jueves, 1 de mayo de 2025

Ernesto Sábato: El túnel, de lo humano a lo jurídico

 

Ernesto Sábato (1911-2011) fue un escritor argentino, físico de formación, ganador, entre otros, del Premio Miguel de Cervantes. Autor prolífico, sus obras tienen un componente filosófico relevante, y, en verdad, oscuro. Ello es así porque Sábato analiza en sus libros la profundidad del ser humano y saca a la luz  los recovecos más tenebrosos de la mente, aquello que negamos que existe, pero que sabemos que late en nosotros, contenido por la educación, la forma, la moral, que evitan el desencadenamiento, por su liberación, de un caos al que realmente nuestra especie está abocada. Se trata de la exposición de la verdad de la condición humana y su fatalismo implícito, de tal modo que los impulsos propios de nuestra naturaleza, en defecto de la contención por la ética, llevan a la destrucción total. Una perspectiva tétrica que se trata con una cierta naturalidad, y que hace del autor un exponente del existencialismo, siendo así que Albert Camus, insigne representante de esta corriente de pensamiento, ensalzó la obra de Sábato y en particular la novela titulada El túnel, a la que me quiero referir específicamente.

 

El túnel es una narración en primera persona del devenir de la mente de un asesino que explica, él mismo, cómo conoció a la que más tarde sería su amante y cómo finalmente acabó con su vida, en un relato de obsesión, de dependencia emocional, de justificación de la malignidad.

 

El protagonista, un pintor, observa en una exposición de sus cuadros que una mujer se fija detenidamente en uno de ellos, y en particular en un detalle de uno de los lienzos. A partir de ese momento el pintor busca a esta mujer de diferentes formas por toda la ciudad hasta que da con ella, comprobando que los dos se parecen mucho, pues la misma inquietud que el artista plasmó en un aspecto de su cuadro, aparentemente contextual o intrascendente pero en verdad de importancia central, fue apreciada por ella, y a través de múltiples conversaciones y encuentros entre ambos, llegaron a profesarse amor, pero un amor destructivo, pues al mismo tiempo actuaban como dos trenes en un rumbo inexorable de colisión: ella guardaba más oscuros que claros en su vida y así se lo advirtió al pintor, diciéndole, pues le conocía bien, al ser tan similares, que si seguía con ella le iba a hacer mucho daño. Y así fue. Se trata de la narración de una mente quebrada, obsesiva, tal vez esquizoide según algunos, y en un momento determinado, liberada de toda atadura moral, lo que le lleva a cometer el asesinato al presuponer un engaño.

 

Desde la perspectiva filosófico-jurídica, El túnel me ofrece dos consideraciones.

 

La primera de ellas, propiamente filosófica, está en que la ética resulta ser un elemento esencial para la convivencia. Abiertamente: no somos capaces de contenernos ni podemos poner freno al destino que conlleva nuestra naturaleza si sobre tales impulsos no priman siempre la razón y los principios y valores de moralidad. Sin este escudo de la ética del que necesariamente nos debemos servir en el marco de la vida en sociedad, o si se prefiere, de una formal educación o de una apariencia de tolerancia, la vida es imposible, porque aflorarían los impulsos primarios, que no son positivos. Es lógico que el movimiento existencialista pusiera en valor a esta novela como referente de su pensamiento, pues, sin cortapisas, muestra la realidad de las reacciones de un ser humano, aunque no guste reconocerlo, y lleva a concluir que, sin ningún tipo de límites, estamos abocados a la nada, a través de un proceso destructivo muy doloroso. Cuando grandes representantes del existencialismo referían que la moral supone un encorsetamiento del ser humano para evitarle el inexorable destino que le espera y es propio de su condición; o cuando también explicaban que el ser humano tiene que luchar contra sí mismo para perfeccionarse y pulir en la medida de lo posible su esencia tan sumamente teñida de claroscuros, en El túnel tenemos reflejada, a través de la literatura, una plasmación práctica de las consecuencias de no hacerlo.

 

La escena de la pareja, cuando ambos se encuentran en una finca fuera de la ciudad, mirando hacia un acantilado, y siente el protagonista que las aguas profundas y negras les llaman, es una clara referencia a la conocida mirada al abismo, que es devuelta por éste.  

 

Si la reflexión anterior se traslada al mundo del Derecho, qué duda cabe que nos encontramos ante una perspectiva de lo jurídico como mecanismo de contención, tan necesario como el de la ética, para evitar esa esencial tendencia hacia la colisión que tanto nos caracteriza, incluso mediando, entre los implicados, el afecto: tal es el poder de nuestra parte oscura. No sería necesaria la imposición, la coerción derivada de las normas jurídicas, si el ser humano tuviera la fortaleza suficiente para vencer a su parte negativa; pero claro está -y tanto la historia como el día a día lo demuestran- que esa faceta es demasiado poderosa, y, en efecto, es necesario un Derecho que nos contenga, de la misma manera que la ética viabiliza las relaciones humanas alejándolas de la destrucción a la que tendemos. Tristemente, esta ética tampoco es suficiente, y por ello hay que acudir a un Derecho que ha de regular todas y cada una de las aristas de la vida humana, sin excepción, como si se tratara de unas cadenas autoimpuestas. Y, así y todo, el caos, como es de ver, nos acompaña y acompañará siempre, cuando recorramos nuestro propio túnel y, en algunos momentos, coincidamos en un cruce de caminos con el devenir de la vida de otros. Llegado ese punto, nuestra esencia, tarde o temprano, aflorará, y precisaremos, incuestionablemente, de la cobertura de la ética y del Derecho.

