Epicteto (55-135) fue un filósofo cuya existencia
comenzó de una forma bastante complicada: como esclavo -con todas sus
implicaciones- en la Roma que fue el escenario de su vida. Se trataba de un
hombre sensato, muy inteligente, tanto era así que su dueño, Epafrodito, estaba
admirado con su valía intelectual, y consideró indigno que un hombre de tal
categoría no fuera considerado más que una cosa. Afortunadamente hablamos de
personajes, ambos, dotados de una cierta ética, y por ello, aunque hubiera sido
posible que al dueño no le importase lo más mínimo que su esclavo sobresaliera
tanto, o bien sí le importase, pero en el sentido de obtener a su costa algún
tipo de rédito personal, es decir, aprovecharse de él y de ese modo mantenerle ajeno
al estatus jurídico de persona de por vida, lo cierto es que fue Epafrodito
quien lo envió a perfeccionar su talento filosófico a una prestigiosa escuela y
ello supuso, de hecho, el impulso final a la manumisión de Epicteto: su entrada,
conforme al Derecho Romano, en la plena libertad y consideración de persona a
todos los efectos. Enseñó en tierras del Imperio hasta que -cosas de políticos-
el emperador Domiciano, temeroso de que un grupo de rebeldes pensadores, los
filósofos, entre los que estaba él, pusieran contra las cuerdas a los dogmas e
imposiciones emanadas de su infalible persona, lo desterró a Grecia, donde
fundó su propio grupo de seguidores y falleció.
La obra de Epicteto, de carácter oral, fue
posteriormente recogida en el llamado Manual
de Vida (o Enchiridion), siendo
un pilar esencial del pensamiento estoico, al que nuestro autor se adscribe
como uno de sus referentes.
Eminentemente práctico, Epicteto se preocupó más
por el alcance de la felicidad y tranquilidad personales, en el día a día, que
por la definición y averiguación de lo universal. Mejor llevar una vida
apacible, tranquila, como camino de la sabiduría, que escrutar lo insondable y
no tener un momento de paz interior. En consecuencia, el concepto de ética para
Epicteto arranca desde el individuo, sobre dos premisas esenciales: primero,
saber que, en lo que de uno depende, todo el buen hacer y la mejor voluntad deben
ser dispuestas; pero respecto de lo que está en manos de terceros, o de
circunstancias o de hechos ajenos a uno mismo, toda vez que nada se puede
hacer, asumirlo como lo natural y saber vivir con ello, sin mayor preocupación;
y segundo: la construcción del buen individuo supone un crecimiento interior,
un perfeccionamiento forjado en el autocontrol, en la disciplina, en la
prudencia, para llegar a ser la mejor versión de uno mismo, no desbocada por
las pasiones o los vicios que hagan de la persona un ser controlado por las
circunstancias y no a la inversa.
A partir de aquí, es posible observar una
proyección de su filosofía a la idea de lo público o al debido comportamiento
que cualquier dirigente político debiera de tener. Una cuestión constante en
Epicteto es el recurso a llevar una vida “acorde
con la naturaleza”. Esto implica armonía, actuar de forma sensata, noble, honrada,
y en el caso de un mandatario, estar a una serie de principios que se adicionan
a aquéllos que el estoicismo enseña al respecto de la llevanza de una vida
serena, propia de cualquier persona que no se dedique a la cosa pública.
Estamos, pues, ante un plus, algo
más, que la ética, esos principios de la naturaleza, exigen a quien desarrolla
funciones públicas: la superación del interés personal por el interés
colectivo. Forma parte de la ética política estar por el bien de la comunidad y
no por el propio. Epicteto estaba hablando, en definitiva, del eterno Derecho
Natural, de aquellos preceptos inmutables, radicados en el plano de la moral
pública, que deben regir la vida y acción de presidentes, emperadores y reyes,
y así hacerse extensivos a su producción normativa, dando lugar a unas leyes
honestas, justas, completas en el sentido de conjugar los mundos de la norma
positiva y la norma moral.
Y si quien recibe el honor de representar al
colectivo, y por lo tanto de velar por sus intereses, no se ve capaz desde un
punto de vista moral de llevar a cabo dignamente tal tarea que, como digo,
tiene por cimientos la renuncia a lo personal y la entrega a la comunidad, si
es una persona de bien, lo que debe hacer es marcharse y dejar de perjudicar a
todos. El filósofo lo decía muy claramente en el Manual de Vida:
“Cualquier posición
que puedas mantener conservando el honor y la fidelidad a tus obligaciones está
bien. Pero si tu deseo de contribuir en la sociedad compromete tu
responsabilidad moral, ¿cómo puedes servir a tus conciudadanos si te has
convertido en un irresponsable sinvergüenza? Más vale ser una buena persona y
cumplir con tus obligaciones que tener renombre y poder.”
La propuesta filosófica de Epicteto, desde mi
punto de vista acertadísima, no es para nada sencilla de ejecutar, de llevar a
la práctica. Y ello tanto por las propias debilidades humanas como por el
rechazo que genera el toparse con alguien digno en el marco de una sociedad
maleada, simplificada, debilitada y de un poder corrompido. Es, como mínimo, un
elemento discordante –por no decir enervante- fundamentalmente porque, de
inicio, solo el mero contraste ya saca a la luz las vergüenzas globales. El
estoico debe luchar consigo mismo para perfeccionarse y asumir como
circunstancia tan incontrovertida como incontrolable el mal ajeno, no
doblegándose ante él, manteniendo la dignidad, pero tampoco frustrándose al no
poder cambiar lo que es un hecho, como lo es que el sol sale todos los días por
la mañana, guste o no guste. De ahí se explican las graves persecuciones, hasta
la aniquilación incluso, por parte del poder, de aquellos que considera
incómodos o muros incombustibles de resistencia ante sus imposiciones: exilio
(como nuestro filósofo vivió), ceses, reproches, amenazas, calumnias, y hasta
la muerte (pensemos en Jesús de Nazaret, por ejemplo). Así lo dejó dicho
Epicteto:
“La vida de la
sabiduría, como cualquier otra cosa, tiene un precio. Siguiéndola puedes ser objeto
de burla e incluso llevarte la peor parte en todos los aspectos de la vida
pública, con inclusión de la profesión, la posición social y hasta la posición
legal ante los tribunales.”
En fin, unos principios filosóficos esenciales
para la buena marcha del mundo, pero que en la actualidad hacen de quien los
practica un ser heroico desde todos los frentes.
Y, mientras tanto, disfrutemos nosotros de otro
día más en el paraíso.
“Compórtate
siempre, en todos los asuntos, grandes y públicos o pequeños y privados, de
acuerdo con las leyes de la naturaleza. La armonía entre la voluntad y la
naturaleza debería ser tu ideal supremo.”
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