Madrid es una ciudad grande, populosa, cruce de caminos y vidas. Ese constante devenir de gentes ha dado lugar a un muy amplio acervo de historias singulares, sin duda la mayor parte de ellas lindantes más con la fantasía que con los hechos contrastados y reales, pero el que escribe estas líneas considera que la vida no debe ser sólo la suma de datos fríos y objetivos -que su cabida ya tienen en el lugar que les corresponde- sino contar también con su espacio para la imaginación y la creatividad; es más, considero que son éstas últimas facetas las que hacen que el que los días vayan pasando tengan su razón de ser y animen el, por desgracia habitual, indiferente devenir de los acontecimientos. Recuerdo aquí el breve diálogo entre fray Guillermo de Baskerville y su pupilo Adso en la novela y película El Nombre de la Rosa, en el que, ante la pregunta de éste a su mentor sobre si alguna vez había sentido algo por una mujer, el fraile le contesta: "Qué tranquila sería la vida sin amor, Adso...que pacífica, qué serena...y que insulsa". Precisamente la fantasía, la creatividad, el amor, los relatos misteriosos y legendarios vienen a endulzar los días del hombre desde tiempo antiguo. Constituyen una auténtica necesidad, una vía de escape.
Voy a referir aquí un par de historias de Madrid, de las que me he informado gracias a un interesante libro titulado Madrid Oculto, de Marco y Peter Besas, de ediciones La librería, radicada en la muy concurrida calle Mayor. La tercera leyenda es mi pequeña contribución a este compendio de relatos.
La Puerta del Sol y la aparición del diablo
Parece ser que durante los trabajos de construcción de uno de los edificios más hermosos y representativos de Madrid, la antaño llamada Real Casa de Correos, con posterioridad sede de la Dirección General de Seguridad y hoy del Gobierno Regional, hubo alguien especialmente interesado en que el proyecto no se ejecutase, y en el caso de llevarse a cabo, debería dedicarse a su nombre. Es de destacar que entre las personas que consta intervinieron en los trabajos de construcción, se encontraba un sacerdote. Y no se trataba de hacer referencia a una eventual intervención bendiciendo la obra concluida, sino que su participación ahí era plena, al mismo nivel que cualquier operario o que el propio dueño de la obra. La razón de ser de la presencia en el equipo del sacerdote tiene su fundamento en el hecho de que, una mañana, mientras los obreros realizaban sus tareas, un ser de aspecto muy extraño se les apareció y les conminó a cesar en sus trabajos, pues el edificio que estaban construyendo se emplazaba en un terreno de su propiedad. El mismo ente afirmó que la obra se había encargado a la persona inadecuada (el arquitecto francés Jaques Marquet) y que su ejecución debía encomendarse al español Ventura Rodríguez; de forma tal que si las obras continuaban, el inmueble quedaría eternamente maldito. Con ello, se nombró al Padre López como Secerdote oficial de la obra, quien estuvo presente hasta su conclusión sin que desde entonces se relatase ningún tipo de incidente ni de intervención de terceros.
Como se puede observar, en esta leyenda se entremezclan elementos de muy diferente índole, religiosa, patriótica, supersticiosa...tiene un cierto paralelismo con el célebre topo de la Catedral de León, animal de dimensiones considerables que en el medievo se consideró proveniente del mismo averno y que durante las noches era el responsable de destruir todo lo edificado. Hoy día, sobre una de las puertas del templo cuelga su "cuerpo" a modo de trofeo. Realmente la dificultad en la construcción de la Pulchra Leonina se encontraba en lo que existe en su subsuelo, las termas romanas, que determinan una especial inconsistencia del terreno donde ubicar los cimientos.
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Puerta del Sol, Madrid |
La habitante de la Casa de las Siete Chimeneas
Este inmueble se encuentra ubicado en la Plaza del Rey, y recibe esa denominación por contar con siete chimeneas que, parece ser, vendrían a representar una alegoría de los siete pecados capitales. En esta casa habitaba Elena, una bella mujer esposa del capitán Zapata y, según la rumorología de la época, amante del mismo Príncipe de España, el futuro Rey Felipe II. Zapata falleció en la batalla de San Quintín, y Elena, sabedora de la desgracia, dejó crecer su hermoso pelo negro, sus uñas, su pena. De aquella dama apenas quedó un recuerdo, una mera sombra de sus días de felicidad. Elena muere envuelta en la mayor de las melancolías, sin haber vuelto siquiera a ver a su esposo y con un amante que, dada su categoría, trató de ensombrecer todo lo que tuviera que ver con vínculos emocionales con ella. Elena estaba embarazada. Mas de su cuerpo, o del hijo que esperaba, nunca nada se supo. El padre de Elena trató por todos los medios de que se esclareciese lo sucedido, ya que estaba convencido de que su hija no había muerto por su propia mano, sino por órdenes de terceros con especial interés en enterrar todo lo referente a esa mujer. Días más tarde, el padre de la otrora bellísima Elena fue encontrado ahorcado en una de las vigas del inmueble. La desaparición de Elena, y de su hijo, han llevado a considerar que sus cuerpos fueron emparedados dentro de la casa.
Desde entonces, no son pocas las personas que, al pasear de noche frente a la casa y al mirar hacia el tejado, han creído ver a una mujer de pelo oscuro, que caminando cansinamente y golpeándose en el pecho, se orienta en la dirección de las antiguas dependencias del Rey, como en una eterna acusación del crimen que éste autorizó y que conllevó su muerte y la de su hijo.
En el siglo XIX el edificio fue comprado por el Banco de Castilla, y tras obras de reforma, se encontró el esqueleto de Elena junto con monedas de oro de la España de Felipe II.
Al estar frente a la casa y obtener la fotografía que ilustra este relato, sí es cierto que el edificio desprende un ambiente inquietante;en efecto, mi sensación allí enfrente fue de inquietud, y por qué no comentarlo...de tristeza.
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Entrada a la Casa de las Siete Chimeneas, Madrid |
El orgullo de un Rey. Ordoño II en Madrid
La Plaza de Oriente y sus zonas aledañas constituyen el marco del recuerdo eterno a aquéllos míticos monarcas que forjaron una gran España. Muchos de ellos participaron en batallas y protagonizaron episodios de auténtica leyenda, construyendo personalidades muy marcadas. Alguno de esos grandes reyes tuvieron tal impronta personal durante sus mandatos que sus propias efigies en piedra han conservado el rictus solemne de quienes, por el mucho bien que en su tiempo hicieron, se ganaron el cariño y respeto de las gentes de sus antiguos Reinos.
Entre todos ellos, hay uno que destaca por su compostura: el rey Ordoño II de León. Este monarca, enterrado en la Catedral leonesa y que ha dado el nombre a la calle principal de la ciudad, cuenta con una estatua en Madrid de singular belleza. Caminando por el que yo llamo "el paseo de los reyes" me detuve a contemplar su efigie. Observé su postura, sus ojos orientados en dirección opuesta al Palacio -quizá intencionadamente, pensé...¿el Rey mira hacia su tierra?- y seguí mi itinerario. Otro día, ya de noche, me encontraba transitando aquella agradable zona, y tuve ganas de volver a ver a nuestro Rey. Lo que vi todavía me tiene impresionado.
Nuestro querido Rey ya no miraba en la dirección hacia donde antes lo hacía. Su cabeza se encontraba ligeramente girada hacia el Palacio. Tuve cierto miedo, pero también orgullo. Las buenas gentes de León tienen un Rey en Madrid que no les olvida, recio y bueno de corazón que volvería al trono para luchar por sus intereses.
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Ordoño II en Madrid |