Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828), insigne pintor español, gran
referente del arte en sí mismo, así como precursor e inspirador de cruciales
movimientos pictóricos, abarcó la práctica totalidad de temáticas en su obra,
si bien una faceta que me resulta de un significado especial es aquella que
plasmó en su grabados, por el trasfondo y la crítica mordaz que encierran.
Goya convivió con la Ilustración, él mismo era un ilustrado, y por lo tanto
un adalid de la primacía de la razón en la vida, de la verdadera justicia y
también de la ética como base para desarrollar una sociedad ecuánime en lo
moral y equilibrada en lo jurídico. No es de extrañar que, de forma incisiva,
en sus grabados, dentro de la serie denominada Caprichos, apuntase hacia los sectores de la política y del clero
de su época de un modo muy duro, que inteligentemente supo cubrir con un velo
metafórico para evitarse represalias.
Quiero referirme al grabado que se ha considerado como la portada de sus Caprichos, aquél que el pintor tituló El sueño de la razón produce monstruos.
Goya se autorretrata sobre su mesa de trabajo, recostado en ella, dormido,
y rodeado de seres que adquieren la forma de animales relacionados con la
oscuridad, algunos de un tamaño anormalmente grande, murciélagos, gatos y
búhos.
El autor, desconectado de la realidad, fuera de la luz, se ve acechado por
un mundo de otra dimensión, de tinieblas, en el que los seres que se presentan
adoptan la forma de animales, aunque se intuye que esa no es su verdadera
naturaleza; algunos de ellos lo exteriorizan de forma abierta, como el enorme ser
volador sobre el autor que indiscutiblemente no es un murciélago, sino una
hibridación que trata de asimilarse a ese animal; otros miran fijamente al
espectador desde la espalda del retratado, de una manera intimidante,
trasladando el mensaje de que nos ven, y nos dicen sin palabras que no es solo
Goya quien está rodeado de ese mundo de sombras; y otros seres, con forma de
búho, adoptan actitudes humanas, como darle al pintor un instrumento para que
haga su obra.
El mensaje que encierra este grabado es, desde mi punto de vista, real e inquietante,
así como con reflejos en diferentes ámbitos. El primero de ellos es claramente
moral, y enlaza la privación de la luz de la razón con la entrada del vicio,
del miedo, de la corrupción y de la ausencia de ética, que representan los
seres de la noche. Aquí encontramos la primera manifestación del pensamiento ilustrado:
la razón es la única fuente de claridad, y donde no hay razón, sobreviene la
degradación, lo sombrío.
El segundo contenido implícito del grabado, muy relevante, se encuentra en
los detalles: uno de estos seres, desde ese mundo de la oscuridad, mira al pintor
y le ofrece un pincel para que plasme lo que sueña mientras está despojado del
criterio racional. Es decir, le está dando indicaciones con la finalidad de que
el mensaje procedente de ese mundo ominoso pase a la realidad tangible, se
materialice y cause sus efectos, en un intento de que las sombras prevalezcan finalmente
sobre la luz.
Un traslado del sentido de esta obra a la justicia permite observar que su
alcance tiene una elocuencia y precisión más allá de épocas. Por una parte,
Goya indica que en un mundo ajeno a la razón lo que surgirá será siempre el
mal. Así pues, desde el Derecho, unas normas jurídicas que respondan a voluntades
ominosas por cuanto que particulares e interesadas, y por ende que no atiendan
al sentido último de la razón y de la ética, que no tengan en cuenta los bienes
y valores esenciales del ser humano y que pretendan favorecer a quienes las
promulgan en lugar de proteger el interés público y a los sectores necesitados
de una salvaguarda efectiva, serán la vía para la injusticia. La confrontación
entre el Derecho Positivo y el Derecho Natural, en su vertiente racionalista,
está aquí representada de forma gráfica. Nos deja entrever que siempre existirá
una tendencia al dictado de las normas desde ámbitos opacos y egoístas, y que
solo la ética y la razón permitirán al despertar no asumir semejantes
imposiciones, reaccionando proactiva e intelectualmente frente a ellas. El
filtro de la razón y de la moralidad ofrece la luz necesaria que disipa las
tinieblas a las que tiende el poder, permite ver su auténtica naturaleza e
impedir que encarne en la vida real y ordinaria de la sociedad, mediante leyes
profundamente injustas porque en ellas, sin cortapisa, la oscuridad ha
prevalecido.
Y además, resulta significativo que, desde un prisma político, en el
momento en el que la rectitud ética de los partidos empieza a resquebrajarse, y
lo hace, aunque aparente que no sea así, cuando en vez de defender sus
posiciones de una forma genuina, auténtica, educada y noble, buscando el bien
de todos, en verdad prescinda de la ética para lograr el poder a costa de los
votantes y no en beneficio de ellos, en efecto, surgen los monstruos, en forma
de posiciones extremistas desde ambos lados ideológicos que hubieron de haber
quedado enterradas en la historia, en el pasado, y no aflorar de nuevo en pleno
siglo XXI, momento en el que, teóricamente, la luz tenía que ser no ya resplandeciente,
sino cegadora, y no encontrarse en un estado de languidez como en el que está,
que propicie que se tengan que echar de menos momentos y personas de hace
siglos, cuando no milenios. La responsabilidad de haber llegado a esta situación
sabemos claramente dónde se ubica. Goya nos lo dice en su obra.
En ambos casos, desde ese mundo de oscuridad, con el ofrecimiento del
pincel al artista por uno de los monstruos, se invita a que aquello que mora en
las tinieblas, y que la razón y la ética confinan, penetre en nuestra vida: a través
de la ley, al separase del Derecho Natural; a través de la política, mediante
una invitación que se transforma en imposición alcanzado el poder y que además
resucita y trae de vuelta al presente a monstruos ya conocidos que surgieron
precisamente en momentos de falta de principios morales y de altura racional.
En nuestras manos, como en las del gran pintor de Fuendetodos, está el no
aceptar ese pincel que desde la oscuridad los monstruos nos ofrecen (o nos imponen)
para pintar la realidad a su medida, como a ellos les conviene, fuera de los
límites de la razón y de la ética, con el fin de resurgir en la realidad y
arrasar nuestro modelo de vida y convivencia.
“El acto de pintar se trata de un corazón contándole a otro corazón
dónde halló su salvación.”
“La fantasía, aislada de la razón, solo produce monstruos imposibles.
Unida a ella, en cambio, es la madre del arte y fuente de sus deseos.”
“Nadie se conoce. El mundo es una farsa: caras, voces, disfraces; todo
es mentira.”
Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación