Marco Aurelio (121-180) encarnó el ideal del pensamiento y la política, ya
apuntado por Platón: fue el emperador filósofo, el hombre que conjugó la
dirección del Imperio Romano con el ejercicio de la filosofía estoica,
erigiéndose en una figura, primero atípica en el devenir del ejercicio del
poder en Roma, no precisamente caracterizado por la altura moral (hecho que
finalmente avocó a la destrucción progresiva y desde dentro del Imperio) y
además, en muy buena medida, recordada y ansiada en tiempos recientes, al
considerarse como un modelo que debiera ser objeto de un noble espíritu de
emulación.
Desde el plano jurídico, la posición de Marco Aurelio fue la de concebir el
Derecho en el marco de su ajuste a la naturaleza humana, que considera fundada
en una situación de igualdad material (así, fue un emperador que facilitó el
mecanismo de manumisión de los esclavos, al entender que éstos eran hombres, no
cosas, y en consecuencia libres e iguales), de modo que respetar la Ley era
equivalente a respetar la naturaleza humana, en definitiva, a obtener un
escenario seguro de convivencia, salvación individual y evolución pacífica.
Marco Aurelio es especialmente conocido por ser el autor de Meditaciones, una obra en la que aplica
las concepciones estoicas y de la moral al ejercicio del poder político (entre
otros campos) siendo así que algunos autores se refieren a ella como la “Biblia
del pagano”, dada su repercusión y pragmatismo desde lo ético, con separación
de lo religioso; pero aún más, desde mi punto de vista es también un imprescindible
manual de Derecho político, confeccionado por quien se consideró un servidor de
la sociedad, y repudió filosóficamente la prepotencia, la arbitrariedad y el
nepotismo:
- Posicionó a la educación
pública como lo prioritario, el servicio esencial, buscando la calidad de la
enseñanza a través de los mejores profesores.
- Despreció absolutamente la
tiranía, que fundamentaba en la bajeza moral, en la envidia y la hipocresía.
- El emperador era el primer
servidor público, encargado de velar por la prestación de los servicios a la
sociedad, dotado de humildad y ajeno a la vanidad del poder, concibiéndose a sí
mismo como un instrumento para acometer y garantizar la correcta prestación de
los servicios, y velando siempre por el correcto gasto del erario de los
ciudadanos, canalizándolo hacia sus necesidades. Estimó por lo tanto la
corrupción como el más execrable de los males, con una raíz de perversión
personal y efectos perjudiciales hacia toda la sociedad que lo soporta.
De nuevo, se comprueba que el Derecho, aplicado a lo público, no puede desprenderse
de los valores, de la moral, de la ética, pues en ello nace y se diferencia la
naturaleza del hombre.
Bien es cierto que las propuestas de Marco Aurelio se vieron encorsetadas
en la inercia de un Imperio compuesto por muchas personas dotadas de poder e
influencia y con varios frentes abiertos, que cristalizaron posteriormente en
la crisis que lo hizo desaparecer, precisamente basada en una debilidad
propiciada por la carcoma que supuso la desviación del recto ejercicio del
poder, y que favoreció que las invasiones terminaran por derrumbar a un gigante
cuyos pies, en otro tiempo magníficos, ya se habían vuelto de barro.
«No es recto colocar frente
a lo que es el bien de la razón y de la sociedad ninguna otra cosa distinta,
como el elogio de la mayoría, los cargos, la riqueza, los disfrutes de
distintos placeres. Cualquiera de ellas, aunque parezca que la acomodas algún
tiempo, al punto se apodera de ti y te desvía».
Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación
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