 

“(…) y que en todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en el que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida. Y en uno de esos trozos transparentes del muro de piedra yo había visto a esta muchacha y había creído ingenuamente que venía por otro túnel paralelo al mío, cuando en realidad pertenecía al ancho mundo, al mundo sin límites de los que no viven en túneles; y quizá se había acercado por curiosidad a una de mis extrañas ventanas y había entrevisto el espectáculo de mi insalvable soledad, o le había intrigado el lenguaje mudo, la clave de mi cuadro. Y entonces, mientras yo avanzaba siempre por mi pasadizo, ella vivía afuera su vida normal, la vida agitada que llevan esas gentes que viven fuera, esa vida curiosa y absurda en la que hay bailes y fiestas y alegría y frivolidad. Y a veces sucedía que cuando yo pasaba frente a una de mis ventanas ella estaba esperándome muda y ansiosa (¿por qué esperándome? ¿y por qué muda y ansiosa?); pero a veces sucedía que ella no llegaba a tiempo o se olvidaba de este pobre ser encajonado, y entonces yo, con la cara apretada contra el muro de vidrio, la veía a lo lejos sonreír o bailar despreocupadamente o, lo que era peor, no la veía en absoluto y la imaginaba en lugares inaccesibles o torpes. Y entonces sentía que mi destino era infinitamente más solitario que lo que había imaginado.”





Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación 




martes, 22 de abril de 2025

Francisco: el último viaje tras un difícil transitar

 

Francisco, papa número 266 de la Iglesia Católica, es el nombre que el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio eligió cuando el cónclave conformado tras la renuncia de Benedicto XVI lo designó obispo de Roma. Su papado abarcó desde 2013 hasta 2025, doce años, estableciendo una forma del ejercicio de sus funciones ciertamente nueva, como un pastor muy próximo a las personas desfavorecidas, rindiendo tributo a San Francisco de Asís, y mostrando una posición abierta, flexible, dialogante, con el ánimo de conciliar la sagrada institución con un mundo y sociedad muy complejos, en los que la ética, los valores, la autenticidad del respeto a los derechos humanos no es precisamente una seña de identidad. Nuestros tiempos conjugan la carencia de principios éticos con una apariencia de virtud, una simulación de tolerancia que abre cada vez una mayor brecha hacia el crecimiento de la humanidad. Son momentos de relativismo moral, de hipocresía, en los que se enarbolan grandilocuentes palabras sobre mediación, conciliación, igualdad y, sin embargo, los continentes estallan en guerras, ya sean con bombas o a través del dinero, generando de forma intencionada una situación de tensión permanente que permite a quienes la propician mantenerse en el poder, como pretendidos baluartes de un bien general al que en verdad atacan para garantizarse su propio estatus.

 

Pues bien, pese a que Francisco haya marcado un carácter distinto en el desempeño del papado, su producción filosófica, a través de encíclicas, viene a recoger y conservar lo que es propio de los genuinos filósofos: la necesidad de unir ética y derecho para llegar a la justicia.

 

Algo determinante en sus escritos es que se refleja con claridad que las normas jurídicas, si no responden a un fundamento que las legitima de base, nunca podrán considerarse instrumentos para conseguir lo que, como el derecho que dicen integrar, ha de ser su finalidad: llevar a la vida social los valores éticos que rigen la condición humana.

 

Esta imbricación de ética y norma escrita, en definitiva, de nexo entre derecho natural y derecho positivo, es algo común en el pensamiento de los papas, independientemente de su forma de entender el ejercicio del poder o de su personalidad y carácter, y marca un buen camino.

 

La naturaleza de la justicia social, de la igualdad, del respeto a la dignidad humana no es propiamente jurídica, sino muy superior, de carácter moral. Su raíz es filosófica, y forma parte de la faceta trascedente del ser humano, de tal manera que si no es posible concebir a la persona sin considerarla como la conjunción de materia, razón y espíritu, de la misma forma ningún derecho puede ser tenido por tal si se le priva a las normas que lo integran de su fundamento ético, filosófico o metajurídico. Las leyes no crean la dignidad humana, ni ningún valor, sino que los plasman en el mundo, en la sociedad, trasponiéndolos desde su dimensión más elevada. Esto supone, además, una innegable garantía: si el legislador temporal, por razones espurias, no quiere que ciertos derechos humanos tengan plasmación normativa, o pretende que sí la tengan pero, de facto, no resultan prácticos porque no se habilitan los mecanismos procesales, administrativos y económicos para materializar lo que solo de forma teórica se dispone, toda vez que esos valores esenciales se encuentran en el plano ético, precisamente por ello perviven al margen de vaivenes interesados, pues muy diferente es que, de forma transitoria, el poder no quiera que ciertos valores tengan plasmación normativa a que éstos no existan de forma radical. Posicionados los principios derivados de la dignidad humana en un plano ontológico superior, su eternidad hará posible que puedan primar tales valores sobre imposiciones injustas, y que el mismo devenir que un día los negó más adelante los plasme a través de la ley. Pero todo ello precisa de algo que Francisco refirió en varias ocasiones: coherencia, y en especial entre lo que se dice y lo que se hace. De nada sirve tener leyes vacías, que no dispongan los medios para garantizar los derechos humanos que dicen consagrar, como inútiles son la palabras de dirigentes que no son compatibles con el bienestar real de los pueblos que dirigen, hablando de dignidad y derechos cuando en el día a día ni ellos mismos predican con el ejemplo ni la sociedad sale de situaciones de calamidad, sino que, por el contrario, se hunde cada vez más en ellas.

 

Sus encíclicas Lumen Fidei, Laudato Si´ y Fratelli Tutti vienen a contemplar las anteriores reflexiones sobre la justicia y el derecho, manifestando por lo tanto que el papa Francisco, con su personalidad y carácter, desde un punto de vista intelectual, supo ver, como también lo hicieron sus antecesores, cuál es la piedra angular para conseguir la realización de la justicia en este mundo.

