sábado, 1 de agosto de 2020

Tales de Mileto: padre del logos, padre del Derecho


Tales de Mileto (624 a.C. – 546 a.C.) es una figura filosófica sobre la que existe un gran misterio. No se conoce ningún texto escrito del que sea autor, y su pensamiento se ha trasladado a través de los siglos mediante la tradición oral y las referencias de otros grandes pensadores posteriores. Sin embargo, se trató de un hombre inigualable: filósofo, matemático, astrólogo, legislador, y sobre todo, pionero en una época en la que las creencias de la sociedad se basaban únicamente en la influencia y designios de los dioses olímpicos.
Como múltiples personalidades que han brillado en el campo de la filosofía, la figura de Tales de Mileto supuso una transición o una evolución para la humanidad, de un calado tanto o más importante que el paso, siglos después, entre las penumbras medievales y el Renacimiento. Más allá de que Tales predijera un eclipse, que tuvo lugar cuándo y cómo dijo, o de que fuera capaz de desviar el cauce de un río, el filósofo griego rompió con los fundamentos mitológicos de la vida social y en su lugar asentó el razonamiento como la fuente del conocimiento y de la explicación de todos los fenómenos de la vida. El quebranto de los paradigmas fue de tal envergadura que con él se inició la filosofía occidental, haciendo del logos, esto es, de la razón, el pilar maestro de todas las vicisitudes de la existencia, superando al mito, y pasando a la historia como el primero de los siete grandes sabios de Grecia.
Se ha afirmado que Tales de Mileto (y los filósofos que le sucedieron, denominados presocráticos) eran esencialmente naturalistas, esto es, centraban su pensamiento en la explicación de la realidad manifestada a través de la naturaleza, y con ello, de los mismos hechos de la vida humana, no entrando en aspectos de la filosofía jurídica. Sin embargo, yo no comparto esta afirmación. El Derecho es una parte de la vida; es más, rige la misma, por lo que el filosofar sobre el Derecho no puede excluirse del pensamiento de Tales de Mileto, encontrando en su obra un muy importante elemento en este campo.
Tales comenzó a pensar sobre el fundamento primigenio de la realidad, sobre la sustancia primera, denominada arjé. Este elemento común a todo, más allá de lo aparente o visible, y al mismo tiempo constitutivo de la realidad material, para el filósofo fue el agua, sentando la base para que, tiempo después, Demócrito determinase que aquel principio sustancial debía recibir el siguiente nombre: átomo. La cuestión determinante para el Derecho se encuentra en que el primer principio, o la sustancia fundamental del Derecho, es también un arjé. De la misma manera que la realidad tangible se compone de agua o de átomos, constituyéndola, el Derecho ha de tener un fundamento de legitimidad más allá de la norma positiva, y de tal importancia que sin él la propia norma jurídica no puede existir, porque se construye sobre la base de una sustancia primordial, como todos los elementos de la realidad. Tales de Mileto sentó, de este modo, el fundamento capital de la Filosofía del Derecho: el debate sobre la existencia de la razón de ser de las normas jurídicas positivas, su arjé: el Derecho Natural, un concepto éste que la historia se encargó de modular (y en cierto punto desvirtuar) en el devenir del tiempo que después de Tales se sucedió hasta llegar a la actualidad. Lo importante de su pensamiento (y de una forma crucial) fue el cuestionamiento, afincado sólo en la razón, del por qué inicial de la realidad, surgiendo de este modo los primeros pasos de la metafísica y con ello, de su reflejo en el ámbito del Derecho: la explicación metajurídica de las leyes. Tales de Mileto atravesó la materia y se preguntó sobre su causa motivadora, elevando así el razonamiento sobre la realidad hacia lo trascendente, para llegar a la conclusión de que, sin arjé, no puede darse la realidad. Así, sin un Derecho Natural construido sobre el eje de la razón, la norma positiva no puede materializarse como tal, al carecer del principio de la vida; o si lo hace, no será sino una mera apariencia de algo que se presenta como legítimo sin serlo, con todas las consecuencias que de ello se derivan.
En conclusión, Tales ha sido siempre considerado como un pensador de carácter científico, en el sentido de haber colocado la primera piedra intelectual para explicar la realidad separándola del mito o de la leyenda, lo que hasta entonces determinaba el devenir de las explicaciones sobre el mundo. Atendiendo a ello, la importancia de su aportación para el Derecho es doble y máxima: por una parte, el establecimiento del arjé, esto es, del principio fundamental de la realidad, implica que, así como los hechos tienen un origen basado en un elemento común que trasciende la materialidad, el Derecho tiene su fundamento de legitimidad en una serie de principios inmanentes que lo dotan de vida en sentido jurídico: eficacia y obligatoriedad. Lo determinante es el establecimiento de este punto de partida, que a lo largo de la historia fue y es objeto de múltiples consideraciones; y en segundo lugar, las aportaciones de Tales han evidenciado que una adscripción, meramente nominativa, a una línea de pensamiento de corte cientificista, no puede nunca separarse de forma radical de los aspectos metafísicos, que con este pensador comenzaron a dar sus primeros y decisivos pasos. Así, del mismo modo, una concepción del Derecho afincada en el positivismo jurídico no puede desvincularse de los principios del denominado Derecho Natural que le habilitan para producir efecto y ser reconocido como tal Derecho. Las contribuciones de Tales de Mileto en el sentido expuesto se materializaron a través de los tiempos, desde Aristóteles al conjugar la metafísica con el concepto de lo justo legítimo, hasta Kelsen con su norma fundamental legitimadora del Derecho, de base metajurídica. Por lo tanto, el pensamiento de Tales de Mileto tiene un carácter tan esencial para el Derecho como el propio arjé, y sin estas aportaciones la historia de la Filosofía y del Derecho, y los conceptos definitorios de éste, habrían tenido un camino evidentemente muy distinto al que hoy conocemos.  
“No vivimos, en realidad, en la cima de una tierra sólida, sino en el fondo de un océano de aire.”
“Aísla tu persona en tu mundo interior y reflexiona sobre el sistema del universo.”
“El tiempo es la más sabia de todas las cosas, porque trae todo a la luz.”



Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.


miércoles, 1 de julio de 2020

Dante Alighieri: una visión jurídica del viaje a través del infierno


Dante Alighieri (1265-1321) fue un humanista italiano, autodidacta en múltiples ramas del saber, interesado en la política (faceta que le llevó al exilio), el más grande poeta de su época y escritor de obras que han tenido una resonancia de tal entidad en el desarrollo intelectual de la sociedad que muchos de sus contenidos forman parte inherente de la misma. Se ha afirmado que Dante fue uno de los enlaces decisivos entre la Edad Media y el Renacimiento, sin cuya existencia este tránsito hacia una nueva luz entre las tinieblas hubiera tenido una mayor dificultad para producirse. Las obras de Dante son sobradamente conocidas, tanto como su amor por Beatriz, a la que nunca llegó a conocer profundamente, pero que idealizó de la mayor forma posible, y tras saber su muerte, hizo de ella la razón de escribir y el motivo subyacente de sus obras, identificándola con la fe, con la guía del viaje que emprendería a través del infierno junto con su admirado Virgilio, ansiando encontrarse de nuevo con ella más allá de la materia.
El pensamiento avanzado de Dante en su época cristalizó primero en su obra Monarquía, en la que abogó por la separación entre el poder político civil y el eclesiástico (una cuestión entonces revolucionaria y por la que fue perseguido) y ofreció una conocida definición del Derecho: “El Derecho es la proporción real y personal de hombre a hombre, que cuando es mantenida por éstos, mantiene a la sociedad, y cuando se corrompe, la corrompe”.  No obstante, el poder que la Iglesia venía ejerciendo desde tiempo inmemorial (sin dejar de reconocer, desde luego, la importancia del Derecho Canónico en el progreso de la materia jurídica, tanto por trasladar el Derecho Romano a través de la historia como por sus propias aportaciones) hizo que Dante continuase con la teoría de un Derecho Natural de carácter divino que constituía el fundamento de la legitimidad de las normas positivas, recogiendo así la influencia de Santo Tomás de Aquino. Pero ello no obsta a que estimase que toda producción jurídica humana, para estar dotada de legitimidad, para fundamentar la causa última de su obligatoriedad, debía contar con un referente más allá de lo positivo, de lo estrictamente material, de modo que aquella separación política Iglesia-Estado por la que abogó, en el ámbito de la teoría del Derecho no era tan palmaria, si bien Dante comienza a considerar que el fundamento metajurídico de las normas no sólo tiene que tener un origen divino, sino ético; un principio que no solo sea ad extra o importado desde una instancia superior, sino que su fuente original parta de la propia conciencia humana respecto de lo justo o injusto. Dante fue un pensador libre, para el que el Derecho justo podía perfectamente estar fundamentado en un sentimiento humano puro, no importado, quizá equivalente al amor que siempre sintió por Beatriz y que consideraba como el motor sobre el que construir una obra humana sobre unos cimientos fuertes y legítimos, contrarios al mal o a la manipulación desde su base de las estructuras jurídicas. En definitiva, no consideraba posible desunir el Derecho de la humanidad, y por ello de los sentimientos; de modo que mejor fundamentar la construcción del Derecho en unos buenos sentimientos, que hacerlo desde la indolencia o incluso desde la maldad. Si Beatriz le había dado fuerzas para atravesar los círculos infernales, un sentimiento puro y bondadoso podría erigir un sistema jurídico respetuoso con los derechos subjetivos, y por su propia naturaleza contrario a la execrable corrupción, de la que Dante fue una gran batallador, hasta el punto de incluir el término “corrupción” en su definición del Derecho, como contrario al mismo: es decir, la corrupción es la situación de la inexistencia del Derecho, el no Derecho, la falta real de reglas y del respeto a los derechos generales e individuales, aparte de la bajeza moral que tiene implícita, contraria a la altura ética que un Derecho, para ser tenido por tal, debe incluir. De esta forma, para Dante la corrupción es el antiderecho, el opuesto al orden justo y proporcionado, una absoluta y perversa aberración desde los prismas jurídico y ético.
Pero la obra por la que el poeta florentino forma parte de la historia es indiscutiblemente la Divina Comedia, un poema dividido en tres cantos: Infierno, Purgatorio y Paraíso. El trasunto del poeta a través del infierno, estructurado en una serie de niveles desde el más superficial al más profundo, me lleva a plantear una cuestión en materia de Derecho Penal un tanto difusa; me refiero al concepto de “móvil”, esto es, la razón última del proceder criminal, el motivo verdadero por el que el sujeto activo del delito lo comete, y que no tiene que ver con el elemento subjetivo del injusto, el dolo o la imprudencia, pues estos componentes del delito han de examinarse atendiendo a las circunstancias que concurren de forma externa en el momento de realizar la acción antijurídica, infiriendo de ellas el ánimo o intencionalidad ya sea maliciosa o culposa, toda vez que no resulta posible entrar en la conciencia del individuo. Pues bien, en muchas ocasiones queda demostrado el delito, pero se desconoce el móvil: qué es lo que ha llevado al sujeto a cometer la acción típica, antijurírica y culpable; el móvil no forma parte de los elementos del delito porque es hasta cierto punto inescrutable; lo único que puede considerarse como cierto es que tiene una naturaleza oscura, pero la particularidad propia de cada caso puede llegar a ser desconocida, lo que no impide la condena penal, una vez probada la concurrencia del delito en todos sus elementos, objetivo y subjetivo.
El móvil tiene una importante similitud con la estructura de los círculos del infierno de Dante. La estructura descendente de los diferentes niveles, del más elevado al más profundo, es la siguiente:

Limbo,
Lujuria,
Gula,
Avaricia,
Ira,
Herejía,
Violencia,
Fraude,
Traición.

En cada círculo, aquellos que han llevado a cabo en el mundo material las acciones necesarias para plasmar el efecto maligno de esos pecados, cumplen sus condenas. Por lo tanto, la comisión del delito, la ejecución de la acción que produce el resultado perjudicial para la víctima, no es sino la materialización del pecado que lo fundamenta, que, desprovisto del componente religioso, ese pecado del poema de Dante no es sino el móvil de la comisión del delito, que como se comprueba es una baja emoción humana, contraria a cualquier tipo de valor o ética. En los círculos más profundos, del fraude y la traición, que Dante considera los de peor naturaleza, se encuentran los condenados por corrupción. Y en el último de los círculos, además, algunos de ellos son sometidos por el propio Satanás, quien rige el infierno en todos sus niveles desde el trono último de la traición, pudiendo considerar incluso que esta traición es el fundamento del resto de móviles criminales, pues cualquier ataque a bienes jurídicos ajenos es, en efecto, una traición a la confianza depositada por la víctima, ya sea a título particular o en términos generales cuando los perjudicados son bienes jurídicos supraindividuales. Dante describe este círculo de una forma muy gráfica; en él no hay fuego, sino un frio helador, que también produce quemaduras, pero de otra forma: añadiendo lo inesperado, el sentimiento propio de quien es objeto de la traición.
Y más aún, la relación de causalidad imprescindible en el ámbito de la teoría del delito para enlazar el efecto antijurídico (el resultado) con la acción del sujeto, tiene una dimensión verdadera mucho más compleja, pues la acción, a su vez, está causalmente vinculada al móvil, de forma que sin el móvil, la acción no tiene lugar y el resultado antijurídico tampoco. Sin embargo, la causalidad penal, en el sentido técnico-jurídico de la misma, debe quedar circunscrita al ámbito empírico, demostrable, en el campo de los hechos; pero desde un punto de vista filosófico, es indudable que la verdadera causa eficiente del delito se encuentra más allá de la acción; en muchas ocasiones en una zona insondable.

“Oh!, raza humana, nacida para volar, ¿Cómo puede entonces una pequeña brisa de viento hacerte caer así?”
“Sin embargo ¿Qué clase de persona eres tú que te atreves a juzgar los hechos que ocurren a mil millas de distancia con tu visión que sólo alcanza a cubrir un corto tramo?”
“Quien sabe de dolor, todo lo sabe”.



Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación



lunes, 1 de junio de 2020

Alejandro Magno y Aristóteles: el ideal filosófico de la cogobernanza


Alejandro Magno (356 a.C. - 323 a.C.), el más grande rey del mundo antiguo, consiguió expandir las fronteras griegas hasta donde ningún dirigente llegó jamás: de Persia a Egipto, erigiéndose en una figura dotada de juventud y belleza, por momentos revestida incluso de caracteres divinos, pero siempre legendaria hasta llegar al día de hoy. Una de las claves en la conformación de esta increíble personalidad se encuentra en la decisión de su padre, el rey Filipo II de Macedonia, de encomendar su educación a un pensador cuya inquietud intelectual en todos los campos le había dotado de una fama resonante en Grecia: Aristóteles, nacido en Estagira y discípulo de Platón. Conjuntamente con esta crucial decisión, el rey Filipo también instituyó a su hijo Alejandro como regente de Macedonia para cubrir sus ausencias mientras se encontraba en campaña militar, lo que le permitió realizar la aplicación práctica de las enseñanzas del filósofo estagirita desde un punto de vista político.
Aristóteles, quien es, en definitiva, el responsable de la creación de este referente histórico y por ende colaborador necesario de su éxito, había educado a Alejandro en todas las materias, forjando a un hombre culto, sensible y racional; ahora bien, lo hizo desde el prisma más conservador de la identidad griega, imbuyendo a Alejandro de una concepción sobre la natural superioridad de Grecia respecto del resto de sociedades circundantes, lo que, llegado el momento de expandirse, legitimaba la imposición del rey y con ello el arrastre de las estructuras organizativas e incluso culturales de los dominados. Aristóteles formó a Alejandro sobre la premisa de lo insustituible e inmejorable de la fórmula de la polis griega, de la ciudad-estado como ente autosuficiente y decisor de todas aquellas medidas necesarias para su propia gobernanza. De acuerdo con ello, el rey controlaría a los territorios conquistados de forma preponderante, pues la autonomía de la polis era una característica exclusiva del pueblo griego, dada su riqueza cultural, su superioridad intelectual y avance político, no susceptible de darse en otras regiones, que requerirían por ello de un mando único y fuerte que las dirigiese, personalizado en el rey griego.
Pues bien, Alejandro no siguió este modelo. Una vez que la expansión griega por él liderada llegó a Persia y a Egipto, comenzó a conformar un sistema político consistente en dos ejes: por una parte, la creación de múltiples ciudades-estado, más de cincuenta Alejandrías, dotadas de las características de la polis griega; y al mismo tiempo conservó la riqueza cultural y las formas autóctonas de cada territorio, enriqueciendo su gobierno central con altos cargos propios de cada lugar, de modo que, junto a griegos, había también orientales o egipcios. De este modo, si bien Alejandro era el rey del imperio con el poder que le correspondía, a su vez, las ciudades-estado se autorregían y se sentían por ello respetadas, a lo que se unía el reconocimiento explícito de Alejandro a su identidad y capacidad, al rodearse de cargos procedentes de cada una de ellas a los que oía antes de tomar la decisión que él tuviera que adoptar. En definitiva, Alejandro estableció una forma inteligente y respetuosa de panhelenismo y cogobernanza de la que se extraen unas importantes conclusiones: cómo la historia, por su carácter cíclico, es siempre la mejor fuente de aprendizaje; y cómo la filosofía resulta ser una materia imprescindible para el buen destino de la humanidad y el sensato ejercicio del poder por sus transitorios detentadores.
De Alejandro se dijo que fue el primer filósofo al que siempre se le veía armado; y a diferencia de la triste relación pupilo-preceptor que se dio entre Nerón y Séneca en Roma, el vínculo entre Alejandro y Aristóteles, pese a sus diferencias, fue hasta el final de mutua admiración y afecto. Aristóteles falleció un año después de hacerlo Alejandro, fue testigo del crecimiento de su querido alumno y Alejandro nunca dejó de enviar a la escuela de su maestro, el Liceo, todas aquellas sorpresas que su caminar por el mundo le llevó a descubrir. En definitiva, dos grandes e incomparables hombres, cuya inmensidad se patentiza en los tiempos actuales, tanto por su notable ausencia, como por lo irrepetible de sus hechos.
“No tengo miedo de un ejército de leones dirigido por una oveja; tengo miedo de un ejército de ovejas dirigido por un león.” (Alejandro Magno)
“La inteligencia consiste no sólo en el conocimiento, sino también en la destreza de aplicar los conocimientos en la práctica.” (Aristóteles)

           


         Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y
         Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación


domingo, 10 de mayo de 2020

Homenaje al Doctor Paz Varela, médico de la comarca de Mos y de los pobres


La comarca de Mos, y particularmente O Porriño, fueron testigos del proceder de un auténtico filántropo, el ilustre médico gallego Manuel Paz Varela. La Enciclopedia Gallega tiene la siguiente entrada: "Dr. Paz Varela, Manuel: Doctor del Concello de Mos, vivió, trabajó y murió en Porriño, sobre la relojería Penín".

Hace muchos años, cuando alguien sufría una enfermedad aguda que dejaba entrever pocas posibilidades de curación, tenía que escuchar como algún otro le decía: "A tí no te salva ni Varela". La popularidad que adquirió esta persona en su época (primeros años del siglo XX) no se limitó sólo a su faceta como médico (que lo fue por oposición de la Armada Española, ejerciendo posteriormente en el ámbito de la comarca de Mos) en cuyo ejercicio su profesionalidad era indiscutible y en numerosas ocasiones glosada por otros médicos en las publicaciones clínicas del momento, sino también por su inquietud intelectual. Paz Varela fue colaborador habitual en periódicos como El Lince o La Integridad de Tuy, y nos dejó, por ejemplo, tres novelas escritas en portugués (una de ellas, precisamente titulada De la comedia lusitana: apuntes para una historia de la revolución portuguesa). Esta inquietud humanista le llevó a tomar contacto con una nutrida representación de la intelectualidad gallega del momento, siendo conocida su participación en las tertulias de la Botica Nova, organizadas por el hermano de Antonio Palacios, y en las que, además del propio arquitecto (con conocidas obras en Madrid), participaban personajes como Ramón Cabanillas, el médico Darío Álvarez Limeses, Jaime Solá, los pintores Antón Medal y José Otero Abeledo, conocido como Laxeiro, el industrial y galleguista Enrique Peinador Linares, el escritor y abogado Valetín Paz Andrade, José María Álvarez Blázquez, el violinista Quiroga o el pintor Maside, quien ejecutó una hermosa caricatura al Doctor. Todos ellos amigos y admiradores de la profesionalidad de nuestro protagonista.

