Se considera, de forma muy generalizada, que
una de las filósofas más representativas del feminismo es Simone de Beauvoir
(1908-1986), mujer dotada de una gran inteligencia y pareja (a su manera) de Jean-Paul
Sartre, con quien mantuvo siempre una relación basada en la más profunda
admiración, si bien la libertad, como concepto filosófico, que tanto
caracterizó sus planteamientos, se hizo extensivo, coherentemente, a su vida
personal.
La conexión con Sartre se materializó en la
adscripción al movimiento existencialista, esto es: en la consideración del ser
humano como principio y fin en sí mismo (el “ser para sí”) y como responsable de
su propia realización o autoconstrucción, en un entorno social repleto de dificultades
para hacer posible ese propósito de perfeccionamiento y en buena medida también
hostil hacia quien pretende diferenciarse del resto y crecer como ser, abocando
hacia una inexorable rebeldía (y por lo tanto, a la confrontación) para llevar
a cabo ese fin personalísimo.
Simone de Beauvoir fundó la revista
filosófica Tiempos Modernos y fue la
autora de varias obras relevantes, destacando entre ellas El segundo sexo, que ha conllevado a considerar, desde una posición reduccionista, que la filósofa es, esencial y básicamente, un referente del
feminismo. Sin negar la importancia de su pensamiento para los derechos de la
mujer, su iusmoralismo es mucho más amplio y relevante.
Es cierto que, si se examina la
consideración de Beauvoir sobre la cuestión jurídica, su reflexión apunta a la
calificación del Derecho como un mito. Y ello, por cuanto los valores
esenciales que desde un punto de vista moral defiende la filósofa (la libertad
y la igualdad) no dejan de ser una entelequia en los que son el armazón histórico
de los sistemas jurídicos occidentales, pues, como es sabido, la subordinación
de la mujer al hombre principia en el derecho de la antigüedad, atraviesa el
medievo y se adentra hasta fechas en absoluto remotas. De tal modo que, en
coherencia con la tesis de un pensador iusmoralista, todos los ordenamientos
jurídicos que se separan de esos valores humanos residenciados en el plano de
la ética y desde el momento en el que no positivicen la igualdad jurídica entre
hombre y mujer se considerarán legales, pero no serán legítimos: en efecto, constituyen un
mito, por cuanto que se separan de la realidad para intentar dar una
explicación (o una solución) paralela e incierta a los efectos materiales que
se derivan de esa realidad.
Pero limitar este planteamiento a la
cuestión femenina no deja de ser una visión muy fragmentaria de esta línea de
pensamiento.
La ética asentada en la radical libertad del
ser humano como principio supremo trasciende a la cuestión del género, que no
deja de ser una manifestación o especificación de un planteamiento mucho más
importante y general, que supone la lucha contra la opresión del poder en todas
sus dimensiones. La pensadora, en este campo, tuvo como punto de partida una
consideración individualista del ser humano, propia del existencialismo, pero
desde ella evolucionó hacia una perspectiva social, no circunscribiendo la
libertad al individuo, sino extendiéndola al colectivo humano, frente a las
imposiciones injustas, en tanto que no respetuosas con esa moral o ética
pública, provenientes de quienes detentan el poder y se sirven no solo de la
fuerza, sino de la ley a la que instrumentalizan para sus fines particulares.
Simone de Beauvoir postulaba, efectivamente,
una emancipación, pero no solo ni exclusivamente de la mujer, sino de todos, de
la sociedad en su conjunto, para hacer material y auténtica su libertad e
igualdad en y ante la ley. La libertad individual -con la consideración de que
frente a ella está el deber de respeto a la libertad del otro sujeto- no
resulta práctica, realista ni viable si la sociedad completa no la hace
efectiva resistiéndose frente a los abusos del poder, incluso aunque nominativa
o formalmente éstos se presenten como ejemplos de igualitarismo y sus artífices
como simulados adalides de una libertad que no es tal, pues en la práctica
los hechos y sus efectos o no cambian, son los mismos, o incluso empeoran.
Aquellos integrantes de la sociedad que no asuman una posición proactiva en defensa
de sus derechos esenciales frente a un poder autoritario (evidente o
encubierto) serán sus cómplices y corresponsables de que en la sociedad los
valores de la ética pública, del Derecho Natural, no cristalicen en la vida
diaria; por ello, nos encontramos ante una muy peculiar existencialista que
terminó enlazando a sus tesis el concepto de fraternidad humana.
En consecuencia, el desarrollo pleno de los
derechos más esenciales del ser humano (y entre ellos, pero no solo, el de la
igualdad entre hombre y mujer) implica que, desde la individualidad, y para
conseguir un pleno desarrollo y perfeccionamiento personales, resulta
imprescindible asumir una posición beligerante y no acomodaticia frente a
normas o mandatos que en modo alguno conllevan a la verdadera igualdad. Existió,
desde luego, feminismo en Simone de Beauvoir, pero, como es de ver, su
aportación a la materia moral y jurídica es mucho más amplia, general e
importante, no debiendo reconducir estas tesis a una sola parte de ellas, ni
hacerlo de manera desvirtuada o radicalizada, ya sea por desconocimiento, o con
intención; pues qué duda cabe que el conocimiento es poder, y muy probablemente
el saber auténtico lleve a la rebeldía, necesaria para la lucha constante por
los derechos de todos, siendo cuestionable que al poder ésto le interese.
“El oprimido no puede
realizar su libertad de hombre más que en la rebelión, puesto que lo propio de
la situación contra la cual se rebela reside precisamente en impedirle todo
desarrollo positivo. Solo en la lucha social y política su trascendencia se
proyecta al infinito.”
“Al hombre corresponde hacer
triunfar el reino de la libertad en el seno del mundo establecido; para
alcanzar esta suprema victoria es necesario, entre otras cosas que, por encima
de sus diferencias naturales, hombres y mujeres afirmen sin equívocos su
fraternidad.”
“Que nada nos defina,
que nada nos sujete: que sea la libertad nuestra propia sustancia.”
“La principal plaga de
la humanidad no es la ignorancia, sino el rechazo del conocimiento.”