 

Y con ello, más allá de posiciones o de consideraciones interesadas (y en buena medida muy limitadas) de unos y de otros sobre la obra de este papa, lo cierto es que su contribución ha sido importante, en cuanto que defensor de unos derechos humanos que nacen, efectivamente, de la dignidad, como esencia no material de la humanidad, sino ética.

 

Un mundo como el presente, en el que la apariencia lo es todo, y en el que el vacío de la palabra y de la norma viene a ser la desgraciada regla general, con resultados completamente alejados de la realización de la justicia, supuso para Francisco un tránsito difícil, que él asumió, creo que con un resultado esperanzador, hasta su último viaje.

 

“La justicia es la conditio sine qua non para alcanzar la armonía social y la fraternidad universal que hoy tanto necesitamos, la virtud necesaria para la construcción de un mundo en el que los conflictos se resuelvan sólo de manera pacífica, sin que prevalezca la ley del más fuerte, sino la fuerza del derecho. Desgraciadamente estamos lejos de alcanzar este objetivo".

 

“Deseo que mi último viaje terrenal termine en este antiquísimo santuario mariano, al que acudía en oración al inicio y al final de cada Viaje Apostólico para confiar mis intenciones a la Madre Inmaculada y agradecerle sus dóciles y maternales cuidados.

El sepulcro debe estar en la tierra; sencillo, sin decoración particular y con la única inscripción: Franciscus.”

 


Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación 


 

 

martes, 1 de abril de 2025

Nefertiti: la bella ha llegado

 

Nefertiti, gran reina de Egipto, también llamada Neferneferuatón Nefertiti (1370 a.C.-1331 a.C.) es una de las personalidades más fascinantes de la antigüedad, adentrándose en la leyenda desde la historia, de modo que su existencia terrenal -un hecho acreditado- ha servido de base para erigir a una figura icónica, cuyo rostro esculpido se adentra en la eternidad, entre un halo de misterio.

 

Fue la esposa del no menos sorprendente faraón Amenofis IV, para la historia Akenatón. Ambos formaron una pareja de reyes que rompieron los dogmas establecidos poniendo un pie en el futuro, pero esa fractura con la tradición también soliviantó a quienes hasta entonces ostentaban el poder fáctico, por lo que la vida de ambos no fue ni duradera ni fácil.

 

Formaron un matrimonio que supuso la igualdad de los dos de cara al pueblo egipcio, de tal modo que Nefertiti y Akenatón se presentaban como cuasi-dioses en la tierra, y el único y verdadero enlace con el dios Atón, que se impuso sobre la gran cantidad de deidades hasta entonces existentes. Así, el primer signo de modernidad, que ya partía de un derecho muy avanzado, fue el que Nefertiti no era simplemente una reina consorte ocupando un plano secundario tras Akenatón, sino la gran reina del Egipto, como su esposo también lo era, y ambos se postulaban como uno, aportando la faceta femenina y masculina en calidad de complementos configuradores de algo mayor. Frente a nominales y erróneos conceptos posteriores del feminismo, el ejemplo de Nefertiti pone de manifiesto que es la complementariedad y no la separación radical o la diferencia aquello que lleva al progreso; y, entonces como ahora, pese a ser ésta la verdadera faz del avance social, muchos no soportaban que los débiles cimientos de sus tesis no menos erróneas por ser más repetidas fueran puestos en evidencia, lo que llevó a maniobras en contra suya, con acusaciones de herejía.

 

No es muy diferente a lo que milenios después ocurre en la vida pública: quienes se presentan como baluartes del avance, si ven que aquellos que sí dan el ejemplo con sus vidas de lo que es el verdadero progreso no se alinean con ellos ni sus hechos se corresponden con sus planes de consolidación en el poder ni con sus falacias repetidas cual salmo responsorial borrador de opiniones discrepantes, rápido volcarán todos sus esfuerzos y maquinaria mediática para calumniar, injuriar y presentar la realidad a su medida, en una genuina campaña de destrucción personal y pública, evidenciando que los que se presentan como adalides de la modernidad y del progreso son en verdad buscadores del retroceso, en tanto les beneficie a título personal, configurando conceptos jurídicos y filosóficos a la carta, sin importarles un ápice su desnaturalización y adentrando sus manos en ámbitos de mayor alcance, como es el de la ética, creando morales ad hoc según convenga, no titubeando en faltar a la verdad cuando se hace referencia a conceptos de primer nivel, en tanto que más filosóficos que jurídicos, como son el de la igualdad y el del feminismo; y todo ello acompañado, por supuesto, de la revelación de comportamientos por su parte que, por más que se silencien o disimulen, más pronto que tarde revelan la auténtica intención, calidad y cara de quien se proclama moralista.

 

Nefertiti fue madre de seis hijas al menos, y todos ellos formaban una familia unida, haciendo valer este concepto, el de familia, como un elemento prácticamente sagrado, un atributo y signo de la divinidad y de conexión con lo trascendente. De hecho, en los relieves que representan a los reyes suelen aparecer en escenas con sus hijos, con ellos alrededor y en sus brazos. Qué se puede decir en unos tiempos en los que el concepto de familia, que en efecto es la base de la cohesión social y del nacimiento de los primeros valores, de la educación, se encuentra intencionadamente debilitado, pues toda división genera debilidad, y esta debilidad es el caldo de cultivo para el surgimiento de seres que se presenten como salvadores imprescindibles de una situación por ellos mismos generada. La familia es unión y la unión es la forja de la sociedad, sin ella no cabe progreso alguno porque, sencillamente, la sociedad no existe como tal, como civilización que implica; algo muy diferente de la masa amorfa y brutalizada, que jamás puede llamarse sociedad.

