El Siglo de Oro español dio a la literatura grandes e inmortales nombres.
Entre ellos, Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), cuyas obras abordaron una pluralidad de temas, desde la historia, el honor, la
mitología o la comedia. Especialmente como dramaturgo, el legado de Calderón
marca un momento de las letras hispanas de una gran brillantez. Bachiller en
Derecho Civil y Canónico, pronto su estilo y la amenidad de su obra
llamó la atención incluso de la corona, adquiriendo una fama muy notable por lo
entretenido de sus piezas teatrales, que, al mismo tiempo, trasladaban un
mensaje de profundidad filosófica, que a día de hoy no ha perdido en absoluto
su vigencia. A través de una culta puesta en escena, las reflexiones
calderonianas sobre la condición humana, sobre la sociedad y la justicia son
aplicables a lo que hoy tenemos.
El autor de tantas obras maestras empleó el vehículo de la literatura para
plasmar una serie de moralejas sobre el comportamiento humano que,
independientemente del momento en el que se lean, trascienden las variables de
su tiempo y espacio. Sabiendo separar las formas expresivas acordes a su época,
lo cierto es que Calderón estaba formulando tanto una consideración filosófica
del comportamiento de la sociedad como sobre las implicaciones de tal forma de
proceder en campos como el de la justicia. Ello es así hasta el punto de que
Calderón de la Barca también se transforma en un auténtico filósofo del
Derecho.
Hay dos obras que, desde mi punto de vista, pese a su diferencia estilística y temática, se conectan para proyectar una misma idea sobre la existencia cotidiana y el Derecho. La vida es sueño y El gran teatro del mundo tienen unas premisas similares. Y es que la apariencia de justicia no equivale a la verdadera justicia. Es, en efecto, esa simulación, ya sea a través de lo involuntario (el sueño) o de lo provocado (el gran teatro) el elemento clave a despejar para obtener un verdadero conocimiento de lo que se halla tras el velo que cubre el día a día. Podemos encontrar, en ese espacio escondido, tanto lo peor del ser humano (las motivaciones insidiosas, la envidia, la burda utilización interesada) como también lo mejor, y es aquí donde Calderón ubica a la ética, a la equidad, a los valores que fundamentan filosóficamente la resolución de los conflictos y hacen prevalecer a la verdadera justicia.
Por lo tanto, no se trata de un pie material, estrictamente normativo o
positivo, sino radicado en un plano de trascendencia, aquello que hace posible
una decisión o acto que pueda calificarse de justo.
En La vida es sueño, la
eliminación de la libertad como valor superior del ser humano hace que éste se
brutalice, deje atrás las características propias que lo diferencian de un
animal. El poder arrebata la libertad, aunque nominativamente (esto es, como en
un sueño) crea el esclavo que no tiene cadenas porque de forma sistemática se
le dice que no las tiene o se inocula la idea de que esas cadenas son la mejor
opción pues el poder ya se encarga de pensar por los demás y de crear su propio
mundo fantástico de libertades, que no es sino un reino de opresión y de
caciques. En El gran teatro del mundo,
plasmación de una noción filosófica antiquísima, todos desempeñamos un papel
sobre la faz del planeta Tierra, y la mascarada forma parte de la vida, jugando
todos a que vivimos en un contexto de garantías y de derechos, cuando la verdad
es que no es así, participando de esas mismas dotes actorales y teatralidad las
leyes que se dicen justas, al tiempo que el poder que las crea las presenta
como tales y sus destinatarios, incapaces de pensar, por otra parte, lo
contrario, entran en ese juego y acatan las normas acríticamente en la
convicción de que respetan sus derechos y libertades.
Podrá entenderse, por lo tanto, que Calderón presentara un concepto muy
propio y personal en este ámbito: la denominada justicia de conciencia. No puede existir verdadera justicia en
donde, aun cuando existan leyes, los resultados de su aplicación práctica son
atroces, generadores de desigualdad o manifiestamente ineficaces en la defensa
de los intereses generales, al proteger no a la sociedad y sus libertades, sino
a un solo sujeto o grupo de sujetos; eso sí, bajo la apariencia de que es lo
mejor para todos. Aquel ser humano que despierte del sueño, o bien atraviese
las bambalinas de lo que se presenta delante de los ojos por el poder,
adquirirá el conocimiento de la realidad, asumirá los valores del Derecho
Natural y surgirá precisamente esa justicia
de conciencia, cuya principal manifestación, aunque resulte irónico, será
que ese ser humano se enfrentará a la ley injusta, a quienes la crean, será
perseguido por el sistema y a él se le tratará de aplicar, con todo el rigor
posible, aquella pretendida norma ejemplo de virtud, siendo así un héroe que se
inmola por el bien de todos, aunque tristemente los “todos” no sean capaces ni
de darse cuenta de ello.
En definitiva, Calderón de la Barca ha dejado un muy claro mensaje jurídico y filosófico en sus obras, y que yo comparto: no estaremos jamás en presencia de justicia si la ley se separa de la ética, de los valores esenciales; el Derecho, para llevar a dicha justicia, tiene que unir ambas dimensiones; y en caso contrario, no podremos nunca aspirar a unos resultados equitativos y verdaderamente justos pues nos mantendremos dormidos o bien encantados con la obra de teatro que nos ha programado, con mucho gusto, el poder, siendo además, todos nosotros, los principales intérpretes de ese desgraciado guión.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
Ya está todo prevenidopara que se representeesta comedia aparenteque hace el humano sentido.Púrpura y laurel te pido.¿Por qué púrpura y laurel?Porque hago este papel.