Manuel Paz Varela fue también vicepresidente de la sección de literatura del Ateneo de Vigo, donde pronunció, en el año 1921, una serie de conferencias sobre la estética en la obra literaria de Eça de Queirós.

Dicen que su vida estuvo llena de anécdotas. La más conocida, sin duda, y la que ha contribuido a su leyenda, está relacionada con la causa de su fallecimiento. Una de aquellas noches frías y lluviosas de Galicia, fue llamado para asistir a un enfermo de una parroquia. Como siempre, el Doctor Paz Varela subió a su caballo y solícito acudió en auxilio de quien le necesitaba, adentrándose en la húmeda oscuridad que cubría los montes. Tras consultar y recetar lo necesario, el enfermo curó al poco tiempo. Paz Varela contrajo el virus que padecía su paciente, enfermando de una afección respiratoria aguda que en pocos días le llevó a conocer a aquella muerte con la que durante toda su vida había luchado, al lado de los pobres y de los desahuciados de la comarca. Fue el 31 de enero de 1.936.

El Doctor Paz Varela tuvo cuatro hijos y una hija, que emigró a Buenos Aires en tiempos de la Guerra Civil.

Se escribió, por uno de sus amigos, D. José María Álvarez Blázquez, un soneto estrambótico en su recuerdo, que a continuación reproduzco:

   "Al Doctor Manuel Paz Varela, que fue un padre para los pobres y un consuelo para los marginados en tierras de Mos y de Porriño:


Era totalmente así: como una columna de humo,
   hechos de llamas su cuerpo y pensamiento,
   sabía del desasosiego y del dolor,
   desde la costa hasta los lugares de costumbre.

   Siempre enfrentado a la maldita muerte,
   tenía un hablar afable y cariñoso,
   para con el pobre de Dios, y para el desamparado
   por docenas tenía cobijo y lumbre.

   Monárquico, demócrata, apostólico,
   un tanto excéntrico, cuasi católico,
   fundador del auto-stop, bibliopirata...

   Tal era el recordado Paz Varela,
   a quien Maside, con aquella su viveza,
   en un garabato con sus lápices retrata,

 Y, a modo de estrambote,
   que nadie se engañe al ver esta figura
   porque hay un Sancho dentro de este Quijote"
  


El recuerdo de Paz Varela permanece tanto en O Porriño, localidad que le ha dedicado una calle (precisamente en la que se ubica su Centro de Salud), como en Madrid, con el establecimiento, desde hace años, de la Fundación Dr. Paz Varela, que tiene por objeto la difusión de la cultura humanística, como reflejo de la imperecedera obra de esta relevante personalidad. Vaya este homenaje sentido por parte de su bisnieto.

Enlaces:
Wikipedia: 
https://gl.wikipedia.org/wiki/Manuel_Paz_Varela
Página oficial:
https://doctorpazvarela.es/?fbclid=IwAR2AQ27yFlGiMp5GC7awcTrnNsQIMLt_kSMBoX7r18mcpakNcP7xgYlNrnk





Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación 


viernes, 1 de mayo de 2020

Séneca: entre la ley y la honestidad


Lucio Anneo Séneca (4 a.C. - 65 d.C.), filósofo hispano nacido en Córdoba, ha pasado a la historia como uno de los más grandes pensadores romanos y el referente, junto con Marco Aurelio y Cicerón, del estoicismo. Orador consumado, fue preceptor de Nerón, hecho que, por circunstancias tan propias del contexto de la política, terminó costándole la vida, pues fue acusado (muy probablemente en falso, a consecuencia de las envidias generadas por su éxito y fama) de urdir una conjura contra el que había sido su pupilo, por lo que Nerón lo condenó a muerte, siendo así que Séneca, ya dimitido por voluntad propia de toda su vinculación con la política romana y escogiendo una vida de reflexión, ante la locura iracunda de Nerón, cuyo juicio se vio obnubilado por los envidiosos, se suicidó cortándose las venas y bebiendo veneno.
La faceta filosófica de Séneca, con la que trató de instruir al emperador y que llevó a la práctica hasta el final de sus días, se basó en la más alta consideración de la ética y de la moral aplicada a todos los aspectos de la vida personal y social, en la templanza ante la adversidad y en la fuerza de la autodisciplina para mejorar interiormente. Estos principios estoicos, obrantes en la producción de Séneca, se vieron puestos en tela de juicio a raíz precisamente de su faceta política como senador romano, pues sus detractores, movidos por bajas pasiones, le generaron una fama contraria a esos principios, presentándole como un traidor y un cobarde; no obstante, ello no empaña el que esa infamia procedía, en efecto, de un ámbito no filosófico, por lo que su fehaciencia no es ni mucho menos rigurosa. Séneca ha sido y es uno de los pensadores más valorados de la historia, ha constituido el fundamento del pensamiento de otros muchos autores posteriores, y ello a pesar de aquel ámbito en el que quizá nunca tuvo que haber entrado, pues sus altas contribuciones no resultaron estar al mismo nivel que el propio de ese campo y de quienes lo integraban.
Desde la perspectiva del Derecho, y sin abstraerse de esos dos mundos en los que Séneca se desempeñó, el autor distingue claramente el mandato jurídico positivo, esto es, la ley, del imperativo ético o moral. En este sentido, y como la mayoría de los clásicos, sigue la diferenciación entre el Derecho Positivo y el Derecho Natural, cada uno con sus reglas y sus fuentes primarias de imperatividad.
En un estado ideal de convivencia, sería la norma moral implícita en la sociedad, esto es, el Derecho Natural, el principio rector; de modo que la obligatoriedad derivada de la ética personal y pública sería suficiente para regir la vida; excepcional sería la norma positiva, la plasmación escrita de un mandato ya interiorizado y asumido. Sin embargo, la realidad determina que, dado que esos principios éticos carecen, en efecto, de la fuerza vinculante necesaria para conducir per se la vida social, nazca un Derecho Positivo que materialice las reglas de convivencia.
El que la sociedad se rija por un Derecho Positivo sin anclaje alguno con la moralidad, puede determinar que la norma jurídica establezca obligaciones incompatibles con la ética, y por lo tanto, injustas. Del mismo modo que la forma no puede desligarse del fondo sin incurrir en fraude, en mera apariencia, la ley no puede ser ajena a la ética, y esos dos mundos en principio diferentes deben tener su punto de conexión, para evitar tanto que la norma positiva legitime actuaciones y obligaciones contrarias a la moral, como que el Derecho Natural se convierta en una mera entelequia, una narrativa sin virtualidad alguna para producir un efecto general, propio del Derecho y necesario ante la laxitud y la irresponsabilidad en su cumplimiento real. Pero, en todo caso, ha de ser la ética, e incluso el sentido común, lo prevalente en caso de conflicto, de modo que ninguna ley puede ser contraria a la moral.
Y estos principios del pensamiento estoico, aplicados al fenómeno jurídico, son necesarios para su auténtica legitimidad: la búsqueda del último bien de la sociedad; ello, a pesar de la dureza con la que el emperador miraba a su maestro, en una metáfora de lo que acontecería en los tiempos venideros.
"Lo que las leyes no prohíben, puede prohibirlo la honestidad”


Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación


miércoles, 1 de abril de 2020

Fiódor Dostoyevski: la plasmación jurídica del mal de la humanidad


Fiódor Dostoyevski (1821-1881) es uno de los autores rusos de mayor trascendencia en la literatura universal. De una vida personal, desde la infancia, muy difícil (quedó huérfano a los 18 años de edad; fue preso en Siberia, y estuvo aquejado de una epilepsia cuya primera crisis fue desencadenada por la noticia del asesinato de su padre, un hombre autoritario que le ocasionaba sentimientos encontrados) su prolífica obra no sólo canaliza esas experiencias vitales, sino su propia concepción de la humanidad. La injusticia social es un tema recurrente en sus textos (Pobres gentes, Los hermanos Karamázov, Crimen y castigo, El idiota, Los demonios y tantos otros), en los que se expone la gran brecha, promovida por el dinero, entre las clases menos favorecidas y el poder. La potencia del dinero en la vida social, por encima de cualquier otro elemento o valor, es puesto de manifiesto a través de la voz de muchos personajes. Precisamente, esa pobreza económica determina también una pobreza personal, una miseria (en un sentido omnicomprensivo) que para Dostoyevski va más allá de lo sociológico y se adentra en la propia naturaleza humana. El autor llega a concebir al ser humano como consciente de esta limitación personal, de este mal (en buena medida ocasionado de forma exógena) que lo condiciona y determina, cristalizando en las ruindades cotidianas, la mezquindad o el cinismo; todo ello fruto de una batalla social en la que la pobreza impone la necesidad de sobrevivir. De este modo, Dostoyevski contempla, como única salida de esa perversa condición humana, la propia dejación de uno mismo, de los vicios, para consagrarse a unas metas heroicas: la valentía, la generosidad, la entrega hacia los demás; destellos de esperanza que suponen un sufrimiento, iniciar una dura empresa, titánica, para quienes ni siquiera pueden consigo mismos. Aquí radica la trascendencia del ser humano: en la autosuperación; y esa dejación de los propios males hace que el hombre, y la sociedad por extensión, mejoren. En definitiva, se trata de una lucha interior. Por este planteamiento, se ha considerado a Dostoyevski como un referente literario del existencialismo.
En la novela El idiota existe un diálogo que tiene una dimensión jurídica relevante, y que viene a trasponer aquella concepción filosófica al ámbito del Derecho:
   “La ley normal de la humanidad es precisamente el instinto de conservación.
   ¿Quién le ha dicho eso? Es una ley, sin duda, pero una ley que es, ni más ni menos, la ley de la destrucción, y aun de la destrucción personal […].
   Sí, la ley de la conservación personal y la de la destrucción son igualmente poderosas en el mundo. El diablo conservará aún su poderío sobre la humanidad por un periodo de tiempo desconocido por nosotros. ¿Se ríe usted? ¿Acaso no cree en el diablo? […] ¿Sabe usted quién es el diablo? ¿Sabe cómo se llama? ¡Y sin saber quién es, ni cómo se llama, se atreve usted a burlarse de su forma a ejemplo de Voltaire; se ríe de sus puntiagudos pies, de su cola y de sus cuernos, todo lo cual es producto de su imaginación! El diablo, en realidad, es un grande y terrible espíritu; carece de cola, cuernos, pies; son ustedes mismos los que le han dotado de esos atributos”.
La ley, nuevamente, es el reflejo de esa concepción filosófica de la sociedad que Dostoyevski muestra en su obra, superando una percepción de la misma sólo ubicada en la formalidad, en el mero positivismo. De este modo, la ley se basa en la voluntad de la sociedad, y dicha voluntad consiste en su ánimo de mantenerse firme ante la adversidad, manifestándose así en el mandato general que la norma jurídica supone. Una proyección de la sociedad más allá de sus males, de sus límites, dará lugar a una ley favorable, en el sentido de velar por el bien común. Sin embargo, una sociedad que no trascienda sus propias debilidades (o su mal) propiciará una ley de destrucción, que no tendrá por objeto la garantía del interés general, sino preservar, exclusivamente, el interés del poder, o de algunos concretos colectivos, ratificando así una injusticia y desigualdad que genera, a su vez, el propio mal del hombre, en una especie de retroalimentación. Éste es el diablo al que se refiere el autor, que no es sino el propio hombre, incapaz de trascender su miseria, y responsable, así, de la promulgación de una ley destructiva e injusta.
“Dios lucha con el diablo, y el campo de batalla es el corazón del hombre.”
“La mejor manera de evitar que un prisionero escape es asegurarse de que nunca sepa que está en prisión.”