 

Se dice que Nefertiti desapareció tras el fallecimiento de su marido, que tuvo lugar en un contexto de grandes intrigas en su contra por parte de los sectores que veían como el poder que antes detentaban se diluía para siempre; algunas fuentes afirman que, como consecuencia de la muerte de una de sus hijas, la gran reina entró en una depresión que nunca superó, y otros historiadores apuntan a la posibilidad de que Nefertiti hubiera intentado continuar con el legado de su esposo, bajo el nombre de un misterioso y transitorio faraón llamado Semenejkara, tras el que se encontraría realmente ella, si bien Tutankamón tomó el relevo definitivo cerrando una era muy especial en la historia de Egipto, aunque no del agrado de todos, que, aliviados, contaron después con alguien al que poder controlar y continuar como siempre había sido; y si los disconformes estaban bien y conservando el poder, el pueblo egipcio también lo estaría o habría de asumirlo sin más, restando únicamente el tratar de enterrar en el olvido a Nefertiti y Akenatón.

 

Sin embargo, los restos conservados de la gran reina, cuyo nombre significa “la bella ha llegado”, muestran a quien, en vida, fue una mujer de rasgos delicados, muy finos, elegantes, y su efigie labrada en piedra desprende singular belleza, sí, pero también la serenidad y la confianza de quien, sin duda, sabía que su aportación para la historia sería eterna.

 

“Me pregunto si nuestros nombres determinan nuestro destino, o si el destino nos lleva a elegir ciertos nombres.”

 

“Pronunciar el nombre de los muertos es hacerlos vivir de nuevo.”





Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación 


sábado, 1 de marzo de 2025

Francis Drake: la antileyenda corsaria

 

Francis Drake (1540-1596) fue un pirata inglés que, gracias a una campaña propagandística enorme del Imperio Británico de entonces, consiguió pasar a la historia como un vicealmirante de prestigio, con hazañas en su haber, rivalizando con los grandes (y genuinos) conquistadores españoles. Desde sus inicios, Drake adquirió práctica como corsario, empezando a trabajar en su adolescencia en un barco negrero y ocupando zonas portuarias a cambio de rescates. Llegó a tener una cierta fama, y como quiera que era inglés, la estrategia sibilina de la política de su tierra comenzó a fabricarle una imagen positiva, haciendo de la piratería que llevaba a cabo una especie de marca, una señal emblemática de la fuerza británica, recibiendo nada menos que la patente de corso (nunca mejor dicho) para campar por sus respetos para mayor gloria del imperio y siendo nombrado sir. Se le legitimó en sus formas sobre todo y fundamentalmente para enfrentarse al verdadero imperio, en el que no se ponía el sol: España, siendo su rey Felipe II. Drake realizó una vuelta al mundo, tras la anterior gesta en el mismo sentido de Magallanes y Elcano, pero la suya tuvo una finalidad muy concreta: el botín, la obtención de riquezas por la fuerza y arrasando para Inglaterra. Fue azuzado para tratar de causar el mayor daño posible a España, imperio que era muy envidiado, y así asoló Baiona y Vigo, si bien su suerte cambió más tarde y finalmente en su encuentro con la Armada Invencible salió derrotado.

 

Drake fue, literalmente, una creación del poder para aprovechar su fuerza en favor propio. Una mala imitación, una especie de plagio retorcido, un reflejo oscuro de los grandes marinos de España. Desde la perspectiva española, Drake era asimilado con el mal, con un “dragón” que pretendía destruirlo todo, siendo así que, literariamente, su propio nombre motivó uno de los poemas épicos más conocidos de Lope de Vega, “La dragontea”, en el que se narran los hechos de la batalla de España contra una Inglaterra representada por el corsario, su derrota y muerte, entretejiendo la puesta en valor de la nación española frente al enemigo con cuestiones de índole incluso religiosa, en términos de lucha entre el bien y el mal, entre Dios y el diablo.

 

Más allá de la consideración de las andanzas del pirata inglés desde un prisma jurídico, en un mundo el suyo en el que el Derecho Internacional Público nada tenía que ver con lo que en la actualidad se entiende por tal, siquiera sea formal o nominativamente, pues en la guerra, en cualquiera de sus manifestaciones, poco respeto existe en la práctica a esos valores de Derecho Natural que dieron origen a la relación entre estados y gobiernos con la finalidad de establecer teóricos límites de respeto tanto a la población como a la configuración institucional de los implicados, ya que en el conflicto armado, como expresión de derrota del avance de la humanidad, no hay tratado, acuerdo o convenio que asegure la salvaguarda de bienes jurídicos esenciales, al margen de fórmulas de teórica protección que no son eficaces, manteniéndose siempre el parámetro de la fuerza (coloreada de otra manera) como criterio decantador, la historia de Francis Drake ofrece una moraleja sobre un aspecto de la imbricación de la ética con el Derecho, desde la perspectiva de la dignidad o moralidad de la persona designada para un concreto cargo público que ha de acometer una finalidad o gestión que se pretende redunde en el interés general.

 

Drake, un pirata con sombras acreditadas históricamente, fue presentado por el Imperio Británico como un auténtico paladín de lo público, una suerte de digno prohombre inglés equiparable a las grandes figuras de su imperio rival. Se le hizo noble y vicealmirante. No cabe duda de que su condición de corsario no era compatible, desde la perspectiva de la ética, con la dignidad de un cargo público que ha de ser ejemplo a todos los niveles; lo que lleva a concluir que, con tal de que el designado para un fin se preste a realizar lo que al poder le interesa, resulta irrelevante cualquier reparo de moralidad, y no habrá consideración, respeto ni limitación alguna para ejecutar los fines encomendados; será decisión del interesado aceptar o no el cargo, bajo su propia conciencia y ética, o dejar el mismo, si lo que se pretende supera los límites que, personalmente, tenga como ser íntegro y de honor.

