George Sand
es el seudónimo que empleó Amantine Aurore Lucile Dupin (1804-1876), gran
escritora francesa, cuya repercusión, no solo literaria, sino también en lo
jurídico, tanto de forma coetánea con su vida, como posteriormente, ha sido de
una gran importancia, al haber coadyuvado con su obra y ejemplo vital a la
plasmación normativa de los principios de igualdad de derechos entre hombre y
mujer. Para ello tuvo que asumir un especial rol, lo que le atribuyó
inmortalidad y una personalidad especialísima y diferenciada en la historia.
Aurore nació en una familia muy dispar en su
origen. Su madre, humilde, y su padre, de noble condición. En aquella sociedad,
ya el matrimonio de sus padres no fue bien visto. Aurore desarrolló un vínculo
muy especial con su abuela paterna, mujer liberal y seguidora de las tesis de
Voltaire. Todas las vicisitudes familiares de la escritora, desde el
fallecimiento por accidente de su padre, a su relación con su madre, fueron
tormentosas, de la misma manera que sus relaciones personales. Aurore se formó
de manera autodidacta, y adquirió una inmensa cultura, cuestión que ligada a su
carácter indómito, dio lugar a que ella misma se convirtiera en un paradigma de
la libertad en aquella sociedad de la desigualdad institucionalizada, y abogase
de forma permanente por aquella libertad que ella misma personalizaba, por los
ideales de la República y por la plena equiparación de derechos en materia de
género. Suyas son las novelas Rosa y
Blanco, Indiana o Un invierno en
Mallorca, entre otras. Desarrolló una actividad periodística importante, a
través de la que también actuó como un azote contra la injusticia de su tiempo.
Aurore acostumbró a vestir como un hombre, de
forma muy refinada, pero masculina, y así poder introducirse en los ambientes
literarios de su tiempo. Su propia presencia era un acto revolucionario. Adoptó
un nombre también masculino, George Sand,
para rubricar sus obras. De este modo, conseguía acceder a aquellos círculos,
lo que para una mujer en aquel entonces era impensable, y al mismo tiempo
actuar como un clamor evidenciando la sangrante desigualdad con la que la
sociedad procedía respecto de la mujer. Fue, ante todo, una persona libre, y
esa libertad se manifestaba en todas y cada una de las vertientes de su vida.
Su estilo literario se enmarcó en el
romanticismo, como no podía ser de otra manera, al tratarse de un espíritu
idealista, absolutamente libre y pesaroso, melancólico, por las circunstancias
personales de su vida y por la consciencia de la desigualdad social en la que irremediablemente
tenía que moverse.
George Sand tuvo que romper con las
costumbres y los estereotipos de su época, para conseguir abrir una brecha
hacia la igualdad entre hombre y mujer. Es decir, se tuvo que alejar no solo de
los usos y normas sociales de entonces, sino oponerse abiertamente a ellos y
someterse a todo tipo de críticas. No obstante, muchos intelectuales coetáneos suyos
como Balzac, Proust o Flaubert entendieron perfectamente la forma de ser y
actuar de la escritora y la respaldaron sin matices. Como ha ocurrido con otros
grandes intelectuales, que por sus ideas apoyaron en principio, y desde un
prisma filosófico (un tanto ingenuo, por qué no decirlo) algunas revoluciones
de corte político, bajo un concepto de socialismo que al final no resultó ser
en la práctica en absoluto aquello que ellos defendían, y que veían con estupor
que bajo la defensa nominativa de los débiles en realidad se perseguía la toma
de posesión del poder aún a costa de esos mismos débiles a los que se decía que
se protegía, George Sand se defraudó
totalmente de aquel movimiento político, que además resultó en la práctica un
completo fracaso, y se dedicó a la literatura, renegando de la política.
La trayectoria vital y literaria de George Sand, una de las más grandes
escritoras francesas, me lleva a considerar algunas cuestiones desde un prisma
jurídico-filosófico. La primera de ellas tiene que ver con la evidente
diferencia entre lo legal y lo legítimo. El que la norma, ya sea ley o
costumbre, adquiera una vigencia y por lo tanto una obligatoriedad no significa
que sus efectos materialicen la Justicia ni que tales normas tengan, siempre,
un punto de partida razonable y que señalen al interés general. Cuántas veces,
a lo largo de la historia de la humanidad, apelando a la legalidad vigente, se
han cometido auténticos y genuinos atropellos a los derechos humanos y
subjetivos, sencillamente porque la ley positiva no obedece al interés de todos
(aunque se diga y se repita por el poder que es así) sino solo al interés de
algunos; y en cuanto a la costumbre social, si ésta se petrifica, jurídicamente
deja de ser costumbre, pues uno de sus elementos configuradores, la opinio iuris, aquél que hace que la
colectividad estime que un uso es obligatorio, no es, por esencia, ajeno a las
variables del tiempo, de la evolución, del verdadero progreso: si la costumbre
no cambia de forma dinámica con el devenir de la historia, ello se debe a que sobre
la opinio iuris prevalece el
prejuicio, el desconocimiento, la incultura o la ignorancia; esto es: la
costumbre pasa de ser norma a convertirse en una simple práctica rancia, que
tristemente se mantiene obligatoria a lo largo de los años por mera inercia.
Y en segundo lugar, las vicisitudes y obra de George Sand evidencian algo importante:
la verdadera revolución, aquella que es capaz de producir un cambio en el
Derecho, para mejorarlo y adecuarlo a los tiempos, protegiendo los derechos de
todos, no tiene su origen en iniciativas políticas o que se fomenten desde
determinados sectores ideológicos que quieran enarbolar la dirección de la
misma, para su mayor gloria; los cambios eficaces tienen su génesis en el
ámbito intelectual, desde lo cultural, desde una ética individual y pública que
aflora a partir del pensamiento y obra de grandes autores, y desde ahí, generan
una corriente social que habilita el cambio desde los propios destinatarios de
esas normas injustas. Por ello puede explicarse que el poder siempre actúe
sobre el ámbito educativo, para eliminar desde el conocimiento de la misma
existencia de tales autores hasta la crítica racional, y de este modo la
posibilidad de revoluciones que hagan posible un cambio auténtico y eficaz, en
beneficio de todos, y para mejor. Porque es un hecho que todos los cambios
favorables para la humanidad han venido como consecuencia del levantamiento de
la misma sociedad sometida a la injusticia propiciada por el poder, una vez
consciente de ella, y que aquellas otras denominadas “revoluciones” que han
promovido algunos, solo han ocasionado la ratificación en el poder de aquellos
que las incitaban, así como dolor y perpetuación de la injusticia, eso sí, revestida
de formalismo legal.
“¡Ah! ¡Ese Senado es un mundo de hielo y
oscuridad! Vota la destrucción de los pueblos como la cosa más simple y sabia;
porque sus propios miembros están moribundos.”
“Si las personas no fueran malvadas, no me
importaría que fueran estúpidas; pero, para nuestra desgracia, son las dos
cosas.”
“Uno es feliz como resultado de sus propios
esfuerzos, una vez que conoce los ingredientes necesarios para la felicidad:
gustos simples, cierto grado de coraje, abnegación hasta cierto punto, amor por
el trabajo y, sobre todo, una conciencia tranquila. La felicidad no es un sueño
vago, de eso ahora estoy seguro.”
“El mundo me conocerá y comprenderá algún día.
Pero si ese día no llega, no importa mucho. Habré abierto el camino a otras
mujeres.”
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