George Orwell, pseudónimo de Eric Arthur
Blair (1903-1950) fue un
novelista británico, nacido en India siendo ésta colonia inglesa. Se trata de
un escritor muy destacado no solo como, en cierta forma, cronista de los hechos
que pudo ver y en los que participó en vida, sino especialmente por su
anticipación a lo que, años después, ocurriría en el mundo. Aparte de ser
testigo de las dos grandes guerras, intervino activa y voluntariamente en la
Guerra Civil Española. Contrario a cualquier tipo de tiranía, aun cuando esta
se escondiera tras un aparente Estado de Derecho, una de sus obras, titulada 1984, puede considerarse el ejemplo
reciente de narración visionaria.
Escrita entre los años 1947 y 1948, los hechos
tienen lugar en una ciudad enmarcada en un inmenso continente, en el que la
vida cotidiana discurre de forma calmada (aunque existen conflictos y tensiones
internacionales) y el poder mantiene a una gran parte de la población en un
estado de letargo, por medio de diversas maniobras, especialmente a través de
la economía, el lenguaje y la desinformación, que consiguen que el pueblo,
verdaderamente en una situación precaria, considere que desarrolla su
existencia de una forma razonablemente buena.
Desde el poder se actúa asegurando a la población
que es libre y que cuenta con derechos plenamente reconocidos; se acude a un neo-lenguaje,
creado por el gobierno, en el que se incluyen términos que, aunque incorrectos
desde lo gramatical, son contemporizadores y acríticos; la denominada prensa actúa totalmente al dictado de
los ministerios existentes, con el fin de presentar la realidad de forma
distinta a la cierta (uno de los ministerios, llamado “de la verdad” actúa como
un censor e incluso manipula la historia, creando una memoria ad hoc) y al mismo tiempo, el gobierno
interviene en la vida de los ciudadanos, controlando sus movimientos, sus
recursos, su mente. Actúa sobre todos los campos para que la población asuma
que vive en el mejor de los mundos, que ese modo de vida se lo debe al gobierno
y así se procura que no haya crítica alguna, al eliminar la posibilidad de que
nazca cualquier tipo de ánimo revolucionario al operar desde la misma base del
sistema educativo e inocular de forma sistemática la idea de que todo lo que
sea crítico es ofensivo. La libertad de pensamiento y de expresión son
ficticias aunque se encuentren en normas. El Estado se encarga de minusvalorar,
excluir y finalmente destruir al elemento discordante, previo control de
cualquier movimiento sospechoso. El protagonista de la novela se rebela contra
esta situación, que conoce de primera mano al haber trabajado en el ministerio
de la verdad; sufre una persecución, siendo tratado como un rebelde, y
castigado de forma atroz, hasta el punto de emplear medios directos de lavado
de cerebro para despersonalizarle por completo y convertirle en un número más
de los tantos que forman parte de un pueblo completamente dormido y soñando que
vive en una sociedad idílica.
Los paralelismos con la actualidad no precisan
explicitarse. Sí merece ser tenida en cuenta la gran diferencia entre el
concepto de Estado que estableció Tomás Moro en su Utopía y el que se presenta en 1984
de Orwell. Ambos modelos de Estado coinciden en que, si éste tiene que aparecer
para regir la convivencia, así será como consecuencia de que la sociedad, por
sí misma, no ha sido capaz de organizarse de forma ética. La Utopía de Moro
surge del hecho de que aquella sociedad tenía capacidad suficiente por sí misma
para articular su convivencia, sin encomendar a terceros el poder de
compartimentar u organizar la existencia. El Estado y el Derecho nacen ante el
fracaso de un desenvolvimiento exclusivamente ético de la vida de la sociedad,
que ha de acudir a otros para no implosionar. El Estado orweliano parte de esa
misma imposibilidad de la vida social al margen de un poder que organice, pero
avanza algo más: una vez que el Estado ya se ha implantado y un poder político
dirige la vida de todos, o este poder se asienta en los principios de la Ética,
y tanto su forma de proceder como las normas que dicta se inspiran,
verdaderamente, en aquellos principios esenciales, o de lo contrario, bajo una
mera apariencia de garante del bien de la sociedad, impondrá su criterio y
buscará las fórmulas para mantenerse de esa manera de forma indefinida. No debe
olvidarse que desde el plano teórico, existe un tipo de norma constitucional
denominada “semántica”, esto es, que existe como norma, pero sirve
exclusivamente para poder afirmar que cierto Estado es constitucional, pues en
la realidad práctica, el poder actúa al margen de ella y además se encarga, ora
de no establecer los mecanismos jurídicos para que los preceptos de esa
constitución sean eficaces, ora de implantar esos órganos y sistemas, pero
tenerlos controlados también, para procurarse decisiones que no perturben su
dinámica constante.
La conclusión, por lo tanto, de la novela de
Orwell, desde una perspectiva jurídica, es que si el Estado, como sistema de
organización social, debe existir, ya que su ausencia aboca a una situación de
anarquía en la que la sociedad, por sí misma, no sería capaz de funcionar,
dicha estructura, empezando por quienes la integran y siguiendo por sus frutos,
esto es, la normativa dimanante de su competencia legislativa, en modo alguno
puede separase de la Ética pública y de aquellos principios que configuran al
ser humano como un ser digno, lo que conlleva a un eterno retorno del Derecho
Natural como medio imprescindible para la convivencia. A ello habrá de añadirse
que tampoco será factible que ningún poder se apropie de aquellos principios e
incluya los que a él le convengan dentro de ese acervo superior, o simule un
respeto a los valores esenciales a través de la mentira, de eufemismos, del
recurso a un lenguaje impropio o de normas meramente semánticas, que postulen
el reconocimiento de derechos fundamentales siendo en la práctica una mera
entelequia. Si esta situación llega a perpetuarse y afianzarse, el fin del ser
humano, entendido como sujeto y titular de derechos, estará llamando a la
puerta.
“Si el líder dice de tal evento esto no ocurrió, pues no ocurrió. Si dice
que dos y dos son cinco, pues dos y dos son cinco. Esta perspectiva me preocupa
mucho más que las bombas.”
“En tiempos de engaño universal, decir la verdad es un acto
revolucionario.”
“Hemos caído tan bajo que la reformulación de lo obvio es la primera
obligación de un hombre inteligente.”
“Cuanto más se desvíe una sociedad de la verdad, más odiará a aquellos
que la proclaman.”
“Si quieres hacerte una idea de cómo será el futuro, imagina una bota
aplastando un rostro humano incesantemente.”