Leónidas I (540-480 a.C.) es una figura histórica
elevada en la actualidad a la categoría de mito, ejemplo de valentía, coraje y entrega
abnegada a una causa superior. A esta idealización ha contribuido
indiscutiblemente el cine, a través de la película 300, del director Zack Snyder. El rey Leónidas lo fue de Esparta,
en un momento en el que convivieron dos monarcas, procedentes de estirpes
distintas. Nuestro protagonista recibió la formación propia de un guerrero,
pero potenciada hasta límites que en la actualidad son imposibles de entender.
Precisamente por ello él mismo se puso al frente de la batalla principal tras
la que se decidiría el futuro de Esparta y de Grecia en su conjunto. La
situación no era favorable, pues el adversario ardía en cólera. Se trataba del
imperio persa, una auténtica máquina de guerra y conquista cuya expansión hacia
occidente ya había superado el ámbito de la amenaza. El ejército persa era muy
numeroso, casi multitudinario, y como he anticipado, venía de una derrota
precedente sufrida en la batalla de Maratón, cuestión que el rey Jerjes no
dejaba de tener muy viva en su cabeza; de modo que a lo aplastante de la fuerza
persa se le unía la voluntad de venganza.
Leónidas reclutó a un escueto ejército, de 300
hombres, y contaba solo con ellos, pues el resto de tropas griegas no estaban
disponibles para ayudarles, entre otras razones al celebrarse la fiesta religiosa
de los Juegos Olímpicos. De modo que, a priori, la estrategia militar sería
clave para, al menos, desgastar al enemigo y, de este modo, se planeó que los
persas no tuvieran más remedio que adentrarse en Esparta a través de un desfiladero,
lo que fue el origen de la célebre batalla del estrecho de las Termópilas.
Aunque la idea era buena, los persas no se caracterizaban por la ingenuidad y
supieron contrarrestar esta iniciativa espartana recurriendo a la traición de
uno de los suyos, que les reveló la pretensión, y aparentaron entrar con todas
sus fuerzas por el estrecho mientras otra parte del ejército lo rodeaba para
así atacar envolviendo a Leónidas por todos los frentes, sin escapatoria.
Llegados a ese punto, el rey y sus hoplitas
afrontaron, en sólida unidad, la estampida de los persas, siendo aniquilados
por ellos, cayendo Leónidas dignamente en batalla, asaetado por las lanzas del
enemigo, quien ni tan siquiera respetó después su cadáver, pues la inquina de
Jerjes llevó a que fuera despedazado, ya sin ninguno de los 300 en pie para que
pudiera proteger sus restos, y su cabeza puesta en una picota.
Estos hechos me conducen a una serie de
reflexiones de corte filosófico y jurídico. Considero que, desde un punto de
vista exclusivamente formal, o si se prefiere, de Derecho Positivo, los 300 de
las Termópilas actuaban bajo un principio de unidad, fundamentado en la idea de
patria, tan propio de la Grecia clásica, iniciado en las ciudades-estado, y que
les confirió el motivo fuerte y necesario para dar su vida por Esparta. Eran
leales a un concepto técnico-jurídico de nación espartana, como pueblo con sus
propias reglas, costumbres, creencias e idiosincrasia, y sobre todo unido ante
el enemigo, unificado ante la adversidad. Este principio jurídico-público de
unidad del Estado, que posteriormente fue consagrado en textos constitucionales
modernos y contemporáneos, ya entonces se manifestó en la entrega de los
espartanos dirigidos por Leónidas, defendiendo, todos, su hogar. Cómo me gustaría
poder afirmar que, en la actualidad, esta misma noción de patria unida, como
definición jurídica del propio Estado, materializada en la defensa unívoca de
la nación, fuera una realidad. Las diferencias que se han creado dentro de los estados
entre los diversos territorios que los componen, a veces abismales, e incluso
de confrontación con el principio supremo de la unidad, espoleado todo ello por
el transitorio poder, merced a intereses espurios en cuanto que personalistas,
hace que yo tenga por cierto que tal principio se respetó más hace dos mil años
que hoy día. De la unión espartana nació posteriormente el vínculo entre todas
las polis griegas, los lazos inseparables de una Grecia contra el imperio persa,
que cayó finalmente derrotado en la batalla naval de Salamina, para la que
Leónidas, con su resistencia en las Termópilas, antes había dado tiempo al
efecto de que todos los griegos se aliasen contra el enemigo, mientras él se
sacrificaba en el estrecho.
Y desde una perspectiva ética, o de Derecho
Natural, es muy conocida la moral de los espartanos, y lo es por su crudeza,
por su exigencia. La llamada agogé,
la educación espartana, austera, obligatoria y de la mano del Estado, imponía
una militarización de la vida, curtiendo a los niños desde su práctico
nacimiento para que fueran duros, íntegros, dignos, luchadores. Sin duda se
llegaba a extremos de crueldad, pues se aplicaba la eugenesia a los recién
nacidos que se consideraban no aptos para tal tipo de educación y se sometía a
los infantes a la intemperie, al hambre, la suciedad y la competición entre
ellos para ser los mejores de entre los mejores, para poner su vida al servicio
de la defensa de Esparta.
No queriendo trasladar de forma literal un modelo
como el expuesto a la actualidad, pues es hijo de su tiempo, cierto es que
aquella disciplina espartana, que hoy podría muy bien traducirse en una
formación en la integridad, en la seriedad, en el trabajo constante, en la
valentía ante la adversidad, en el tesón, en la búsqueda de un conocimiento lo
más amplio posible y sin tergiversaciones, contribuiría a conformar una
sociedad tan sólida como crítica, con individuos intelectualmente fuertes, y
con ello estoy convencido de que muchas vicisitudes de la política actual
serían imposibles de ver en la realidad, por tan evidentes como insoportables,
y lo mismo ocurriría con tantas leyes que se separan del bien común de una
forma clamorosa. Para los espartanos su moral era la ley: “Caminante, ve a Esparta y di a los espartanos que aquí yacemos por
obedecer sus leyes”, rezaba el epitafio de los 300 en el paso de las Termópilas. ¿Será ésta la razón por la
que el poder impide que los sistemas educativos actuales revistan esas
características, incidiendo en ellos para evitar que la sociedad perciba los
móviles auténticos de sus actuaciones, y propiciando, en su lugar, una mayor
debilidad e ignorancia que faciliten el control de la humanidad a todos los
niveles? La respuesta a esta cuestión nos llevará a saber en dónde se
residencian los problemas que azotan a nuestra sociedad del siglo XXI.
- Cuando al rey espartano le preguntaron por qué
Esparta no tiene murallas, señaló a sus soldados y dijo: "Ésta es la
muralla de Esparta".
- Cuando le preguntaron hasta donde llegaban los
dominios de Esparta, alzó su lanza y dijo: "Hasta donde ésta pueda
llegar".
- Cuando a un soldado espartano le preguntaron
por qué luchaban con espadas tan cortas dijo: "Porque así podemos estar
más cerca del enemigo".
- Cuando un mensajero pidió tierra y agua como
símbolo de sumisión, el rey espartano Leónidas lo lanzó a un pozo para que
pudiera él mismo recoger el agua y la tierra.
- Cuando a una mujer espartana le preguntaron por
qué los hombres espartanos permitían tanta libertad a sus mujeres, ella
respondió: "Porque solo las mujeres espartanas traemos al mundo a hombres de
verdad".
- Al describir la mentalidad espartana, Plutarco
dijo: "Los espartanos no preguntan cuántos son los enemigos, sino dónde
están".
- Cuando el rey persa Jerjes pidió a los espartanos
que se rindieran y entregaran sus armas, ellos respondieron: "Venid a por
ellas".