 

No siempre el cargo público lo ostentará el candidato mejor, en lo intelectual y en lo moral, sino el más leal hasta en lo indigno o lo ilegal, y en tanto al poder que lo designa le sea útil y pueda aprovecharse de él, encargándose el mismo poder de blanquear su imagen para llegar a santificar sus hechos en tanto le interesen y pueda beneficiarse de ellos. Quizá por esta razón los códigos éticos en el ejercicio del cargo público revisten importancia: pues más allá de la ley, o de la apariencia de legalidad, están la ética y la categoría personales; triste es, no obstante, que hayan de existir tales códigos, pues lo que hubiera de surgir de una manera innata y automática en los designados ha de ser impuesto en normas positivas, extremo que revela como la condición humana, con el paso de los siglos, sigue persistiendo en las mismas oscuridades que les son propias.

 

Francis Drake tenía un lema, en su escudo de armas, del siguiente tenor: “sic parvis magna”, esto es: “todo lo grande tiene pequeños comienzos”, o “desde lo más pequeño a la grandeza”, en alusión a lo que fueron sus orígenes y su vida. Una máxima ciertamente motivacional, pero… ¿a qué precio?

 

 

Tiempo vendrá que cante en otra lira

con otro plectro si lo quiere cielo,

el valor español que al mundo admira,

con fuerza del amor del patrio suelo:

que puesto que la envidia me retira,

no me conocerá trocado el pelo,

y entonces cantaré sus alabanzas,

si llegan hasta allí mis esperanzas.




Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación 




 

sábado, 1 de febrero de 2025

Juan Ramón Jiménez: Distinto

 

Lo querían matar

los iguales

porque era distinto.

 

Si veis un pájaro distinto,

tiradlo;

si veis un monte distinto,

caedlo;

si veis un camino distinto,

cortadlo;

si veis una rosa distinta,

deshojadla;

si veis un río distinto,

cegadlo…;

si veis un hombre distinto,

matadlo.

 

¿Y el sol y la luna

dando en lo distinto?,

altura, olor, largor, frescura, cantar, vivir

distinto

de lo distinto;

lo que seas, que eres

distinto

(monte, camino, rosa, río, pájaro, hombre…):

si te descubren los iguales

huye a mí,

ven a mi ser, mi frente, mi corazón distinto.

 

 

Juan Ramón Jiménez (1881-1958), gran escritor español, Premio Nobel de Literatura, es autor, entre otras muy reconocidas obras, del anterior poema, titulado, sencillamente, Distinto.

 

El poeta de Moguer atravesó diferentes etapas estilísticas, que se sucedieron en el tiempo al compás de sus vivencias personales, su exilio al continente americano, sus amores, la pérdida de su mujer Zenobia Camprubí. Múltiples avatares que marcaron el sentir del poeta. Era un hombre de gran y delicada sensibilidad; sublime belleza tras el velo de un gesto serio, como suele ocurrir: una puerta de hierro que guarda, tras ella, un sol cálido y radiante.


Como cualquier obra de arte, el contexto histórico y social del mensaje de este poema sirve únicamente de marco o de ubicación material, porque su sentido trasciende cualquier época y es de plena actualidad. El poeta se encontraba en un mundo en el que la represión, la imposición de una ideología, la discriminación (e incluso eliminación, erradicación) de quien pensaba diferente era un hecho.

 

En lugar de un sistema filosófico y jurídico fundamentado en el razonamiento, en la Ilustración y, en definitiva, en el sumo respeto a los derechos humanos, por lo tanto, en la consagración a través del pensamiento y de la ley del Derecho Natural más perfeccionado, fruto del consenso intelectual en aquellos principios esenciales sobre los cuales resulta ilógica toda discusión, como son la dignidad, la libertad (en todas sus manifestaciones: religiosa, de pensamiento, de expresión) o la vida, el poder crea un sistema normativo que emplea como vehículo para fijar su criterio e imponerse sobre los demás, rechazando, bajo el uso de una fuerza disfrazada de legalidad, cualquier opinión discrepante con la suya. A tal fin, la eliminación del distinto, en la actualidad, se traduce en la neutralización de cualquier vía de libre expresión, en definitiva, en el establecimiento de la censura. No interesa lo distinto, pese a encontrarnos en un mundo de teóricas libertades, si tal diferenciación, o el respeto de la misma, no se traduce en afianzar en su cargo a quienes ostentan el poder o en avalar sin crítica su posición, momento en el que lo distinto, atendiendo a las proclamas de un poder que incluso dice de mismo que es garantista, se convierte mágicamente en una mentira, en un bulo, por no ser coincidente con sus consignas y metas ocultas. Lo distinto transmuta en falso, merced a las artes de alquimistas de infame y nuevo cuño.

 

Matar lo diferente, a lo largo de la historia, no ha sido en absoluto una excepción, sino el camino por el que se ha transitado durante siglos, incluso con normas que lo han cubierto y amparado, llevando al plano positivo una moralidad del poder que no busca el bien de todos, sino el suyo propio; en ocasiones de forma velada, aparentando lo contrario, y otras veces sin ningún tipo de cortapisa, haciendo de su peculiar “ética” la justificación de una ley radicalmente contraria a la justicia en su efectos. 

 

Es el movimiento intelectual de reacción frente al poder que se impone (al margen de su ideología, pues la misma crueldad ha procedido y procede de ambos lados) aquello que ha permitido siempre el avance: el revulsivo frente al acto de fuerza y la injusticia, la revolución como elemento que ha supuesto el cambio hacia un mejor porvenir. Y esta reacción nace, en efecto, en aquellos que son distintos, en quienes no se integran en la mentalidad de rebaño, en quienes no son la masa creada y alimentada por el poder. Es así que el poeta llama a quienes, como él, son distintos, porque, antes de ser aniquilados, en ellos, juntos, está la salvación ética, intelectual y el verdadero progreso, que nada tiene que ver con el pensamiento único y la envidia que lo crea, con la mediocridad de los iguales y su afán de vivir no sirviendo al interés general, sino a costa de él. Por ello al distinto se le mata, de muchas maneras, ayer, hoy y siempre, porque no interesa oírle, porque en el distinto está la verdad.

