viernes, 1 de marzo de 2024

Carl Sagan: de la pseudociencia al pseudoderecho

 

Carl Sagan (1934-1966) fue un reconocido astrofísico norteamericano que alcanzó una gran cota de popularidad como divulgador científico, haciendo honor a las palabras de Aristóteles, conforme a las cuales tan importante es tener una idea como saber explicarla y difundirla. Sagan manejaba a la perfección la oratoria y, como sabio en su disciplina, tenía la capacidad de exponer algo complejísimo de una forma que todos aquellos que le escuchaban podían entender cuestiones tan difíciles como las que se derivan de la misma naturaleza inescrutable del universo.

Hombre polifacético, más allá de las cuestiones científicas propias de su disciplina, ante todo fue totalmente abierto de miras, lejano al dogmatismo, a las imposiciones de los gobiernos y un firme defensor del espíritu crítico y de la formación cultural como resortes para enfrentarse al poder.

Para Sagan, aparte de que la sociedad tomara consciencia de la necesidad de reconocer y de explorar la realidad existente en la otra parte de las murallas del planeta Tierra, desde lo interno, resultaba inconcebible que el poder político llegara a tergiversarlo todo, incluso la misma evidencia científica, para presentar como tal cosa aquello que le interesara en cada momento. A ésto se refirió como pseudociencia en una de sus más importantes obras literarias, titulada El mundo y sus demonios. Encontramos aquí, de nuevo, un concepto esencial que se debe hallar en las bases de toda disciplina y que ha de ser ajeno, siempre, a las infiltraciones de terceros: la ética. La verdadera ciencia implica primero exposición y luego prueba de su certeza, pero en todo caso partiendo de los cimientos de una serie de principios invariables, como la veracidad, la honradez, el altruismo y la búsqueda del bien de todos. A ello se añade algo más: dentro de estos principios morales, resulta imprescindible que todo científico tenga en cuenta si la evidencia que pretende poner de manifiesto, y como quiere presentarla, produce un beneficio social, pues en caso contrario las bases de su proceder impedirán proponer tal cosa, al saber que va a generar un daño muy posiblemente irresoluble.

Este pensamiento de Sagan no es limitado al ámbito de la pura ciencia astrofísica. Ni muchísimo menos. Resulta de aplicación integral a lo jurídico, máxime tratándose el Derecho de una ciencia que, como es notorio, está muy peligrosamente relacionada con intereses transitorios, partidistas, y en nada ajenos, precisamente, a la presentación de la norma jurídica de una forma que parece beneficiosa cuando en realidad no lo es, y sus efectos prácticos lo demuestran, produciendo unos daños sociales muy difíciles de reparar.

Sagan era agnóstico; pero eso no le impedía afirmar que todo se rige por una serie de leyes universales, físicas, éticas, siempre invariables, y que de existir un Dios, precisamente estaría en esa eternidad que revelan los principios que generan y sustentan a la realidad. Un concepto de Dios, por otro lado, muy próximo al de Spinoza. Pues bien, si esta tesis se lleva a la materia jurídica, qué duda cabe que Sagan incluiría estos principios en el denominado Derecho Natural. Y sobre él en modo alguno puede haber intromisiones de ninguna facción política. No obstante, como esto puede ocurrir, y de hecho así pasa, mediante la manipulación de la opinión pública, resulta absolutamente necesario que la sociedad esté muy bien formada educativa y culturalmente para impedir, desde la crítica, tanto la suplantación del Derecho Natural por una moralidad ad hoc creada para beneficiar a algunos en perjuicio de la mayoría (al margen de que se presente de otra manera) como la generación de unas normas jurídicas que, dejando atrás aquellos principios eternos de la ética, lleguen a ser vigentes y a producir efectos prácticos, pues a partir de entonces las bases de la destrucción social ya estarán dispuestas.

No es de extrañar, atendiendo a lo anterior, que nuestro gran autor ya vislumbrase lo que iba a ocurrir en el presente con la tecnología y la ética. La conversión del medio en un fin y el adormecimiento social con grandes dosis de pantallas e internet. Un poder que incide en los sistemas educativos y fomenta el uso indiscriminado de lo tecnológico, para producir una situación de celebración de la ignorancia que le permita hacer lo que literalmente quiera. Y cuando el resultado llegue será muy tarde, porque en lo legal los efectos permanecen, no se borran con facilidad o cambiado sencillamente una ley por otra, aunque digan lo contrario. Una autodestrucción desde lo jurídico similar a la denominada autodestrucción tecnológica de las sociedades más avanzadas; una paradoja que tiene respuesta clara: la falta, separación o manipulación de la ética. En este punto, en la necesidad de primar la formación cultural y la educación social para evitar el colapso propiciado por los intereses espurios me resulta muy significativa la coincidencia de Sagan con Unamuno, quien afirmaba que “la libertad no es un estado sino un proceso. Solo el que sabe es libre. Solo la cultura da libertad. No proclaméis la libertad de volar, sino dad alas; no la de pensar, sino dad pensamientos. La libertad que hay que dar al pueblo es la cultura.”

Miremos hacia Carl Sagan, y hacia su comprensión del universo y de lo universal más allá de lo científico, porque en esa visión está la respuesta al problema de nuestro tiempo y la evidencia de que todo es susceptible de manipulación, incluido uno de los campos más intocables para el bienestar social, como es el jurídico. Malamente podremos hablar de Justicia en un contexto en el que las previsiones del magnífico divulgador se cumplen; cuando simétricamente a la pseudociencia existe un pseudoderecho, participando ambos de los mismos fundamentos conceptuales: la separación de la verdad, la postergación de la ética y la presentación como beneficioso para todos de aquello que no lo es o solo lo es para algunos.

“Preveo cómo será la América de la época de mis hijos o nietos: Estados Unidos será una economía de servicio e información; casi todas las industrias manufactureras clave se habrán desplazado a otros países; los temibles poderes tecnológicos estarán en manos de unos pocos y nadie que represente el interés público se podrá acercar siquiera a los asuntos importantes; la gente habrá perdido la capacidad de establecer sus prioridades o de cuestionar con conocimiento a los que ejercen la autoridad; nosotros, aferrados a nuestros cristales y consultando nerviosos nuestros horóscopos, con las facultades críticas en declive, incapaces de discernir entre lo que nos hace sentir bien y lo que es cierto, nos iremos deslizando, casi sin darnos cuenta, en la superstición y la oscuridad. La caída en la estupidez de Norteamérica se hace evidente principalmente en la lenta decadencia del contenido de los medios de comunicación, de enorme influencia, las cuñas de sonido de treinta segundos (ahora reducidas a diez o menos), la programación de nivel ínfimo, las crédulas presentaciones de pseudociencia y superstición, pero sobre todo en una especie de celebración de la ignorancia. En estos momentos, la película en vídeo que más se alquila en Estados Unidos es Dumb and Dumber. Beavis y Butthead siguen siendo populares (e influyentes) entre los jóvenes espectadores de televisión. La moraleja más clara es que el estudio y el conocimiento —no sólo de la ciencia, sino de cualquier cosa— son prescindibles, incluso indeseables.”

“En mi opinión, es mucho mejor entender el universo tal como es que persistir en el engaño, a pesar de que éste sea confortable.”

“Si algo puede ser destruido por la verdad, merece ser destruido.”




Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación 




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