“Si la justicia existe, tiene que ser para todos;
nadie puede quedar excluido, de lo contrario ya no sería justicia.”
Esta cita de Paul Auster (1947-2024) debe resonar en el mundo actual.
Cuánta razón en pocas palabras. Fiel a su estilo conciso, el autor
norteamericano ha conseguido ofrecer un concepto de justicia atinado, exacto.
Una definición de la justicia que aglutina siglos de pensamiento y evolución,
superando la barbarie de la venganza privada y civilizando la resolución de conflictos.
De especial importancia es el que esta tan acertada definición del término
proceda de un autor de la relevancia de Auster, quien, en su literatura, se
asienta en las vicisitudes del ser humano contemporáneo, en sus complejidades,
en un devenir vital que, lejos de cualquier trascendencia o metafísica, se
desarrolla en un surgir azaroso de los acontecimientos, en unas decisiones
sobre ese destino marcado por las circunstancias sobrevenidas, en un marco
existencialista de la vida humana.
Pero, pese a ello, siempre debe existir un elemento que permanezca
invariable en el constante fluir de los acontecimientos inesperados. Este
elemento aporta orden en el caos inexorable; es la única brújula que permite
contar con un norte que oriente la toma de las decisiones a las que el ser
humano se ve abocado en su día a día.
El autor de la Trilogía de Nueva York,
Premio Príncipe de Asturias de las Letras, nos transmite una idea de justicia
como componente vertebrador de la realidad cambiante, de las circunstancias
inevitables que hemos de afrontar en lo cotidiano, como así hacen sus
personajes.
Siglos de racionalismo, de ilustración, de luz intelectual, en definitiva,
cristalizados en una definición plena de la justicia. En efecto: la igualdad en
la aplicación de la ley, la primacía del Derecho sobre el poder, la exclusión
de ámbitos de impunidad, nos (debería) hermanar a todos. Iguales en la
justicia, como iguales en la muerte.
Y si el concepto de justicia es luz de guía de una vida sujeta a la
incertidumbre, no cabe duda de que, tras ella, una ética sólida hace posible
que las decisiones sean ponderadas, equilibradas. Por ello el sentimiento de
culpa, de responsabilidad interna, es tan propio de los personajes que
transitan las obras de Auster. No puede haber tal sentimiento si no existe un
principio de moralidad, de ética. Hablar de justicia igual para todos es
referir uno de los valores o principios esenciales que hacen del Derecho el
instrumento de la justicia verdadera, ubicados en un plano superior a lo
meramente escrito. Incluso en un mundo sujeto a una deriva imprevisible,
algunos pilares lo mantienen en pie: la ética y la justicia que se fundamenta,
verdaderamente, en aquélla.
Puede entenderse que, desde esta perspectiva intelectual, no sean
admisibles sistemas políticos y jurídicos meramente semánticos: democracias que
funcionan como disfraces de dictaduras encubiertas, pues en estos
sistemas la justicia no es, en la práctica, igual para todos, pese a nombres y
fórmulas que expresen lo contrario. Y la base inicial para llegar a esta
situación está en la carencia de principios éticos, desde lo privado a lo
público, manifestados en la cobertura y defensa de intereses particulares como
si fueran colectivos.
Esta es una sucinta reflexión (también a modo de homenaje) que me ofrece el
concepto de justicia de uno de los más importantes escritores de la actualidad.
Él se ha ido, pero su obra y pensamiento se quedan, como esa misma luz de guía
que antes referí, participando de la naturaleza eterna de aquello que es
esencial para el buen desarrollo de la vida humana; pese a los cambios, pese al
azar, pese a lo imprevisto.
“Me he lanzado, me he desmandado, me he remontado
a las alturas, y por muchas veces que me haya estrellado contra el suelo,
siempre me he puesto en pie para volverlo a intentar (...) Esto es lo que
siempre he soñado (…) mejorar el mundo. Llevar un poco de belleza a los grises
y monótonos rincones del alma. Se puede hacer con un tostador, con un poema, y
se puede hacer tendiendo la mano a un desconocido. Da igual cómo se haga. Dejar
el mundo un poco mejor de cómo lo has encontrado. Eso es lo máximo a que puede
aspirar un hombre.”
“Un libro no acabará con la guerra, ni podrá
alimentar a cien personas, pero puede alimentar las mentes, y a veces
cambiarlas.”