 

“Si te dan papel pautado, escribe por detrás.”

 

“Lo que más indigna al charlatán es alguien silencioso y digno.”

 

“Te quité pétalo tras pétalo, como si fueras una rosa, para ver tu alma, y no la vi.”

 

“Desde mi punto de vista, después de una catástrofe que sentimos y pensamos que es universal, una catástrofe resultante de un exceso de inútil dinamismo de progreso inútil, de realismo inútil, de tecnología inútil…, después de esto, se debe alcanzar una democracia inalcanzable a través de la concepción y la realización de un nuevo romanticismo.”

 

“Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol verde, sin pozo blanco, sin cielo azul y plácido… Y se quedarán los pájaros cantando.”




Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación 




miércoles, 1 de enero de 2025

El Cardenal Mazarino: simula, disimula y danos lecciones de moral

 

Jules Mazarin (1602-1661), político y diplomático italiano, conocido como cardenal Mazarino, es famoso por haber sucedido a Richelieu como primer ministro de Francia (entonces denominado ministro principal) al servicio de los reyes Luis XIII y Luis XIV. Su vida en el ámbito de la cosa pública fue una intriga de principio a fin, con implicaciones papales y de la realeza, logrando finalmente los más relevantes puestos en los ámbitos canónico y civil. Precisamente en el marco de su condición política hubo de adquirir los modos y formas de proceder dentro de ese mundo no precisamente caracterizado por su transparencia y virtud. Siendo la experiencia un grado y fruto de sus vivencias personales, con la finalidad primera de tratar de enseñar al futuro rey Luis XIV a comportarse y moverse en un contexto entretejido de amigos ocasionales y enemigos velados, Mazarino recopiló una serie de enseñanzas para la vida (en verdad, para saber sobrevivir e incluso crecer en medio de la adversidad) en el que se ha denominado Breviario de los políticos.

Este libro, como un auténtico manual de comportamiento, guarda un singular paralelismo con El Príncipe, de Nicolás Maquiavelo, pues la premisa mayor de la conducta es el dejar a un lado la cuestión ética y priorizar otros intereses, aunque aparentando siempre rectitud y abnegación por lo colectivo. No en vano, los principios esenciales que Mazarino quiso dejar muy claros al futuro rey, atendiendo al lugar y con las personas con las que estuviera, eran estos:

1.- Simula.

2.- Disimula.

3.- No confíes en nadie.

4.- Habla bien de todo el mundo.

5.- Prevé antes de obrar.

El legado de estos principios (que, no cabe duda, no se limitó a los quehaceres públicos de Luis XIV sino que su plasmación real tiene una dimensión marginada del tiempo y reconocible entonces y ahora) es que permite, no tanto aplicarlos - al estar francamente muy interiorizados por quienes ya lo hacen, sobre todo los tres primeros - sino emplearlos como una herramienta de identificación incuestionable de estar en presencia de quien se erige en un adalid del interés general o en paladín de la moralidad siendo todo lo contrario, al punto de comprobar una relación inversamente proporcional entre la falta de respeto al interés general y la carencia de principios éticos elementales con la magnitud y cantidad de proclamas sobre el bien social y recomendaciones morales que se realizan de palabra y por escrito. Pues, simulando y disimulando, las lecciones de moral que se predican no se llevan a su efecto, ni mucho menos, en el proceder real de quien se erige en un baluarte de la ética. Basta con la lectura, curiosa, de ciertos escritos periódicos que se pretenden moralizantes y la escucha, siempre atenta y educada, de determinadas conferencias para, con un siquiera mínimo conocimiento de la verdadera actuación profesional y vital de sus autores, advertir en sus ínclitas palabras algo mucho más rotundo y grave que meras contradicciones.

Mazarino, como conocedor de primera mano de lo intrigante de ciertos sujetos, y también de la condición humana en general, dejó el siguiente consejo en el Breviario: “He aquí como enterarse de los vicios de alguien: orienta la conversación sobre los vicios más corrientes, y en particular sobre aquellos de que pudiera muy bien adolecer tu amigo. No tendrá palabras lo bastante duras para denunciar y reprobar un vicio si él mismo lo padece. Así es como los predicadores suelen denunciar con la mayor violencia los vicios que los afligen personalmente.”

A ello añadió lo siguiente: “Los hipócritas están siempre dispuestos a propagar las noticias y aprueban sistemáticamente lo que tú hagas. Te representan la comedia de la amistad, pero si delante de ti desuellan a los demás, ten cuidado, que no tardaran en hacer otro tanto contigo.”

La cuestión de cómo ganarse el favor del pueblo, lógicamente actuando de forma sibilina y en absoluto sincera, la dejó apuntada en los siguientes términos: “Evita un ascenso demasiado rápido y demasiado brillante; las miradas deben habituarse a una luz más viva, de lo contrario, deslumbradas, se cierran. No te opongas a lo que gusta al pueblo, ya sean vicios o simplemente tradiciones. Si tienes que reconocerte como autor de algún hecho odioso, no te expongas en el momento a la animadversión que suscite ni dejes creer por tu conducta que no lo sientes en absoluto o incluso que estas orgulloso de lo que has hecho, burlándote de tus víctimas. No harías más que aumentar el odio. Lo mejor es ausentarte dejando pasar el tiempo sin dejarse ver.”

