Pitágoras de Samos (570 a. C - 490 a. C.) es,
como la mayoría de los filósofos presocráticos, una figura que navega entre los
puertos de la leyenda y la realidad, lo que no es óbice, en absoluto, para
reconocerle una importancia central en la historia del pensamiento.
Precisamente, en su caso, por el estilo que marcó a su doctrina, la leyenda es
posible que tenga un peso preponderante, pero, como antes he referido, la
envergadura de sus aportaciones ha sido decisiva.
Hijo de un mercader, Pitágoras fue, de base, un
auténtico artista. Viajó a Egipto y Babilonia, enriqueciéndose con las
características de culturas muy dispares. Pronto se aproximó al orfismo,
creando una escuela muy cerrada, a modo de hermandad, en la que los cerca de
trescientos seguidores que tenía practicaban una filosofía centrada en
elementos trascendentes, en la numerología como base de la realidad, de donde
surgió la importancia de la matemática, pero no fue lo único que caracterizó a
esta escuela, a la que pronto sus detractores trataron de configurar como una
secta seudoreligiosa. También postulaban la teoría de la transmigración de las
almas, de la perfección del ser humano a través de la elevación de su sustrato
espiritual. La ética pitagórica era, por ello, bastante estricta, en el sentido
de buscar la perfección personal y la eliminación de los vicios. Su finalidad
no era meramente teórica: Pitágoras y su hermandad tenían como objetivo
esencial llegar a la política, e implantar ahí una ética de perfección en el
poder, para la mejora de lo público. En la hermandad pitagórica se incluían
tanto hombres como mujeres, un hito entonces, y a Pitágoras se le consideraba
como alguien elevado, muy próximo a los dioses. Consideraba Pitágoras que la
sociedad sólo debía ser regida por sabios. Consecuencia para él y para su
escuela: persecución, asesinato de varios pitagóricos y él exiliado a
Metaponto, donde murió. No dejó nada escrito, si bien gracias a uno de sus
discípulos, Filolao, quien asumió un rol divulgador de sus postulados, muchos
de ellos se le pueden atribuir propiamente al pensador de Samos.
Pitágoras no solo es el responsable del afamado
teorema matemático. Podemos considerar este teorema como una faceta de su
filosofía, como una de sus manifestaciones, pero no la única. Su influencia ha
llegado a la música, a la astronomía y al Derecho, a través de una particular
concepción de la Justicia.
El pensamiento pitagórico propugna la perfección
del universo y un equilibrio de todos sus componentes que se refleja en la
existencia de los números, esto es, de la matemática. Si la realidad no fuera
de base perfecta, no podría siquiera ser concebida, ni la matemática existir
como ciencia exacta, pues dicha exactitud es un atributo del universo, cuyo
funcionamiento es preciso, aun cuando la naturaleza humana no pueda entender a priori los efectos de una inercia de
perfección que rige la actividad universal. Cada número expresa una arista de
dicha perfección universal, siendo los números 3 y 4 la manifestación más
directa de dicha perfección. La Justicia para Pitágoras se identifica con el
número 4, pues este, a su vez, evoca al cuadrado perfecto, con cuatro puntos
unidos y líneas equidistantes entre sí. De la importancia del número 4 resulta
la del 3, pues el triángulo no es sino la unión de tres de las líneas de tres
cuadrados perfectos exteriores a la figura geométrica que entre ellos crean.
La Justicia, de este modo, adquiere para la escuela pitagórica una característica de perfección, y esencialmente de equilibrio. No quiere con ello decirse que sea de precisión matemática, pues sobre la actividad humana que lleva a su realización inciden variables de tiempo, lugar, hechos e interpretaciones normativas diversas, sino que una verdadera Justicia contará con una armonía patente: será bien motivada, coherente, sin vacíos o lagunas, en definitiva, podrá afirmarse de forma irrefutable que la decisión es equilibrada, y por ello, justa. Se trata de una cuestión esencial en lo jurídico, pues la ponderación de los derechos enfrentados en una controversia debe fundamentarse, en efecto, en el equilibrio entre ambos, sobre la base de sopesar cuál de ellos, en el caso concreto, debe recibir un respaldo mayor, en detrimento del otro, para estimar la solución al particular conflicto como justa. A sensu contrario: cualquier decisión injusta será, esencialmente, desequilibrada, y ello porque podrá percibirse alguna carencia, ya sea desde lo normativo o desde lo interpretativo, que lleve a la imperfección de la respuesta dada en Derecho.
Es en este punto en el que ética pública
pitagórica adquiere su importancia. Los pitagóricos tenían varios lemas. Uno de
ellos era “no cometer injusticias”, lo que verifica cómo la Justicia era, para
este sabio, una suprema virtud y el emblema de aquella perfección universal que
él estudiaba y a la que todo ser humano debía aspirar, mediante el recurso a
una ética personal pura e inquebrantable. Su escuela era, esencialmente, un
grupo de personas que buscaban el perfeccionarse, el crecimiento moral, incluso
a través de técnicas un tanto secretas, como la denominada metempsicosis, para luego revertir todo lo aprendido en beneficio de la sociedad. El
fin ultimo era conseguir que las decisiones políticas fueran siempre éticas, y
con ello equilibradas y justas, armoniosas con el universo.
Por lo tanto, la conclusión es clara: una política
que genera un resultado adverso para el pueblo, o una decision judicial injusta,
es desequilibrada al no actuar quien ha sido su responsable desde la debida
perspectiva ética ni contar con la altura de miras que le corresponde,
tratándose de un ser imperfecto y sin voluntad alguna de mejorar o de superar
sus propias debilidades, miserias y carencias.
Si la Justicia es un ideal, y como tal perfecto,
del mismo modo que la geometría lo es, y su plasmación en la realidad siempre
contará con imperfecciones, siendo tarea ética del ser humano pulirse,
perfeccionarse, para tratar de llegar a la materialización de esos ideales,
todas estas nociones esenciales, que transitaron de Platón a Aristóteles y
hasta Kant, se deben, en el fondo, al ilustre filósofo de Samos.
“Prefiero el bastón de la experiencia que el carro rápido de la fortuna.
El filósofo viaja a pie.”
“No digas pocas cosas en muchas palabras, sino muchas cosas en pocas
palabras.”
“Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres.”
“Si sufres injusticias consuélate, porque la verdadera desgracia es
cometerlas.”
“Nada perece en el universo; todo cuanto acontece en él no pasa de meras
transformaciones.”
“Nadie puede ser libre si es esclavo de sus pasiones y se rige por
ellas.”
“Tú verás que los males de los hombres son fruto de su elección; y que la
fuente del bien la buscan lejos, cuando la llevan dentro de su corazón.”