Giovanni Pico della Mirandola (1463-1494), fue un
filósofo italiano cuya juventud no le impidió llegar a las más altas cotas de
popularidad en su época. Hombre de vastísima formación, aglutinó en su persona
amplios conocimientos de todas las ramas del saber, desde la filosofía clásica
de Platón, pasando por un Aristóteles tamizado a través de los pensadores
árabes, la escolástica o el hermetismo. Conocedor de varios idiomas, Pico della
Mirandola sorprendía por su intelecto superior y prematuro, y pronto su
conocimiento sincrético, conformado por tantas líneas de pensamiento,
cristalizó en una posición propia y, como era de esperar, revolucionaria, por
la que se ganó la enemistad de importantes núcleos de poder civil y
eclesiástico, acomodados en una concepción de la vida que les beneficiaba,
rodeada de unas penumbras que no permitían el acceso de ningún atisbo de luz
sobre unas inteligencias sedadas a base de grandes dosis de miedo y dogmas. No
extraña, por lo tanto, que el filósofo fuera pronto declarado hereje y muriera
a la edad de treinta y un años en circunstancias muy poco claras.
Si bien Pico della Mirandola no trató, de forma específica,
las cuestiones normativas, sí lo hizo, y de manera determinante, a través de
los aspectos filosóficos en los que se centró. Como quiera que, desde mi punto
de vista, Derecho y Filosofía no pueden en modo alguno considerarse ciencias
separadas, sino saberes necesariamente unidos, es incuestionable que los
planteamientos filosóficos de Pico, adelantados a los tiempos que estaban por
venir, han influido, muy positivamente, en nuestra actual concepción de la
materia jurídica.
Obra esencial del filósofo fue la implantación de
un original y rompedor concepto de dignidad humana, que hasta él no se había
dado. Pico estaba muy influido por Platón, y en consecuencia partía de una
noción ideal de dignidad, toda vez que ésta se presenta, por su naturaleza,
como un valor inmaterial, no por ello en absoluto carente de una necesaria
protección jurídica. Es más, no se trata de que sea un bien que debe ser
tutelado como cualquier otro, sino que se presenta como la base de todos los
demás. La dignidad es para Pico della Mirandola el fundamento del propio hombre,
de la filosofía (que adquiere una dimensión antropocéntrica) y, en
consecuencia, de todas las relaciones jurídicas, sobre las que el Derecho
establece su regulación.
Quiere con ello decirse que todo Derecho debe
estar fundamentado en el valor superior de la dignidad humana para ser tenido
por tal. La dignidad es para el hombre su propia naturaleza, la razón de su
existencia; es, en sí misma, el Derecho Natural que legitima a la norma
jurídica positiva. Ahora bien, esta dignidad de Pico della Mirandola tiene un
matiz novedoso decisivo; pues a su vez, la dignidad no es un valor impuesto en
la naturaleza del ser humano desde una fuente externa al mismo, sino que
procede de su interior y se fundamenta, a su vez, en un principio esencial: el
libre albedrío. Es la libertad del ser humano para escoger su camino, para
construirse, lo que confiere el estatus de dignidad al hombre.
Por esta razón, Pico della Mirandola concibió al
ser humano como el escultor de sí mismo, sin injerencias políticas o
religiosas; lo que de trascendente tiene el hombre se halla en su propia
superación, en ser el creador de su destino, dotándose de un cincel con el que,
esforzadamente, perfila los rasgos de su propia existencia, depurándolos hasta
la perfección o dejándolos en un mero y desdibujado boceto; no es el resultado final
de esta autorrealización humana la base de la dignidad, sino la capacidad libre
para escoger el camino. El Derecho positivo se debe fundamentar, pues, en la dignidad
así entendida, que hace al ser humano superior respecto de cualquier otra obra
de la creación.
No es discutible que esta noción filosófica de la
dignidad ha sido determinante en la evolución de los pueblos y en la historia
del Derecho; las constituciones modernas tienen como punto de partida
precisamente la dignidad, como un río del que nacen múltiples afluentes. Pico
della Mirandola abrió la puerta de la futura Ilustración y anticipó el
constitucionalismo moderno.
Como no podía ser de otro modo, un filósofo que propugnaba
el valor de la dignidad, a su vez cimentada en la absoluta libertad para
decidir el destino personal, tuvo una segunda y lógica vertiente en su
pensamiento: la tolerancia.
En Pico della Mirandola, a la edad de veintidós años,
nació la necesidad intelectual de convocar una suerte de concilio universal al
que acudieran todos los pensadores de la época para poner en común sus tesis
filosóficas, que no se pudo celebrar finalmente, si bien los postulados del
filósofo se reunieron en la obra Conclusiones
filosóficas, cabalísticas y teológicas, también conocida como Las 900 tesis, algunas de las cuales
fueron consideradas heréticas y supusieron el principio de la persecución a la
que fue sometido, actuando a modo de
perfecta justificación o cobertura para hacer posible la más pronta
desaparición de Pico del ámbito público, y por extensión de la historia del
pensamiento, por quienes así lo ansiaban desde que empezó a dar muestras de su
brillantez. El prefacio de esta obra, conocido como el Discurso sobre la dignidad humana, lo considero como uno de los
documentos más importantes de la filosofía jurídica.
Los planteamientos de dignidad, libertad y
tolerancia, como valores superiores del hombre (y por lo tanto, como elementos
configuradores del Derecho Natural que debe legitimar a la norma positiva), en
el contexto de una humanidad culta y conocedora de las diversas fuentes del
saber, creadora del espíritu crítico y personal hacia la realidad, sin dejar de
respetar todas las opiniones e ideas, hicieron que Pico della Mirandola fuera
apodado en su época (haciéndose extensivo a la actualidad) como el Príncipe de la Concordia, siendo, de
este modo, uno de los pensadores cuyo legado habría de fomentar en la actual sociedad
un noble espíritu de emulación, con el fin de garantizar su supervivencia y
progreso.
“No te he dado una
forma, ni una función específica, a ti, Adán. Por tal motivo, tendrás la forma
y función que desees. La naturaleza de las demás criaturas la he dado de
acuerdo a mi deseo. Pero tú no tendrás límites. Tú definirás tus propias
limitaciones de acuerdo con tu libre albedrío. Te colocaré en el centro del
universo, de manera que te sea más fácil dominar tus alrededores. No te he
hecho mortal, ni inmortal; ni de la Tierra, ni del Cielo. De tal manera, que
podrás transformarte a ti mismo en lo que desees. Podrás descender a la forma
más baja de existencia como si fueras una bestia o podrás, en cambio, renacer
más allá del juicio de tu propia alma, entre los más altos espíritus, aquellos
que son divinos.”
“Nunca he
filosofado sino por el amor a la pura filosofía; ni he esperado ni he buscado
nunca en mis estudios y en mis meditaciones ninguna merced ni ningún fruto que
no fuese la formación de mi alma y el conocimiento de la verdad, por mí
supremamente ansiada. He sido siempre amante tan apasionado de la verdad que,
dejada toda preocupación de los asuntos privados y públicos, me he dedicado por
entero a la paz contemplativa.
De esta, ni las
calumnias de envidiosos ni los dardos de los enemigos han podido hasta aquí ni
podrán nunca apartarme. Ha sido la filosofía quien me ha enseñado a depender de
mi sola conciencia más que de los juicios de los otros y a estar atento siempre
no al mal que se dice de mí, sino a no hacer o decir algo malo yo mismo.”
“Hay quienes (como
esos perros que siempre ladran a los extraños) condenan y detestan siempre lo
que ignoran.”
Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación
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