Es decir: dando lo que al pueblo le gusta y entretiene, aunque no se comparta, se gana su favor, al tiempo que se genera una cortina de humo que favorece el que, ante un hecho ilícito y/o vergonzoso, este pase más desapercibido y hace ganar tiempo para no dar la cara en el momento, recurriendo a atribuir las responsabilidades propias a otros o sencillamente desapareciendo hasta que los ánimos se calmen, enterrados éstos en un bombardeo de cuestiones triviales que se presentan como fenomenales.

Si estos ejemplos de conducta se llevan al ámbito legal, los efectos son devastadores. Mazarino ya anticipó en el Breviario que el instrumento legal solo debe obedecer al interés general, de modo que, a sensu contrario, su perversión (esto es, usar la ley para el beneficio propio) generará muchos problemas, aunque traten de opacarse actuando conforme a las recomendaciones anteriores: “Si dictas leyes, que sean las mismas para todos, haz confianza en la virtud. Da cuenta de tus actos para agradar al pueblo, pero solo después de haber obrado, para evitar que encuentres objeciones.” Del mismo modo, Mazarino ya apuntó también a la utilización espuria de los poderes públicos: “No utilices tus prerrogativas de juez para dar órdenes a personas que son gente libre y no tus vasallos.”

Lo importante del Breviario de Mazarino es que parte de un hecho consumado, no nos presenta una situación de ideales o un mundo naíf o inocente de prohombres, sino la inclinación natural hacia lo malo, como lo es el desvío del interés general al particular. Y sobre esa premisa, el cardenal hace una recomendación, dado que va a ser así y la experiencia habla por su boca, para que, simulando y disimulando, no le pase demasiada factura a quien así obra: “Si tienes la intención de promover leyes nuevas, muéstrales su imperiosa necesidad a unos hombres de saber y buen juicio y prepara con ellos el proyecto. O haz simplemente correr el rumor de que los has consultado y escuchado. Después, sin tener en cuenta sus consejos, toma las decisiones que te convengan.”

En fin, muchas son las recomendaciones de Mazarino que, como es de ver, no nos resultan remotas, haciendo de su obra un compendio ajeno a los factores tiempo y espacio, sirviendo como un efectivo mapa, incluso con vivas descripciones, de parajes abruptos y peligrosos, aparte de un manual a contrario, pues, en definitiva, si sobre las leyes y procederes personalistas brillase la ética y el interés de todos, el Breviario se quedaría en literatura de un tiempo pasado, y no en una obra de una finura e ironía atemporal que es de agradecer, pues como también concluyó implícitamente el cardenal, hay que conocer el mal para poder impedirlo.

“Existen dos formas de prudencia, la primera consiste en saber calcular nuestra confianza; incluso cuando te encuentres con unos amigos en un lugar protegido, mantente circunspecto en tus confidencias, porque hay pocas amistades que no nos decepcionen un día.”

“No cuentes con tu valor y tus talentos para obtener un cargo y no vayas a imaginarte que éste debe recaer en ti automáticamente con el pretexto de que eres el más competente para desempeñarlo. Porque se prefiere conferir un cargo a un incapaz más que a aquel que lo merece. Obra, pues, como si no quisieras deber tus funciones más que al favor de tu patrón.”

“Enmascara tu corazón tanto como tu rostro, los acentos de tu voz tanto como tus palabras. La mayoría de los sentimientos se leen en el rostro.”




Diego García Paz es Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid y 
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación 


miércoles, 25 de diciembre de 2024

Bob Dylan: la respuesta está en el viento

Como Fiscal del distrito de Nueva York, tuve que encargarme de la investigación preprocesal de una denuncia contra Bob Dylan, al que se le involucraba en un asunto bastante oscuro acontecido hace más de medio siglo.

Cuando recibí esa denuncia, necesariamente tuve que despojarme de mis reticencias sobre la veracidad del relato que ahí se exponía y comenzar a realizar una instrucción que colmase lo que, a priori, consideraba que no tenía ningún fundamento. No es la primera vez que esto ocurre: son muchas las denuncias infundadas que llegan a Fiscalía, pero más allá de que el relato que en ellas conste sea un tanto inverosímil, la Fiscalía debe investigar y llegar a una conclusión fundada.

Una mujer afirmaba en su denuncia contra Dylan que este abusó de ella en un hotel de la ciudad, en el Chelsea, en el año 1965. Bien; sobre este punto de partida empecé a investigar. La información que, en paralelo, se estaba difundiendo en los periódicos (cosa con la que nunca he estado de acuerdo, pues toda investigación penal es reservada, y no sólo porque así lo diga la ley, sino por razones éticas y de mínimo respeto hacia la persona investigada) ponía en tela de juicio la fuente de la denuncia, afirmando que lo que se exponía contra Dylan no era muy fiable.

Por lo tanto, lo primero que hice fue solicitar la comparecencia en Fiscalía de la propia denunciante. Me entrevisté con ella, y ciertamente lo que me dijo, y cómo me lo dijo, ya me levantó firmes sospechas de que la realidad de aquello que se decía había ocurrido en la habitación del hotel no era demostrable. La mujer se presentó en Fiscalía afirmando que después de más de cuarenta años en silencio “alguien” le había hablado y convencido de poner en mi conocimiento este asunto. La impresión que me causó no fue en absoluto positiva; tan pronto me expresaba ciertos detalles del hecho mismo, e incluso contextuales, como a continuación empezaba a mirar a un punto fijo en la parte de arriba de mi despacho y comenzaba a murmurar algo incomprensible sobre “ellos”, “obligatorio” y “necesidad”.

