El autor de Guerra
y Paz y Anna Karenina, uno de los
más grandes escritores rusos de la historia, León Tolstói (1828-1910) fue un
hombre especial, cuyas experiencias le llevaron a tomar una posición ante la existencia que debiera dar lugar a una profunda reflexión en los tiempos actuales. Más allá de
su excepcional calidad literaria, sus avatares, su decisión final acerca cómo
llevar la vida (esto es, sobre cómo vivir) y sus opiniones sobre la cuestión
jurídica y política bien merecen, desde mi punto de vista, dedicarle unas
líneas.
Tolstói nació en el seno de una familia noble; su
enrolamiento militar y participación en la Guerra de Crimea fueron para él un
momento determinante que supuso un acontecimiento parecido a la conversión de
San Pablo: en la guerra pudo observar la maldad y la simpleza del género
humano, que él achacó, esencialmente, a la falta de conciencia.
Una persona de bien encuentra el principal límite
para las actuaciones (propias o de terceros), cuando éstas se desvían del
camino de la bondad y de la rectitud, en
su propia ética, en su conciencia. Es el individuo quien, por sí mismo, debe
negarse a actuar o a participar en actos intrínsecamente malvados y desviados,
de los que nada bueno puede obtenerse, siendo la guerra el paradigma de este
tipo de situaciones. Tolstói, desde ese momento, adquirió un concepto de la
sociedad bastante negativo y prácticamente se transformó en un anacoreta, se
fue a vivir al campo, a cultivar la tierra y a dedicarse a escribir sus grandes
obras, renegando de la guerra y de la política y convirtiéndose en uno de los
referentes del denominado anarcopacificismo.
Para Tolstói sólo la lucha interior del ser humano contra su propia desviación del
camino de la bondad, esto es, la forja del hombre puliendo sus defectos y
vicios, en definitiva, la construcción de su conciencia, salvaría a la sociedad
de su completo declive, y además implicaría la pérdida de la dependencia del
poder político, esto es, de los gobiernos que, conocedores de la debilidad de
la sociedad, se conformarían como imprescindibles para llevar a la masa humana
por el camino que estimaran oportuno, habitualmente no el mejor al no fundamentarse
en el interés general, sino en el de los integrantes del propio gobierno, en un
ejercicio de egoísmo y engaño.
El traslado de estos postulados filosóficos al
Derecho resulta evidente: frente a aquellas normas jurídico-positivas que
aparezcan desarropadas de cualquier fundamento ético, la sociedad deberá
responder, haciendo valer los principios más esenciales del Derecho Natural,
que residen en el ámbito de lo que Tolstói denominó conciencia y que no es sino el sustrato verdadero de lo que ha de
ser la humanidad. La respuesta social, mediante la resistencia ética, pacífica
(que fue la inspiración para Ghandi en India) implicará que la humanidad ha
crecido desde un punto de vista interior, al haber construido una ética
inquebrantable, edificada tras la lucha contra sus debilidades. Nos
encontramos, en definitiva, con el vivo ejemplo de un iusnaturalismo
racionalista, extraído desde el interior de la persona, al encontrarse en la
propia esencia del hombre y de la sociedad. En la pugna entre la norma positiva
injusta, o los actos del poder cubiertos por ella, y la norma moral de la
sociedad, ésta deberá siempre prevalecer, con independencia de las
consecuencias que se deriven de este conflicto: el único decisivo para la
humanidad y el único que debería existir.
El paralelismo con la consideración más
decepcionante del aforismo ubi socitas,
ibi ius, al estimar la existencia del Derecho Positivo como la triste
consecuencia de la incapacidad humana para resolver los problemas de una forma
directa y ética, sin el recurso a terceros, o con la resistencia pacífica ante
la injusticia y el poder que tantos otros pensadores enarbolaron con el devenir
de los siglos, es evidente. Tolstói renegó de guerras y de gobiernos, abogó por
un crecimiento del hombre (y por extensión, de la sociedad) sobre la base de su
construcción interior; un despertar de la conciencia social que hiciera posible
la liberación completa de la misma y el descubrimiento de su verdadero ser,
despojado del yugo del poder. En definitiva, un eterno retorno del Derecho
Natural, tan presente en la historia de la humanidad y tan opacado al mismo
tiempo por quienes no tienen interés alguno en que la humanidad emprenda el
camino que le corresponde: el del bien.
“Resulta evidente
que el poder, para ser bien ejecutado, debería estar en las manos de los
mejores hombres. Sin embargo, la propia naturaleza del poder crea rechazo en
éstos y hace que se encuentre siempre en las manos de los peores. Es así que
siempre ha suscitado, y siempre lo hará, las causas principales de los males de
la humanidad.”
“Establecer la
relación con los demás basándose en la ley “no hagas a los demás lo que no
quieras que los demás te hagan a ti”, reprimir las malas pasiones, no ser ni
amo ni esclavo de nadie, no fingir, no mentir ni por temor ni por lucro, no
eludir las exigencias de la ley suprema de la conciencia. Todo esto exige
esfuerzo. Sin embargo, imaginar que determinada forma de gobierno conducirá por
una vía mística a todos los hombres a la equidad y a la virtud y para ello
repetir lo que dicen los hombres de un partido, discutir, fingir, insultar y
batirse, se hace por sí mismo y sin necesidad de esfuerzo. Es así como surge la
teoría según la cual será esta segunda opción la que mejore la vida de los
hombres.”
“Considero al
gobierno como una institución consagrada por la tradición y la costumbre para
cometer impunemente la violencia y los crímenes más espantosos; la promoción
del alcoholismo, el embrutecimiento, la depravación, la explotación de la gente
por los ricos y poderosos…Por esa razón pienso que los esfuerzos que desean
mejorar la vida social deben tender a librar a los hombres de los gobiernos.
Este objeto, según mi entender, se consigue por un solo medio: el
perfeccionamiento interior, religioso y moral de los individuos. Cuanto más
superiores sean los hombres bajo este punto de vista, mejores serán las formas
sociales bajo las cuales se agruparán y menos necesaria será la figura del
gobierno. Al contrario, cuanto más inferiores sean los hombres mayor será el poder
del gobierno y mayor el mal que cometa. De manera que el mal causado a los
hombres por el gobierno será proporcional al estado moral y religioso de la
sociedad.”
“La práctica de la violencia no es compatible
con el amor como la ley fundamental de vida.”