Sócrates (470 - 399 a.C.) es reconocido como el pensador de mayor
influencia en la filosofía de la Grecia clásica, tanto por sus propias
aportaciones, como por la determinante base intelectual que constituyó en sus
discípulos.
La concepción del Derecho en
Sócrates tiene una especial relevancia, pues este pensador llevó su concepto de
la Ley (y por extensión del principio de legalidad) a su propia vida,
predicando con el ejemplo. Es sabido que Sócrates fue juzgado e injustamente
condenado a muerte, pena que acató sin resistencia. El hecho probado por el que
se le condenó fue el enseñar a la sociedad a ser crítica, a pensar a través de
dialéctica y mayéutica, lo que fue derivado al cargo de “corromper a la juventud”.
La Ley en Sócrates es el fundamento indiscutible de la convivencia.
Absolutamente nadie se encuentra por encima de ella. De modo que su aplicación
responde a la plasmación de las garantías fundamentales que permiten la vida en
sociedad. Se trata de un concepto de la Ley como norma perfecta en sí misma,
indiscutible en toda su extensión y contenidos.
El problema de la injusticia no procede, para Sócrates, de la Ley o del
ordenamiento jurídico de una forma apriorística; no existe diferencia entre lo
legal y lo legítimo, pues la norma democrática siempre es legítima, esto es,
existe una identidad entre el Derecho Natural (la ética, la moral social) y el
Derecho Positivo, de modo que las leyes nacidas en el seno de la democracia adquieren un estatus de perfección. La
injusticia tiene lugar entonces, según Sócrates, en la aplicación de las normas
jurídicas, es decir, en el momento en el que se produce la intervención (por
otro lado, siempre necesaria) del razonamiento humano, de la argumentación
jurídica.
Así pues, cabe la posibilidad de que los razonamientos humanos que
conlleven a subsumir una acción o un hecho en una norma jurídica no sean
acertados, bien por error o bien de una forma intencionada, siendo esa tarea
argumentativa la causante de trasladar los efectos de una norma a un hecho que
no los merece, dando lugar al concepto más genuino de injusticia. Este
resultado, como se comprende, no procede de la Ley, sino de su aplicación, por
lo que la injusticia es, en definitiva, obra del hombre, no de la Ley. Las
leyes democráticas nunca serán injustas (pues con los debidos procedimientos se
amoldan a la ética social) como sí pueden serlo los quehaceres humanos, entre
los que se encuentra la misma aplicación del Derecho Positivo. Este es el
motivo por el que Sócrates escogió la muerte antes que quebrantar la norma, que
le fue aplicada a través de una argumentación, no siendo la causante de la
injusticia la Ley, sino la valoración que de la misma se hizo para
aplicarle en todo caso la pena derivada de ella. Por esta razón, uno de los
legados de Sócrates es enseñar a reflexionar sobre las consecuencias de la
actividad humana respecto de la propia Ley, cuando ésta no es respetada;
residenciando los problemas, la injusticia, no en la Ley, sino en los hombres.
“Es peor llevar a cabo una injusticia que padecerla, ya que quien la comete se transforma en injusto pero el otro, no.”
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.
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