El que un hecho como una presunta agresión sexual se denuncie después de tanto tiempo es extraño; y la ratificación que prestó la denunciante más aún. Decidí practicar alguna diligencia más. Quise acercarme al domicilio de la denunciante, para hablar con ella y completar la información; otra cosa era completamente inviable. No iba a encontrar vestigios del presunto delito ni en la habitación del hotel, por razones evidentes dado el tiempo transcurrido; ni por supuesto en ella misma a nivel biológico (si alguna vez existieron) por idéntica razón. Los testigos, de existir, dudo mucho que estuvieran localizables a día de hoy y fueran directos, o al menos recordasen haber visto entrar en el hotel a Dylan con una mujer (y además con esa mujer mucho más joven) hace cincuenta años. Verdaderamente lo que yo quería era cerciorarme de la situación en la que vivía la denunciante y comprobar el por qué de esta acción tardía por su parte.

A la semana de haberme entrevistado con ella, desde el despacho contactaron una cita en su domicilio y allí me dirigí con uno de mis adjuntos. Llamamos a la puerta y amablemente la mujer nos recibió. Era una casa humilde, pero muy recargada de objetos antiguos, de largas cortinas, espejos, y una mesa con cartas y velas. La mujer nos explicó que se dedicaba a asuntos esotéricos y que leía el futuro de los que se lo pedían. Allí me insistió en que lo que pasó en el hotel era cierto, y que si no lo había revelado antes fue porque no tenía ganas de revivir constantemente aquella situación, pero que ahora, ya con su edad, le daba igual, que no tenía esas pegas. Todo esto, nos lo decía alternando sus palabras con un leve balanceo de su cuerpo hacia atrás y hacía delante y mirando a una puerta de una habitación que se encontraba justo al final del pasillo que unía la sala en la que estábamos con el resto de dependencias de la casa.

Ante la fijación de esta mujer con esa habitación, le dije que a qué se debía que en vez de mirarnos a nosotros mientras nos hablaba estuviera constantemente haciéndolo hacia allí. En ese momento percibí como le cambió el gesto y se puso con un semblante iracundo, se levantó del sillón y nos instó a que nos fuéramos de su casa. Supe de inmediato que la respuesta a lo que yo quería saber estaba ahí dentro. Manteniendo la calma, le dije a la mujer que, en condición de autoridad, y en el marco de una investigación, queríamos ver lo que había en esa habitación. La denunciante empezó a musitar algo ininteligible y tras tener que volver a decírselo por segunda vez, apercibiéndole a que nos dejara pasar voluntariamente, y que no obstaculizara la investigación o recabaríamos orden judicial, accedió a abrir aquella puerta, que además, ya próximos a ella, pudimos ver que, por una parte, estaba cerrada con llave, y que esa llave la mujer la llevaba guardada en un bolsillo, y por otra, que había una letra “B” puesta en ella.

Cuando finalmente abrió la puerta y entramos, la mujer no quería encender la luz. Las contraventanas estaban completamente cerradas y la oscuridad allí era absoluta. Le dijimos que, por favor, encendiera la luz. Y lo hizo a regañadientes. Entendimos rápido por qué no quería encenderla.

Nos encontramos con una habitación completamente empapelada con fotografías de Bob Dylan, de todas las épocas, desde sus inicios hasta la actualidad, recortadas de periódicos y revistas, en las que al lado de dichas imágenes aparecía ella, siempre la misma foto de cuando era joven, recortada y pegada al lado del artista. Los fotomontajes estaban hasta en el techo. Y se entrelazaban con una especie de cuerdas o hilos negros. Algo muy inquietante, y que nos dejó claro que la mente de aquella mujer no estaba bien. Tenía una obsesión enfermiza por el artista y creía completamente que aquello que había denunciado era verdad.

Nos íbamos a ir de la casa cuando, al pasar por el pasillo miré hacia otra de las habitaciones cuya puerta estaba abierta y observé que en la repisa de un armario había una importante cantidad de dinero en efectivo. Me paré allí y le pregunté a la mujer por la razón de que tuviera en su casa tal cantidad de dinero en metálico. Habría unos cincuenta mil dólares. Me dijo primero algo surrealista: que era el ahorro de lo que llevaba cobrando a sus clientes desde que empezó a echar las cartas hace años. Debí de poner una cara que, aparte de mi adjunto, hasta la propia mujer se dio cuenta de que no me lo creía. Entonces le expliqué que la disposición de grandes sumas de dinero en efectivo en el domicilio puede ser indicativo de la comisión de varios delitos, ya sea por impagos al fisco o por blanquear algún tipo de ingreso. Ante ello, la mujer empezó a moverse de aquella forma tan extraña y volvió a referirse a “ellos” y a que “le hacía falta”, pero no fuimos capaces de esclarecer a qué se estaba refiriendo, pues entró en un discurso circular y ya no atendía a nada de lo que le decíamos. Por lo tanto, nos fuimos de allí.

A la mañana siguiente, puse un decreto de archivo de la investigación ante la inexistencia de elementos de cargo suficientes que pudieran sostener la certeza del hecho que se había denunciado. No teníamos pruebas contra Dylan. No obstante, sí decidí abrir una investigación contra la que había sido denunciante de ese hecho por un presunto ilícito penal de fraude fiscal o en su caso de blanqueo de capitales. Los dos decretos, de archivo y de apertura, fueron comunicados a mis superiores y continué con mi trabajo.

De una forma casi inmediata a la notificación de aquellos decretos, para los tiempos de funcionamiento interno que tenemos, recibí una carta de mi jefe en la que se me notificaba mi cese en la Fiscalía de Nueva York y traslado al estado de Ohio…sin más explicaciones. No se me dieron motivos oficialmente. Luego supe, por mis compañeros de Nueva York, que la decisión que tomé de no seguir la causa penal contra Dylan y sin embargo abrir otra para escrutar de dónde procedía el dinero que esa mujer tenía en su casa no había gustado nada. Por más que pregunté a quién no le había gustado que yo hiciera mi trabajo como tenía que hacerlo, solo obtuve dos palabras en respuesta: “A Washington”.

  


Relato de Diego García Paz incluido en el libro 101 relatos judiciales (Editorial Vinatea, 2023)