Enlace al artículo publicado en la revista literaria Literatura Abierta, nº 8, diciembre de 2021, páginas 56-57:

https://www.literaturaabierta.com/8?fbclid=IwAR05sI2aowevWPF4pwDceoT0o393YhvjoYwgBFHc3EFMHL_wyT7jhpHm5Ow


Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid  y
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación      

                         

domingo, 1 de marzo de 2020

Joker: el descenso a la locura desde la perspectiva del Derecho Penal


El Joker es un personaje de cómic cuya primera aparición tuvo lugar en 1940, para, de forma inmediata, convertirse en el enemigo por antonomasia del hombre murciélago, Batman. Desde su origen el personaje se ha presentado como un psicópata (involucrado incluso en el asesinato de los padres del niño que años después se convertiría en Batman), desarrollando una obsesión personal hacia el superhéroe. El Joker no cuenta con habilidades sobrehumanas, pero sí con un adelantado ingenio criminal que le posicionaba como un peligro muy real y con una elevada capacidad de éxito en sus cometidos.
La popularidad del Joker ha adquirido una cota extrema con la película del mismo nombre, dirigida en 2019 por Todd Phillips y protagonizada por el actor Joaquin Phoenix, quien ha realizado una interpretación del personaje justamente merecedora de un premio Óscar y tal vez el hito de su gran carrera como intérprete. La película muestra el origen de la creación del Joker, la aparición del personaje a través de la degradación de la mente de una persona, Arthur Fleck, totalmente desbordada por una sociedad que viene a ser la responsable de la creación del monstruo. Ganándose la vida como un cómico de escaso talento, Arthur es literalmente pisoteado en la calle por los habitantes de Ciudad Gótica (que viene a ser el reflejo de cualquier gran ciudad del mundo), vejado y despreciado socialmente, engañado por su propia madre, quien le hizo creer que era un enfermo, traicionado por sus compañeros de trabajo hasta hacerle perder su modus vivendi y ridiculizado en los medios de comunicación. Esa combinación de factores, derivados de una sociedad que es la realmente enferma tal y como se presenta en el film, hizo quebrar la mente del protagonista, dejando atrás a Arthur para convertirse en el Joker y encabezar, aun sin quererlo, una especie de reacción autoinmune de la sociedad contra su propia enfermedad, haciendo responsables de esa decadencia a las clases dirigentes y generando el caos en la ciudad.
Partiendo de estos hechos, el personaje del Joker evoluciona (o se degrada) de una forma progresiva, siendo la dificultad de la interpretación de Phoenix precisamente reflejar esa caída en la locura de una manera escalonada, pasando de una situación de posible depresión hacia la psicopatía absoluta.

En el Derecho Penal existen previstas causas de exclusión de la responsabilidad criminal, y particularmente, el artículo 20 del Código Penal dispone: “Están exentos de responsabilidad criminal: 1.º El que al tiempo de cometer la infracción penal, a causa de cualquier anomalía o alteración psíquica, no pueda comprender la ilicitud del hecho o actuar conforme a esa comprensión.
El trastorno mental transitorio no eximirá de pena cuando hubiese sido provocado por el sujeto con el propósito de cometer el delito o hubiera previsto o debido prever su comisión”.

La transición entre Arthur Fleck y Joker me lleva a considerar, desde un prisma jurídico, la eventual concurrencia de esta causa de exclusión en la responsabilidad penal del Joker por los crímenes que a lo largo de la película va cometiendo. El interés respecto de este extremo está precisamente en la deriva del personaje hacia la oscuridad, en esa entrada dinámica en el estado de completa psicopatía.

Mientras el personaje continúa albergando la personalidad de Arthur, sigue siendo plenamente consciente de sus actos; y así, cuando en la inicial escena del viaje en metro tres ejecutivos jóvenes se ríen de él, mientras Arthur regresa a su casa, vestido de payaso, después de la traición de su compañero de trabajo, y le agreden, respondiendo efectuando disparos y matando a los tres, en ese primer crimen, el personaje es consciente de lo que acaba de hacer, porque todavía es la misma persona de base, e interioriza y quiere el hecho. Cuestión distinta sería la apreciación de una posible atenuante de arrebato, pero en ningún caso, por la desproporción de la respuesta, el acto se arroparía en la legítima defensa. De modo que por este hecho, Arthur sería plenamente responsable y la eximente no concurriría.

Posteriormente se produce el segundo crimen, que tiene lugar en el piso de Arthur, cuando dos excompañeros de trabajo le van a visitar. Uno de ellos es quien causó su despido, al haber propiciado esa circunstancia y venderle ante el dueño de la empresa en la que trabajaba. En un determinado momento, Arthur asesina dentro de su casa al traidor, y cuando el otro ex compañero le ruega que no lo mate, Arthur, besándole en la frente, le dice que no se preocupe, que no le quiere hacer nada, pues siempre se portó bien con él mientras fueron compañeros. En este momento de transición, todavía el personaje conserva la capacidad de decisión, racionaliza la acción que pretende y ejecuta, y el elemento externo de la selección de la víctima es acreditativo de la plena consciencia con la que realiza el hecho, por lo que no le sería de aplicación la eximente, ni tampoco una situación de enajenación transitoria. Resulta muy gráfico (y un elemento de genialidad en la dirección de la película) que en este momento el protagonista está a medio maquillar, esto es, sólo con la cara pintada con una base de color blanco, lo que es la plasmación de que Joker todavía no ha nacido y el momento es fronterizo.

En la escena en la que el protagonista, ya perfectamente maquillado y vestido, atraviesa el pasillo y realiza el memorable baile en las escaleras, Arthur ya ha desparecido, y estamos en presencia de la locura en estado puro: ha nacido el Joker. Cuando acude al programa de televisión en el que, siendo Arthur, le presentaron ante los espectadores de la ciudad para reírse de él por su mala calidad profesional (y al que había sido invitado para ahondar aún más en el hazmerreír, la ridiculización y el morbo que pedía la audiencia) quien acude no es ya Arthur, sino otra persona, pidiendo, de hecho, que se le introduzca de ese modo; y quien de un disparo mata en directo al presentador Murray Franklin (encarnado por Robert de Niro), para mayor gloria del pico de audiencia, es Joker. La transmisión del crimen a través de la televisión resultó ser la mecha final de la revolución de la masa social de la ciudad al haberse llegado al extremo de la depravación ética, erigiendo al Joker como a un líder. A partir de este punto (y enlazando con el posible asesinato que comete Joker contra la psiquiatra de la cárcel al final de la película), el sujeto activo de los hechos ya es un completo psicópata, y sus conductas han dejado de ser reflexivas y asumidas, pues él mismo está fuera de sí, es otra identidad la que se manifiesta, por lo que podría serle aplicable la eximente. Además, tampoco se trataría de un supuesto de actio libera in causa, previsto en el apartado segundo del referido artículo 20, 1º, del Código Penal, esto es, la generación intencionada por Arthur de un estado de inconsciencia para eludir su responsabilidad penal por lo que hiciera durante el mismo, por dos razones: primero, porque su situación de enajenación mental es manifiesta, se trata del surgimiento progresivo de otra personalidad, que finalmente cristaliza y sustituye a la anterior; y en segundo lugar, porque el relato de los hechos ha mostrado cómo esa degradación escalonada es una realidad y se ha originado extra muros del propio sujeto: el Joker es el producto de una sociedad corrompida, en cierto modo el resultado de una infección derivada de múltiples factores externos, lo que no deja de ser un aviso, y una reflexión, sobre el verdadero origen de la delincuencia y de cómo una sociedad, en la que no exista una altura ética e intelectual, retroalimenta el crimen y es la responsable de sus propios males, los cuales incluso podrían quedar impunes.

 “Maté a esos tipos porque eran horribles. Todos son horribles en estos días. Es suficiente para volver loco a cualquiera”.

“¿Has visto cómo es allá afuera, Murray? ¿Alguna vez dejas el estudio? Todos solo gritan y gritan el uno al otro. Ya nadie es civilizado. Nadie piensa cómo es ser el otro chico. ¿Crees que hombres como Thomas Wayne alguna vez piensan lo que es ser alguien como yo? ¿Ser alguien más que ellos mismos? Ellos no. ¡Piensan que nos sentaremos allí y nos lo tragaremos todo, como buenos niños! ¡Que no seremos hombres lobo y nos volveremos locos!”

"Solía pensar que mi vida era una tragedia, pero ahora me doy cuenta de que es una comedia".




Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación