Jules Mazarin (1602-1661), político y diplomático italiano, conocido como cardenal
Mazarino, es famoso por haber sucedido a Richelieu como primer ministro de
Francia (entonces denominado ministro principal) al servicio de los reyes Luis
XIII y Luis XIV. Su vida en el ámbito de la cosa pública fue una intriga de
principio a fin, con implicaciones papales y de la realeza, logrando finalmente
los más relevantes puestos en los ámbitos canónico y civil. Precisamente en el
marco de su condición política hubo de adquirir los modos y formas de proceder
dentro de ese mundo no precisamente caracterizado por su transparencia y
virtud. Siendo la experiencia un grado y fruto de sus vivencias personales, con
la finalidad primera de tratar de enseñar al futuro rey Luis XIV a comportarse
y moverse en un contexto entretejido de amigos ocasionales y enemigos velados,
Mazarino recopiló una serie de enseñanzas para la vida (en verdad, para saber
sobrevivir e incluso crecer en medio de la adversidad) en el que se ha
denominado Breviario de los políticos.
Este libro, como un auténtico manual de comportamiento, guarda un singular
paralelismo con El Príncipe, de
Nicolás Maquiavelo, pues la premisa mayor de la conducta es el dejar a un lado
la cuestión ética y priorizar otros intereses, aunque aparentando siempre
rectitud y abnegación por lo colectivo. No en vano, los principios esenciales
que Mazarino quiso dejar muy claros al futuro rey, atendiendo al lugar y con
las personas con las que estuviera, eran estos:
1.- Simula.
2.- Disimula.
3.- No confíes en nadie.
4.- Habla bien de todo el mundo.
5.- Prevé antes de obrar.
El legado de estos principios (que, no cabe duda, no se limitó a los
quehaceres públicos de Luis XIV sino que su plasmación real tiene una dimensión
marginada del tiempo y reconocible entonces y ahora) es que permite, no tanto
aplicarlos - al estar francamente muy interiorizados por quienes ya lo hacen,
sobre todo los tres primeros - sino emplearlos como una herramienta de
identificación incuestionable de estar en presencia de quien se erige en un adalid
del interés general o en paladín de la moralidad siendo todo lo contrario, al
punto de comprobar una relación inversamente proporcional entre la falta de
respeto al interés general y la carencia de principios éticos elementales con
la magnitud y cantidad de proclamas sobre el bien social y recomendaciones
morales que se realizan de palabra y por escrito. Pues, simulando y
disimulando, las lecciones de moral que se predican no se llevan a su efecto,
ni mucho menos, en el proceder real de quien se erige en un baluarte de la
ética. Basta con la lectura, curiosa, de ciertos escritos periódicos que se
pretenden moralizantes y la escucha, siempre atenta y educada, de determinadas
conferencias para, con un siquiera mínimo conocimiento de la verdadera actuación
profesional y vital de sus autores, advertir en sus ínclitas palabras algo
mucho más rotundo y grave que meras contradicciones.
Mazarino, como conocedor de primera mano de lo intrigante de ciertos
sujetos, y también de la condición humana en general, dejó el siguiente consejo
en el Breviario: “He aquí como enterarse de los vicios de
alguien: orienta la conversación sobre los vicios más corrientes, y en
particular sobre aquellos de que pudiera muy bien adolecer tu amigo. No tendrá
palabras lo bastante duras para denunciar y reprobar un vicio si él mismo lo
padece. Así es como los predicadores suelen denunciar con la mayor violencia
los vicios que los afligen personalmente.”
A ello añadió lo siguiente: “Los
hipócritas están siempre dispuestos a propagar las noticias y aprueban
sistemáticamente lo que tú hagas. Te representan la comedia de la amistad, pero
si delante de ti desuellan a los demás, ten cuidado, que no tardaran en hacer
otro tanto contigo.”
La cuestión de cómo ganarse el favor del pueblo, lógicamente actuando de
forma sibilina y en absoluto sincera, la dejó apuntada en los siguientes
términos: “Evita un ascenso demasiado
rápido y demasiado brillante; las miradas deben habituarse a una luz más viva,
de lo contrario, deslumbradas, se cierran. No te opongas a lo que gusta al
pueblo, ya sean vicios o simplemente tradiciones. Si tienes que reconocerte
como autor de algún hecho odioso, no te expongas en el momento a la
animadversión que suscite ni dejes creer por tu conducta que no lo sientes en
absoluto o incluso que estas orgulloso de lo que has hecho, burlándote de tus
víctimas. No harías más que aumentar el odio. Lo mejor es ausentarte dejando
pasar el tiempo sin dejarse ver.”
Es decir: dando lo que al pueblo le gusta y entretiene, aunque no se
comparta, se gana su favor, al tiempo que se genera una cortina de humo que
favorece el que, ante un hecho ilícito y/o vergonzoso, este pase más
desapercibido y hace ganar tiempo para no dar la cara en el momento,
recurriendo a atribuir las responsabilidades propias a otros o sencillamente
desapareciendo hasta que los ánimos se calmen, enterrados éstos en un bombardeo
de cuestiones triviales que se presentan como fenomenales.
Si estos ejemplos de conducta se llevan al ámbito legal, los efectos son
devastadores. Mazarino ya anticipó en el Breviario
que el instrumento legal solo debe obedecer al interés general, de modo
que, a sensu contrario, su perversión (esto es, usar la ley para el
beneficio propio) generará muchos problemas, aunque traten de opacarse actuando
conforme a las recomendaciones anteriores: “Si
dictas leyes, que sean las mismas para todos, haz confianza en la virtud. Da
cuenta de tus actos para agradar al pueblo, pero solo después de haber obrado,
para evitar que encuentres objeciones.” Del mismo modo, Mazarino ya apuntó
también a la utilización espuria de los poderes públicos: “No utilices tus prerrogativas de juez para dar órdenes a personas que
son gente libre y no tus vasallos.”
Lo importante del Breviario de
Mazarino es que parte de un hecho consumado, no nos presenta una situación de
ideales o un mundo naíf o inocente de
prohombres, sino la inclinación natural hacia lo malo, como lo es el desvío del
interés general al particular. Y sobre esa premisa, el cardenal hace una
recomendación, dado que va a ser así y la experiencia habla por su boca, para
que, simulando y disimulando, no le pase demasiada factura a quien así obra: “Si tienes la intención de promover leyes
nuevas, muéstrales su imperiosa necesidad a unos hombres de saber y buen juicio
y prepara con ellos el proyecto. O haz simplemente correr el rumor de que los
has consultado y escuchado. Después, sin tener en cuenta sus consejos, toma las
decisiones que te convengan.”
En fin, muchas son las recomendaciones de Mazarino que, como es de ver, no
nos resultan remotas, haciendo de su obra un compendio ajeno a los factores
tiempo y espacio, sirviendo como un efectivo mapa, incluso con vivas
descripciones, de parajes abruptos y peligrosos, aparte de un manual a contrario, pues, en definitiva, si
sobre las leyes y procederes personalistas brillase la ética y el interés de
todos, el Breviario se quedaría en
literatura de un tiempo pasado, y no en una obra de una finura e ironía
atemporal que es de agradecer, pues como también concluyó implícitamente el
cardenal, hay que conocer el mal para poder impedirlo.
“Existen dos formas de prudencia, la primera
consiste en saber calcular nuestra confianza; incluso cuando te encuentres con
unos amigos en un lugar protegido, mantente circunspecto en tus confidencias,
porque hay pocas amistades que no nos decepcionen un día.”
“No cuentes con tu valor y tus talentos para
obtener un cargo y no vayas a imaginarte que éste debe recaer en ti
automáticamente con el pretexto de que eres el más competente para desempeñarlo.
Porque se prefiere conferir un cargo a un incapaz más que a aquel que lo merece.
Obra, pues, como si no quisieras deber tus funciones más que al favor de tu
patrón.”
“Enmascara tu corazón tanto como tu rostro, los
acentos de tu voz tanto como tus palabras. La mayoría de los sentimientos se
leen en el rostro.”
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