica cuantitativa como cualitativamente, uniéndose a
su innato ingenio literario una trayectoria vital definible, al menos, como
variopinta, materializando, de forma ejemplar, el grado que supone la
experiencia.
Como escritor polifacético, son de su autoría
auténticos referentes en la poesía, el teatro o la novela. Me quiero referir en
concreto a una de sus obras como dramaturgo, Fuenteovejuna. Publicada en Madrid en 1619, deja entrever, con
bastante claridad, el pensamiento de Lope de Vega sobre el proceder de los
dirigentes políticos y la reacción que tal forma de actuar lleva aparejada,
concluyendo que no en pocas ocasiones aquellos comportamientos del poder,
aparte de alejados de la visión de Estado, o de la debida atención al bien
común, no resultan especialmente inteligentes, ni siquiera para aquellos que
los llevan a cabo, pues terminan dándose la vuelta. Hay, además, una importante
moraleja jurídica que, con el devenir de la historia, ha tenido momentos de
realidad, aparte de plasmar aquello que, precisamente, trata de evitar el
Derecho: la venganza.
En Fuenteovejuna,
el comendador Fernán Gómez actúa como un auténtico tirano en la villa del mismo
nombre, saciando, a costa de los habitantes del pueblo, todas sus apetencias y
vicios, sin límites. La paciencia de los lugareños se acaba y un día entran
todos en su vivienda y lo matan, colocando su cabeza en una picota. Tras el
crimen, los Reyes Católicos envían a un instructor o pesquisidor para saber
quién, de entre los habitantes del pueblo, había matado al comendador, no
pudiendo averiguarlo, porque todos los ciudadanos se respaldaron entre ellos y
nadie acusó a nadie, sino que afirmaron que la muerte fue obra de todos, de
Fuente Ovejuna. Finalmente, se consideró que el hecho había sido fruto de un
acto de justicia, natural y espontáneo, emanado del propio pueblo.
Pues bien, la visión de Lope sobre ejercicio del
poder es claramente de crítica feroz, algo muy propio en la literatura de
entonces, en algunas obras de una forma más sutil que en otras, pero desde
luego en el caso de Fuenteovejuna el
reproche es abierto. Hasta tal punto el autor rechaza al dirigente que lo
presenta como un auténtico monstruo, quien además actúa bajo el paraguas de una
supuesta legitimidad que no se corresponde con la falta completa de moral en su
conducta. En este aspecto, brilla una de las cuestiones más importantes de la
filosofía jurídica, que no es sino la evidente diferencia entre lo legal y lo
legítimo: entre la forma, la mera apariencia, y el fondo, la ética de quien
dirige el destino de una sociedad, procediendo con esa finalidad e impulsando
los procesos legislativos y la actuación administrativa con esa misma
orientación. Precisamente, si el poder recibe las potestades administrativas de
dirección, actuación y ejecución ello es debido a que se presupone que su comportamiento se basa y orienta hacia un
fin justo, y por ende, ético siempre, cual es la visión global de procurar el
bien común. En el momento en el que esa razón de ser, de naturaleza
estrictamente ética, desaparece y el poder actúa de forma desviada, con el fin
de procurarse su propio beneficio, o el de terceros a los que interese tener
satisfechos, la razón misma de la existencia del dirigente se hace añicos, no
estando justificada su continuidad, tratándose en consecuencia de un poder
ilegítimo, sin el sustento del pilar de la moral, aun cuando aparezca revestido
de legalidad formal en su nombramiento, en el devenir del ejercicio de sus
atribuciones o aunque emplee el propio instrumento de la ley, modificándola a
su antojo, para justificar sus tropelías. Los efectos de sus actos son los
propios de la perversión, esto es: todas y cada una de sus decisiones son
injustas, y así las percibe el pueblo, a pesar de que sean obligatorias. Esto
también tiene una consecuencia de especial gravedad, a la que a continuación me
refiero.
En Fuenteovejuna
el pueblo que percibe y siente la injusticia acaba haciendo su propia
justicia, que posteriormente, además, resulta avalada por los reyes. Es decir:
los actos arbitrarios del poder han dado lugar a su propia aniquilación, pero
también a revelar la cara más atroz de una sociedad agotada, que se termina
alzando contra aquel poder ilegítimo de una forma violenta e imparable. Esto
supone, de forma literal, el retorno a la autotutela, a la venganza, como único
recurso para reestablecer una situación de convivencia pacífica de la que el
poder privó al pueblo. Aunque la obra teatral concluye con una exaltación a la
justicia popular, y una oda a la solidaridad, también es una derrota social,
pues la desunión del Derecho con la ética en la forma de actuar del poder
supone que todo un modelo de convivencia pacífica, que es el que fundamenta los
ordenamientos jurídicos modernos nacidos con el objetivo de evitar tener que
acudir a las revoluciones para lograr e incluso mantener lo ya ganado, salte
por los aires para volver a estados sociales anteriores a aquello que
entendemos, sencilla y llanamente, por civilización.
Conclusiones cuya aplicación práctica –tristemente- va más allá de la época en la que Lope vivió, que permiten ver el carácter atemporal de la obra, y ratifican que un Derecho desprovisto de los principios de la ética, que ha de estar ubicada tanto en los cimientos del sistema jurídico como en la propia mente de quienes, de forma transitoria, detenten posiciones de poder, no es sino una mera cobertura para la injusticia, y con ello, el vehículo para acabar, llegado el momento, con logros de siglos.
Pleitos, a vuestros dioses procesales
confieso humilde la ignorancia mía;
¿cuándo será de vuestro fin el día?
Que sois, como las almas, inmortales.
Hasta lo judicial, perjudiciales;
hacéis de la esperanza notomía:
que no vale razón contra porfía
donde sufre la ley trampas legales.
¡Oh monte de papel y de invenciones!
Si pluma te hace y pluma te atropella,
¿qué importan Dinos, Baldos y Jasones?
¡Oh justicia, oh verdad, oh virgen bella!,
¿cómo entre tantas manos y opiniones
puedes llegar al tálamo doncella?
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