Los Caballeros del
Zodiaco (Saint Seiya en Japón) es un
manga del autor Masami Kurumada que adquirió una popularidad muy relevante
entre finales de los años 80 y 90 del siglo pasado, en especial a través de su versión
anime, esto es, la serie animada del mismo nombre que encandiló a los niños (y
no tan niños) de aquellos tiempos.
Desde los ojos de la infancia, esos personajes
increíbles llamaban la atención por el efectismo de sus poderes, por la épica
de sus batallas, por la música orquestal que acompañaba a las aventuras de
cinco chicos huérfanos revestidos de brillantes armaduras de bronce, cada una
correspondiente con una constelación del firmamento, que tuvieron que hacer
frente a mil y un problemas, a lo que acompañó el espléndido doblaje al
castellano con el que la serie se emitió en España.
Pero, atravesando esa superficie, y ya desde la
perspectiva de aquél niño que se ha hecho mayor (y cuyo corazón, no obstante,
no envejece ni quiere hacerlo), los recuerdos afloran otro tipo de
conclusiones, mucho más relevantes y profundas, no ceñidas a la confrontación
de poderes entre caballeros, plasmación de la guerra eterna entre el bien y el
mal, que ofrecen la verdadera razón de ser de la odisea que a través de imágenes
se narraba.
Cinco chicos, muy jóvenes, tienen que entrenar
duramente para ganarse la condición de caballeros. Sus armaduras sólo pueden
ser empleadas para llevar a cabo la acción de la Justicia. No todos lo
consiguen. Incluso deben enfrentarse entre ellos en torneos. En sus
entrenamientos, algunos preparadores les enseñan no solo a soportar el dolor,
sino a odiar con toda su alma para alimentarse del rencor y hacer de ello su
fuerza, como ocurrió con quien luego sería el caballero del Fénix, dotado del
poder de renacer de sus cenizas.
A lo largo de la travesía de los personajes,
cuatro de los cinco chicos (pues el caballero del Fénix, aparentemente, iba por
libre y actuaba con intereses egoístas), que como caballeros tenían el deber de
proteger a la diosa Atenea, reencarnada en una joven, se encontraron con que el
equivalente al jefe de su gobierno, el Patriarca del Santuario (el
representante de Atenea en la Tierra), en una actuación enloquecida, tomó la
decisión de asesinarla para hacerse él con todo el poder y llegar a ser un
dios. Los cuatro amigos tuvieron que actuar en defensa del bien superior y
rebelarse contra toda la estructura de poder, siendo considerados unos
traidores al Santuario, de modo que el Patriarca conminó a los guardianes del
mismo, los doce caballeros de oro, uno por cada signo zodiacal, a que
impidiesen que los verdaderos defensores de Atenea atravesaran cada una de sus
casas dispuestas antes de llegar a sus propios aposentos, pues la única forma
de salvar a la diosa era llegar a él antes de que transcurrieran doce horas,
tiempo en el que la flecha que uno de sus acólitos le clavó en el pecho la
atravesaría por completo, y darle muerte.
Quien se encontraba detrás de la máscara del
Patriarca Arles no era un ser bondadoso ni, sobre todo, había llegado a ese
puesto de una forma legítima. Nadie lo había elegido ni designado, y su verdadera
identidad permanecía oculta. En verdad, era un ser corrupto y un asesino, un
usurpador del verdadero Patriarca, al que se había encargado de matar para
ocupar su lugar; un manipulador que recurría a todas las vías posibles para
convencer de la justicia de su causa a los caballeros dorados, a los que
empleaba a modo de escudo, aprovechando su más elevando rango y poder, con
movimientos a la velocidad de la luz, para evitar que cualquier ataque de los
caballeros de bronce “rebeldes” le pudiera siquiera amenazar. Los caballeros de
oro se caracterizaban por su lealtad a la diosa, de modo que algunos de ellos,
que no se plegaron al engaño, tuvieron que ser sometidos mediante técnicas de
lavado de cerebro, como el llamado “puño satánico” de Arles, que hizo que, por
ejemplo, el caballero de oro del signo de Leo, uno de los más nobles, quedara
al servicio indiscutible del Patriarca.
Con estas premisas, los protagonistas emprenden
una lucha en la que los acontecimientos y escenas se suceden: un aspirante a
caballero que se antepone al ataque de un dorado sometido por Arles y se
sacrifica por su amigo, permitiéndole avanzar; uno de los caballeros de bronce
ofrece su calor vital a otro para resucitarle después de haber sido enterrado
en un ataúd de hielo, sin importarle las consecuencias; el caballero del Fénix
aparece para proteger a otro de los caballeros de bronce, su hermano, y se
lleva a un dorado más allá de las estrellas para que los demás puedan seguir su
camino; el caballero del Dragón se sacrifica para acabar con el caballero
dorado de Capricornio y éste, dándose cuenta del engaño al que estaba siendo
sometido al advertir la nobleza de la causa de su contrincante, lo protege
cediéndole su propia armadura dorada para evitar que muera; un maestro y un
alumno se enfrentan en la casa de Acuario, y se rebela que el caballero de oro
de este signo zodiacal, caracterizado por una aparente frialdad, en verdad
nunca fue afín a la causa del Patriarca impostor, sino un dulce maestro que
sólo quería que su pupilo, el caballero de bronce del Cisne, le demostrarse que
podía superarle y ser mejor que él, lo que finalmente consiguió…y así hasta
llegar a trono del Patriarca, en un viaje en el que los caballeros de bronce
cada vez que caían se levantaban, una y otra vez, de forma invencible, como el
yunque que desgasta a los martillos, con una fuerza interior que llegó a
superar a los dorados y con el respaldo y apoyo de unos para con otros, hasta
el final victorioso en el que, junto con los caballeros de oro, ya éstos sin la
venda en los ojos, consiguieron acabar con el malvado Patriarca, que no era
sino uno de entre ellos, pero pervertido por sus ansias de poder, que había
doblegado su compromiso de poner sólo su armadura a disposición de la Justicia
por el servicio a sí mismo, sin importarle nada más.
Los Caballeros del
Zodiaco verdaderamente pretendió inculcar en los niños de aquella época una serie
de valores muy importantes, que quizá solo con el paso del tiempo, al recordar
con nostalgia las vivencias de antaño, y desde la óptica de una persona que ha
vivido más, puede entenderse bien que el viaje de aquellos cinco chicos era el
mismo viaje de la vida; que la amistad no es un término semántico, un mero
brindis al sol, sino la entrega y el compromiso reales por el otro (un mismo
alma en dos cuerpos, como dijo Aristóteles); que la falsedad existe en el
mundo, y así también el mal; y que la resistencia ante la adversidad por una
causa justa y noble, sin desfallecer, a pesar de todas las dificultades que los
perversos pongan en la senda que cada uno tiene que recorrer, es lo que construye,
fundamenta y diferencia a los seres humanos.
Y, desde un prisma iusfilosófico, la lección a extraer es muy clara: si
quien detenta el poder no tiene ningún escrúpulo, esto es, carece de ética, y
en lugar de actuar en pro del bien de la comunidad lo hace en beneficio suyo,
poniendo de rodillas a todas las instituciones, e instrumentaliza la ley con el
único fin de acaparar poder y consolidarse, el Derecho se pervierte y pasa de
ser el instrumento de la Justicia a ser el arma de quien, funestamente, dirige el
destino de todos.
Por cierto: ¿No resulta llamativo que la saga de
las doce casas, como se ha denominado la historia del Patriarca Arles, que
antes he apuntado, sea, hoy, extrañamente
familiar?
- Máscara de la Muerte (caballero de oro
del signo de Cáncer): “(…) Será que la definición de justicia e injusticia
cambia según sea el momento adecuado, tanto así que la historia lo ha probado.
Lo que Arles intenta hacer puede parecer maligno y feo, pero si llega a ganar
podría parecer un acto de justicia para otros. En otras palabras, el poder lo
hace justo a la vista de los demás, si tú pierdes, entonces tú serás el injusto.
- Dohko (caballero de oro del
signo de Libra): Eres un tonto.
- Máscara de la Muerte: ¿qué has dicho?
- Dohko: La injusticia jamás se convirtió
en justicia. (…) Incluso el Imperio Romano, que tuvo el más grande ejército,
fue derrotado y hace mucho que desapareció de la Tierra. Ese es el modo en que
el poder de la injusticia decae. La injusticia siempre es injusticia y la
justicia verdadera es y será siempre la justicia. Eso no cambia.”
“Sé fuerte para que
nadie te derrote; sé noble para que nadie te humille; sé humilde para que nadie
te ofenda; y sigue siendo tú para que nadie te olvide.” (Camus, caballero de oro
del signo de Acuario)
“La vida a veces
duele, a veces cansa, a veces hiere; no es perfecta, no es coherente, no es
fácil; no es eterna, pero a pesar de todo…la vida es bella.” (Milo, caballero de oro del
signo de Escorpio).
“No importa qué tan
oscuro sea todo; sólo mira hacia adelante, abre tus
alas y vuela hacia tus sueños sin mirar atrás.” (Seiya, caballero de bronce
de Pegaso).